Viernes, 19 de marzo, 10:50 horas
Miré el reloj cuando oí a Maggie saludar a Lorna en la recepción. Entró en el despacho y dejó caer su maletín sobre la mesa. Era una de esos modelos finos y estilosos de cuero italiano, ideados para acarrear el portátil. Ella no se habría comprado nunca nada así: demasiado caro y demasiado rojo. Yo rabiaba por saber quién se lo había regalado: una de tantas cosas que quería averiguar, y que ella no me contaría jamás.
Sin embargo, el origen de ese maletín rojo era la menor de mis preocupaciones. Nos faltaban trece días para comenzar a seleccionar a los miembros del jurado del caso Jessup, y Clive nos había propinado por fin su mejor golpe antes del juicio.
—¿Dónde te habías metido? —le pregunté sin ocultar mi enfado—. Te he llamado al móvil y no me has respondido.
Se acercó hasta mi mesa. Arrastraba consigo una silla.
—Querrás decir dónde te habías metido tú.
Le eché un vistazo a mi calendario y comprobé que la casilla de ese día estaba en blanco.
—¿De qué me estás hablando?
—Mi móvil estaba apagado porque me encontraba en la entrega de diplomas de Hayley. No les gusta que suenen cuando están llamando a los niños al estrado.
—¡Oh, mierda!
Me lo había comentado y me había incluido en el e-mail de la convocatoria. Lo imprimí y lo pegué en la nevera, no así en el calendario de la oficina ni en del móvil. La había pifiado.
—Deberías haber estado ahí, Haller. Te habrías sentido orgulloso.
—Lo sé, lo sé. La he cagado.
—No importa. Tendrás más oportunidades. Para volver a pifiarla o redimirte.
Eso dolió. Habría sido mejor que me hubiese puesto a parir, como tenía por costumbre. Pero esa táctica pasivo-agresiva siempre me dejaba más tocado. Ella probablemente lo sabía.
—No faltaré a la próxima. Lo prometo.
No me respondió con algún sarcasmo en plan «¡Claro!» o «Cuéntame algo que no haya oído». De alguna manera, eso empeoró las cosas. Pasó sin más preámbulos a concentrarse en el trabajo.
—¿Qué es eso? —Señaló con un gesto el documento que tenía enfrente.
—Este es el mejor numerito final con el que nos ha salido Clive. Una moción para que Sarah Ann Gleason no testifique.
—Y, por supuesto, nos lo entrega un viernes por la tarde, tres semanas antes de que arranque el juicio.
—Diecisiete días antes, para ser más exactos.
—Vale, he calculado mal. ¿Qué dice la moción?
Le di la vuelta al documento, que estaba unido por un grueso clip de color negro, y se lo deslicé por encima de la mesa.
—Se ha dedicado a este asunto desde el principio. Es consciente de que ella es la clave del caso. Es nuestro testigo principal. Sin ella, el resto de las pruebas carece de relevancia. Incluso los cabellos encontrados en la grúa son circunstanciales. Si nos quita a Sarah, nos deja sin caso.
—Lo pillo, pero ¿cómo está intentando desembarazarse de ella?
Empezó a revolver los papeles.
—Nos lo han entregado a las nueve y consta de ochenta y seis páginas, de modo que aún no he tenido tiempo de digerirlo entero. Es un arma de doble filo. Por un lado, arremete contra la identificación original que llevó a cabo cuando era niña. Alega que la habían predispuesto en contra de Jessup. Y también…
—Pero eso ya se debatió, el tribunal lo aceptó y se apeló. Está haciéndole perder el tiempo al tribunal.
—Ahora ha cambiado el enfoque del asunto. Si recuerdas, Kloster padece alzheimer y no sirve como testigo. No puede decirnos nada acerca de la investigación, ni defender sus puntos de vista. Y, por eso, Royce alega que Kloster le indicó a Sarah el hombre a quien debía identificar. Le señaló a Jessup con el dedo.
—¿Y qué pruebas tiene? En teoría, solo Sarah y Kloster estaban presentes en aquella habitación.
—No lo sé. Carece de pruebas, pero supongo que se apoyará en la llamada por radio que hizo Kloster para ordenar que Jessup se quitara la gorra.
—No importa. La rueda de reconocimiento se organizó con la finalidad de que Sarah pudiera identificar a Derek Wilbern, el otro conductor. Cualquier argumento a favor de que luego Kloster le pidiera que señalara a Jessup es ridículo. Aquella identificación fue bastante sorprendente, pero se produjo de forma natural y convincente. No tenemos de qué preocuparnos con este asunto. Incluso sin Kloster lo haremos trizas.
Sabía que tenía razón, pero ese primer ataque no era lo que más me preocupaba.
