Jueves, 8 de abril, 18:35 horas
Tenía la vista puesta en el ventanal que se levantaba al final de mi sala de estar. El sol se ponía detrás de la ciudad. Jessup se encontraba ahí afuera, en algún lugar. Igual que un animal rabioso, sería rastreado, arrinconado y, no me cabía la menor duda, abatido. Era el final inevitable de su historia.
A ojos de la justicia, Jessup era culpable, pero no podía evitar pensar en mi cuota de responsabilidad en unos hechos tan terribles. No en un sentido legal, sino personal e interno. Debía preguntarme si, de forma consciente o no, había sido yo quien había puesto en marcha todo esto el día en que me senté con Gabriel Williams y acepté cruzar una línea, no solo en la sala del tribunal sino conmigo mismo. Quizás al permitir que Jessup estuviera libre había determinado su destino, así como el de Royce y los otros. Yo era un abogado de la defensa, no un fiscal. Defendía a los débiles, no al Estado. Quizás había procedido y maniobrado de cara a que nunca hubiera un veredicto, y así no tener que cargar con él en mi historial ni en mi conciencia.
De esta naturaleza eran las reflexiones de un hombre culpable. Sin embargo, no se alargaron mucho. Me sonó el teléfono y lo saqué del bolsillo sin apartar los ojos de la ciudad.
—Haller.
—Soy yo. Creía que venías hacia aquí.
Maggie «la Fiera».
—Pronto. Estoy acabando unas cosas aquí. ¿Va todo bien?
—A mí sí, aunque a Jessup probablemente no. ¿Estás viendo las noticias por televisión?
—No, ¿qué muestran?
—Han evacuado el muelle de Santa Mónica. El canal 5 tiene un helicóptero sobrevolando la zona. No han confirmado que esté relacionado con Jessup, pero han dicho que la división SIE del Departamento de Policía de Los Ángeles ha obtenido autorización del Departamento de Policía de Santa Mónica para proceder con la detención de un fugitivo. Ya están avanzando por la playa.
—¿En dirección a la mazmorra? ¿Jessup ha cogido a alguien?
—Si lo ha hecho, no lo han comunicado.
—¿Has llamado a Harry?
—Lo acabo de intentar, pero no me lo ha cogido. Es probable que se encuentre en la playa.
Me alejé de la ventana y fui a coger el mando de la tele sobre la mesita. Encendí el aparato y puse el canal 5.
—Lo estoy viendo —le dije a Maggie.
En la pantalla se veía un plano aéreo del muelle y de la playa que lo rodeaba. Unos hombres parecían estar desplegados por la misma, avanzando por la parte inferior del muro, tanto en sentido norte como sur.
—Creo que llevas razón —convine—. Tiene que ser él. La mazmorra que acondicionó allá abajo era para sí mismo. Como un piso franco al que poder huir.
—Calcada a la celda a la que estaba acostumbrado. Me pregunto si es consciente de que van a por él. Quizás pueda oír los helicópteros.
—Harry comentó que ahí abajo las olas son tan fuertes que uno no oiría ni un disparo.
—Bueno, puede que estemos a punto de averiguarlo.
Durante unos instantes permanecimos absortos en las imágenes, hasta que me decidí a hablar.
—Maggie, ¿las chicas lo están viendo?
—¡No, por Dios! Están ocupadas con videojuegos en otra habitación.
—Bien.
Seguimos mirando en silencio. El eco de la voz del presentador nos llegaba a través de la línea telefónica, mientras describía sin gracia lo que discurría en la pantalla. Después de un rato, Maggie al fin se decidió a lanzar la pregunta que debía de haberle estado rondando toda la tarde.
—¿Creías que esto acabaría así?
—No, ¿y tú?
—No, jamás. Supongo que me imaginé que todo esto se quedaría en el tribunal. Como siempre.
—Sí.
—Por lo menos, Jessup nos ahorró la indignidad del veredicto.
—¿Qué es lo que quieres decir con eso? Ya era nuestro, y él lo sabía.
—No has visto ninguna de las entrevistas con los miembros del jurado, ¿verdad?
—¿Qué? ¿En la televisión?
—Sí, el miembro número diez está en todos los canales declarando que habría votado no culpable.
—¿Te refieres a Kirns?
—Sí, el suplente que acabó incorporándose al banco. Los demás no han cesado de repetir culpable, culpable, culpable. Pero Kirns ha dicho que no culpable, que no fuimos capaces de convencerle. Habría boicoteado al resto, Haller, y sabes que Williams no habría estado por la labor de hacer una segunda ronda. Jessup habría quedado libre.
Medité al respecto, y solo pude sacudir la cabeza. Todo habría sido en balde. Habría bastado con un único miembro del jurado, que albergara rencor contra la sociedad, para que Jessup saliera de rositas. Levanté la vista del televisor y la conduje hacia el horizonte tras el ventanal, allá donde sabía que Santa Mónica se abrazaba a uno de los extremos del Pacífico. Me pareció distinguir a los helicópteros de los medios de comunicación trazando círculos en el cielo.
—Me pregunto si Jessup llegará a averiguarlo —dije.