Martes, 6 de abril, 13:15 horas
En esa ocasión fue la jueza quien se demoró en volver a la sala. Los equipos de la acusación y de la defensa estaban en sus puestos a la hora convenida, pero no había señal de Breitman. La secretaria de sala no había informado acerca del motivo del retraso, personal o relacionado con el caso. Bosch se levantó de su asiento frente a la cancela, se acercó a Haller y le dio un golpecito en la espalda.
—Estamos a punto de empezar, Harry. ¿Estás listo?
—Lo estoy, pero necesitamos hablar.
—¿Qué ocurre?
Bosch se volvió para darle la espalda a la mesa de la defensa y bajó el tono de voz hasta un bisbiseo apenas audible.
—A la hora del almuerzo he ido a ver a los chicos de la SIE. Me han enseñado un material al que tendrías que echarle un vistazo.
Estaba siendo exageradamente críptico. Sin embargo, las fotos que le había mostrado el teniente Wright de la última noche de vigilancia eran perturbadoras. Jessup se traía algo entre manos y, fuera lo que fuera, no tardaría en actuar.
Antes de que Haller pudiera responder, el ruido de fondo de la sala cesó al tomar asiento la jueza.
—Después de la sesión —dijo Haller por lo bajini.
Se dio la vuelta para darle la cara a la sala y Bosch regresó a su asiento. La jueza le pidió a la secretaria que hiciera entrar a los miembros del jurado y enseguida todo el mundo estuvo en su sitio.
—Quisiera disculparme —se excusó Breitman—. Soy la única responsable de este retraso. Me ha surgido un asunto personal que ha precisado más atención de la que me esperaba. Señor Haller, haga el favor de llamar a su siguiente testigo.
Haller se levantó y llamó a Doral Kloster. Bosch se dirigió hacia el banco de los testigos, mientras la juez volvía a explicarle al jurado que el testigo requerido por la fiscalía no estaba disponible, y que por ese motivo Bosch y Haller iban a leer la declaración jurada que había realizado en el pasado. Pese a haberse acordado así en una audiencia previa al juicio con la oposición de la defensa, Royce volvió a incorporarse y protestar.
—Señor Royce, ya hemos discutido este asunto —le respondió la juez.
—Querría solicitar que el tribunal reconsiderara su fallo, a la vista de que este tipo de testimonio niega por completo el derecho constitucional del señor Jessup a rebatir a sus acusadores. Al detective Kloster no se le formularon las preguntas que, a la luz de los conocimientos que obran en poder de esta defensa, me gustaría que se le hubiesen hecho.
—De nuevo, señor Royce, ya hemos discutido este asunto, y no deseo hacerlo de nuevo delante del jurado.
—Pero, señoría, se me está privando de la posibilidad de ofrecer una defensa completa.
—Señor Royce, he sido generosa permitiéndole esta exhibición delante del jurado. Mi paciencia se agota. Ahora puede sentarse.
Royce se quedó con la mirada clavada en la jueza. Bosch sabía lo que estaba haciendo. Engatusar al jurado. Quería que sus miembros los vieran a él y a Jessup como los machacados, gente que no solo tenía que hacer frente a los cargos que pesaban contra Jessup, sino también a la propia jueza. Después de sostenerle la mirada tanto tiempo como pudo, retomó la palabra.
—Jueza, no puedo sentarme cuando los derechos de mi cliente están en juego. Resulta indignante que…
Breitman dio una palmada en la mesa con tal furia que sonó como un disparo.
—No vamos a seguir con esto delante del jurado, señor Royce. Miembros del jurado, regresen por favor a la sala de reuniones.
Con los ojos bien abiertos y alertados por la tensión que se había apoderado de la sala, los miembros del jurado fueron abandonándola, pasando junto a un alguacil que iba lanzando miradas rápidas hacia atrás para comprobar qué estaba ocurriendo. Royce no apartó la mirada de la juez en ningún momento. Bosch era consciente de que en gran medida se trataba de una pantomima. Eso era exactamente lo que Royce había buscado, que el jurado lo tomara por un ser perseguido y a quien se le privaba de defender su caso como era debido. No importaba que los recluyeran en una habitación. Todos sus componentes sabían que Royce se disponía a recibir una reprimenda de órdago por parte de la jueza.
