Martes, 23 de febrero, 20:45 horas
Ambos trabajaban en silencio. Bosch, a un extremo de la mesa del comedor, y su hija, al otro. Él, con los primeros registros de vigilancia de la SIE; ella, con los deberes, los libros de texto y el ordenador portátil desplegados frente a ella. Estaban cerca el uno del otro, pero solo físicamente. El caso de Jessup se había vuelto de lo más absorbente con la localización de antiguos testigos y la búsqueda de nuevos. Apenas le había dedicado tiempo en los últimos días. Al igual que les sucedía a sus padres, a Maggie no le costaba ningún esfuerzo albergar resentimientos. Aún no le había perdonado el desaire que él le había hecho al dejarla toda una noche al cuidado de la subdirectora del colegio. Estaba castigando a Harry con el látigo de su indiferencia. Solo tenía catorce años, pero era toda una especialista en la materia.
Los registros de la SIE eran un motivo adicional de frustración para Bosch. No por lo que contenían sino por el retraso con el que habían llegado a sus manos. Se los habían enviado siguiendo los canales burocráticos habituales. De la oficina de la SIE habían pasado a la del Departamento de Robos y Homicidios, y de allí al supervisor de Bosch, junto al cual habían permanecido tres días en una bandeja de entrada hasta que por fin se los habían entregado a Harry. Como resultado, estaba supervisando los registros relativos a los tres primeros días de vigilancia de Jason Jessup. Iba con tres días de retraso. El procedimiento era excesivamente lento. Tendría que hacer algo al respecto.
Los registros incluían datos concisos sobre los movimientos del sujeto. En todos ellos constaban el día, la hora y el lugar. La mayoría de las entradas apenas consistían en una descripción somera de una sola línea. Los registros se acompañaban de fotografías; la mayor parte de ellas, tomadas a mucha distancia para evitar que Jessup detectase la presencia de los fotógrafos. Abundaban las imágenes muy granuladas que seguían los pasos de Jessup, el flamante hombre libre, por la ciudad.
Bosch repasó los informes y no tardó en sospechar que la vida pública de Jessup no tenía nada que ver con la privada. Durante el día sus movimientos estaban coordinados con los medios de comunicación. No dejaba de publicitar cómo se había readaptado a una existencia lejos de una celda. Ello implicaba volver a aprender a conducir, escoger los platos de un menú o correr cinco kilómetros sin tener que hacer ni un solo giro. Sin embargo, por las noches emergía otro Jessup. Como no era consciente de que seguía bajo el escrutinio de ojos y cámaras, salía solo a patrullar con su coche prestado. No dejaba rincón de la ciudad sin recorrer: bares, clubes de striptease y un apartamento donde trabajaba una prostituta.
De entre todas sus actividades, había una que despertaba la curiosidad de Bosch de manera muy especial. Durante su cuarta noche en libertad, Jessup había conducido hasta Mulholland Drive, la serpenteante carretera situada en la cima de las montañas de Santa Mónica, que partían la ciudad en dos. Tanto de día como de noche, Mulholland ofrecía una de las mejores vistas panorámicas de la ciudad. No era sorprendente que Jessup quisiera ir ahí. Había puestos de observación desde los que se podía disfrutar de vistas de la ciudad iluminada, tanto hacia el norte como hacia el sur. Estas podían insuflarle fuerzas, e incluso parecer majestuosas. Él mismo había ido allí en el pasado.
Pero Jessup no había acudido para gozar de las vistas. Aparcaba el coche junto a la entrada del Franklin Canyon Park. Salía y se colaba en el parque cerrado, donde se escurría por una verja.
Esta conducta le provocó un contratiempo al equipo de la SIE, porque el parque estaba vacío y los vigilantes corrían el riesgo de que los descubrieran si se acercaban en exceso. En esos casos, el informe correspondiente era más breve que los de la mayoría de entradas:
20/02/10 - 01:12. El sujeto entra en el Franklin Canyon Park. Detectada su presencia en la zona de mesas de picnic, en el rincón nordeste, al inicio del sendero del Hombre Ciego.
