Martes, 25 de febrero, 11 horas
Rachel Walling fijó la cita en un despacho ubicado en una de las torres de cristal del centro. Bosch acudió allí. Cogió un ascensor que lo depositó en la planta treinta y cuatro. La puerta de las oficinas de Franco, Becerra & Itzuris Abogados estaba cerrada. Tuvo que llamar. Rachel contestó al instante y lo invitó a entrar a una lujosa suite de despachos en la que no había ni abogados, ni secretarias ni nadie. Lo condujo hasta la sala de reuniones del bufete. Allí vio una larga mesa ovalada sobre la que reposaban la caja y los expedientes que le había entregado la semana anterior. Entraron y se acercó hasta las cristaleras que, desplegándose del techo al suelo, ofrecían vistas a la ciudad. Bosch no recordaba haber estado a semejante altura en ningún lugar del centro. Podía divisarse hasta el Dodger Stadium e incluso más allá. Buscó el área de edificios municipales y dio con la acristalada Central de la Policía de Los Ángeles, junto a la cual se levantaba la sede del Los Angeles Times. A continuación, sus ojos hicieron un barrido en dirección a Echo Park, lo que le hizo acordarse del día que había pasado ahí junto a Rachel Walling. Por aquel entonces habían formado un equipo, en más de un sentido. Aquello se le antojaba ahora muy lejano.
—¿Qué lugar es este? —preguntó, sin apartar la vista de la calle y dándole la espalda—. ¿Dónde está todo el mundo?
—No hay nadie. Solo utilizamos este sitio una vez, para una operación contra el blanqueo de dinero. Está vacío desde entonces. Como la mitad de este. La crisis. Aquí hubo un bufete de abogados de verdad, pero cerró. Así pues, lo tomamos prestado, como quien dice. La gestoría agradeció el subsidio del gobierno.
—¿Blanqueaban dinero procedente del tráfico de drogas? ¿De armas?
—Ya sabes que no te lo puedo contar, Harry. Estoy segura de que leerás algo al respecto en los próximos meses. Y entonces atarás cabos.
Bosch asintió mientras recordó el nombre escrito en la puerta. Franco, Becerra & Itzuris: FBI. Qué sagacidad.
—Me pregunto si esos gestores les explicarán a los siguientes inquilinos que la agencia empleó este lugar para detener a un puñado de malas personas. Algunos amigos de esas malas personas podrían hacerles una visita.
No respondió a ese comentario. Se limitó a invitarlo a que tomara asiento en la mesa, cosa que hizo sin apartar la vista mientras ella hacía lo propio frente a él. Llevaba el pelo suelto, cosa nada frecuente en ella. Ya la había visto así, pero nunca en horario de trabajo. Los rizos oscuros le enmarcaban el rostro, y guiaban la atención hacia sus ojos también oscuros.
—La nevera del bufete está vacía. Por eso no te ofrezco nada de beber.
—No pasa nada.
Rachel abrió la caja y empezó a extraer de ella los expedientes que le había dado.
—Rachel, no sé cómo darte las gracias por esto. Confío en que no te haya alterado mucho la vida.
—El trabajo, no. Lo he disfrutado. Sin embargo, el hecho de que hayas reaparecido en mi vida sí que la ha alterado.
A Bosch lo cogió por sorpresa.
—¿A qué te refieres?
—Tengo una relación, ¿sabes? Le había hablado de ti. La teoría de la bala única y todo eso. Por lo tanto, no le ha hecho mucha gracia que haya dedicado mis noches libres a trabajar para ti.
Bosch no sabía bien cómo responder. Todo lo que decía Rachel Walling parecía siempre lleno de mensajes ocultos. No sabía si debía pensar en algo más que lo que acababa de expresar en voz alta.
—Lo siento —soltó al final—. ¿Le dijiste que solo era trabajo, que no me interesaba otra cosa que no fuera tu opinión profesional, que acudí a ti porque eres de fiar y nadie hace esto mejor que tú?
—Él sabe que nadie hace esto mejor que yo, pero no importa. Hagámoslo, y ya está.
Abrió uno de los expedientes.
—Mi exmujer está muerta. La asesinaron el año pasado en Hong Kong.
