Las oficinas legales de Dobbs y Delgado estaban en la planta veintinueve de una de las torres gemelas que constituían el sello de identidad del skyline de Century City. Llegaba justo a tiempo, pero todos se habían congregado ya en torno a una gran mesa de madera pulida de la sala de reuniones. Un gran ventanal enmarcaba una vista del oeste que se extendía por Santa Mónica hasta el Pacífico y las islas de más atrás. Era un día despejado y se divisaban Catalina y Anacapa, casi en el borde del mundo. El sol empezaba a declinar y daba la sensación de estar a la altura de los ojos, por eso habían bajado una cortina por encima de la ventana. Era como si la sala llevara gafas de sol.
Igual que mi cliente. Louis Roulet estaba sentado a la cabecera de la mesa con unas Ray-Ban de montura negra. Había cambiado el mono gris de la cárcel por un traje marrón oscuro que lucía encima de una camiseta de seda de color pálido. Proyectaba la imagen de un hombre joven y seguro de sí mismo, muy distinta del niño asustado que había visto en el corral antes de la primera comparecencia.
A la izquierda de Roulet estaba sentado Cecil Dobbs, y junto a éste una mujer bien conservada, bien peinada y enjoyada que supuse que sería la madre de Roulet. También supuse que Dobbs no le había dicho que la reunión no iba a incluirla a ella.
A la derecha de Roulet me esperaba una silla vacía. Al lado de ésta se había sentado mi investigador, Raul Levin, con una carpeta cerrada ante sí en la mesa.
Dobbs me presentó a Mary Alice Windsor, que me estrechó la mano con fuerza. Me senté y Dobbs explicó que ella costearía la defensa de su hijo y que había aceptado los términos que yo había presentado con anterioridad. Deslizó un sobre por encima de la mesa hacia mí. Miré en su interior y vi un cheque a mi nombre por valor de sesenta mil dólares. Era la provisión de fondos que había solicitado, pero sólo esperaba la mitad en el pago inicial. Había ganado más dinero en otros casos, pero era el cheque por más importe que había recibido nunca.
El cheque estaba extendido por Mary Alice Windsor. El banco era sólido como el oro, el First National de Beverly Hills. Sin embargo, cerré el sobre y lo devolví deslizándolo de nuevo por encima de la mesa.
—Voy a necesitar que sea de Louis —dije, mirando a la señora Windsor—. No me importa que usted le dé el dinero y que luego él me lo entregue a mí. Pero quiero que el cheque sea de Louis. Trabajo para él y me gustaría que quedara claro desde el principio.
Esa misma mañana había aceptado dinero de una tercera parte, pero se trataba de una cuestión de control. Me bastaba con mirar al otro lado de la mesa a Mary Alice Windsor y C. C. Dobbs para saber que tenía que asegurarme de establecer con claridad que era mi caso y que yo lo dirigiría, para bien o para mal.
No pensé que eso pudiera ocurrir, pero el rostro de Mary Windsor se endureció. Por alguna razón, su cara, plana y cuadrada, me recordó un viejo reloj de pie.
—Madre —dijo Roulet, saliendo al paso antes de que ésta interviniera—. Está bien. Yo le extenderé un cheque. Puedo cubrirlo hasta que tú me des el dinero.
La señora Windsor paseó la mirada de mí a su hijo y luego de nuevo la fijó en mí.
—Muy bien —dijo.
—Señora Windsor —dije—, es muy importante que apoye a su hijo. Y no me refiero únicamente a la parte económica. Si no tenemos éxito en que se rechacen los cargos y elegimos la vía del juicio, será muy importante que usted aparezca para mostrarle su apoyo en público.
—No diga tonterías —dijo ella—. Lo apoyaré contra viento y marea. Esas acusaciones ridículas han de ser retiradas y esa mujer… no va a cobrar ni un centavo de nosotros.
—Gracias, madre —dijo Roulet.
—Sí, gracias —dije—. Me aseguraré de informarle, probablemente a través del señor Dobbs, de dónde y cuándo se la necesitará. Es bueno saber que estará ahí por su hijo.
No dije nada más y esperé. Ella no tardó mucho en comprender que la estaba echando.
—Pero no quiere que esté aquí ahora, ¿es eso?
