Jueves, 8 de abril, 13:05 horas
Bosch conducía y McPherson lo acompañaba después de haber insistido mucho. Se habían dividido en dos bandos con Haller y Gleason dirigiéndose de vuelta al tribunal. Bosch extrajo una tarjeta de su cartera y consiguió el número del teniente Stephen Wright. Le entregó su teléfono y la tarjeta a McPherson, y le pidió que marcara por él.
—Está sonando —le dijo McPherson.
Le cogió el teléfono y se lo llevó a la oreja al tiempo que Wright contestaba.
—Aquí Bosch. Dime que tienes a tu gente detrás de Jessup.
—Ya me gustaría.
—¡Maldita sea! ¿Qué demonios ha ocurrido? ¿Por qué no le seguía la pista la SIE?
—Tranquilízate, Bosch. Se la estábamos siguiendo. Entre los caídos en el despacho de Royce hay uno de los míos.
Aquello fue una bofetada. Bosch no sabía que hubiera un policía entre las víctimas.
—¿Dónde estás? —le preguntó a Wright.
—De camino hacia ahí. Llego en tres minutos.
—¿Qué has averiguado hasta el momento?
—Ni una puta mierda. Teníamos una vigilancia suave durante las horas del juicio. Ya lo sabes. Un equipo mientras estaba en el tribunal y una cobertura completa antes y después. Hoy, a la hora del almuerzo, lo han seguido desde el tribunal hasta el despacho de Royce. Jessup y el equipo de Royce se han metido en el edificio. Al cabo de pocos minutos, mis hombres han oído disparos. Han informado y luego han entrado. Uno acabó muerto en el suelo y el otro tuvo que parapetarse tras una pared. Jessup ha salido por detrás y mi agente se ha quedado a intentar una reanimación cardiopulmonar. Ha tenido que dejarlo marchar.
Bosch sacudió la cabeza. Solo podía pensar en su hija. Permanecería en la escuela durante los siguientes noventa minutos. Debería estar a salvo. Por el momento.
—¿A quién más le han dado? —preguntó.
—Hasta donde yo sé, Royce, su detective y otro abogado, una mujer. Tuvieron suerte porque era la hora del almuerzo. No había nadie más en el despacho.
Bosch era incapaz de ver qué había de suerte en un cuádruple asesinato y en el hecho de tener a Jessup rondando por ahí con un arma. Wright continuaba hablando.
—No voy a verter ninguna lágrima por un par de abogados defensores, pero mi hombre tendido en ese suelo tiene a dos hijos pequeños en casa, Bosch. Eso no está nada bien.
Bosch giró para incorporarse a la Primera Avenida y pudo ver el destello de las luces al final de la misma. El despacho de Royce se hallaba en unos bajos situados en una calle sin salida detrás del Kyoto Grand Hotel, junto a Japantown. A un corto paseo del tribunal.
—¿Se ha informado por radio del coche de Jessup?
—Sí, todo el mundo está alertado. Alguien tendrá que verlo.
—¿Dónde está el resto de tu equipo?
—Se dirige en bloque a la escena del crimen.
—No, envíalos en busca de Jessup. A todos los lugares en los que ha estado. Sin excepción. A los parques, incluso a mi casa. En la escena del crimen no nos sirven de nada.
—Nos reuniremos ahí y daré la orden.
—Estás perdiendo tiempo, teniente.
—¿Crees que puedo impedirles acudir primero a la escena del crimen?
Bosch entendió que Wright se encontraba en una situación imposible.
—Acabo de llegar —le dijo—. Nos vemos cuando lo hagas tú.
—Dos minutos.
Bosch colgó el teléfono. McPherson le preguntó qué le había dicho Wright y él la puso rápidamente al corriente mientras aparcaba detrás de un coche patrulla.
Pasaron por debajo de la cinta amarilla. Puesto que solo habían transcurrido veinticinco minutos desde el tiroteo, la escena del crimen estaba repleta de agentes de policía uniformados —los primeros en responder— e imperaba el caos. Bosch divisó a un sargento dictando órdenes para la protección de la misma y se le acercó.
—Sargento, Harry Bosch, del Departamento de Robos y Homicidios de Los Ángeles. ¿Quién estará al mando de la investigación?