No estaba seguro de por qué lo había soltado de una forma tan brusca. Ella levantó la vista con rapidez. Él supo que era la primera noticia que tenía al respecto.
—Oh, Dios mío. Lo siento mucho.
Bosch se limitó a asentir. Prefirió ahorrarle los detalles.
—¿Qué ha sido de tu hija?
—Ahora vive conmigo. Está bien, pero ha sido un trago bastante duro para ella. Solo hace cuatro meses que ocurrió.
Ella movió la cabeza y pareció encontrarse muy lejos de ahí mientras trataba de asimilar lo que le había contado.
—¿Y tú? Supongo que también te habrá resultado difícil.
Cabeceó, pero no supo encontrar las palabras adecuadas. Su hija era toda su vida ahora, pero tenía que pagar un precio terrible por ello. Advirtió que había sacado el tema a colación pese a ser incapaz de hablar sobre él.
—Mira, esto ha sido muy raro por mi parte. No sé por qué acabo de contártelo. Has comentado lo de la bala única, y eso me ha llevado a recordar que te hablé de ella. Podemos retomar el asunto en otro momento. Quiero decir, solo si tú lo deseas. Ahora centrémonos en el caso, ¿de acuerdo?
—Sí, por supuesto. Solo estaba pensando en tu hija. En el hecho de que perdiera a su madre y luego tuviera que mudarse a un lugar situado tan lejos de todo lo que conoce. Es decir, sé que le irá bien viviendo contigo, pero es… un cambio muy importante.
—Sí, pero lo que dicen de la capacidad de adaptación de los niños es cierto. A estas alturas ya ha hecho un montón de amigos y le va bien en la escuela. Ha supuesto un ajuste mayúsculo para ambos, pero creo que ella saldrá bien parada de todo el asunto.
—¿Y cómo saldrás tú?
Bosch le sostuvo un momento la mirada antes de contestar.
—Yo ya he tirado hacia delante. Tengo a mi hija conmigo, y es la persona más importante de mi vida.
—Eso está bien, Harry.
—Sí que lo está.
Ella rompió el contacto visual y acabó de sacar los expedientes y las fotos de la caja. Bosch pudo apreciar su transformación. Ahora era una profesional al cien por cien, una profiler del FBI, una especialista en psicología criminal que estaba lista para informar de sus descubrimientos. Bosch metió la mano en el bolsillo para extraer su cuaderno de notas. Estaba dentro de una funda de cuero que llevaba estampado un escudo de detective en la cubierta. La abrió y se dispuso a escribir.
—Quiero empezar por las fotos —dijo Rachel.
—De acuerdo.
Esparció cuatro fotografías del cuerpo de Melissa Landy en el contenedor. Las giró para que él las viera de frente. Después añadió una fila superior, con otras dos fotos de la autopsia. A Bosch siempre se le había hecho muy cuesta arriba ver fotos de niños muertos, pero estas eran particularmente duras. Las contempló durante un buen rato, hasta que fue consciente de por qué se le había formado un nudo en el estómago: el cadáver estaba en un contenedor. El que hubiesen arrojado allí a la niña parecía contener un mensaje sobre la víctima, así como un insulto añadido para todos sus seres queridos.
—El contenedor —dijo Bosch—. ¿Crees que trataba de decir algo cuando se decantó por él?
Walling hizo una pausa, como si fuera la primera vez que pensaba en ello.
—De hecho, me inclino por otro punto de vista. Creo que fue una decisión casi espontánea. No formaba parte del plan. Necesitaba un lugar adonde arrojar el cuerpo sin que lo vieran ni lo pudieran descubrir de inmediato. Sabía de la existencia de ese vertedero detrás del teatro y no dudó en usarlo. Fue por conveniencia, no porque significara nada.
Bosch asintió. Se inclinó hacia delante y escribió una nota en el cuaderno para acordarse de preguntarle a Clinton acerca del contenedor. El teatro El Rey entraba dentro de la zona de Wilshire que cubrían los conductores de Aardvark. Podría haberles resultado familiar.
—Lo siento, yo no quería arrancar el caso con mal pie —comentó mientras escribía.