Una vez se hubo cerrado la puerta que daba acceso a la sala de reuniones del jurado, la jueza se volvió hacia Royce. En los treinta segundos que había necesitado el jurado para retirarse de la sala era evidente que había conseguido serenarse.
—Señor Royce, una vez el juicio haya finalizado mantendremos una vista por desacato en la que su actuación de hoy se verá examinada y penalizada. Hasta ese momento, si le ordeno que tome asiento y no obedece, haré que la secretaria de la sala lo siente por la fuerza. Me dará igual si el jurado está presente o no. ¿Me ha comprendido?
—Sí, señoría. Quisiera disculparme por haberme dejado llevar por las emociones del momento.
—Muy bien, señor Royce. Ahora se sentará y llamaremos al jurado para que regrese a la sala.
Mantuvieron la mirada fija el uno en el otro un buen rato hasta que Royce al fin tomó asiento con parsimonia. La jueza le indicó entonces a la secretaria que fuera a buscar al jurado.
Bosch observó a sus miembros mientras regresaban. Todos tenían la mirada clavada en Royce, lo que demostraba que la maniobra le había salido bien al abogado defensor. Veía la comprensión en sus miradas, como si todos supieran que, en cualquier momento, alguno de ellos podría hacer enfadar a la jueza y recibir una bronca similar. No sabían qué había ocurrido durante su ausencia, pero Royce venía a ser el niño a quien han llamado al despacho del director y a la hora del patio se lo cuenta.
La jueza se dirigió al jurado antes de reanudar el juicio.
—Quiero que entiendan que, durante un juicio de estas características, las emociones pueden desbordarse a veces. El señor Royce y yo hemos discutido al respecto, y ya está resuelto. No tienen que darle más vueltas. Así pues, procedamos con la lectura de la declaración jurada. ¿Señor Haller?
—Sí, señoría.
Haller se levantó y se encaminó al atril con su transcripción del testimonio de Doral Kloster.
—Detective Bosch, continúa bajo juramento. ¿Tiene en su poder la transcripción del testimonio que ofreció el detective Doral Kloster el 8 de octubre de 1986?
—Sí, la tengo.
Bosch colocó la transcripción sobre el estrado y extrajo unas gafas de lectura del bolsillo interior de la americana.
—De acuerdo, una vez más leeré las preguntas que el delegado del fiscal del distrito, Gary Lintz, le hizo bajo juramento al detective Kloster, y usted leerá las respuestas del testigo.
Después de una serie de preguntas encaminadas a proporcionar información básica acerca de Kloster, su testimonio se centró de inmediato en la investigación del asesinato de Melissa Landy.
—Detective, pertenece al equipo de investigación de la División de Wilshire, ¿correcto?
—Sí, trabajo en el Departamento de Homicidios y Grandes Crímenes.
—Este caso no empezó como un homicidio.
—No, no lo hizo. A mi compañero y a mí nos llamaron a casa después de que se enviaran patrullas al hogar de los Landy y una investigación preliminar determinara que parecía haber tenido lugar un extraño secuestro. Esto lo convirtió en un gran crimen y se requirió nuestra presencia.
—¿Qué ocurrió cuando llegaron al domicilio de los Landy?
—Lo primero que hicimos fue separar a los miembros de la familia (la madre, el padre y Sarah, la hermana) y realizar entrevistas. Luego los reunimos y realizamos una entrevista conjunta. Suele funcionar mejor de esta manera, y así fue en esta ocasión. En la entrevista conjunta hallamos la dirección que debíamos seguir.
—Háblenos sobre ello. ¿Cómo encontraron esa dirección?
—En su entrevista individual, Sarah nos contó que las niñas habían estado jugando al escondite y que ella se había ocultado detrás de unos arbustos situados en un rincón de la parte delantera de la casa. Esos arbustos le impedían ver la calle. Nos dijo que oyó detenerse a un camión de la basura y que vio a un basurero cruzar el jardín y agarrar a su hermana. Estos hechos tuvieron lugar un domingo, por lo que sabíamos que ese día no circulaban camiones de la basura. Cuando le pedí a Sarah que volviera a contarnos su historia en presencia de sus padres, su padre nos aclaró que los domingos por la mañana había varias grúas patrullando el vecindario, y que sus conductores vestían monos parecidos a los de los empleados de la limpieza. Esa fue nuestra primera pista.
