Martes, 4 de marzo, 9:00 horas
Solo era una audiencia destinada a las mociones previas al juicio, pero la sala estaba llena a reventar. Habían hecho acto de presencia muchos de los curiosos habituales y periodistas, así como una generosa cantidad de abogados. Maggie y yo estábamos sentados en la mesa de la fiscalía. Repasábamos nuestros argumentos por última vez. Ya habíamos discutido todos los asuntos frente a la jueza Breitman, y los habíamos presentado por escrito. Había llegado el momento de ver si la jueza tenía alguna otra pregunta que formular antes de hacer público su fallo. Sentía que la ansiedad crecía por momentos en mi interior. Las mociones que había presentado Clive Royce eran bastante previsibles, y Maggie y yo habíamos contraatacado con respuestas sólidas. También teníamos preparadas una exposición verbal que las respaldaría, pero en una audiencia de esas características siempre cabía la sorpresa. En más de una ocasión yo mismo había salido de ellas con un golpe de efecto que había noqueado a la fiscalía. Además, algunos casos se ganan o se pierden antes del juicio, como resultado de fallos del juez en audiencias como esa.
Me recliné y barrí la sala con la mirada. Le ofrecí una sonrisa falsa y un gesto de asentimiento a un abogado que estaba entre el público, y volví a prestarle atención a Maggie.
—¿Dónde está Bosch? —le pregunté.
—No creo que nos acompañe.
—¿Por qué no? Lleva toda la semana desaparecido.
—Ha estado trabajando en algo. Ayer llamó para preguntar si debía acudir aquí hoy, y le dije que no.
—Será mejor que esté trabajando en algo relacionado con Jessup.
—Eso me ha dicho, y también que no tardará en mostrárnoslo.
—Todo un detalle por su parte. Faltan cuatro semanas para que arranque el juicio.
Me preguntaba por qué habría decidido Bosch llamarla a ella en vez de a mí, que era el fiscal encargado del caso. Me di cuenta de que eso hacía que me enfureciera tanto con él como con Maggie.
—Escucha, no sé qué ocurrió entre vosotros dos durante vuestro viajecito a Port Townsend, pero es conmigo con quien debería estar poniéndose en contacto.
Maggie sacudió la cabeza como si se las estuviera viendo con un niño quisquilloso.
—Mira, no tienes de qué preocuparte. Él es perfectamente consciente de que eres el fiscal jefe. Probablemente piense que eres un hombre demasiado ocupado como para atender el día a día. Y voy a fingir que no he oído lo que acabas de decir de Port Townsend. Por esta vez. La próxima vez que insinúes algo al respecto, tú y yo vamos a tener un problema bien gordo.
—De acuerdo, lo siento. Es solo que…
Mi atención se desvió al otro extremo del pasillo, donde Jessup estaba sentado a la mesa de la defensa con Royce. Me miraba fijamente con una sonrisita de superioridad dibujada en el rostro. Comprendí que nos había estado mirando, y que incluso podría habernos oído.
—Discúlpame un segundo.
Me levanté y me dirigí a la mesa de la defensa para inclinarme sobre él.
—¿Puedo ayudarte en algo, Jessup?
Antes de que pudiera abrir la boca, intervino su abogado.
—No hables con mi cliente, Mick. Si deseas preguntarle algo, primero tendrás que acudir a mí.
Jessup volvió a sonreír, envalentonado por el movimiento defensivo de su letrado.
—Vete a tu sitio y siéntate —me dijo—. No tengo nada de lo que hablar contigo.
Royce levantó la mano para hacerlo callar.
—Yo me encargo de esto. Tú permanece en silencio.
—Me ha amenazado. Deberías quejarte a la jueza.
—Te he dicho que silencio, que yo me ocupo.
Jessup se cruzó de brazos y se retrepó en la silla.
—Mick, ¿qué problema tienes? —me preguntó Royce.