—No pasa nada. He aquí el motivo por el que deseaba darle prioridad a las fotos de la niña: creo que hemos malinterpretado este crimen desde el principio.
—¿Malinterpretado?
—Bueno, da la impresión de que los primeros investigadores se tomaron la escena del crimen de forma literal, como si formara parte del plan criminal del sospechoso. En otras palabras, Jessup agarró a la niña con la intención de estrangularla y dejarla en el vertedero. Así queda patente en el perfil que se realizó del crimen. Este se le remitió al FBI y al Departamento de Justicia de California para compararlo con el material disponible en sus archivos.
Abrió un expediente y sacó el extenso informe y los formularios de solicitud de información que había preparado el detective Kloster hacía veinticuatro años.
—El detective Kloster andaba a la búsqueda de crímenes similares que pudiera relacionar con Jessup. No obtuvo ningún resultado, y ahí se acabó todo.
Bosch había dedicado varios días a estudiar el expediente original del caso, y ya sabía todo lo que le estaba contando Walling. De todas maneras, dejó que prosiguiera sin interrupciones porque tenía la sensación de que lo conduciría hasta algo en lo que no había reparado. En ello radicaba su belleza y su arte. No importaba que el FBI fuera incapaz de reconocerlo y que no le sacara todo el partido posible a sus habilidades. Él siempre lo haría.
—Creo que este caso adoleció de un perfil defectuoso desde el mismo arranque. A ello hay que añadirle el que, por aquel entonces, los bancos de datos no eran tan sofisticados ni tan exhaustivos como hoy en día. El enfoque fue erróneo desde el principio, por lo que no es de extrañar que desembocara en un callejón sin salida.
Bosch asintió y tomó un rápido apunte.
—¿Has intentado rehacer el perfil?
—En la medida de mis posibilidades. Y el punto de partida está justo aquí. En las fotos. Échales un vistazo a las heridas.
Bosch se acercó a las fotografías que reposaban encima de la mesa. No vio ninguna herida en la chica. La habían lanzado de cualquier manera sobre un contenedor de basura que estaba casi a rebosar. Seguramente habrían estado levantando o renovando algún escenario dentro del teatro, porque casi todo lo que había allí eran desechos de material de construcción. Serrín, cubos de pintura, y pequeños trozos de madera cortada y rota. Fragmentos de paneles y de láminas de plástico rasgadas. Melissa Landy estaba boca arriba, junto a uno de los extremos del contenedor. Bosch no pudo distinguir ni una sola gota de sangre, ni en ella ni en su vestido.
—¿De qué heridas estamos hablando?
Walling se levantó con la intención de inclinarse sobre las imágenes. Utilizó la punta de un bolígrafo para indicar los lugares a los que Bosch debía prestar atención. Dibujó círculos sobre unas decoloraciones situadas en el cuello de la víctima.
—Las lesiones en el cuello. Si te fijas, hay un cardenal de forma ovalada en el lado derecho, y uno más grande al otro lado. Estas señales dejan claro que la estrangularon hasta matarla, con una sola mano.
Se valió del bolígrafo para ilustrar lo que estaba diciendo.
—El pulgar a la derecha y los cuatro dedos restantes a la izquierda. Una sola mano. Ahora bien, ¿por qué?
Volvió a sentarse. Bosch se alejó de las fotos y se recostó en su asiento. El hecho de que hubiesen estrangulado a Melissa con una sola mano no le venía de nuevas a Bosch, ya que así constaba en el perfil del asesinato que había realizado Kloster.
—Hace veinticuatro años se sugirió que Jessup había asfixiado a la niña con la mano derecha mientras se masturbaba con la izquierda. Se construyó esta teoría basándose en el semen que se había hallado en el vestido de la víctima. Lo depositó allí alguien cuyo grupo sanguíneo coincidía con el de Jessup, por lo que se dio por sentado que era suyo. ¿Me sigues?
—Te sigo.
—De acuerdo. Pues el problema es que ahora sabemos que el semen no pertenecía a Jessup. Como es lógico, tanto el perfil como la teoría del crimen que se hicieron en 1986 corren el riesgo de venirse abajo. Otro elemento adicional que corrobora el error es que Jessup es diestro, tal y como ha quedado reflejado en una muestra de su escritura incluida en los expedientes. Los estudios demuestran que los diestros suelen masturbarse con la mano dominante.
