Martes, 6 de abril, 9:00 horas
En ocasiones los engranajes de la justicia ruedan engrasados. El segundo día del juicio empezó a la hora programada. El jurado al completo se encontraba en el banco, la jueza en su sillón y Jason Jessup y su abogado en la mesa de la defensa. Me levanté y llamé a mi primer testigo en el que confiaba que iba a ser un día productivo para la fiscalía. Incluso Harry Bosch había llevado ya a la sala a Izzy Gordon, y estaba listo para entrar en acción. Apenas pasaban cinco minutos de la hora de inicio. La testigo ya había prestado juramento y aguardaba sentada. Era una mujer menuda con gafas de montura negra que le agrandaban los ojos. Según mis registros tenía cincuenta años, pero aparentaba más.
—Señora Gordon, ¿podría contarle al jurado cómo se gana la vida?
—Sí. Soy técnico forense y supervisora de escenas de crímenes para el Departamento de Policía de Los Ángeles. Trabajo en la unidad forense desde 1986.
—¿Ya lo hacía el 16 de febrero de aquel año?
—Sí, ese fue mi primer día de trabajo.
—¿Y de qué se encargó ese día?
—Mi trabajo consistía en aprender. Me asignaron a un supervisor de escenas de crímenes, y debía aprender sobre el terreno.
Izzy Gordon había sido un gran hallazgo para la fiscalía. Dos técnicos y un supervisor habían trabajado en las tres escenas que conformaron el caso de Melissa Landy: el domicilio en Windsor, el contenedor de basura en la parte trasera de El Rey, y la grúa que conducía Jessup. Al acompañar al supervisor, Gordon había participado en todas ellas. El supervisor había fallecido hacía tiempo, y el resto de técnicos estaba jubilado y no podía testificar acerca de los tres emplazamientos. Contar con Gordon me permitía agilizar la presentación de las pruebas halladas en los diversos escenarios del crimen.
—¿Quién era su supervisor?
—Art Donovan.
—¿Y aquel día recibieron la orden de atender un caso?
—Sí. Un secuestro que acabó en asesinato. Fuimos saltando de escena en escena. Tres localizaciones relacionadas entre ellas.
—De acuerdo, repasemos esas escenas una por una.
Durante los siguientes noventa minutos conduje a Gordon por una recreación de aquel tour dominical por escenas de crímenes acontecidos el 16 de febrero de 1986. Utilizarla como guía me permitió ir repartiendo fotografías de ellas, al igual que vídeos e informes sobre pruebas. Royce continuó con su táctica de protestar sin descanso. Con ello buscaba impedir que la información fluyera libremente hacia el jurado. Pero no se apuntó ningún tanto y consiguió acabar con la paciencia de la jueza. Consciente de ello, me abstuve de quejarme. Deseaba que esa molestia terminara calando. Podría resultarme útil más adelante.
El testimonio de Gordy fue de lo más rutinario al explicar los infructuosos intentos por conseguir huellas de pies o cualquier otro tipo de evidencias en el jardín delantero del hogar de los Landy. Adquirió mayor dramatismo cuando recordó la llamada en la que se les indicó que acudieran con urgencia a una nueva escena del crimen: el contenedor de basuras que había detrás de El Rey.
—Nos alertaron cuando encontraron el cuerpo. Nos informaron entre murmullos, ya que la familia estaba en la casa y quería evitar enfadarla antes de confirmar que se trataba de un cadáver y que pertenecía a la niña.
—¿Usted y Donovan se dirigieron al El Rey Theatre?
—Sí, junto con el detective Kloster. Ahí nos reunimos con el ayudante del forense. Ahora teníamos un homicidio entre manos, de modo que se requirió la presencia de más técnicos.
La parte del testimonio de Gordon dedicada a El Rey supuso en gran medida una oportunidad para mostrar más filmaciones en vídeo y fotografías de la víctima en las pantallas que colgaban del techo. Mi deseo era que, por lo menos, cada uno de los miembros del jurado que se sentaba en aquel banco se sintiera enfurecido con lo que veía. Quería encender la mecha de uno de nuestros instintos más básicos. La venganza.