—¿Y cómo siguieron esa pista?
—Obtuvimos un listado de las empresas de remolque de vehículos con licencia municipal que operaban en Wilshire District. A esas alturas, ya había reclutado a más detectives y dividimos el listado en dos. Solo tres empresas estaban operativas aquel día. Se le asignó una pareja de detectives a cada una de ellas. Mi compañero y yo acudimos a un garaje en La Brea Boulevard en el que trabajaba una empresa llamada Aardvark, Remolques.
—¿Y qué pasó cuando acudieron ahí?
—Descubrimos que estaban a punto de ponerle punto y final a la jornada porque básicamente habían estado operando en las zonas de aparcamiento prohibido que rodeaban a las iglesias. A mediodía ya habían acabado con el trabajo. Nos topamos con tres conductores que estaban recogiendo y a un tris de marcharse. Todos ellos aceptaron identificarse y responder a nuestras preguntas de forma voluntaria. Mientras mi compañero les planteaba las preguntas preliminares, yo regresé a nuestro vehículo para informar de sus nombres a la centralita y que comprobaran si tenían antecedentes criminales.
—¿Quiénes eran esos hombres, detective Kloster?
—Se llamaban William Clinton, Jason Jessup y Derek Wilbern.
—¿Y qué resultados arrojó su comprobación de antecedentes?
—Solo se había detenido a Wilbern, en una ocasión. Por un intento de violación que no había acabado en condena. El caso, si no recuerdo mal, había tenido lugar hacía cuatro años.
—¿Eso lo convirtió en sospechoso del secuestro de Melissa Landy?
—Sí, lo hizo. A grandes rasgos, cuadraba con la descripción que nos había dado Sarah. Conducía una grúa de gran tamaño y vestía un mono de trabajo. Y ya lo habían detenido por agresión sexual. A mi entender, eso lo convertía en un sospechoso de primer orden.
—¿Qué hizo a continuación?
—Regresé con mi compañero, que seguía entrevistando a los hombres haciendo un corrillo. Sabía que el tiempo apremiaba. Esa niña continuaba en paradero desconocido. En un caso de esta naturaleza, cuanto más tiempo permanece la persona sin dar señales de vida, menores son las probabilidades de un final feliz.
—De manera que tomó una decisión, ¿no es así?
—Sí, decidí que Sarah Landy debía ver a Derek Wilbern para comprobar si podía identificarlo como el secuestrador.
—Por lo tanto, le organizó una rueda de reconocimiento.
—No lo hice.
—¿No?
—No. No creí que hubiera tiempo para eso. Tenía que poner las cosas en movimiento. Debíamos encontrar a esa niña. Lo que hice fue preguntar si los tres hombres estaban de acuerdo en dirigirse a un nuevo emplazamiento para proseguir con la entrevista. Todos aceptaron.
—¿No dudaron?
—No, ninguno de ellos. Los tres estuvieron de acuerdo.
—Por cierto, ¿qué ocurrió cuando el resto de detectives visitó a las otras empresas de remolque de vehículos que cubrían Wilshire District?
—No encontraron ni entrevistaron a nadie que despertara sospechas.
—¿Quiere decir a nadie que tuviera antecedentes criminales?
—Las entrevistas no condujeron a nadie que tuviera antecedentes ni que hiciera saltar ninguna alarma.
—¿De manera que estaban centrados en Derek Wilbern?
—Correcto.
—Cuando Wilbern y los otros dos hombres convinieron en que los entrevistaran en otro lugar, ¿qué hizo?
—Llamamos a dos coches patrulla y metimos a Jessup y Clinton en un vehículo y a Wilbern en otro. Acto seguido, cerramos el garaje de las grúas Aardvark y nos alejamos del lugar en nuestro coche.
—¿De manera que lo primero que hicieron fue regresar a la casa de los Landy?
—Seguimos un plan. Les pedimos a los agentes de los coches patrulla que dieran algún rodeo con el fin de que nosotros llegáramos antes al domicilio de los Landy. De nuevo en la casa, me llevé a Sarah a su habitación. Estaba situada en la parte delantera de la finca, y tenía vistas al jardín delantero y a la calle. Cerré las cortinas e hice que mirara por una rendija para que no quedara visualmente expuesta a los conductores de las grúas.
