Miércoles, 24 de febrero, 8:45 horas
Una vez hubo dejado a su hija en el colegio, Harry dio media vuelta con el coche y regresó a Woodrow Wilson, pasó por delante de su casa y enfiló hacia lo que los vecinos llamaban el cruce con Mulholland Drive. Tanto Mulholland como Woodrow Wilson eran largas y sinuosas carreteras de montaña. Se cruzaban en dos tramos, uno en la falda y otro en la cima de la montaña, de ahí que los lugareños hablaran del cruce superior y del cruce inferior.
Cuando llegó a la cima de la montaña, Bosch giró hacia la derecha para adentrarse en Mulholland y continuó recto hasta el cruce con Laurel Canyon Boulevard. Ahí se detuvo en el arcén para realizar una llamada. Tecleó el número del sargento de comunicaciones de la SIE que le había dado Shipley. Se llamaba William, y estaba informado de la última hora de todas las operaciones de vigilancia de la SIE. El cuerpo podía trabajar de manera simultánea en cuatro o cinco casos que no guardaban ninguna relación entre ellos. A cada uno se le adjudicaba un nombre en clave, para mantenerlos controlados e impedir que los nombres reales de los sospechosos salieran a relucir a través de la radio. Bosch sabía que a la vigilancia de Jessup la habían bautizado como Operación Retro, ya que se centraba en un caso antiguo (y un nuevo juicio).
—Soy Bosch, del Departamento de Robos y Homicidios. Formo parte de la Operación Retro. Deseo conocer la ubicación del sospechoso, porque estoy a punto de llegar a uno de sus lugares predilectos. Quiero asegurarme de que no me voy a encontrar con él.
—Aguarde.
Bosch pudo oír cómo soltaban el teléfono y comenzaba una conversación por radio en la que el sargento al mando solicitaba la ubicación de Jessup. La respuesta le llegó cargada de estática. Esperó a que el sargento se la comunicara de manera oficial.
—Ahora mismo, Retro está embolsado —le informó sin demora—. Creen que está durmiendo.
Embolsado quería decir en casa.
—En tal caso, tengo el camino expedito. Gracias, sargento.
—Para lo que necesite.
Bosch colgó el teléfono y se incorporó de nuevo a Mulholland. Al cabo de unas pocas curvas, llegó a la altura de Fryman Canyon Park y se metió allí. A primera hora de aquella mañana había hablado por teléfono con Shipley, mientras este le pasaba el testigo al equipo de vigilancia de la mañana. Shipley le había informado de que Jessup había vuelto a visitar los cañones de Franklin y Fryman. A Bosch lo reconcomía la curiosidad. ¿Qué podía traerse Jessup entre manos? La sensación fue a más cuando se enteró de que también había pasado frente a la casa de Windsor que en su día acogiera a los miembros de la familia Landy.
Fryman era un parque escarpado y con muchos senderos en pendiente. En la parte más alta, junto a Mulholland, había un aparcamiento y un puesto de observación en llano. Bosch ya había tenido algún caso por aquella zona, por lo que estaba familiarizado con sus dimensiones. Dejó el coche orientado al norte. El valle de San Fernando se desplegaba frente a sus ojos. El aire estaba bastante despejado, y la panorámica abarcaba todo el valle hasta alcanzar las montañas de San Gabriel. La inclemente semana de tormentas de finales de enero había despejado el cielo, y la niebla trepaba lentamente de regreso a la cuenca del valle.
Al cabo de unos minutos, salió del coche y se dirigió hacia el banco en el que, según Shipley, Jessup se había pasado veinte minutos sentado, mientras miraba las luces de abajo. Se sentó y miró el reloj. A las once estaba citado con un testigo. Disponía de más de una hora.
El hecho de estar en el mismo sitio donde había estado Jessup no le proporcionó ni vibraciones ni la menor intuición sobre los motivos de las frecuentes visitas del sospechoso a los parques montañosos. Bosch decidió bajar por Mulholland hasta llegar a Franklin Canyon.