Di por descontado que Royce protestaría. Así lo hizo, pero por entonces ya tenía a la juez de morros. En consecuencia, su protesta al considerar que las imágenes eran demasiado gráficas y excesivas en número cayó en saco roto. Se autorizó su exhibición.
A modo de conclusión, Izzy Gordon nos llevó hasta la última de las escenas del crimen: la grúa. Nos describió cómo había descubierto tres largos cabellos atrapados en una rasgadura del asiento, y se los señaló a Donovan para que los recolectara.
—¿Qué ocurrió con esos cabellos? —pregunté.
—Los colocaron en bolsas individuales, etiquetados y enviados a la División de Investigaciones Científicas para su comparación y análisis.
El testimonio de Gordon fue fluido y eficiente. Cuando le cedí el turno a la defensa, Royce hizo todo cuanto estuvo en su mano. No perdió el tiempo atacando la recogida de las pruebas, y se limitó una vez más a buscar asideros para su teoría. Al hacerlo descartó las dos primeras escenas y pasó directamente a la de la grúa.
—Señora Gordon, cuando llegó al aparcamiento donde Aardvark tiene su flota de vehículos, ¿ya había agentes de policía ahí?
—Sí, por supuesto.
—¿Cuántos?
—No los conté, pero varios.
—¿Y detectives?
—Sí, había algunos analizando el lugar tras haber obtenido una orden judicial.
—¿Eran estos detectives los mismos con los que se había cruzado en las anteriores escenas del crimen?
—Creo que sí. Lo daría por hecho, si bien no puedo decir que me acuerde específicamente de ello.
—Pero sí que parece acordarse específicamente de otras cosas. ¿Cómo se explica, pues, que no recuerde a los detectives con los que estaba trabajando?
—Había mucha gente que trabajaba en ese caso. El detective Kloster estaba al frente de él, pero debía cubrir tres localizaciones diferentes y encargarse además de la niña que había sido testigo del secuestro. No recuerdo si estaba en el aparcamiento de las grúas cuando llegué, pero sí que estuvo presente en algún momento. Pienso que si repasan los registros de asistencia a las escenas del crimen podrán determinar quién estaba en todo momento en cada una de ellas.
—Oh, entonces haremos eso.
Royce se acercó al banco de los testigos y entregó a Gordon tres documentos y un lápiz. Luego regresó al atril.
—¿Qué son esos tres documentos, señora Gordon?
—Los registros de asistencia a las escenas del crimen.
—¿Y a qué escenas pertenecen?
—A las tres en las que trabajé durante el caso Landy.
—¿Podría dedicar un momento a estudiar estos registros y utilizar el lápiz para dibujar un círculo sobre todos los nombres que aparecen en los tres listados?
Gordon necesitó menos de un minuto para completar la tarea.
—¿Ha acabado? —le preguntó Royce.
—Sí. Se repiten cuatro nombres.
—¿Podría leérnoslos?
—Sí. Yo misma, mi supervisor, Art Donovan, el detective Kloster y su compañero Chad Steiner.
—Ustedes cuatro fueron los únicos que estuvieron presentes aquel día en las tres escenas del crimen, ¿correcto?
—Correcto.
Maggie se inclinó hacia mí y me susurró al oído.
—Contaminación por cruzamiento de escenas.
Sacudí ligeramente la cabeza y le respondía en voz baja.
—Eso sugeriría una contaminación accidental. Creo que va a por una colocación intencionada de pruebas.
Maggie asintió y se apartó. Royce formuló su siguiente pregunta.
—Al ser usted una de las cuatro únicas personas que acudieron a las tres escenas, se entiende que tenía un profundo conocimiento de este crimen y de lo que significaba, ¿me equivoco?
—No sé si estoy segura de entenderle.
—¿Las cosa estaba que ardía entre los agentes de policía que se hallaban, presentes en estas escenas?
—Bueno, todo el mundo actuó con suma profesionalidad.
—¿Quiere decir que a nadie le importaba el hecho de que se tratara de una niña de doce años?
—No, nos importaba. Uno podría asegurar que las cosas estaban cuando menos tensas en las dos primeras escenas. En una teníamos a la familia y en la otra el cadáver de la niña. La verdad es que no recuerdo que la conmoción fuera la misma en el aparcamiento de las grúas.
«Respuesta incorrecta», pensé. Acababa de abrirle una puerta a la defensa.