—¿Se han realizado estudios al respecto?
—Te sorprenderías. Yo lo hice cuando entré en internet para indagar.
—Ya sabía yo que de internet no podía salir nada bueno.
Ella sonrió, pero no estaba ni remotamente avergonzada. Eran gajes del oficio.
—Se han realizado estudios sobre cualquier cosa que se te ocurra, incluyendo la mano con que la gente suele limpiarse el culo. De hecho, me pareció una lectura fascinante. Volviendo al caso que nos ocupa, estuvieron equivocados desde el primer momento. El asesinato no se produjo durante el acto sexual. Ahora déjame que te muestre otra tanda de fotografías.
Recopiló las fotos que había esparcidas sobre la mesa e hizo con ellas un montoncito. Lo colocó a un lado. A continuación desplegó una nueva serie que había sido tomada en el interior de la grúa que conducía Jessup el día del asesinato. Aparecía un nombre estarcido en el salpicadero.
—Bien, el día de autos Jessup conducía a Matilda —dijo Walling.
Bosch estudió las tres fotografías. La cabina parecía ordenada. El callejero de Thomas Brothers —por entonces no existía el GPS— se alineaba encima del salpicadero, y un pequeño animal de peluche, que tenía el aspecto de un oso hormiguero, colgaba del retrovisor trasero. Un apoyavasos en el centro del tablero sostenía una Big Gulp comprada en un 7-Eleven, y en una pegatina de la guantera podía leerse:
SEXO O MARÍA: AQUÍ NADIE VIAJA GRATIS.
Walling se valió de su bolígrafo favorito para trazar un círculo sobre una de las fotografías. Era un radiotransmisor de la policía instalado bajo el salpicadero.
—¿Alguien le ha dado vueltas a lo que significa esto?
Bosch se encogió de hombros.
—En aquella época, no lo sé. ¿Qué significa hoy?
—De acuerdo. Jessup era un empleado de Aardvark, una empresa de grúas que operaba bajo una licencia municipal. De todas formas, no era la única. Unas cuantas competían entre ellas. Los conductores estaban atentos a los radiotransmisores, y captaban llamadas de la policía en las que se informaba acerca de accidentes e infracciones de aparcamiento. Esto les otorgaba ventaja sobre sus rivales, ¿no es así? Excepto que todas las empresas disponían de un aparato, por lo que todas estaban al tanto e intentaban adelantarse a las demás.
—De acuerdo. Insisto, ¿qué significa esto?
—Bueno. Primero, fijémonos en el secuestro. Del testimonio de los testigos y demás se desprende que este crimen no destacó ni por la planificación ni por la paciencia del asesino. Fue un crimen impulsivo. En este aspecto estuvieron en lo cierto desde el principio. Más adelante podemos discutir las motivaciones con todo lujo de detalles, pero, de momento, baste con afirmar que algo llevó a Jessup a actuar de un modo casi incontrolable.
—Creo que las motivaciones las tengo cubiertas.
—Bien, estoy ansiosa por oírlas. Pero, por el momento, daremos por sentado que una suerte de presión interior condujo a Jessup a responder al impulso irrefrenable de agarrar a la niña. La arrastró hasta el camión y abandonó el lugar. Obviamente, no era consciente de que la hermana estaba escondida tras los arbustos y haría saltar las alarmas. Así pues, lleva a cabo el secuestro y se va todo lo lejos que puede, pero al cabo de pocos minutos escucha por el radiotransmisor que la policía está informando del secuestro. Esto le hace ser consciente de lo que ha hecho y del aprieto en el que se encuentra. No podía ni imaginarse que los acontecimientos pudieran precipitarse de esa manera. En mayor o menor medida recupera el control de sus actos. Entiende que debe abandonar su plan y protegerse. Necesita matar a la niña para eliminarla como testigo y esconder su cuerpo con el fin de evitar que lo detengan.
Bosch dio muestras de seguir su teoría con cabeceos que mostraban su asentimiento.
