Domingo, 26 de marzo, 6:40 horas
A mi hija le gusta dormir hasta tarde los domingos. Por lo general, no me gusta perder ese tiempo con ella. Solo la tengo un fin de semana de cada dos, y los miércoles. Pero aquel domingo era diferente. Me sentí feliz de poder dejarla durmiendo, mientras que yo madrugaba con la intención de ponerme a trabajar en la moción que debía permitir que mi testigo estrella declarara en el juicio. Estaba en la cocina, sirviéndome la primera taza de café del día, cuando oí que alguien llamaba a la puerta. Aún estaba oscuro en el exterior. Antes de abrir miré por la mirilla y me alivió comprobar que se trataba de mi exmujer. La acompañaba Harry Bosch.
Sin embargo, esa tranquilidad fue efímera. Apenas hube girado el picaporte, entraron a toda prisa y pude notar de inmediato que traían consigo muy malas vibraciones.
—Tenemos un problema —arrancó Maggie.
—¿Qué pasa?
—Lo que pasa es que Jessup ha acampado esta madrugada a la entrada de mi casa —dijo Bosch—. Y quiero saber cómo la ha encontrado y qué demonios está haciendo ahí.
Se me acercó en exceso mientras pronunciaba estas palabras. No sé qué era peor, si su aliento o su tono acusador. No estaba seguro de lo que pensaba, pero sí noté que él era el único que transmitía esa energía negativa.
Retrocedí unos pasos.
—Hayley no se ha despertado todavía. Déjame que cierre la puerta de su habitación. Hay café descafeinado recién hecho en la cocina. Puedo prepararte del normal si lo necesitas.
Atravesé el recibidor y le eché un vistazo a mi hija. Seguía roque. Cerré la puerta con la esperanza de que el griterío que se avecinaba no la despertara.
Mis dos visitantes seguían de pie cuando regresé a la sala de estar. Ninguno se había servido café. La silueta de Bosch se recortaba contra la vidriera que ofrecía las vistas a la ciudad que me habían decidido a comprar la casa. A sus espaldas, podía ver franjas de luz que se abrían camino por el cielo.
—¿Seguro que no queréis café?
Se limitaron a no quitarme la vista de encima.
—De acuerdo, sentémonos a hablar.
Les hice un gesto en dirección al sofá y las sillas, pero Bosch parecía congelado en ese punto.
—Vamos a resolver este asunto.
Pasé frente a ellos y tomé asiento en una silla junto a la ventana. Al fin, Bosch comenzó a moverse. Se sentó en el sofá que había junto a la mochila escolar de Hayley. Maggie ocupó la otra silla y tomó la palabra.
—He intentado convencer a Harry de que no pusimos su dirección en la lista de testigos.
—Por supuesto que no lo hicimos. No incluimos ninguna dirección particular en las pruebas. En tu caso, entregué dos direcciones. La de tu despacho y la del mío. Incluso di el número de la centralita del Departamento de Policía de Los Ángeles. Ni siquiera una línea directa.
—Entonces, ¿cómo ha dado con mi casa? —preguntó Bosch sin abandonar el tono de reproche.
—Mira, Harry, me estás acusando de algo de lo que soy inocente. No sé cómo lo ha descubierto, pero tampoco debe de haberle costado tanto. Venga, seamos razonables. Cualquier persona puede localizar a otra por internet. Eres el propietario de tu casa, ¿no? Pagas impuestos por ella, tienes domiciliados los recibos de los servicios y me apuesto a que te has registrado para votar. A los republicanos, sin duda.
—A los independientes.
—Bien. Lo que quiero decir es que cualquiera que lo desee puede acceder a tus datos. Añádele a ello tu nombre, que es muy peculiar. Bastaría con teclear…
—¿Les diste mi nombre completo?
—Tuve que hacerlo. Es un requisito y se ha tenido que presentar junto a las pruebas en todos aquellos juicios en los que has participado como testigo. No es relevante. A Jessup le habría bastado con acceder a internet para poder…
—Jessup se ha pasado veinticuatro años en la cárcel. Tiene menos idea de internet que yo. Lo han tenido que ayudar, y apuesto a que ha sido Royce.
—Escucha, eso no lo sabemos.
Bosch me clavó una mirada completamente tenebrosa.
—¿Ahora lo estás defendiendo? ¿A él?
—No. No estoy defendiendo a nadie. Solo digo que no debemos llegar a conclusiones precipitadas. Jessup tiene un compañero de piso y es algo parecido a una celebridad. Los famosos consiguen que la gente normal haga cosas por ellos, ¿no es así? De modo que ¿por qué no te calmas y rebobinamos un poco? Cuéntame lo que ha ocurrido en tu casa.
Bosch pareció serenarse algo, aunque todavía no estaba tranquilo del todo. No me habría extrañado que se hubiese levantado para tumbar de un golpe una lámpara o hacer un boquete en la pared. Por suerte fue Maggie quien se encargó de explicar lo que había pasado.
—Estábamos vigilándolo con los de la SIE. Pensábamos que iba a acudir a uno de los parques que había estado visitando. En vez de eso, pasó de largo y prosiguió por Mulholland. Al llegar a la calle de Harry tuvimos que mantenernos en la retaguardia para que no nos viera. Uno de los coches de la SIE llevaba bicicletas. Dos agentes subieron la cuesta y volvieron a bajar. Se encontraron a Jessup sentado dentro de su coche frente al domicilio de Harry.
—¡Maldita sea! —Gritó Bosch—. Mi hija vive conmigo. Si este capullo…
—Baja el volumen, Harry, y mide tus palabras —lo interrumpí—. Mi hija está pared con pared. Por favor, ciñámonos a los hechos. ¿Qué hizo Jessup?