20/02/10 - 2:34. El sujeto abandona el parque, toma Mulholland en sentido oeste hasta la autopista 405 y luego se dirige hacia el sur.
Acto seguido, Jessup regresó al apartamento de Venice en el que residía, y ya no salió de él en toda la noche.
Se adjuntaba una fotografía hecha con infrarrojos en la que se veía a Jessup en el parque. Estaba sentado en una de las mesas de picnic, en la más completa oscuridad. Sin hacer nada.
Bosch devolvió la fotografía a la mesa y miró a su hija. Era zurda, igual que él. Daba la impresión de estar resolviendo una operación matemática sobre un trozo de papel.
—¿Qué?
Poseía el mismo radar que su madre.
—¿Estás conectada a internet?
—Sí. ¿Qué necesitas?
—¿Me podrías buscar un mapa del Franklin Canyon Park? Se encuentra en Mulholland Drive.
—Déjame acabar esto.
Esperó paciente a que terminara de calcular un problema de matemáticas que sabía que estaría a años luz de su comprensión. Durante los últimos cuatro años había vivido con el temor de que su hija le pidiera que la ayudase con los deberes. Hacía mucho tiempo que ella lo había superado en conocimientos y aptitudes. Como era incapaz de aportarle nada en ese aspecto, se había concentrado en enseñarle otras cosas; entre ellas, la capacidad de observación y la autoprotección.
—De acuerdo.
Dejó el lápiz y agarró el ordenador hasta que lo puso frente a sí. Bosch miró el reloj. Eran casi las nueve.
—Aquí está.
Maddie deslizó el ordenador por la mesa hasta él.
El parque era más grande de lo que Bosch se había imaginado. Limitaba al sur con Mulholland, y al oeste, con Coldwater Canyon Boulevard. Una ventana en uno de los extremos del mapa indicaba que la superficie era de 2,6 kilómetros cuadrados. Bosch no era consciente de que existiera un parque natural abierto al público con semejantes dimensiones en un lugar tan céntrico de las colinas de Hollywood. El mapa tenía marcadas varias de las rutas para hacer senderismo y de las zonas de picnic. Entre estas últimas, la de la zona nordeste confluía con el sendero Blinderman. Dio por sentado que en el registro de la SIE se había producido un error, y que por eso aparecía transcrito como sendero del Hombre Ciego.
—¿De qué se trata?
Harry miró a su hija. Era su primer intento de entablar conversación en los últimos dos días. Decidió no dejarlo pasar.
—Estamos siguiendo a un tipo. La Sección de Investigaciones Especiales, la SIE. Es un departamento especializado en vigilancia. Está observando los movimientos de un individuo que acaba de salir de la cárcel. Asesinó a una niña hace mucho tiempo. Por algún motivo, acudió a este parque y se limitó a quedarse sentado en una mesa de picnic.
—¿Y? ¿No se supone que eso es lo que hace la gente en los parques?
—Bueno. Es que lo hizo en mitad de la noche. El parque estaba cerrado, se coló en él… y luego se limitó a quedarse ahí sentado.
—¿Creció cerca del parque? Quizás esté visitando los lugares donde pasó la infancia.
—No lo creo. Nos consta que creció en el condado de Riverside. Se acercaba a Los Ángeles para hacer surf, pero no he encontrado nada que lo relacione con Mulholland.
Bosch volvió a estudiar el mapa y descubrió que el parque tenía una entrada en la parte alta y otra en la baja. Jessup había accedido por la superior. Esta opción habría quedado lejos de su camino, a menos que, desde el principio, su destino hubiera sido la zona de picnic del sendero de Blinderman.
Bosch le devolvió el ordenador a su hija y miró el reloj.
—¿Te falta mucho para concluir tu trabajo?
—Terminar, papá. ¿Te falta mucho para terminar? O acabar con, ya puestos.