—De acuerdo —le concedió Royce—, pero me está diciendo que en las dos primeras escenas las emociones sí que estaban a flor de piel, ¿correcto?
Me levanté con la sola intención de darle a probar a Royce una cucharada de su propia medicina.
—Protesto. Cuestión ya formulada y respondida, señoría.
—Se acepta.
Royce permaneció impávido.
—¿De qué maneras se manifestaban esas emociones? —preguntó.
—Hablando. Art Donovan me dijo que mantuviera una distancia profesional y que teníamos que hacerlo lo mejor posible al tratarse de una niña.
—¿Qué me dice de los detectives Kloster y Steiner?
Me dijeron lo mismo, que debíamos remover cielo y tierra, que teníamos que hacerlo por Melissa.
—¿Se refería a la víctima por su nombre?
—Sí, eso lo recuerdo.
—¿Cuán rabioso y molesto diría que estaba el detective Kloster?
Me incorporé y protesté.
—Se dan por sentado hechos que no han sido probados y sobre los que no se han presentado testimonios.
La jueza la aceptó y le pidió a Royce que prosiguiera.
—Señora Gordon, ¿puede fijarse en los registros de asistencia a las escenas del crimen que tiene delante y decirnos si constan en ellos los horarios de llegada y de salida del personal de los cuerpos policiales?
—Sí que constan. Bajo cada nombre se indican los horarios.
—Previamente ha declarado que los detectives Kloster y Steiner fueron los dos únicos detectives, además de usted y de su supervisor, que acudieron a las tres escenas del crimen.
—Sí, eran los detectives encargados del caso.
—¿Acudieron a cada una de ellas antes que usted y el señor Donovan?
Gordon necesitó un momento antes de confirmar la información que constaba en los listados.
—Sí, lo hicieron.
De manera que habrían tenido acceso al cuerpo de la víctima antes de que ustedes llegaran al teatro El Rey, ¿correcto?
—No sé qué entiende por «acceso», pero, en efecto, llegaron primero a la escena.
—Por lo tanto, también habrían tenido acceso a la grúa antes de que usted llegara y descubriera esos tres cabellos atrapados de una manera tan oportuna en una grieta del asiento, ¿correcto?
Protesté. Aduje que la pregunta obligaba a Gordon a especular sobre aspectos de los que no podía haber sido testigo, y era tendenciosa, dado el empleo del término «oportunamente». Era evidente que Royce estaba actuando de cara a la galería. La jueza le pidió que reformulara la pregunta sin recurrir a licencias subjetivas.
—Los detectives habrían tenido acceso a la grúa antes de que usted llegara ahí y fuera la primera en descubrir esos tres cabellos en una grieta del asiento, ¿correcto?
Gordon captó el sentido de mi protesta y respondió de la forma en que yo deseaba.
—No lo sé porque no estaba ahí.
De todos modos, Royce había conseguido hacerle llegar su mensaje al jurado. También me había hecho llegar la estrategia que pensaba seguir con el caso. A esas alturas, era razonable asumir que la defensa iba a sostener la teoría de que la policía —representada por Kloster y su compañero Steiner— había depositado los cabellos con el fin de asegurarse de que condenaban a Jessup después de que lo hubiera identificado la niña de trece años, Sarah. Además de eso, la defensa argumentaría que la identificación errónea de Sarah había sido intencionada, al formar parte del esfuerzo de la familia Landy por cubrir el hecho de que Melissa Landy había muerto, de manera accidental o intencionada, a manos de su padrastro.
Les iba a costar llegar a esa conclusión. Para ello necesitarían que, por lo menos, uno de los miembros del jurado se tragara que se estaban gestando dos conspiraciones de manera independiente y concertada al mismo tiempo. Sin embargo, solo se me ocurrían dos abogados defensores capaces de conseguirlo, y Royce era uno de ellos. Tenía que estar preparado.
—¿Recuerda qué ocurrió después de que se topara con los cabellos en el asiento del vehículo? —le preguntó Royce a la testigo.
—Lo puse en conocimiento de Art, porque él se estaba encargando de recopilar las pruebas. Yo solo estaba ahí para observar y adquirir experiencia.