—Ninguno. Solo que no me gusta que me mire fijamente.
Regresé a la mesa de la fiscalía, enfadado conmigo mismo por haber perdido los estribos. Me senté y miré a la cámara que había instalada junto al banco del jurado. La jueza Breitman había autorizado que se grabara el juicio, al igual que las diversas audiencias que habrían de sucederse hasta su inicio, pero solo mediante el uso de una cámara compartida, que proporcionaría una señal universal de la que se alimentarían todas las cadenas interesadas.
Apenas unos minutos después, la jueza tomó asiento y llamó al orden a la sala. Repasamos las mociones de la defensa, una a una, y la mayoría de los fallos nos dieron la razón sin apenas necesidad de discutirlas. La más importante fue la previsible moción para desestimar el juicio por falta de pruebas. La jueza la rechazó sin apenas hacer comentarios. Cuando Royce solicitó que escucharan su punto de vista al respecto, la jueza le respondió que el asunto quedaba zanjado allí. Aquel rechazo en toda regla me encantó, aunque de cara a la galería actué como si fuera algo rutinario y aburrido.
El único aspecto sobre el que la jueza quiso entrar en detalles fue la peculiar petición de Royce para que se permitiera que su cliente se maquillara para tapar los tatuajes del cuello y de los dedos. Royce había argumentado en su moción que se los había hecho en la cárcel, mientras cumplía una injusta condena de veinticuatro años. Alegó que podían suscitar los prejuicios del jurado. Su cliente rogaba cubrirlos con un maquillaje de color carne y evitar que la fiscalía sacara el asunto a colación.
—Debo admitir que es la primera vez que me formulan una moción como esta —afirmó la jueza—. Me inclino por autorizarlo y solicitarle a la acusación que no llame la atención al respecto. Sin embargo, veo que la fiscalía ha objetado a la moción, alegando que no proporciona información suficiente sobre el contenido y la historia de esos tatuajes. ¿Podría arrojar algo de luz al respecto, señor Royce?
Royce se incorporó, interpelando a la sala desde su asiento en la mesa de la defensa. Miré en su dirección, y la vista se me fue hacia las manos de Jessup. Sabía que los tatuajes de sus nudillos eran el principal motivo de preocupación para Royce. Los del cuello podrían taparse sin problemas con la camisa que luciría durante las sesiones. Por el contrario, los de las manos eran difíciles de ocultar. En sus diez dedos llevaba entintadas las palabras «QUE TE JODAN», y Royce sabía que yo me encargaría de que al jurado no le pasara inadvertido. Ese era tal vez el mayor obstáculo para que Jessup testificara en su propia defensa, ya que Royce sabía que yo encontraría la manera, directa o indirecta, de que el jurado se quedara con su mensaje.
—Señoría, el punto de vista de la defensa es que estos tatuajes le fueron conferidos al cuerpo del señor Jessup mientras estaba en la cárcel de manera injusta y que, por lo tanto, son el producto de tan horrible experiencia. La cárcel es un lugar peligroso, señoría, y los reclusos adoptan medidas para protegerse a sí mismos. En ocasiones lo hacen por medio de tatuajes que buscan intimidar o que incluyen consignas con las que el recluso no tiene por qué comulgar. Ciertamente despertaría prejuicios en el jurado y, en consecuencia, pedimos que se le alivie de tal carga. Si se me permite añadir algo, esto responde a una mera táctica por parte de la fiscalía con el fin de retrasar el juicio. Por el contrario, la defensa no se aparta ni un ápice de su deseo de que la justicia proceda de inmediato a evaluar este caso.
Maggie se levantó a toda prisa. Ella se había encargado de rebatir aquella moción por escrito, de modo que le tocaba hacer su seguimiento en la sala.
—Señoría, ¿podría escuchar mi respuesta a las acusaciones que ha vertido la defensa?
—Un momento, señora McPherson, primero quiero que me escuchen a mí. Señor Royce, ¿podría explicarnos su comentario final?