Bosch dudó. No así Maggie.
—Se limitó a quedarse ahí sentado. Durante una media hora. Y encendió una vela.
—¿Una vela? ¿Dentro del coche?
—Sí, sobre el salpicadero.
—¿Qué diablos significa eso?
—Y yo qué sé.
Bosch no pudo permanecer sentado. Se levantó de un salto del sofá y empezó a recorrer la habitación de arriba abajo.
—Al cabo de media hora, arrancó y se marchó a casa —prosiguió Maggie—. Fin de la historia. Ahora mismo venimos de Venice.
Entonces fui yo quien se incorporó y comenzó a caminar, aunque me mantuve bien alejado de Bosch.
—De acuerdo, pensemos. Pensemos en lo que estaba haciendo.
—Muy brillante, Sherlock —me jaleó Bosch—. Elemental.
Asentí. Me lo tenía merecido.
—¿Hay alguna razón para creer que sabe o sospecha que lo estamos siguiendo? —pregunté.
—No, en absoluto —respondió Bosch al instante.
—Para el carro. No vayas tan rápido —lo aplacó Maggie—. He estado dándole vueltas. Unas horas antes, durante esa misma noche, hubo un momento en que casi nos descubre. ¿Te acuerdas, Harry? Fue en Breeze Avenue, ¿no?
Bosch asintió. Maggie me lo contó.
—Se creyeron que lo habían perdido al entrar en un paseo peatonal de Venice. El teniente envió a un repartidor de pizzas. Después de vaciar la vejiga, Jessup surgió de entre dos casas. Nos fue de un pelo.
Abrí los brazos.
—Bueno, quizá sea eso. Tal vez le hizo sospechar y decidió comprobar si lo estaban siguiendo. Plantarte frente a la casa del detective principal es una buena manera de espantar a las moscas que puedas tener.
—¿Quieres decir que fue algo así como una prueba?
—Exacto. Nadie se acercó a él mientras estaba ahí, ¿verdad?
—No, lo dejamos tranquilo —intervino Maggie—. Supongo que las cosas habrían sido diferentes si hubiera salido del coche.
Afirmé con un gesto.
—De acuerdo. Por lo tanto, o bien se trata de una prueba, o bien planea algo. En ese caso llevó a cabo una especie de misión de reconocimiento. Quería ver dónde vivías.
Bosch se detuvo y miró por la ventana. El cielo se había iluminado por completo.
—Ten en cuenta que no ha hecho nada ilegal —lo tranquilicé—. Es una vía pública, y tiene libertad de movimientos dentro del condado de Los Ángeles. Con independencia de lo que se trajera entre manos, es positivo que no intentaras detenerlo y, por lo tanto, te delataras.
Bosch permaneció junto a la ventana, dándonos la espalda. No tenía ni la menor idea de lo que podía estar pensando.
—Harry. Entiendo tu preocupación y la comparto, pero no podemos dejar que esto nos distraiga. Se acerca la fecha del juicio y tenemos trabajo por delante. Si condenamos a este tío, ya no saldrá de la cárcel, y nos dará igual si sabe dónde vives.
—¿Y qué debo hacer hasta entonces? ¿Sentarme en el porche de casa todas las noches con una escopeta en el regazo?
—La SIE lo tiene controlado las veinticuatro horas del día, ¿no? —Dijo Maggie—. ¿Confías en ellos?
Bosch tardó un rato en contestar.
—No lo perderán de vista —zanjó.
Maggie me miró y pude ver cómo afloraba la preocupación a sus ojos. Los tres teníamos una hija. Era complicado depositar confianza en cualquiera que no fueras tú, incluso si se trataba de un cuerpo de vigilancia de élite. Pensé durante un momento en algo que me rondaba por la cabeza desde que habíamos empezado a hablar.
—¿Qué te parece si te vienes aquí? Con tu hija. Ella podría instalarse en la habitación de Hayley, porque hoy mismo regresa con su madre. Y tú utilizarías el despacho. Tiene un sofá cama en el que me he pasado unas cuantas noches. De hecho, es muy cómodo.
Bosch dejó de mirar por la ventana y se volvió hacia mí.
—¿Te refieres a quedarme aquí hasta que se haya terminado el juicio?
—¿Por qué no? Nuestras hijas tendrían ocasión de conocerse por fin cuando Hayley nos visite.
—Es una buena idea —apostilló Maggie.
No sé si con ello se refería a que nuestras hijas se conocieran, o al hecho de que Bosch y la suya se mudaran a mi casa.
—Además, yo estoy aquí todas las noches —proseguí—. En consecuencia, cuando salgas con la SIE cuidaré bien de tu hija; sobre todo, cuando Hayley se nos una.
Bosch meditó al respecto, pero acabó sacudiendo la cabeza.
—No puedo hacerlo.
—¿Por qué no? —pregunté.
—Se trata de mi casa. De mi hogar. No voy a huir de este tío. Es él quien va a huir de mí.
—¿Qué me dices de tu hija? —le preguntó Maggie.
—Yo cuidaré de ella.
—Piensa en ello, Harry —continuó ella—. Piensa en tu hija. No quieres que corra ningún peligro.
—Mira, si Jessup tiene mi dirección, lo más probable es que también tenga esta. Mudarnos aquí no soluciona nada. Sería como… como salir por patas, y ya está. Quizá sea esa la prueba a la que me está sometiendo: comprobar cómo reacciono. De manera que no voy a hacer nada. No voy a moverme. Cuento con la SIE, y como se le ocurra volver y poner el pie en la acera, allí nos veremos.
—Esto no me gusta nada —dijo Maggie.
Pensé en el comentario de Bosch. ¿Estaría Jessup también al corriente de mi dirección?
—Ni a mí tampoco —respondí.