Jueves, 8 de abril, 10:35 horas
Tras finalizar el testimonio de Sarah Gleason, la jueza anunció el receso del mediodía. Bosch esperó en su asiento a que Royce y Jessup se levantaran y comenzaran a dirigirse hacia la salida. Entonces se puso en pie y se abrió paso en dirección contraria con el fin de llegar hasta la testigo. Una vez estuvo a la altura de Jessup, le dio una fuerte palmada en el brazo.
—Creo que se te está empezando a correr el maquillaje, Jason.
Lo dijo con una sonrisa y sin dejar de avanzar.
Jessup se detuvo, se volvió y, cuando estaba a punto de responder a la provocación, Royce lo cogió del otro brazo e hizo que siguiera caminando.
Bosch alcanzó el estrado en el que se encontraba Gleason. Después de haber permanecido en él durante un buen rato a lo largo de dos días, tenía aspecto de hallarse emocional y físicamente exhausta, de necesitar ayuda incluso para levantarse de la silla.
—Sarah, lo has hecho genial.
—Gracias. No tenía ni idea de si alguien me estaba creyendo o no.
—Todos lo han hecho, Sarah. Todos.
La acompañó de regreso a la mesa de la fiscalía, donde Haller y McPherson dedicaron comentarios similares a su testimonio. McPherson se incorporó y la abrazó.
—Le has plantado cara a Jessup y has defendido a tu hermana. Puedes sentirte orgullosa de ello durante el resto de tu vida.
Gleason rompió de repente a llorar y se tapó los ojos con una mano. McPherson de inmediato la volvió a rodear con los brazos.
—Lo sé, lo sé. Te has mantenido fuerte y de una pieza. Es bueno que ahora te dejes ir.
Bosch se encaminó al banco del jurado y se hizo con la caja de los pañuelos. Se los llevó a Gleason y esta pudo limpiarse las lágrimas de la cara.
—Casi has acabado —le dijo Haller—. Tu testimonio ya ha terminado por completo, y lo único que queremos que hagas, a partir de ahora, es que estés presente en la sala para seguir el juicio. Queremos que estés sentada en primera fila cuando Eddie Roman testifique. Luego ya podremos llevarte a coger un vuelo de regreso a casa, esta misma tarde.
—De acuerdo, pero ¿por qué?
—Porque va a contar una sarta de mentiras sobre ti. Y si eso es lo que tiene en mente, va a tener que hacerlo mirándote a la cara.
—Dudo que eso le vaya a suponer un problema. Nunca lo fue.
—Bueno, en ese caso el jurado deseará ver cómo reaccionas tú. Y cómo reacciona él. Y no te preocupes, tenemos algo preparado que va a hacer que Eddie sude la gota gorda.
Dicho esto, se giró hacia Bosch.
—¿Estás preparado para hacer esto?
—Solo tienes que darme la señal.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo Gleason.
—Claro —respondió Haller.
—¿Qué pasa si no quiero meterme en un avión esta tarde? ¿Y si quiero quedarme a escuchar el veredicto? Por mi hermana.
—Estaremos encantados, Sarah —intervino Maggie—. Estás invitada a hacerlo. Puedes quedarte el tiempo que desees.
Bosch permanecía de pie en el pasillo al que desembocaba la sala del tribunal. Había sacado el móvil y con un dedo tecleaba lentamente un mensaje dirigido a su hija. Su esfuerzo se vio interrumpido al recibir un mensaje. Era de Haller y constaba de una única palabra.
AHORA.
Guardó el teléfono y se dirigió a la sala de espera reservada a los testigos. Sonia Reyes yacía desplomada sobre una silla. Tenía la cabeza gacha y dos tazas vacías de café delante.
—De acuerdo, Sonia, arriba y reluciente. Vamos a hacerlo. ¿Estás bien? ¿Lista?
Levantó la vista y lo miró con ojos cansados.
—Esas son demasiadas preguntas, pol… policía.
—De acuerdo, me contentaré con una. ¿Cómo te encuentras?