—¿Qué ocurrió a continuación?
—Mi compañero se había quedado a la entrada. Al llegar los coches patrulla, hice que sacaran a los tres hombres de los vehículos y que los agruparan de pie en la acera. Le pregunté a Sarah si reconocía a alguno de ellos.
—¿Lo hizo?
—Al principio, no. Pero uno de los hombres (Jessup) llevaba puesta una gorra de béisbol y miraba al suelo. Se tapaba el rostro con la visera.
Llegados a este punto, Bosch pasó dos páginas del testimonio que habían sido tachadas. Contenían diversas preguntas acerca del comportamiento de Jessup y sus intentos por cubrirse la cara con la gorra. El abogado defensor de entonces había protestado, y el juez dio la razón. A continuación las reformuló, y la defensa protestó una vez más. En la audiencia previa al juicio, Breitman se había mostrado de acuerdo con Royce en que el jurado actual no debía ni siquiera escucharlas. Era uno de los contados tantos que se había apuntado Royce.
Haller retomó la lectura allá donde se había acabado la refriega.
—De acuerdo, detective, ¿por qué no le cuenta al jurado qué pasó luego?
—Sarah me pidió si le podía decir al hombre con la gorra que se la quitara. Me comuniqué por radio con mi compañero y así se lo indicó a Jessup. Casi de forma inmediata, Sarah dijo que era él.
—¿El hombre que había secuestrado a su hermana?
—Sí.
—Aguarde un momento. Usted ha dicho que su sospechoso era Derek Wilbern.
—Sí, a la luz de sus antecedentes por agresión sexual, pensé que se trataba del sospechoso más plausible.
—¿Sarah se mostró segura de su identificación?
—Le pedí varias veces que la confirmara. Así lo hizo.
—¿Qué hizo usted a continuación?
—Dejé a Sarah en su habitación y regresé abajo. Una vez fuera, le dije a Jessup que quedaba detenido, le coloqué las esposas y lo metí en el asiento trasero de uno de los coches patrulla. Solicité a unos agentes que se llevaran a Wilbern y Clinton a la comisaría de Wilshire para interrogarlos.
—¿Interrogó en ese momento a Jessup?
—Sí que lo hice. El tiempo corría en nuestra contra. No creí que hubiera margen para conducir un interrogatorio formal en la comisaría de Wilshire. En vez de eso, me introduje en el vehículo con él, le leí sus derechos y le pregunté si estaba dispuesto a hablar conmigo. Me respondió que sí.
—¿Grabó todo esto?
—No lo hice. Para serle sincero, me olvidé. Los acontecimientos se sucedían a tal velocidad que lo único en lo que podía pensar era en encontrar a esa niña. Llevaba una grabadora en el bolsillo pero me olvidé de utilizarla.
—De acuerdo, de todas maneras interrogó a Jessup.
—Le hice muchas preguntas, pero me respondió a muy pocas. Negó tener algo que ver con el secuestro. Admitió haber estado patrullando por el barrio aquella mañana, y que muy bien podía haber pasado por delante de la casa de los Landy, pero no recordaba haber conducido por Windsor. Le pregunté si se acordaba de haber visto el cartel de Hollywood, porque si uno se encuentra en Windsor tiene una visión frontal de este en lo alto de la colina. Aseguró no recordar haberlo visto.
—¿Cuánto duró ese interrogatorio?
—No mucho. Quizá cinco minutos. Nos interrumpieron.
—¿Por qué, detective?
—Mi compañero golpeó con los nudillos en la ventanilla y, a juzgar por la expresión de su rostro, pude ver que se trataba de algo importante. Salí del coche, y fue entonces cuando me lo dijo. La habían encontrado. El cuerpo de la niña había aparecido en un contenedor de basuras en Wilshire.
—¿Eso lo cambió todo?
—Sí, todo. Hice que llevaran a Jessup al centro y que lo ingresaran en una celda, mientras yo me encaminaba al lugar donde había aparecido el cuerpo.
—¿Qué descubrió al llegar ahí?
—El cuerpo de una niña de doce o trece años a la que habían arrojado a un contenedor. Aún no la habían identificado, pero todo apuntaba a que se trataba de Melissa Landy. Tenía una fotografía suya. Estaba bastante convencido de que era ella.