—¿Se avisó a los detectives Kloster y Steiner para que acudieran a echar un vistazo?
—Sí, eso creo.
—¿Es capaz de acordarse de todo lo que hicieron una vez ahí?
—No recuerdo que hicieran nada relacionado con la prueba del cabello. Era su caso, de manera que se les notificó el hallazgo, y eso fue todo.
—¿Estaba contenta consigo misma?
—Creo que no le sigo.
—Aquel era su primer día de trabajo. Su primer caso. ¿Estaba contenta consigo misma después de haber sido capaz de dar con esa prueba de cabello? ¿Se sentía orgullosa de sí misma?
Gordon dudó antes de contestar, como si meditara la posibilidad de que se tratara de una pregunta trampa.
—Estaba satisfecha de haber podido ayudar.
—¿Y no se preguntó nunca cómo fue posible que usted, la novata, avistara esos cabellos en una grieta del asiento, pero no lo hicieran ni su supervisor ni los dos detectives encargados del caso?
Gordon volvió a dudar y respondió con una negativa. Había sido un contrainterrogatorio excelente, que había plantado múltiples semillas que luego podrían florecer hasta convertirse en algo más provechoso para el caso de la defensa.
Cuando llegó mi turno hice lo que pude. Le solicité a Gordon que recitara los nombres de los seis agentes de policía uniformados y de los otros dos detectives que, según los registros de asistencia a las escenas del crimen, constaba que habían acudido antes que Kloster y Steiner al lugar donde se había hallado el cuerpo de Melissa Landy.
—Por consiguiente, y hablando de manera hipotética, si el detective Kloster o Steiner hubiesen querido agenciarse cabellos de la víctima para depositarlos en otro lugar, deberían haberlo hecho bajo las narices de ocho agentes o, en su defecto, reclutarlos para la causa con la intención de obtener su autorización. ¿Estamos de acuerdo?
—Sí, eso parece.
Le di las gracias a la testigo y tomé asiento. Royce se dirigió de nuevo al atril para la réplica.
—También hablando de manera hipotética, si Kloster o Steiner hubiesen querido depositar cabello de la víctima en la tercera escena del crimen, no habría sido necesario extraerlo directamente de la cabeza de aquella si existían otras fuentes, ¿correcto?
—Supongo que no, siempre y cuando existieran esas otras fuentes.
—Un peine en el domicilio de la víctima, por ejemplo. Podría haberles suministrado el cabello, ¿correcto?
—Supongo.
—Acudieron a la casa de la víctima, ¿no es así?
—Sí, esa fue una de las localizaciones de las que dejaron registro de su visita.
—No hay más preguntas.
Royce me había dado bien duro, y decidí no continuar por ese sendero. No importaba qué pudiera obtener de la testigo. Royce siempre volvería a la carga.
Retiraron a Gordon de la sala y la jueza anunció la pausa para el almuerzo. Le dije a Bosch que a la vuelta iba a tenerlo en el estrado, leyendo el testimonio de Kloster para que constara en acta. Rechazó mi propuesta de irnos a comer algo y aprovechar para discutir la teoría de la defensa, so pretexto de que tenía una cosa que hacer. Maggie tenía intención de ir al hotel a almorzar con Sarah Ann Gleason, por lo que me quedaba solo.
O eso pensaba.
Mientras me encaminaba por el pasillo central hacia la puerta trasera de la sala del tribunal, una atractiva mujer surgió de la última fila de asientos y se plantó delante de mí. Sonrió y se me acercó un poco más.
—Señor Haller, soy Rachel Walling, del FBI.
En un primer momento no se produjo ninguna señal de reconocimiento, pero el nombre no tardó en activarla en algún rincón de mi memoria.
—Sí, la especialista en perfiles psicológicos. Usted distrajo a mi detective con su teoría de que Jason Jessup es un asesino en serie.
—Bueno, espero que eso fuera más una ayuda que una distracción.
—Supongo que ya lo veremos. ¿En qué puedo ayudarla, agente Walling?
—Iba a preguntarle si tendría tiempo para que almorcemos juntos. Pero ya que me considera una distracción, quizá sería mejor que…
—¿Sabe qué, agente Walling? Está de enhorabuena. Estoy libre. Almorcemos.
Señalé la puerta y salimos.