—Esta es solo su salva de bienvenida. Ni punto de comparación con lo que viene después. También pretende eliminar su testimonio basándose en que su memoria no es fiable. Ha incluido en la moción todo su historial con las drogas. No se ha dejado ni un gramo de anfetaminas sin mencionar. Dispone de su historial de detenciones y de condenas, así como de testigos que detallan su consumo de estupefacientes, múltiples excompañeros de cama y lo que califica como su creencia en experiencias extracorpóreas. (Supongo que se olvidó de mencionaros esta parte durante vuestra visita a Port Townsend). Y, como guinda del pastel, ha contratado a expertos en pérdida de memoria y en la creación de falsos recuerdos como resultado de la adicción a las anfetaminas. En resumen, ¿sabes lo que tiene? A nosotros. Bien jodidos. Por todos lados.
Maggie seguía hojeando en silencio absoluto el sumario que había al final de la moción de Royce.
—Cuenta con detectives, tanto aquí como en San Francisco —añadí—. Es meticuloso y exhaustivo, Mags. ¿Y sabes qué? Tiene pinta de que no tiene ni la menor intención de acercarse hasta Port Townsend a hablar con ella. Asegura que no tiene por qué hacerlo, dado que ya no importa lo que tenga que decirle. No es de fiar.
—Si él tiene a sus expertos, nosotros tenemos a los nuestros. Y se lo rebatirán todo —dijo, con calma—. Ya contábamos con ello y he empezado a reclutar al equipo. Lo peor que puede ocurrir es que esto acabe en un empate técnico. Y lo sabes.
—Los expertos solo son una pequeña parte del asunto.
—Nos irá bien —insistió—. Fíjate en esta lista de testigos. Sus exmaridos y exnovios. Veo que Royce, de forma muy conveniente, se encargó de ocultar sus propios antecedentes delictivos. También son drogadictos. Haremos que parezcan chulos y pedófilos resentidos con ella porque los dejó tirados cuando estuvo limpia. Contrajo matrimonio con el primero cuando tenía dieciocho años, y él, veintinueve. Nos lo contó. Me encantaría sentarlo frente al juez. La verdad, creo que estás exagerando un poco, Haller. Podemos contrarrestarlo. Podemos arreglárnoslas para que llame a declarar ante la jueza a todos esos presuntos testigos y hacerlos saltar por los aires uno a uno. Pero tienes razón en una cosa. Este es el mejor numerito final de Royce. Lo que pasa es que no va a ser lo suficientemente bueno.
Sacudí la cabeza. Solo estaba viendo lo que existía sobre el papel y lo que podríamos esquivar o detener con nuestras propias espadas. No lo que no estaba escrito.
—Mira. Este asunto gira en torno a Sarah. Él sabe que la jueza no querrá cargarse a nuestro testigo principal. Sabe que nos saldremos con la nuestra. Se limita a advertirle a la jueza de todo aquello a lo que se arriesga Sarah si acaba testificando. Toda su vida, todos los detalles sórdidos. Tendrá que sentarse ahí y aguantar cómo le recuerdan todas las pipas que se ha fumado y todas las pollas que se ha comido. Acto seguido, sacará a alguna eminencia para que nos muestre imágenes de cerebros achicharrados en una pantalla y nos diga que eso es lo que provocan las anfetaminas. ¿Le deseamos eso? ¿Tiene la suficiente fortaleza para soportarlo? Quizá tengamos que llamar a la puerta de Royce para ofrecerle un trato que le compense el tiempo que ya ha pasado entre rejas y algún tipo de indemnización por parte del ayuntamiento. Algo que nos satisfaga a todos.
Maggie arrojó la moción sobre la mesa.
—¿Estás de broma? ¿Vas a salir huyendo por culpa de esto?
—No voy a salir huyendo. Estoy siendo realista. No fui a Washington. No tengo ni la menor idea acerca de esta mujer. No sé si será capaz de aguantarlo. Además, siempre podemos volver a la carga a través de los casos en los que Bosch ha estado trabajando.
Maggie se reclinó en la silla.
—No tenemos ninguna garantía de que esos casos nos vayan a dar resultados. Debemos concentrar todos nuestros esfuerzos en este, Haller. Puedo ir a ver de nuevo a Sarah y sostenerle la mano un rato. Entrar en detalles acerca de lo que le espera. Prepararla. Ya entendió que la cosa no iba a ser un camino de rosas.
—Por decirlo con suavidad.
—Creo que es lo suficientemente fuerte y que, de un modo un tanto extraño, le puede ir bien. Ya me entiendes: sacarlo todo fuera, expiar sus pecados. Necesita redimirse, Michael. Tú sabes de qué hablo.
Cada uno mantuvo la mirada fija en el otro durante un buen rato.
—Sea como fuere, creo que demostrará una enorme fortaleza, y que el jurado sabrá apreciarlo. Es una superviviente, y a todo el mundo le gustan los supervivientes.
Asentí.