—¿No será usted?
—No, yo estoy asignado a un caso relacionado. Este no recaerá en mí.
—Entonces no lo sé, Bosch. Me dijeron que se encargaría el Departamento de Robos y Homicidios.
—De acuerdo, en ese caso se encuentran de camino. ¿Quién hay dentro?
—Un par de tipos de la División Central. Roche y Stout.
«Niñeras», pensó Bosch. En el mismo instante en que entrara el Departamento de Robos y Homicidios, ellos saldrían. Sacó el teléfono y llamó a su teniente.
—Gandle.
—Teniente, ¿quién se va a ocupar de las cuatro víctimas junto al Kyoto?
—¿Bosch? ¿Dónde andas?
—En el lugar de los hechos. El responsable ha sido el acusado de mi juicio. Jessup.
—Mierda, ¿qué falló?
—No lo sé. ¿A quién vas a enviar y dónde diablos están?
—Voy a enviar a cuatro. Penzler, Kirshbaum, Krikorian y Russell. Se encontraban almorzando en Birds. Yo también acudiré, pero tú no tienes por qué estar ahí, Harry.
—Lo sé. No pienso quedarme mucho.
Bosch colgó el teléfono y buscó a McPherson con la mirada. La había perdido entre la confusión que rodeaba la escena del crimen. La localizó de cuclillas junto a un hombre sentado en el bordillo de la acera, frente a la agencia de fianzas colindante al despacho de Royce. Bosch lo reconoció de la noche en que McPherson y él habían salido con el equipo de vigilancia de Jessup. Tenía las manos y la camisa ensangrentadas tras haber intentado salvar a su compañero.
—… cuando regresaron aquí, él se dirigió a su coche. No tardó más de un minuto. Entró y salió. Luego se metió en el despacho. Al instante oímos disparos. Nos pusimos en marcha y Manny fue alcanzado solo abrir la puerta. Yo pude disparar algunas ráfagas pero tenía que intentar ayudar a Manny…
—Por lo tanto, Jessup debió de sacar el arma de su coche, ¿verdad?
—A la fuerza. En el tribunal cuentan con detectores de metal. Hoy no habría podido meterla en la sala.
—¿Pero no llegaste a verla?
—No, en ningún momento vimos un arma. De hacerlo, habríamos reaccionado.
Bosch los dejó ahí y se encaminó hacia la puerta de entrada de Royce y Asociados. Llegó en el mismo momento en que lo hacía el teniente Wright. Entraron juntos.
—Oh, Dios mío —exclamó Wright al ver a su hombre tendido en el suelo nada más cruzar la puerta.
—¿Cómo se llamaba? —preguntó Bosch.
—Manuel Branson. Tenía dos hijos, y ahora debo ir a contárselo a su esposa.
Branson estaba de espaldas. Tenía heridas de entrada de bala en el lado izquierdo del cuello y en la mejilla superior izquierda. Había sangrado en abundancia. El impacto en el cuello parecía haber cortado la arteria carótida.
Bosch se apartó de Wright para dirigirse hacia un pasillo que quedaba a la derecha de la recepción. Había una pared de cristal que daba a una sala de juntas con puertas a ambos extremos. Allí se encontraba el resto de las víctimas, junto a un par de detectives que, ataviados con guantes y patucos, iban tomando notas en unos sujetapapeles. Roche y Stout. Bosch se quedó de pie junto a la puerta más próxima, pero no entró. Ambos detectives lo miraron.
—¿Quién eres? —preguntó uno de ellos.
—Bosch, del Departamento de Robos y Homicidios.
—¿Estás al frente de esto?
—No exactamente. Trabajo en un caso relacionado. Los otros están en camino.
—Por Dios bendito, solo estamos a dos calles de la Central de Policía.
—No se encontraban ahí. Estaban almorzando en Hollywood. Pero no os preocupéis: llegarán. Tampoco es que estas personas vayan a ir a ninguna parte.
Bosch observó los cuerpos. Clive Royce estaba sentado a una silla que presidía una larga mesa de reuniones. Tenía la cabeza echada hacia atrás como si estuviera mirando al techo. Un agujero limpio de bala se dibujaba en el centro de su frente. La sangre producida por el orificio de salida se había vertido, desde la parte trasera de su cabeza, a su americana y al asiento.