Royce hizo una reverencia cortés.
—Sí, por supuesto, jueza Breitman. El acusado ha empezado un tratamiento para eliminar sus tatuajes. El proceso lleva su tiempo, y no habrá finalizado para cuando comience el juicio. Al objetar a nuestra sencilla petición de emplear maquillaje, la fiscalía está intentando retrasar el juicio hasta que el tratamiento se haya completado. Tras ello se oculta el esfuerzo de subvertir el tratamiento de juicio rápido al que la defensa, desde el primer día, no ha querido renunciar para desespero de la fiscalía.
La jueza miró a Maggie «la Fiera». Era su turno.
—Señoría, eso es lisa y llanamente una invención de la defensa. Ni el Estado ha solicitado retraso alguno ni se ha opuesto a la petición de la defensa de llevar a cabo un juicio rápido. De hecho, la fiscalía está lista para empezar el juicio. Así pues, semejante declaración es inaceptable y grotesca. La verdadera protesta que la fiscalía alberga a esta moción tiene que ver con el hecho de que el acusado pueda camuflarse. Un juicio entraña la búsqueda de la verdad, y permitir que recurra al maquillaje para ocultar la persona que en realidad es supondría una afrenta a esa verdad. Gracias, señoría.
—Jueza, ¿se me permite responder? —rogó de inmediato Royce, quien permanecía de pie.
Breitman realizó una pausa para tomar unas notas relativas a la intervención de Maggie.
—No será necesario, señor Royce —zanjó—. Voy a emitir un fallo por el que autorizo al señor Jessup a cubrirse los tatuajes. Si decidiera testificar en su defensa, la fiscalía no sacará a relucir el asunto delante del jurado.
—Gracias, señoría —dijo Maggie.
Tomó asiento sin dar muestra alguna de contrariedad. Solo era uno de tantos fallos, y la mayoría habían caído de nuestro lado. En el peor de los casos, suponía una pérdida menor.
—De acuerdo —dijo la jueza—. Creo que ya lo hemos abarcado todo. ¿Alguna alegación más por parte de la defensa?
—Sí, señoría —dijo Royce, y volvió a levantarse—. La defensa desea presentar una nueva moción.
Abandonó la mesa de la defensa y repartió copias de la nueva moción, primero a la jueza y luego a nosotros, una para Maggie y otra para mí. Constaban de un único folio. Maggie era una lectora veloz, una facultad que le había transmitido genéticamente a nuestra hija, la cual devoraba dos libros a la semana sin faltar a sus deberes escolares.
—Esto es una gilipollez —musitó antes de que me hubiera dado tiempo a leer siquiera el encabezamiento del documento.
No tardé en ponerme a su altura. Royce pretendía añadir otro abogado al equipo de la defensa. La moción buscaba descabalgar a Maggie del de la fiscalía aduciendo que había un conflicto de intereses. El nuevo abogado era David Bell.
Maggie se dio la vuelta a toda prisa para barrer con la mirada los bancos donde estaba el público. Miré en la misma dirección que ella, y ahí estaba David Bell, sentado al final de la segunda fila. Lo reconocí al instante porque lo había visto con Maggie en los meses posteriores al fin de nuestro matrimonio. En cierta ocasión había acudido a su apartamento a recoger a mi hija, y fue Bell quien me abrió la puerta.
Maggie recuperó su postura original. Se disponía a levantarse para dirigirse a la sala, pero puse una mano sobre su espalda para retenerla en el asiento.
—Yo me encargo —la tranquilicé.
—No, espera —me susurró, apremiante—. Pide un receso de diez minutos. Necesitamos hablar al respecto.
—Eso era precisamente lo que me disponía a hacer.
Me levanté y me dirigí a la jueza.
—Señoría, al igual que usted, es la primera vez que vemos esta moción. Podríamos llevárnosla con nosotros y tomarla en consideración, pero preferiríamos discutirla ahora mismo. Si la sala fuera tan amable de concedernos un breve receso, creo que estaríamos listos para emitir una respuesta.