—¿Y desplazó a ese lugar el foco de su investigación?
—Por completo. Mi compañero y yo empezamos a realizar entrevistas, al tiempo que los especialistas en escenas de crímenes y el equipo forense se ocupaban del cadáver. No tardamos en enterarnos de que una empresa de remolques había utilizado el aparcamiento adyacente a la parte trasera del teatro para guardar vehículos de manera temporal. Descubrimos que se trataba de Aardvark.
—¿Qué significaba esto para usted?
—Significaba que ahora existía una segunda relación entre el asesinato de esa niña y Aardvark. Disponíamos de una única testigo, Sarah Landy, que había identificado a uno de sus conductores como el secuestrador, y a la víctima en un contenedor situado junto a un garaje empleado por los conductores de Aardvark. Según mi parecer, el caso comenzaba a tomar forma.
—¿Cuál fue su siguiente paso?
—En ese momento, mi compañero y yo nos separamos. Él se quedó en la escena del crimen y yo regresé a la comisaría de Wilshire para trabajar en la solicitud de órdenes de registro.
—¿Para dónde eran esas órdenes de registro?
—Una, para todas las instalaciones de Aardvark. Otra, para la grúa que conducía Jessup aquel día. Y dos más: el domicilio y el vehículo personal de Jessup.
—¿Obtuvo esas órdenes de registro?
—Sí, lo hice. El juez Richard Preitman estaba de servicio y resultó que se encontraba jugando al golf en el club de campo de Wilshire. Le llevé las órdenes y me las firmó en el hoyo nueve. Entonces dimos inicio a los registros, empezando por Aardvark.
—¿Estuvo usted presente en el transcurso de estos?
—Sí, lo estuve. Mi compañero y yo estuvimos al frente.
—¿En algún momento se cruzaron con algún tipo de prueba que les pareciera relevante para el caso?
—Sí. Uno de los responsables del equipo forense, un hombre llamado Art Donovan, me informó de que habían extraído tres cabellos, de color marrón y de tres centímetros de longitud, del camión de la grúa que Jason Jessup había estado conduciendo ese día.
—¿Le comentó Donovan el lugar específico del hallazgo de estos cabellos?
—Sí, dijo que se encontraban en una raja abierta entre la parte superior del asiento y la interior.
Bosch concluyó con la transcripción. El testimonio de Kloster proseguía, pero habían alcanzado el punto en el que Haller le había indicado que se detuviera, puesto que para entonces ya constaría en acta todo cuanto iban a necesitar.
La jueza le preguntó a Royce si deseaba que se leyeran las réplicas del abogado defensor para que constaran en acta. Royce se incorporó para responder, sosteniendo en una mano un documento de dos páginas.
—Que conste en acta que tengo mis reservas a participar de un procedimiento del que objeto. Sin embargo, puesto que el tribunal lo ha autorizado, tendré que hacerlo. Dispongo de dos breves fragmentos de las respuestas que el detective Kloster realizó durante el contrainterrogatorio. ¿Puedo entregarle al detective Bosch una copia con los pasajes seleccionados? Creo que esto facilitará las cosas.
—Muy bien —dijo la juez.
La secretaria de sala cogió uno de los documentos de Royce y se lo entregó a Bosch, que le echó un rápido vistazo. Solo constaba de dos hojas con transcripciones de un testimonio. Dos intercambios aparecían subrayados en amarillo. Mientras Bosch se los miraba, la juez explicó al jurado que Royce leería las preguntas formuladas por el anterior abogado de la defensa de Jessup, Charles Barnard. Bosch, por su parte, continuaría con la lectura de las respuestas servidas por el detective Doral Kloster.
—Puede proceder, señor Royce.
—Gracias, señoría. Leo directamente de la transcripción.
«Detective, ¿cuánto tiempo transcurrió desde que cerraron Aardvark, condujeron a los tres conductores a Windsor y regresaron con una orden de registro?».
«¿Puedo remitirme a la cronología del caso?».
«Puede».
«Sobre unas dos horas y treinta y cinco minutos».
«Antes de abandonar Aardvark, ¿cómo se aseguraron de que las instalaciones quedaban bien cerradas?».
«Cerramos los garajes, y uno de los conductores (el señor Clinton, creo recordar) tenía una llave de la puerta. La cogí prestada para cerrarla».
