Miércoles, 24 de febrero, 8:15 horas
Diane Breitman nos dio la bienvenida a su despacho, donde nos ofreció café y galletas. Era un gesto infrecuente viniendo de una jueza del Tribunal Penal. Estaban presentes mi segunda de a bordo, Maggie McPherson, y Clive Royce, a quien no le acompañaba su ayudante pero sí su osadía. Le pidió a la juez un té caliente.
—Esto es la mar de agradable —comenzó la jueza una vez estuvimos todos sentados delante de su mesa con las tazas y los platillos en la mano—. No he tenido ocasión de ver a ninguno de ustedes en acción. Por eso he pensado que estaría bien una primera toma de contacto informal y en privado. Cuando sea necesario, siempre podemos entrar en la sala para hacer constar algo en acta.
Sonrió, pero ninguno de nosotros habló.
—Para comenzar, déjenme decirles que le otorgo una gran importancia al decoro en la sala —prosiguió—. Por ello hago hincapié en que los abogados actúen en conformidad. Espero que este juicio sea una animada disputa en torno a la presentación de las pruebas y los hechos relativos al caso. No toleraré que no se respeten los límites de la cortesía y la jurisprudencia. No quiero que haya duda alguna al respecto.
—Sí, señoría —respondió Maggie, mientras Royce y yo asentíamos.
—Bien, abordemos ahora el asunto de la cobertura mediática. Los medios de comunicación van a estar sobrevolando este caso como los helicópteros que siguieron a O. J. Simpson por la autovía. Lo podemos dar por hecho. He recibido peticiones de tres cadenas locales, de un director de documentales y de Dateline NBC. Todas quieren grabar el juicio de principio a fin. Aunque no le veo ningún problema, siempre que se garantice la protección del jurado, lo que de verdad me preocupa son las actividades paralelas que tendrán lugar fuera del tribunal. ¿Alguno de ustedes tiene alguna opinión al respecto?
Aguardé un segundo y, al comprobar que nadie rompía el silencio, me lancé.
—Señoría, pienso que, dada la naturaleza de este caso (un nuevo juicio que se celebra veinticuatro años después del primero), a estas alturas la cobertura mediática ha sido excesiva. Por ello nos va a resultar difícil reunir a doce personas y dos suplentes que no hayan quedado expuestos a ella. Quiero decir que nos hemos topado con el acusado surfeando en la primera página del Times y disfrutando de un partido de los Lakers desde un asiento VIP. ¿Cómo vamos a conseguir un jurado imparcial? Los medios, no sin la ayuda inestimable del señor Royce, están presentando a este individuo como un pobre y acosado inocente, sin albergar la menor idea acerca de las pruebas que pesan en su contra.
—Protesto, señoría —saltó Royce.
—No puedes protestar —objeté—. No estamos en la sala.
—Tú eras abogado defensor, Mick. ¿Dónde ha quedado aquello de «inocente mientras no se demuestre lo contrario»?
—Ya se demostró.
—Durante un juicio que el Tribunal Supremo de este estado calificó de parodia. ¿A eso te referías?
—Escúchame, Clive, soy abogado. Lo de «inocente mientras no se demuestre lo contrario» es algo que se comprueba dentro de la sala, no en Larry King Live.
—No hemos acudido a Larry King Live…, de momento.
—¿Ve lo que intento decir, señoría? Él quiere que…
—¡Caballeros, por favor! —saltó Breitman.
Aguardó un momento hasta que estuvo segura de que ya estábamos calmados.
—Nos enfrentamos a la clásica situación en que necesitamos compensar el derecho de la gente a saber con una serie de garantías de que podemos contar con un jurado no contaminado por los medios, un juicio sin obstáculos y un resultado justo.
—Pero, señoría —se apresuró a decir Royce—, no podemos impedir que los medios examinen este caso. La libertad de prensa es la piedra angular de la democracia estadounidense. Asimismo, quiero recordarle la resolución que ha hecho posible que se celebre este nuevo juicio. El tribunal halló inconsistencias muy graves en las pruebas y reprendió a la Fiscalía del Distrito por la forma improcedente en que se había procesado a mi cliente. ¿Ahora va a prohibir que los medios tengan conocimiento de estas circunstancias?
—Oh, por favor —dijo Maggie con tono displicente—. No estamos pidiendo que se les prohíba a los medios de comunicación estar al tanto de lo que pasa. Me ha encantado tu noble defensa de la libertad de prensa, pero ese no es el asunto. Salta a la vista que estás intentando contaminar el proceso de selección del jurado manipulando los medios de comunicación antes de que arranque el juicio.
—¡Eso es completamente falso! —Bramó Royce—. He atendido a las peticiones de los medios, es cierto, pero no pretendo contaminar nada. Señoría, eso es una…
Desde la mesa del juez nos llegó un golpe seco. Había agarrado un martillo ornamental que reposaba junto a un juego de plumas estilográficas y lo había hecho impactar con fuerza contra la superficie de madera.
—Serenémonos —los conminó Breitman—. Y evitemos los ataques personales. Como ya les he indicado, debemos alcanzar un punto medio que nos satisfaga a todos. No pretendo amordazar a la prensa, pero no dudaré en decretar el secreto de sumario si considero que los letrados que ejercen en mi tribunal no proceden con arreglo a la responsabilidad que exige el caso. Empezaré por dejar que sean ustedes quienes determinen qué se entiende por una interacción razonable y responsable con los medios de comunicación. Pero desde este mismo momento, les advierto de que cualquier transgresión de esta acarreará consecuencias inmediatas y posiblemente dañinas para la causa del implicado. No habrá advertencias. Si se pasan de la raya, se acabó.