—¿Quince minutos, señor Haller? Tengo otro asunto pendiente. Podría atenderlo y regresar con ustedes.
—Gracias, señoría.
Aquello significaba que debíamos abandonar la mesa para que otro fiscal tratara con la jueza el asunto que tuvieran entre manos. Hicimos sitio en la mesa arrinconando nuestros expedientes y el portátil de Maggie, nos levantamos y nos dirigimos hacia la puerta trasera de la sala. Al pasar por delante de Bell, este levantó una mano para llamar la atención de Maggie, pero ella le hizo caso omiso y siguió recto.
—¿Quieres ir arriba? —me preguntó Maggie mientras cruzábamos las puertas dobles. Me estaba sugiriendo que subiéramos al despacho del fiscal del distrito.
—No tenemos tiempo para esperar al ascensor.
—Podríamos ir por las escaleras. Solo son tres pisos.
Atravesamos las puertas que desembocaban en el hueco de las escaleras del edificio que quedaban ocultas a la vista. La agarré del brazo.
—Aquí ya estamos bien. Dime qué hacemos con Bell.
—Vaya una mierda. Nunca ha sido abogado defensor en asuntos penales, y mucho menos por un asesinato.
—Sí, tú no podrías haber cometido dos veces el mismo error.
Me taladró con la mirada.
—¿Y eso qué significa?
—No importa, solo era un chiste malo. No nos apartemos del asunto.
Tenía los brazos apretados firmemente contra el pecho.
—Esta es la maniobra más torticera que he visto jamás. Royce quiere echarme del caso y acude a Bell. Y Bell… No me puedo creer que me esté haciendo algo así.
—Sí, bueno, probablemente espere una jugosa recompensa cuando todo esto haya acabado. Deberíamos habernos imaginado que intentaría hacer algo así.
Era una táctica de la defensa a la que yo mismo había recurrido, pero no de una forma tan burda. Si no te gustaban el juez o el fiscal, una manera de deshacerte de ellos consistía en incorporar a tu equipo a alguien que les planteara un conflicto de intereses. Dado que la Constitución le garantiza al acusado un abogado de su elección, normalmente son el juez o el fiscal quienes se ven apartados del caso. Era una jugada astuta por parte de Royce.
—Ves lo que está haciendo, ¿verdad? —dijo Maggie—. Está intentando aislarte. Sabe que soy tu persona de confianza en tanto que segunda de a bordo, y pretende quitarte eso. Es consciente de que perderás el caso si yo no estoy contigo.
—Gracias por la confianza.
—Ya sabes a lo que me refiero. Es la primera vez que ejerces de fiscal. Y mi función consiste en ayudarte. Si consigue expulsarme de la mesa, ¿a quién vas a recurrir? ¿En quién confiarás?
Asentí. Llevaba razón.
—De acuerdo, cuéntame lo que pasó. ¿Cuánto tiempo estuviste con Bell?
—¿Con Bell? No he estado con él. Hace siete años salimos durante un corto periodo de tiempo. No duró más de dos meses, y si afirma lo contrario, miente.
—¿El conflicto radica en el hecho de que tuvierais una relación, o hay algo más? ¿Algo que dijeras o hicieras? ¿Algo de lo que tenga conocimiento y que sea la fuente del problema?
—No hay nada. Salimos, y simplemente no funcionó.
—¿Quién dejó a quién?
Hizo una pausa y miró al suelo.
—Él a mí.
Asentí.
—Entonces sí que existe un conflicto. Puede alegar que estás resentida con él.
—Una mujer repudiada. ¿Te refieres a eso? Menuda gilipollez. Los hombres sois…
—Para el carro, Maggie. Para el carro. Lo que estoy diciendo es que ese será su argumento, no que esté de acuerdo con él. De hecho, quiero que…
Se abrió la puerta. El fiscal que había ocupado nuestro lugar durante el receso apareció ante nuestros ojos y comenzó a subir las escaleras. Miré mi reloj. Solo habían transcurrido ocho minutos.