—Así pues, lo que me estás diciendo es que el delito cometido no fue el que él había previsto.
—Correcto. Abandonó el plan original.
—Por consiguiente, cuando Kloster acudió a la agencia en busca de casos similares, estaba apuntando en la dirección equivocada.
—Correcto de nuevo.
—Pero ¿crees que de verdad había algún plan? Tú misma has dicho que se trató de un crimen impulsivo. Vio una oportunidad y, al cabo de unos segundos, actuó en consecuencia. ¿En qué podía consistir ese plan?
—De hecho, es más que probable que hubiera trazado un plan complejo y exhaustivo. Los asesinos de esta ralea elaboran una parafilia: un minucioso patrón de la perfecta experiencia psicosexual. Fantasean sobre ella con todo lujo de detalles. Y, como te podrás imaginar, eso suele incluir la tortura y el asesinato. La parafilia forma parte de su fantasiosa vida diaria, y crece hasta el punto en que el deseo se convierte en una urgencia que, antes o después, desemboca en la compulsión de actuar. Cuando se cruza esa línea, el secuestro de la víctima puede improvisarse, mientras que la secuencia del asesinato sí que se ha planificado de antemano. Por desgracia, a la víctima se la hace encajar en ese patrón al que el asesino ha estado dándole vueltas una y otra vez dentro de su cabeza.
Bosch lanzó una mirada a su cuaderno y reparó en que había dejado de tomar notas.
—De acuerdo, pero me estás diciendo que eso no es lo que ocurrió aquí. Descartó el plan. Oyó por el radiotransmisor el aviso del secuestro, lo cual lo devolvió a la realidad. Tomó conciencia de que podrían estar cercándolo. La mató y la arrojó al contenedor para evitar que lo descubrieran.
—Exactamente. Por lo tanto, como acabas de apuntar, cuando los investigadores trataron de cotejar las características de este asesinato con las de otros anteriores, lo que hicieron fue comparar peras con manzanas. No encontraron ninguna correspondencia, y llegaron a la conclusión de que se trataba de un crimen aislado, en el que habían coincidido la oportunidad y la compulsión. Yo no creo que lo fuera.
Bosch levantó la vista de las fotos y la dirigió a Rachel.
—Crees que ya había actuado así con anterioridad.
—Creo que la idea de que ya hubiese actuado así con anterioridad resulta convincente. No me sorprendería si descubrieras que había estado implicado en otros secuestros.
—Hablamos de algo que sucedió hace más de veinticuatro años.
—Lo sé. Dado que no se relacionó a Jessup con ningún caso de asesinato sin resolver, probablemente nos enfrentemos a jóvenes que o bien desaparecieron o bien huyeron de casa. Casos en los que no llegó a establecerse ninguna escena del crimen. No se encontró a las niñas.
Bosch meditó acerca de las visitas nocturnas de Jessup a los parques que había a lo largo de Mulholland Drive. Creyó poder saber por qué encendió aquella vela en la base de un árbol.
Después lo asaltó un pensamiento más impactante y escalofriante.
—¿Crees que un individuo así podría emplear esos crímenes tan lejanos en el tiempo para alimentar sus fantasías actuales?
—Por descontado. Ha estado en la cárcel. ¿Qué otra alternativa le quedaba?
Bosch notó una presión que lo atenazaba por dentro. Una presión que llegaba con la creciente certeza de no hallarse ante un caso aislado de asesinato. Si la teoría de Walling era correcta, y no albergaba motivos para dudarlo, Jessup era un reincidente. Y si bien era cierto que había permanecido congelado durante veinticuatro años, en aquellos momentos andaba libre por la ciudad. No tardaría en volver a mostrarse vulnerable a las premuras y las urgencias que lo habían conducido a perpetrar el crimen.
En aquel instante Bosch se prometió algo a sí mismo. La siguiente ocasión en que los demonios de Jessup lo arrastraran hacia la necesidad compulsiva de matar, él estaría ahí para destruirlo.
Cuando abandonó esa ensoñación, advirtió que Rachel lo estaba mirando de una manera extraña.
—Gracias por todo esto, Rachel. Ahora creo que debo marcharme.