La detective, Karen Revelle, yacía en el suelo en el extremo opuesto de la habitación, junto a la otra puerta. Daba la impresión de haber intentado huir antes de ser alcanzada por el tiroteo. Estaba boca abajo y Bosch no podía ver dónde había recibido los impactos ni cuántos.
A la atractiva abogada y socia de Royce, cuyo nombre era incapaz de recordar, le había sido arrebatada su belleza. Su cuerpo reposaba en un asiento en diagonal al de Royce, la parte superior del cual se había desplomado sobre la mesa, y revelaba un orificio de entrada en la parte trasera de la cabeza. La bala había salido por debajo de su ojo derecho y destrozado su rostro. Los daños siempre resultaban mayores a la salida que a la entrada.
—¿Qué piensas? —le preguntó uno de los detectives de la Central.
—Parece que entró disparando. Primero alcanzó a estos dos y luego cazó al tercero mientras corría hacia la puerta. Luego regresó al vestíbulo y abrió fuego contra los miembros de la SIE en el momento en el que hicieron su entrada.
—Sí. Tiene toda la pinta.
—Voy a echarle un vistazo al resto del lugar.
Bosch continuó pasillo abajo, asomándose a despachos vacíos que tenían la puerta abierta. De las paredes colgaban placas con los nombres de sus ocupantes y recordó que la socia de Royce se llamaba Denise Graydon.
El pasillo desembocaba en una sala de descanso provista de una pequeña cocina con una nevera y un microondas. También había una mesa comunitaria y una puerta de salida entreabierta unos ocho centímetros.
Bosch utilizó el codo para abrirla. Salió a un callejón en el que se alineaban contendores de basura. Miró a ambos lados y, a su derecha, descubrió un aparcamiento público situado a media manzana. Supuso que era donde Jessup había aparcado su coche, al que se había dirigido en busca del arma.
Regresó dentro y esta vez prestó más atención al interior de los despachos. Sabía por experiencia que se movía por un terreno delicado. Aquel era un despacho de abogados y, estuvieran estos vivos o muertos, sus representados conservaban su derecho a la privacidad y a la confidencialidad entre letrado y cliente. Bosch no tocó nada y se abstuvo de abrir cualquier cajón o expediente. Se limitó a recorrer la mirada por la superficie de las cosas, observando y leyendo lo que quedaba a simple vista.
Una vez en el despacho de Revelle vio a McPherson venir a su encuentro.
—¿Qué haces?
—Solo estoy mirando.
—Podemos buscarnos problemas si nos metemos en cualquiera de esos despachos. En mi calidad de abogado no puedo…
—Entonces espera afuera. Como ya te he dicho, solo estoy mirando. Estoy comprobando que el lugar sea seguro.
—Como tú digas. Estaré a la entrada. Los medios de comunicación ya la han tomado. Es un circo.
Bosch se había inclinado sobre le mesa de Revelle. No levantó la vista.
—Bien por ellos.
McPherson abandonó la habitación en el mismo momento en que Bosch leía algo escrito en un cuaderno de notas que reposaba sobre una pila de expedientes junto al teléfono.
—¿Maggie? Vuelve.
Obedeció.
—Fíjate en esto.
McPherson rodeó la mesa y bajó la cabeza para leer las notas en la página superior del cuaderno. Contenía lo que parecían apuntes sueltos, números de teléfono y nombres. Algunos estaban rodeados por un círculo, otros tachados. Se diría que Revelle había ido llenando el cuaderno mientras hablaba por teléfono.
—¿Qué? —preguntó McPherson.
Sin tocar el cuaderno, Bosch señaló una anotación en la esquina inferior derecha. Todo lo que ponía era «Checkers-804». Pero era suficiente.
—¡Mierda! —gritó McPherson—. Sarah ni siquiera está registrada bajo su verdadero nombre. ¿Cómo pudo conseguir esto Ravelle?
—Debe de habernos seguido después del juicio y pagado a alguien para que le diera el número de habitación. Tenemos que dar por sentado que Jessup posee esta información.