Hizo una pausa y aguardó a que se produjera alguna réplica. Nadie habló. Recolocó el martillo en su sitio, al lado de una pluma de oro. Su voz recuperó el tono amistoso.
—De acuerdo. Entonces, creo que nos entendemos.
Nos conminó a que nos centráramos en otros aspectos relativos al juicio, como la fecha de inicio. Deseaba saber si el plazo de que disponíamos, menos de seis semanas, nos bastaba para arrancar con el juicio con arreglo a lo acordado. Royce insistió de nuevo en que su cliente no pensaba renunciar a su derecho a un juicio rápido.
—La defensa estará preparada para el 5 de abril, siempre que la fiscalía no siga haciendo trampas con las pruebas.
Sacudí la cabeza. No podía con aquel tipo. Aunque me había desvivido porque fluyeran las pruebas, estaba intentando hacerme pasar por un tramposo delante de la juez.
—¿Trampear? —exclamé—. Señoría, ya le he entregado al señor Royce un primer expediente lleno de pruebas. Como usted sabe, esta es una carretera de doble sentido, y la fiscalía todavía no ha obtenido nada a cambio.
—Me entregó el expediente con las pruebas del primer juicio, jueza Breitman, acompañado por una lista de testigos que data de 1986. Eso subvierte por completo el espíritu y el reglamento de las pruebas.
Breitman me miró y pude comprobar que la estocada de Royce me había alcanzado.
—¿Es eso cierto, señor Haller? —me preguntó.
—No había gran cosa, señoría. La lista de testigos tiene un añadido. También hice entrega de…
—Un nombre —me interrumpió Royce—. Añadió un nombre, y fue el de su detective. Una gran aportación. Ni se me había ocurrido que su detective pudiera testificar.
—Bueno, por el momento es el único nombre nuevo de que dispongo.
Maggie se incorporó al combate con todo el arsenal.
—Señoría, la fiscalía tiene el deber de entregar todo el material relativo a las pruebas treinta días antes de que empiece el juicio. Con arreglo a mis cálculos, todavía estamos en plazo. El señor Royce se está lamentando de que la fiscalía haya actuado de buena fe, facilitándole pruebas antes de lo estipulado. Podría decirse que, para el señor Royce, incluso los gestos de cortesía merecen un castigo.
La jueza alzó la mano solicitando silencio mientras miraba el calendario que colgaba en la pared a su izquierda.
—Creo que el de la señora McPherson es un argumento válido. Su queja es prematura, señor Royce. Todo el material relativo a las pruebas debe estar en manos de ambas partes el próximo viernes día 5 de marzo. Si llegado ese momento tienen algún problema, retomaremos el asunto.
—Sí, señoría —dijo Royce, dócil.
Deseaba acercarme hasta Maggie, levantarle una mano y apretársela en señal de victoria, pero decidí que no sería apropiado. De todas formas, siempre era motivo de satisfacción ganarle un punto a Royce.
Luego estuvimos discutiendo algunos asuntos rutinarios relativos a la fase previa del juicio, dimos por concluida la reunión y salimos atravesando la sala de juicios. Me detuve a hablar del tiempo con la secretaria de la jueza. Lo cierto era que apenas la conocía. Pero no quería caminar junto a Royce. Tenía miedo de perder los papeles, justo lo que él estaría deseando.
Una vez lo vi atravesar las puertas dobles que había al final de la sala, di por finalizada la conversación y abandoné el lugar, con Maggie a mi vera.
—Le has pateado el culo, Maggie «la Fiera». Verbalmente, digo.
—De nada servirá si no se lo pateamos durante el juicio.
—No te preocupes, así lo haremos. Quiero que te encargues de completar la recopilación de las pruebas. Dedícate a hacer aquello a lo que os dediquéis los fiscales. Acumula pilas y más pilas. Dale tanto material que sea incapaz de discernir qué y quién es importante.
Sonrió mientras se daba la vuelta para abrir la puerta con la espalda.
—Empiezas a pillarlo.
—Eso espero.
—¿Y qué me dices de Sarah? Debe de olerse que hemos dado con ella. Si es listo, no va a esperarse a la fase probatoria. Probablemente disponga de un hombre que le esté siguiendo el rastro. Es posible localizarla. Harry lo ha demostrado.
—No podemos hacer gran cosa al respecto. Hablando de Harry, ¿dónde se encuentra esta mañana?
—Me llamó para decirme que tenía que realizar algunas indagaciones. Más tarde lo tendremos a mano. No has respondido a mi pregunta sobre Sarah. ¿Qué deberíamos…?
—Dile que es posible que reciba otra visita, esta vez de alguien que trabaja para la defensa, pero que no está obligada a hablar con nadie con quien no desee hablar.
Salimos al pasillo y giramos a la izquierda en dirección a la zona de los ascensores.
—Si no habla con ellos, Royce le elevará una queja a la jueza. Es la testigo clave, Mickey.
—¿Y? La juez no conseguirá hacerla hablar si ella no quiere hacerlo. Mientras tanto, Royce pierde algún tiempo para prepararse el juicio. Si quiere hacer trampas, tal y como ha hecho cuando estábamos reunidos con la jueza, entonces nosotros también las haremos. De hecho, ¿qué te parece lo que te voy a proponer? Incluyamos en la lista de testigos hasta el último compañero de celda de Jessup. Eso debería mantener ocupados a sus hombres durante un buen rato.
Una gran sonrisa cruzó el rostro de Maggie.
—No hay duda de que estás pillándolo.
Nos apretujamos en el ascensor. Maggie y yo estábamos tan cerca que podríamos habernos besado. La miré a los ojos mientras le decía.
—Será porque no quiero perder.