—Ha regresado a su despacho —soltó al pasar frente a nosotros—. Vais bien de tiempo.
—Gracias.
Esperé a oír sus pasos en el siguiente rellano antes de proseguir la conversación con Maggie en voz baja.
—Bien, ¿cómo le planto cara a esta situación?
—Comunícale a la jueza que nos hallamos ante un evidente intento de sabotear a la fiscalía. Han fichado a un abogado basándose en un único criterio, la relación que mantuvo conmigo, no porque sea capaz de aportarle conocimiento alguno a la defensa.
Asentí.
—Bien. ¿Qué más?
—No lo sé. Me cuesta pensar… De aquello hace mucho tiempo, no llegamos a estrechar lazos emocionales, y no afectará ni a mi buen juicio profesional ni a mi conducta.
—Claro, claro, claro. ¿Y qué me dices de Bell? ¿Tiene o sabe algo frente a lo que debería estar alerta?
Me miró como si estuviera ante un traidor.
—Maggie, necesito saberlo para no encontrarme luego con otra sorpresa, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. No hay nada. Muy pelado debe de estar si ha aceptado dinero a cambio de echarme del caso.
—No te preocupes, ya nos las arreglaremos. Vamos.
Regresamos a la sala y, al atravesar la cancela, le hice un gesto con la cabeza al alguacil para que llamara a la jueza. En vez de dirigirme a la mesa de la fiscalía, me desvié hacia la de la defensa, donde Royce se hallaba sentado junto a su cliente. David Bell se había incorporado a la mesa, y flanqueaba a Jessup por el otro lado. Me incliné sobre el hombro y le susurré unas palabras con un volumen lo suficientemente alto como para que su cliente pudiera oírlas.
—Clive, cuando salga la jueza te voy a conceder la oportunidad de retirar esta moción. Si no lo haces, lo primero que haré será ponerte en evidencia delante de la cámara para que quede constancia digital por los siglos de los siglos. Y en segundo lugar, retiraré la oferta de libertad a cambio de una compensación económica que le ofrecí a tu cliente la semana pasada. De manera permanente.
Vi cómo Jessup alzaba las cejas unos centímetros. No había oído hablar de ninguna oferta que implicara dinero y libertad. Porque nunca había existido. Sin embargo, ahora le correspondía a Royce convencerlo de que no le había ocultado nada. Le deseé la mejor de las suertes.
Royce sonrió como si se alegrara de mi regreso. Se reclinó de forma relajada y lanzó su pluma sobre el cuaderno de notas que estaba utilizando en el juicio. Se trataba de una Montblanc con un ribete de oro. Aquellas no eran maneras de tratarla.
—Esto se está poniendo realmente interesante. ¿Verdad, Mick? Bueno, que sepas que no voy a retirar la moción. Y que digo yo que, en el caso de que me hubieras hecho llegar una oferta que incluyera la libertad y una compensación económica, me acordaría.
Así fue como reaccionó a mi farol. Pero todavía tenía que convencer a su cliente. Vi a la jueza que salía por la puerta de su despacho y empezaba a subir los tres escalones en dirección a su asiento. Le lancé otro dardo susurrante a Royce.
—Sea lo que sea lo que le hayas pagado a Bell, has tirado el dinero.
Me acerqué a la mesa de la fiscalía, y me quedé de pie. La jueza llamó al orden a la sala.
—Muy bien, de nuevo con el caso California contra Jessup. Señor Haller, ¿desea responder a la última moción de la defensa o bien hacerlo por escrito después de haberla tomado en consideración?
—Señoría, la fiscalía desea responder ahora mismo a… la moción.
—Entonces proceda.
Procuré imprimirle el tono preciso de indignación a mi voz.