—Sabes cómo convencer a la gente, Mags. Es un don. Ambos sabemos que deberías ser el abogado principal de este caso.
—Gracias por decirlo.
—De acuerdo. Viaja hasta ahí y tenla preparada para lo que se avecina. Quizá la próxima semana. Para entonces ya deberíamos tener el calendario de los testigos y podrás decirle cuándo nos la traemos.
—De acuerdo.
—Mientras tanto, ¿cómo se te presenta el fin de semana? Debemos preparar una respuesta a eso —le dije, y señalé la moción que reposaba sobre la mesa.
—Bueno, Harry me ha conseguido por fin una salida con la SIE. Será mañana por la noche. Él también viene, creo que le ha encontrado una canguro a su hija. Quitando eso, me tienes a tu disposición.
—¿Por qué vas a dedicarle tanto tiempo a seguir a Jessup? La policía ya lo tiene cubierto.
—Ya te lo he dicho. Quiero ver cómo se comporta cuando cree que no lo observa nadie. Te diría que te apuntaras, pero tienes que quedarte con Hayley.
—No quisiera perder el tiempo. Cuando veas a Bosch, ¿podrías darle una copia de la moción? Necesitaremos que estudie a algunos de estos testigos y sus declaraciones. Royce no los incluyó a todos en el conjunto de sus pruebas.
—Sí, ha sido listo. Los mantiene fuera de su lista de testigos y luego aparecen aquí. Si el juez le tumba la moción, alegando que es el jurado el que debe decidir acerca de la credibilidad de Gleason, volverá a la carga con una enmienda a la lista de testigos. Entonces aducirá que, en tal caso, necesita que estas personas respondan delante del jurado acerca de su grado de credibilidad.
—Y ella lo autorizará so pena de incurrir en una contradicción. Clive «el Astuto». Sabe lo que hace.
—De todas formas, le entregaré una copia a Harry, aunque creo que sigue entregado a esos antiguos casos.
—No importa. El juicio tiene prioridad. Necesitamos los antecedentes completos de esta gente. ¿Quieres tratar tú con él o me encargo yo?
En nuestro reparto de las tareas previas al juicio le había concedido a Maggie la responsabilidad de encargarse de los testigos de la defensa. De todos, excepto de Jessup. Si él testificaba, seguía siendo asunto mío.
—Hablaré con él —dijo Maggie.
Frunció el ceño. Ya conocía ese tic.
—¿Qué pasa?
—Nada. Solo le estoy dando vueltas a cómo abordar este asunto. Apuesto por presentar una moción in limine para que podamos limitar la capacidad de impugnación de Royce. Podemos argumentar que, si bien su identificación de Jessup coincide ahora con la que hizo entonces, nada de lo que le ha ocurrido desde entonces ha afectado a su credibilidad.
Negué con un gesto.
—Yo aduciría que estás infringiendo la sexta enmienda que le otorga a mi cliente el derecho de réplica a su acusador. La jueza puede establecer algunos límites si lo encuentra repetitivo, pero no cuentes con que vaya a desautorizarlo.
Se mordió los labios. Era su manera de darme la razón.
—Con todo, merece la pena intentarlo —añadí—. Cualquier cosa lo merece. De hecho, quiero enterrar a Royce en papeleo. Contraataquemos haciéndole tragarse una guía telefónica.
Me miró y esbozó una sonrisa.
—¿Qué?
—Me gusta cuando te pones todo enfadado y justiciero.
—Pues todavía no has visto nada.
Apartó la vista antes de que la cosa fuera a más.
—¿Dónde quieres que montemos el campamento base esta semana? —me preguntó—. Recuerda que tienes a Hayley. No le va a gustar que nos pasemos los dos días trabajando.
Reflexioné un momento al respecto. A Hayley le encantaban los museos, hasta el punto de que yo ya estaba harto de acompañarla siempre a los mismos. También le encantaba ir al cine, por lo que debía estar al tanto de los estrenos.
—Llévatela a mi casa por la mañana y estate preparada para trabajar con arreglo a nuestros planes. Podríamos acordar algo. Yo me la llevo a ver una película o a hacer algo por la tarde y tú quedas libre para acompañar a los de la SIE. Ya lo arreglaremos.
—De acuerdo, trato hecho.
—O bien…
—¿O bien qué?
—Puedes traerla esta noche y organizamos una cena informal para celebrar que nuestra hija ha sacado tantos sobresalientes. Incluso es posible que adelantemos algo de trabajo.
—Y también me quedo a dormir, ¿a que sí?
—Claro, si es lo que quieres.
—Eso es lo que tú deseas, Haller.
—Sí.
—Por cierto, han sido matrículas de honor. Será mejor que no te equivoques cuando la veas esta noche.
Sonreí.
—¿Esta noche? ¿Lo dices en serio?
—Eso creo.
—En tal caso, no tienes de qué preocuparte. No cometeré ningún error.