—Igual que el aspecto que ofrezco. ¿Tienes más de eso que me han dado en la clínica?
—No hay más. Pero voy a hacer que alguien te lleve de vuelta ahí tan pronto hayamos terminado.
—Lo que tú digas, pol… policía. Creo que la última vez que estuve despierta tan pronto me encontraba en la prisión del condado.
—Bueno, la verdad es que no es tan temprano. Andando.
La ayudó a incorporarse y se dirigieron hacia el Departamento 112. Reyes era lo que se calificaba como un testigo silencioso. No iba a testificar en el juicio. No estaba en condiciones. Sin embargo, el simple hecho de hacerla atravesar el pasillo y hacer que se sentara en la primera fila le garantizaba a Bosch que Eddie Roman iba a tomar buena cuenta de ella. Confiaban en que le descentrara durante su testimonio, y que quizás incluso lo forzara a cambiarlo. Contaban con su desconocimiento acerca de las normas de funcionamiento con respecto a las pruebas. Por consiguiente, no repararía en que la presencia de Sonia en la sala la inhabilitaba a la hora de prestar testimonio y desenmascarar sus mentiras.
Harry golpeó la puerta con el puño al abrirla, consciente de que eso llamaría la atención de quienes se encontraban en el interior de la sala. A continuación, la metió allí y la condujo por el pasillo. Eddie Roman ya se encontraba en el estrado, declarando después de haber prestado juramento. Lucía un traje que estaba a varias tallas de la suya, procedente del armario del cliente de Royce. Estaba bien afeitado y llevaba el pelo corto y limpio. Al ver a Sonia en la sala comenzó a balbucear.
—Tuvimos terapia de grupo dos…
—¿Solo dos veces? —preguntó Royce, sin reparar en la distracción que avanzaba por el pasillo a sus espaldas.
—¿Qué?
—¿Ha dicho que solo tuvo terapia de grupo con Sarah Gleason en dos ocasiones?
—No, hombre, quería decir dos veces al día.
Bosch escoltó a Reyes hasta un asiento entre el auditorio, donde había un cartel de reservado, y se sentó junto a ella.
—¿Y cuánto tiempo se alargó esto, aproximadamente? —preguntó Royce.
—Cada una duraba unos cincuenta minutos, creo —respondió Roman con los ojos clavados en Reyes.
—Me refería a cuánto tiempo pasaron ambos en terapia. ¿Un mes? ¿Un año? ¿Cuánto?
—Ah, cinco meses.
—¿Y se hicieron amantes mientras se encontraban en ese centro?
Roman bajó la vista.
—Esto… Sí, eso es.
—¿Cómo se las arreglaron? Supongo que hay reglas que lo prohíben.
—Bueno, si uno quiere, uno puede, ¿me entiende? Encontrábamos el tiempo. Encontrábamos sitios.
—¿La relación continuó una vez ambos abandonaron el centro?
—Sí. Ella salió unas cuantas semanas antes que yo. Luego me tocó a mí y nos juntamos.
—¿Vivían juntos?
—Ajá.
—¿Es eso un sí?
—Sí. ¿Puedo preguntar una cosa?
Royce hizo una pausa. No se lo esperaba.
—No, señor Roman —le dijo la jueza—. No puede formular preguntas. Su papel en este procedimiento es el de testigo.
—Pero ¿cómo pueden traerla aquí en ese estado?
—¿A quién, señor Roman?
Roman señaló a Reyes.
—A ella.
La jueza miró a Reyes y luego a Bosch. Una mirada cargada de recelo cruzó por su rostro.
—Voy a pedirle al jurado que regrese a su sala brevemente. Esto no debería llevarnos mucho.
Los miembros del jurado hicieron lo que se les había ordenado. Cuando el último de ellos cerró la puerta tras de sí, la jueza se fue directa a por Bosch.
—Detective Bosch.
Bosch se puso de pie.
—¿Quién es la mujer que se sienta a su izquierda?
—Señoría —terció Haller—. ¿Se me permite responder a mí?