—Jueza, soy tan cínico como el que más, pero debo hacer constar mi sorpresa ante la táctica de la defensa que hay detrás de esta moción. De hecho, no nos hallamos ante una moción. Este es un ejemplo palmario de cómo se pretende subvertir el sistema judicial al negarle al Pueblo de Cali…
—Señoría —interrumpió Royce pegando un brinco—, protesto enérgicamente contra la burda representación que está llevando a cabo el señor Haller frente a los medios de comunicación y que está constando en acta. Esto no es más que grand…
—Señor Royce, tendrá la oportunidad de intervenir después de que el señor Haller responda a su moción. Por favor, permanezca sentado.
—Sí, señoría.
Royce se sentó mientras yo intentaba retomar el hilo de mi discurso.
—Adelante, señor Haller.
—Sí, señoría. Como ya sabe, el martes la fiscalía le entregó a la defensa todo el material relacionado con pruebas. Lo que ahora tiene ante sí es una moción tejida de manera taimada por el señor Royce cuando ha sido consciente de aquello a lo que tendrá que enfrentarse durante el juicio. Creyó que el Estado pensaba mirar hacia otro lado en este caso. Ahora sabe que no es esa nuestra intención.
—Pero ¿qué tiene que ver esto con la moción de la que hablamos, señor Haller?
—Todo. ¿Ha oído hablar de las compras de jueces? Bueno, pues el señor Royce es más bien un comprador de fiscales. Después de haber examinado las pruebas, ha descubierto que Margaret McPherson es quizá la pieza más importante del equipo de la acusación. Antes que enfrentarse a las pruebas durante el juicio, está intentando socavar a la fiscalía haciendo trizas el equipo que las ha recopilado. Y aquí nos hallamos, apenas a cuatro semanas de que comience el juicio, viendo cómo maniobra contra mi segunda de a bordo. Ha contratado a un abogado que prácticamente carece de experiencia en asuntos penales, y que no se había enfrentado a ningún caso de asesinato. ¿Por qué lo haría, jueza, si no fuera por la voluntad de sacar a relucir este supuesto conflicto de intereses?
—¿Señoría?
Royce había vuelto a ponerse de pie.
—Señor Royce —dijo la juez—, ya le he indicado que dispondrá de su turno.
—Pero señoría, no puedo…
—Que se siente.
Royce se sentó y la juez volvió a centrar la atención en mí.
—Jueza, nos hallamos frente a una cínica maniobra ejecutada por una defensa desesperada. Desearía que no le permitiera subvertir los principios de la Constitución.
Como si fuéramos dos hombres en un balancín, Royce se incorporó inmediatamente después de que yo tomara asiento.
—Un momento, señor Royce —dijo la jueza, y alzó la mano para que volviera a sentarse—. Quiero hablar con el señor Bell.
Y entonces le llegó a Bell el turno de levantarse. Era un hombre bien vestido, de cabello rubio y tez rojiza, pero podía notar la aprensión en sus ojos. Tanto si era él quien hubiera acudido a Royce como si había sido al revés, estaba claro que no había previsto plantarse delante de un juez para dar explicaciones.
—Señor Bell, no he tenido el placer de verlo ejercer en mi sala. ¿Se encarga de asuntos de defensa penal?
—Hum… No, señora, no de manera habitual. Soy abogado, y he actuado como asesor en más de treinta juicios. Estoy familiarizado con una sala de tribunal, señoría.
—Me alegro por usted. ¿Cuántos de esos casos fueron por asesinato?
Me sentía completamente exultante al ver coger impulso a lo que yo había puesto en marcha. Royce parecía mortificado al contemplar como su plan se hacía añicos contra el suelo, como si fuera un jarrón carísimo.
—Ninguno fue un caso de asesinato per se, pero en algunos de ellos hablábamos de muertes indebidas.
—No es lo mismo. ¿Cuántos juicios penales lleva a sus espaldas, señor Bell?