Bosch sacó el teléfono y llamó a Mickey Haller en marcación rápida.
—Soy Bosch. ¿Sarah sigue contigo?
—Sí, estamos en el tribunal, esperando a la jueza.
—Escucha. No la asustes, pero no puede regresar a su hotel.
—De acuerdo. ¿Y eso?
—Porque aquí nos hemos encontrado con un indicio de que Jessup sabe dónde se aloja. Acordonaremos el lugar.
—Entonces, ¿qué hago?
—Voy a enviar a un equipo de protección al tribunal para ambos. Ellos sabrán qué hacer.
—Pueden protegerla a ella, yo no lo necesito.
—Tú decides. Te aconsejo que la aceptes.
Colgó el teléfono y miró a McPherson.
—Necesito enviarles un equipo de protección. Quiero que cojas mi coche y que lleves a nuestras hijas a un lugar seguro. Una vez ahí, llámame y también os enviaré a un equipo.
—Mi coche está a dos calles de aquí. Puedo…
—Eso supondría una pérdida de tiempo. Coge el mío y márchate ya. Llamaré a la escuela de Maddie para informarles de que estás de camino.
—De acuerdo.
—Gracias. Llámame cuando hayas…
Les llegaron gritos desde la parte delantera de la oficina. Airadas voces masculinas. Bosch sabía que pertenecían a los amigos de Manny Branson. Estaban viendo a su compañero abatido en el suelo: la rabia y el olor de la sangre los enardecían para empezar la caza.
—Vamos —dijo.
Se encaminaron de regreso a la entrada. Bosch vio a Wright en el exterior, frente a la puerta principal, consolando a dos miembros de la SIE con el rostro surcado por la ira y las lágrimas. Bosch sorteó el cadáver de Branson y salió por la puerta. Tocó ligeramente a Wright en el codo.
—Necesito que vengas un momento, teniente.
Wright se separó de sus dos hombres y lo siguió. Bosch caminó unos pocos metros con la intención de hablar en privado. Sin embargo, no había peligro de que los escucharan. Por lo menos cuatro helicópteros de diferentes medios de comunicación daban vueltas en círculo sobre la escena del crimen, extendiendo un camuflaje sonoro que garantizaría la confidencialidad de cualquier conversación mantenida a lo largo y ancho de la manzana.
—Necesito a dos de tus mejores hombres —dijo Bosch, acercándose al oído de Wright.
—De acuerdo. ¿Qué tienes entre manos?
—Hay una nota sobre la mesa del despacho de una de las víctimas. Es el nombre del hotel y el número de habitación de nuestro testigo principal. Debemos dar por sentado que el tirador está al tanto de esa información. La matanza de ahí dentro nos indica que va a por personas relacionadas con el juicio. Aquellas a las que considera que le han perjudicado. La lista es amplia pero sospecho que nuestro testigo la encabeza.
—Entendido. Quieres vigilancia en el hotel.
Bosch asintió.
—Sí. Un hombre fuera, otro dentro y yo en la habitación. Aguardaremos a ver si se presenta.
Wright sacudió la cabeza.
—Emplearemos a cuatro. Dos dentro y dos fuera. Pero olvídate de esperarlo en la habitación, porque Jessup jamás superará la vigilancia. En vez de eso, tú y yo buscamos un puesto de observación bien alto desde el cual dirigir la operación. Esa es la forma correcta de proceder.
Bosch le dio la razón.
—De acuerdo. Vamos.
—Hay una cosa más.
—¿Qué?
—Si te llevo conmigo, mantente en segundo plano. Serán mis hombres quienes lo abatan.
Bosch lo estudió durante unos instantes, procurando leer todo cuanto fluía entre líneas.
—Tengo preguntas que hacerle —dijo Bosch— acerca de Franklin Canyon y otros sitios. Necesito hablar con él.
Wright miró por encima del hombro de Bosch y de vuelta a la puerta de entrada a la oficina de Royce y Asociados.
—Detective, uno de mis mejores hombres yace ahí muerto en el suelo. No puedo garantizarte nada. ¿Me entiendes?
Bosch hizo una pausa y afirmó con la cabeza.
—Te entiendo.