—Por favor, hágalo.
—El detective Bosch se halla sentado junto a Sonia Reyes, que ha convenido en ayudar a la fiscalía en calidad de testigo.
La jueza paseó la vista de Haller a Reyes y de nuevo a Haller.
—¿Podría repetírmelo, señor Haller?
—Jueza, la señorita Reyes conoce al testigo. Dado que la defensa no nos facilitó al señor Roman antes de que prestara hoy aquí testimonio, le hemos pedido a la señorita Reyes que nos aconseje de cara a proceder con nuestro contrainterrogatorio.
Las palabras de Haller no habían conseguido borrar un ápice la expresión de desconfianza de la cara de Breitman.
—¿Le están pagando por estos consejos?
—Hemos acordado que la ayudaremos a que ingrese en una clínica.
—Eso espero.
—Señoría —dijo Royce—. ¿Me concede la palabra?
—Adelante, señor Royce.
—Creo que resulta bastante obvio que la fiscalía está intentando intimidar al señor Roman. Es un recurso propio de gánsteres, jueza. No es lo que cabría esperar de la Fiscalía del Distrito.
—Protesto de manera enérgica contra esa caracterización —dijo Haller—. Contratar y emplear a consultores es perfectamente aceptable desde los puntos de vista ético y jurídico. Sin embargo, al señor Royce solo se le ocurre protestar cuando la fiscalía cuenta con uno que amenaza con destapar las mentiras de uno de sus testigos, así como su condición de depredador de mujeres. Con el debido respeto, ese sí que me parece un recurso gansteril.
—De acuerdo, ahora no vamos a ponernos a debatir sobre ello —zanjó Breitman—. Considero que la fiscalía está en su derecho de hacer uso de la señorita Reyes en tanto que consultora. Que vuelva el jurado.
—Gracias, jueza —dijo Haller, y tomó asiento.
Mientras los miembros del jurado regresaban a sus asientos, Haller se giró para mirar a Bosch. Hizo un leve gesto de asentimiento con la cabeza y Bosch supo que estaba contento. El intercambio con la jueza no podía haber ido mejor para lanzarle una advertencia a Roman: sabemos cómo te las gastas y, cuando nos llegue el turno de interrogarte, también lo sabrá el jurado. Roman tenía ahora una elección que hacer. Podía seguir jugando para la defensa o pasarse al equipo de la fiscalía.
Con el jurado de nuevo operativo, prosiguió con su testimonio. Royce se apresuró a aclarar que Roman y Sarah Gleason habían mantenido una relación que se había prolongado durante casi un año y que había incluido el intercambio de historias personales y el consumo de drogas. Pero cuando llegó el momento de relevar esas historias personales, Roman salió huyendo, y dejó a Royce con el culo al aire.
—¿Habló en alguna ocasión del asesinato de su hermana?
—¿En alguna ocasión? Las hubo a montones. No dejaba de hablar de ello, hombre.
—¿Y alguna vez le contó en detalle aquello a lo que ella se refería como «la verdadera historia»?
—Sí, lo hizo.
—¿Podría explicarle al jurado lo que le contó?
Roman dudó y se rascó la barbilla antes de contestar. Bosch supo que ese era el instante en que su trabajo daría frutos o se iría al traste.
—Me contó que estaban jugando al escondite en el jardín y que llegó un tipo que agarró a su hermana y que ella lo vio todo.
Bosch barrió la sala con la mirada. Primero la detuvo en los miembros del jurado, y le pareció que incluso ellos habían estado aguardando otra respuesta. Luego lo hizo en la mesa de la fiscalía. Vio que McPherson estaba apretando la parte de atrás de uno de los brazos de Haller. Y, por último, en Royce, a quien ahora le había llegado el turno de dudar. De pie en el atril, consultaba sus notas con un puño reposando sobre la cadera, pose que hacía pensar en un profesor frustrado ante su incapacidad a la hora de conseguir que un alumno ofreciera la respuesta correcta.