«¿Después se la devolvió?».
«No. Le pregunté si podía quedármela por el momento, y accedió».
«De modo que cuando volvió con la orden de registro, disponía de la llave y se limitó a abrir la puerta con ella».
«Correcto».
Royce dio la vuelta a la página y le pidió a Bosch que hiciera lo propio.
—De acuerdo, ahora leeremos desde otro punto de la réplica del interrogatorio.
«Detective Kloster, ¿a qué conclusión llegó cuando fue informado de que se habían hallado cabellos en la grúa que el señor Jessup había estado conduciendo ese día?».
«A ninguna. Las pruebas todavía no habían podido ser identificadas».
«¿En qué momento lo estuvieron?».
«Dos días después recibí una llamada del laboratorio. Un técnico de cabellos y fibras me comunicó que habían examinado los cabellos y que estos guardaban una relación estrecha con las muestras obtenidas de la víctima. No se podía descartar que esta fuera la fuente».
«¿Qué le indicó esto?».
«Que era probable que Melissa Landy se hubiera encontrado en el interior de ese vehículo».
«¿Qué otras pruebas halladas en este la relacionaban con la víctima, o al señor Jessup a la víctima?».
«No había más pruebas».
«¿Ni sangre ni otros fluidos corporales?».
«No».
«¿Ninguna fibra procedente del vestido de la víctima?».
«No».
«¿Nada más?».
«Nada».
«Ante la falta de otras pruebas incriminatorias en la grúa, ¿consideró en algún momento que la prueba de los cabellos pudiera haber sido depositada ahí?».
«Bueno, lo consideré del mismo modo que consideré todos los aspectos del caso. Sin embargo, acabé descartándolo porque la testigo del secuestro había identificado a Jessup y aquel era el vehículo que había estado conduciendo. No creí que las pruebas hubiesen sido plantadas. Quiero decir, ¿quién iba a hacerlo? Nadie estaba intentando incriminarle. Lo había identificado la hermana de la víctima».
Allí concluyó la lectura. Bosch lanzó una mirada al banco del jurado y vio que, en apariencia, todo el mundo había estado prestando mucha atención a la que presumiblemente había sido la fase más aburrida del juicio.
—¿Algo más, señor Royce? —preguntó la jueza.
Nada más.
—Muy bien —dijo Breitman—, creo que así llegamos a nuestra pausa de la tarde. Todo el mundo deberá estar de vuelta en su sitio (y me recordaré a mí misma hacer lo propio) en quince minutos.
La sala comenzó a vaciarse y Bosch descendió del banco de los testigos. Se dirigió directamente a Haller, quien hablaba con McPherson a media voz. Los interrumpió.
—Atwater, ¿correcto?
Haller lo miró.
—Correcto. Tenla preparada en quince minutos.
—¿Y dispondrás de un poco de tiempo para hablar después del juicio?
—Lo conseguiré. Durante el almuerzo también he mantenido una charla muy interesante. Tengo que hablarte de ella.
Bosch los dejó y salió al vestíbulo. Sabía que la cola en el diminuto puesto de los cafés junto a los ascensores sería larga y estaría repleta de miembros del jurado. Decidió bajar por las escaleras y agenciarse un café en otra planta. Antes de eso, acudió a los servicios.
Al entrar vio a Jessup frente a uno de los lavabos. Estaba inclinado. Se lavaba las manos. Sus ojos quedaban por debajo del nacimiento del espejo, de forma que no podía ver que Bosch se hallaba a sus espaldas.
Bosch se mantuvo quieto, a la espera, pensando en lo que diría cuando Jessup y él cruzaran las miradas.
Pero justo en el momento en que Jessup levantó la cabeza y lo vio a través del espejo, se abrió uno de los cubículos a su izquierda y el miembro del jurado número siete salió de él. Fue un momento embarazoso, y los tres hombres permanecieron en silencio.
Por último, Jessup agarró una toallita de papel del dispensador, se secó las manos en ella y la lanzó a la papelera. Se dirigió hacia la puerta mientras el jurado ocupaba su lugar frente al espejo. Bosch se acercó en silencio al urinario, pero se volvió para mirar a Jessup, que ya salía por la puerta.
Con el dedo índice le disparó por la espalda. Jessup no lo vio venir.