Sin embargo, en el parque de Franklin se encontró con más de lo mismo: un extenso remanso de paz que la naturaleza ofrecía en medio de una urbe bulliciosa. Dio con la zona de picnic de la que habían informado Shipley y los registros de la SIE, pero, una vez más, fue incapaz de comprender por qué atraía tanto a Jessup. Localizó el final del sendero de Blinderman y lo recorrió hasta que empezaron a dolerle las piernas con tanta cuesta arriba. Dio media vuelta con la intención de regresar al aparcamiento y la zona de picnic. Aún le intrigaban los movimientos de Jessup.
Mientras regresaba pasó frente a un viejo sicomoro que el sendero obligaba a sortear. Reparó en que, en la base del árbol, había algo que parecía construido por un material de un color blanco tirando a grisáceo y que se levantaba entre dos dedos de raíces expuestas al aire. Se acercó a mirar y descubrió que se trataba de cera. Una vela consumida.
Por todo el parque había carteles que advertían de la prohibición de fumar y de usar cerillas. El fuego suponía su mayor amenaza. No obstante, alguien había encendido una vela en la base de aquel árbol.
Bosch deseaba llamar a Shipley para preguntarle si era posible que Jessup hubiera encendido una vela la noche anterior, pero sabía que era improcedente. Acababa de terminar su turno nocturno de vigilancia, por lo que tal vez estaría durmiendo. Esperaría a la tarde para efectuar esa llamada.
Rodeó el árbol en busca de señales de la posible presencia de Jessup por ahí. Se diría que algún animal había estado escarbando recientemente por los alrededores. Por lo demás, no había rastro alguno de actividad.
Cuando abandonó el sendero y salió al claro en el que se encontraba la zona de picnic, vio a un guardabosques que miraba dentro de una papelera a la que le había extraído la tapadera. Se acercó.
—¿Agente?
El hombre se volvió bruscamente con la tapadera aún en la mano, que mantenía lejos de su cuerpo.
—¡Sí, señor!
—Disculpe, no pretendía acercarme a hurtadillas. Estaba… estaba caminando por aquel sendero y hay un gran árbol, creo que se trata de un sicomoro, y parece que alguien ha encendido una vela en su base. Me preguntaba si…
—¿Dónde?
—En el sendero de Blinderman.
—¿Podría enseñármelo?
—De hecho, no tengo la menor intención de volver andando hasta allá arriba. No cuento con el calzado apropiado. Es el árbol grande que se levanta a mitad de camino. Estoy seguro de que lo encontrará.
—¡No se pueden encender fuegos en el parque!
—Lo sé. Por esto le estoy informando. Deseaba preguntarle si ese árbol tiene algo especial que pudiera llevar a alguien a hacer algo así.
—Cada uno de estos árboles es especial. Todo el parque es especial.
—Sí, lo entiendo. ¿Podría limitarse a decirme…?
—Y usted, ¿podría identificarse, por favor?
—¿Perdone?
—Que si podría identificarse. Quisiera ver alguna identificación. Un hombre que va en camisa y corbata por los senderos sin el calzado adecuado se me antoja un poco sospechoso.
Bosch sacudió la cabeza y extrajo la cartera que contenía su placa.
—Aquí tiene mi identificación.
La abrió y se la acercó. Estuvo estudiándola durante un momento. Bosch se fijó en que en la placa de su uniforme ponía BROREIN.
—¿Está bien ahora? —Preguntó Bosch—. ¿Podría atender ahora a mis preguntas, agente Brorein?
—No soy un agente, sino un guardabosques. ¿Forma esto parte de una investigación?
—No, solo forma parte de una situación en la que usted se limita a responder mis preguntas acerca del árbol del que le he hablado.
Bosch señaló en la dirección por donde había llegado.
—¿Lo pilla ahora?
Brorein sacudió la cabeza.
—Lo siento, pero aquí se encuentra usted en mi terreno, y es mi deber…
—No, amigo. De hecho, es usted quien se encuentra en mi terreno. Pero gracias por su ayuda. Lo haré constar en mi informe.
Bosch se alejó de él mientras regresaba al aparcamiento. Brorein lo llamó.
—Hasta donde yo sé, ese árbol no tiene nada de especial. Solo es un árbol, detective «Borsh».
Bosch agitó la mano sin volverse. Añadió algo a la lista de cosas que le desagradaban de Brorein: su deficiente capacidad lectora.