—Esa es la historia que le escuchó a Sarah Gleason durante una de las sesiones de terapia colectiva, ¿correcto? —preguntó finalmente.
—Correcto.
—¿Pero no es también cierto que a usted le contó otra versión de los hechos, lo que ella calificaba como «la verdadera historia», cuando se encontraban en un contexto más íntimo?
—Eh… No. No dejaba de repetir la misma historia todo el tiempo.
Bosch vio que McPherson le daba otro apretón al brazo de Haller. Todo el caso se resumía en ese instante.
Royce daba la impresión de ser un hombre a quien hubieran abandonado en alta mar. Se mantenía a flote agitando los brazos, pero solo era cuestión de tiempo que empezara a hundirse. No podía hacer más.
—Veamos, señor Roman, ¿no es cierto que el 2 de marzo de este año usted acudió a nuestras oficinas a ofrecer sus servicios como testigo de la defensa?
—No sabría decirle la fecha, pero estuve ahí, sí.
—¿Habló con mi detective, Karen Revelle?
—Hablé con una mujer, pero no recuerdo cómo se llamaba.
—¿Y no es verdad que le contó una historia que difiere de manera sustancial de la que acaba de relatar?
—Pero entonces no estaba bajo juramento ni nada.
—Es cierto, señor, pero no lo es menos que a Karen le contó una versión diferente, ¿no?
—Puede que lo hiciera. No lo recuerdo.
—¿No le contó entonces a Karen que la señora Gleason le había contado que su padrastro había asesinado a su hermana?
Haller se levantó para protestar, arguyendo que Royce no solo estaba dirigiendo al testigo, sino que no existía fundamento para la pregunta y que con ella pretendía que el jurado obtuviera un testimonio que el testigo no estaba dispuesto a ofrecer. La jueza aceptó la protesta.
—Señoría —dijo Royce—, la defensa desea solicitar un receso para deliberar con su testigo.
Antes de que Haller pudiera protestar, la jueza rechazó la solicitud.
—De lo que se ha desprendido por el testimonio de este mismo testigo, han tenido desde el 2 de marzo para preparar este momento. Haremos una pausa para almorzar de aquí a treinta y cinco minutos. Entonces podrá deliberar con él, señor Royce. Formule su siguiente pregunta.
—Gracias, señoría.
Royce bajó la mirada al cuaderno de notas. Por lo que pudo ver, Bosch descubrió que delante no tenía más que un folio en blanco.
—¿Señor Royce? —lo apremió la jueza.
—Sí, señoría, solo estaba volviendo a comprobar una fecha. Señor Roman, ¿por qué llamó a mi oficina el 2 de marzo?
—Bueno, había visto algo relativo al caso en la televisión. De hecho, a usted. Lo vi hablando sobre él. Yo sabía algo del asunto teniendo en cuenta que había conocido a Sarah como lo hice. Así que llamé por si podía ser de utilidad.
—Y luego acudió a nuestras oficinas, ¿es correcto?
—Sí, así es. Usted envió a esa mujer a buscarme.
—Y cuando acudió a nuestras oficinas, nos contó una historia diferente de la que acaba de compartir con el jurado, ¿no es cierto?
—Como ya le he dicho, no recuerdo qué le conté exactamente. Soy un toxicómano, señor. Digo muchas cosas que no recuerdo y que no querría decir. Todo lo que puedo recordar es que la mujer que me vino a buscar me dijo que me metería en un bonito hotel y, por aquel entonces, yo no tenía dinero para quedarme en ningún sitio. Y por eso vine a decir lo que ella me pidió que dijera.
Bosch cerró un puño y se dio un golpe en el muslo. Aquello era un desastre sin paliativos para la defensa. Miró en dirección a Jessup para comprobar si era consciente de lo feas que se le acababan de poner las cosas. Se diría que lo había captado. Se volvió y le devolvió la mirada a Bosch. Sus ojos oscuros rezumaban furia y desesperación. Bosch se echó hacia delante y levantó un dedo lentamente. Luego lo arrastró por debajo de la barbilla.
Jessup le dio la espalda.