—Se lo repito, jueza: ninguno.
—¿Qué puede aportarle a la defensa del señor Jessup?
—Señoría, puedo aportar una amplia experiencia en juicios, pero no creo que hayamos venido aquí para hablar de mi curriculum vítae. El señor Jessup está en su derecho de escoger a los abogados que…
—¿Cuál es exactamente la naturaleza de su conflicto con la señora McPherson?
Bell se quedó perplejo.
—¿Ha entendido la pregunta?
—Sí, señoría, el conflicto surge de que mantuvimos una relación íntima y ahora nos veríamos enfrentados en un juicio.
—¿Estuvieron casados?
—No, señoría.
—¿Cuándo tuvo lugar esta relación íntima y cuánto duró?
—Hace siete años y se prolongó durante tres meses.
—¿Ha hablado con ella desde entonces?
Bell alzó la vista al cielo como si la respuesta se hallara ahí. Maggie se inclinó y me susurró algo al oído.
—No, señoría —respondió Bell.
Me levanté.
—Señoría, si hay que hacerle honor a la verdad, el señor Bell lleva siete años enviándole felicitaciones navideñas a la señora McPherson. Que ella no le ha respondido.
Un coro de risitas se adueñó de la sala. La jueza le hizo caso omiso y bajó la vista hacia algo que tenía frente a sí. Daba la impresión de que había escuchado lo suficiente.
—¿Dónde radica el conflicto que le preocupa, señor Bell?
—Hum, jueza, resulta algo difícil hablar de esto en una sesión a puerta abierta, pero fui yo quien puso punto y final a la relación con la señora McPherson. Por lo tanto, me preocupa que pueda existir algún tipo de animosidad latente. De ahí el conflicto.
Todos los presentes en la sala sabíamos que la jueza no se lo había tragado. Incluso resultaba engorroso de ver.
—Señora McPherson —dijo la juez.
Maggie retiró la silla y se incorporó.
—¿Alberga algún tipo de animosidad latente contra el señor Bell?
—No, señoría, al menos no hasta el día de hoy. He salido adelante… y he encontrado cosas mejores.
Pude oír un nuevo murmullo a mis espaldas cuando la bofetada de Maggie resonó en la sala.
—Gracias, señora McPherson. Puede sentarse. Y usted también, señor Bell.
Por suerte, Bell tomó asiento. La jueza se acercó al micrófono y comunicó su decisión con gesto impasible.
—Moción denegada.
Royce se levantó de inmediato.
—Señoría, no se me ha permitido hablar antes de que emitiera su fallo.
—Era su moción, señor Royce.
—Pero desearía responder a algunas de las cuestiones que ha señalado el señor Haller a propósito de…
—Señor Royce, ya he emitido mi fallo. No veo motivos para alargar la discusión. ¿Y usted?
Royce tomó nota de que su derrota podía salirle aún más cara. Decidió minimizar daños.
—Gracias, señoría.
Tomó asiento. Acto seguido, la jueza dio por finalizada la sesión, recogimos los bártulos y nos encaminamos hacia las puertas traseras. Pero no lo hicimos tan rápido como Royce. Tanto él como su cliente y su supuesto abogado de refuerzo abandonaron el lugar como si estuvieran a punto de perder el último tren un viernes por la noche. Esta vez Royce no se tomó la molestia de detenerse a la salida para charlar con los medios de comunicación.
—Gracias por dar la cara por mí —me dijo Maggie cuando llegamos a los ascensores.
Me encogí de hombros.
—Has sabido defenderte por ti misma. Eso que has comentado de que has tirado adelante y has encontrado cosas mejores que Bell, ¿lo decías en serio?
—¿Mejores que él? Sí, no hay duda.
La miré pero fui incapaz de captar nada más allá de sus palabras. Se abrieron las puertas del ascensor, y ahí estaba Harry Bosch, aguardando para salir.