—Perdón. ¿Te falta mucho para terminar?
—Tan solo un problema de matemáticas.
—Bien. Tengo que hacer una llamada.
El número de móvil del teniente Wright constaba en el registro de vigilancia. Bosch supuso que debía de estar en casa y le molestaría la intrusión, pero decidió llamarlo de todos modos. Se levantó y se dirigió hasta la sala de estar. No quería descentrar a Maddie. Marcó los dígitos.
—Wright, de la SIE.
—Teniente, soy Harry Bosch.
—¿Qué hay, Bosch?
No parecía enfadado.
—Disculpe si estaba en casa y lo molesto. Solo quería…
—No estoy en casa. Estoy con su hombre.
Eso cogió a Bosch por sorpresa.
—¿Ha ocurrido algo?
—No. Es solo que el turno de noche me resulta más interesante.
—¿Dónde se encuentra ahora?
—En un bar de Venice Beach que se llama Townhouse. ¿Lo conoce?
—He estado ahí. ¿Va solo?
—Sí y no. Ha llegado solo, pero lo han reconocido. Ahí dentro no le dejan pagar ni una sola bebida, y es probable que haya tomado algo de hierba. Como le decía, las noches son más interesantes. ¿Nos llama para saber cómo anda todo?
—De hecho, no. Necesito hacerle unas cuantas preguntas. Estoy mirando los registros y, en primer lugar, querría saber si me los pueden proporcionar antes. Ya tienen tres días o más. El otro asunto se refiere a Franklin Canyon Park. ¿Qué puede contarme acerca de la parada que realizó ahí?
—¿Cuál de ellas?
—¿Ha estado dos veces?
—La verdad es que tres. La primera fue hace cuatro días, pero ha regresado las últimas dos noches.
Ese dato dejó sumamente intrigado a Bosch; sobre todo, porque no tenía ni idea de lo que significaba.
—¿Y qué hizo allí en las últimas dos ocasiones?
Maddie se levantó de la mesa del comedor y entró en la sala. Se sentó en el sofá a escuchar lo que Bosch tuviera que aportar a la conversación.
—Lo mismo que hizo la primera vez —respondió Wright—. Se cuela ahí dentro, se dirige a la zona del picnic y se sienta como si estuviera esperando a alguien.
—¿Para qué?
—Dígamelo usted, Bosch.
—Ojalá lo supiera. ¿Siempre acude a la misma hora?
—Media hora arriba, media hora abajo.
—¿Siempre entra por el acceso de Mulholland?
—Sí. Se escurre dentro y sigue el mismo camino que lo conduce hasta la zona de picnic.
—Me pregunto por qué no utiliza la otra entrada. Le resultaría más sencillo.
—Quizá le guste conducir por Mulholland para contemplar las luces.
Aquella era una buena observación sobre la que Bosch tendría que reflexionar.
—Teniente, ¿podría hacer que su equipo me llamara la próxima vez que se dirija ahí? No importa la hora que sea.
—Puedo hacer que lo llamen, pero no va a poder entrar y acercarse a él. Es demasiado arriesgado. No queremos poner en peligro la vigilancia.
—Lo entiendo, pero haga que me llamen. Solo quiero saberlo. ¿Qué me dice de los registros? ¿Hay alguna manera de que los reciba con mayor rapidez?
—Si lo desea, puede acercarse a la SIE para recogerlos todas las mañanas. Ya habrá reparado en que los registros van de seis de la tarde a seis de la mañana. Se envían a las siete de la mañana del día siguiente.
—Gracias, teniente, así lo haré. Gracias por la información.
—Que le vaya bien.
Bosch cerró el teléfono. Se preguntaba qué haría Jessup durante sus visitas a Franklin Canyon.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó Maddie.
Por enésima vez, Bosch dudó sobre la procedencia de compartir con su hija tanta información relativa a sus casos.
—Me ha dicho que el hombre ha regresado al parque las últimas dos noches. Y lo único que ha hecho es sentarse y esperar.
—¿A qué?
—Cualquiera sabe.
—Tal vez solo busque un sitio donde poder estar completamente solo, lejos de todo el mundo.
—Tal vez.
Sin embargo, Bosch tenía sus reservas. Pensaba que había un plan detrás de todo cuanto hacía Jessup. Debía averiguar de qué se trataba.
—Ya he acabado los deberes. ¿Quieres ver Perdidos?
Habían estado repasando con calma los DVD de la serie, para ponerse al día con las últimas cinco temporadas. Contaba la historia de varios supervivientes de un accidente aéreo que acababan en una isla no cartografiada en el Pacífico sur. A Bosch le costaba seguir el hilo, pero no se daba por vencido porque su hija estaba totalmente enganchada a la historia.
En ese momento no tenía tiempo para series.
—De acuerdo, pero solo un episodio. Después te vas a dormir y yo vuelvo al trabajo.
Ella sonrió. Aquello la hacía feliz. Por un momento se olvidó de todas las transgresiones paternales y gramaticales de Bosch.
—Ponlo —dijo Bosch—. Y recuérdame de qué iban los últimos episodios.
Cinco horas después, Bosch se encontraba a bordo de un jet que no dejaba de sufrir sacudidas por culpa de unas violentas turbulencias. Su hija estaba sentada en el asiento del pasillo contiguo en vez de hacerlo en el que permanecía vacío a su lado. Extendían los brazos a través del pasillo, pero los saltos del aparato los apartaban una y otra vez. Bosch era incapaz de agarrarle la mano.
En el preciso momento en que giró la cabeza y descubrió que la cola del avión era arrancada de cuajo y salía disparada hacia atrás, lo despertó un zumbido. Alargó la mano hacia la mesita de noche y cogió el teléfono. Al contestar tuvo que hacer un esfuerzo para recuperar la voz.
—Bosch al habla.
—Soy Shipley, de la SIE. Me han pedido que lo llame.
—¿Jessup se encuentra en el parque?
—Sí, pero no en el de costumbre.
—¿En cuál está, entonces?
—En el de Fryman Canyon, en Mulholland.
Bosch conocía Fryman Canyon. Apenas distaba diez minutos de Franklin Canyon.
—¿Qué está haciendo?
—Pasear por uno de los senderos. Igual que en el otro parque. Sigue el caminito y luego se sienta. Después, nada. Se queda un rato y se marcha.
—De acuerdo.
Bosch les echó un vistazo a los dígitos luminosos del reloj. Eran las dos en punto de la madrugada.
—¿Va a salir? —preguntó Shipley.
Bosch pensó en su hija, que dormía en su habitación. Sabía que podía dejarla y regresar antes de que se despertara.
—Eh… No, estoy con mi hija y no puedo dejarla.
—Usted mismo.
—¿A qué hora acaba su turno?
—A eso de las siete.
—¿Podría llamarme?
—Como quiera.
—Me gustaría que me llamara todas las mañana al acabar su turno para contarme dónde ha estado.
—Esto… de acuerdo, supongo. ¿Puedo preguntarle algo? Este tipo mató a una niña, ¿verdad?
—Cierto.
—¿Y está seguro de ello? Quiero decir, ¿no alberga la menor duda?
Bosch recapituló acerca de la entrevista con Sarah Gleason.
—No tengo ninguna duda al respecto.
—De acuerdo. Está bien saberlo.
Bosch entendía lo que intentaba decirle. Buscaba seguridad. Si las circunstancias exigían el recurso a la fuerza contra Jessup, se agradecía saber contra quién y por qué iban a disparar. No era necesario decir nada más.
—Gracias, Shipley. Luego hablamos.
Bosch cortó la comunicación y recostó de nuevo la cabeza sobre la almohada. Recordó el sueño del avión, aquella manera de buscar a su hija con la mano sin poder agarrarla.