—Así es. Hemos de discutir el caso y es mejor y más apropiado para Louis hacerlo sólo con su equipo de defensa. El privilegio cliente-abogado no cubre a nadie más. Podrían obligarla a declarar contra su hijo.
—Pero si me voy, ¿cómo volverá Louis a casa?
—Tengo un chófer. Yo lo llevaré.
Windsor miró a Dobbs, con la esperanza de que éste contara con una regla que estuviera por encima de la mía. Dobbs sonrió y se levantó para retirarle la silla. La madre de mi cliente se lo permitió y se levantó.
—Muy bien —dijo—. Louis, te veré en la cena.
Dobbs acompañó a Windsor a la puerta de la sala de reuniones y vi que conversaban en el pasillo. No pude oír lo que decían. Finalmente ella se alejó y Dobbs volvió a entrar y cerró la puerta.
Revisé algunas cuestiones preliminares con Roulet, explicándole que tendría que comparecer al cabo de dos semanas para presentar un alegato. Entonces tendría la oportunidad de poner al estado sobre aviso de que no quería renunciar a su derecho a un juicio rápido.
—Es la primera elección que hemos de tomar —dije—. Si quiere que esta cuestión se alargue o proceder con rapidez y meter presión a la fiscalía.
—¿Cuáles son las opciones? —preguntó Dobbs.
Lo miré y después miré de nuevo a Roulet.
—Seré muy sincero —dije—. Cuando tengo un cliente que no está encarcelado me inclino a demorarlo. Es la libertad del cliente lo que está en juego, ¿por qué no aprovecharla al máximo hasta que caiga el mazo?
—Está hablando de un cliente culpable —dijo Roulet.
—Por el contrario —dije—, si el caso de la fiscalía es débil, retrasar las cosas les dará la oportunidad de reforzar su mano. Verá, el tiempo es nuestra única baza en este punto. Si no renunciamos a un juicio rápido, pondremos mucha presión en el fiscal.
—Yo no hice lo que dicen que hice —insistió Roulet—. No quiero perder más tiempo. Quiero terminar con esta mierda.
—Si nos negamos a renunciar, entonces teóricamente deben llevarlo a juicio en un plazo de sesenta días desde la lectura oficial de cargos. La realidad es que se retrasa por la vista preliminar. En una vista preliminar, el juez escucha las pruebas y decide si hay suficiente para celebrar un juicio. Es un proceso burocrático. El juez le llamará a juicio, le citarán de nuevo, el reloj se pondrá a cero y tendrá que esperar otros sesenta días.
—No puedo creerlo —dijo Roulet—. Esto va a ser eterno.
—Siempre podemos renunciar también al preliminar. Eso forzaría mucho la mano. El caso ha sido reasignado a un fiscal joven. Es bastante nuevo en delitos graves. Podría ser la mejor forma de actuar.
—Espere un momento —dijo Dobbs—. ¿Una vista preliminar no es útil en términos de ver cuáles son las pruebas con que cuenta la fiscalía?
—De hecho, no —dije—. Ya no. La asamblea legislativa intentó racionalizar las cosas hace un tiempo y convirtieron el preliminar en un trámite. Ahora normalmente sólo se presenta la policía, que cuenta al juez las declaraciones de todo el mundo. La defensa normalmente no ve ningún otro testigo que el policía. Si me pregunta mi opinión, la mejor estrategia es forzar a la acusación a mostrar las cartas o retirarse. Que se llegue a juicio en sesenta días después de la primera vista.
—Me gusta esa idea —dijo Roulet—. Quiero acabar con esto lo antes posible.
Asentí con la cabeza. Lo había dicho como si la conclusión cantada fuera un veredicto de inocencia.
—Bueno, tal vez ni siquiera llege a juicio —comentó Dobbs—. Si estos cargos no se sostienen…
—La fiscalía no va a dejarlo —dije, cortándole—. Normalmente la policía presenta un exceso de cargos y luego el fiscal los recorta. Esta vez no ha ocurrido eso, sino que la fiscalía ha aumentado las acusaciones. Lo cual me dice dos cosas: primero, que creen que el caso es sólido y, segundo, que han subido los cargos para empezar a negociar desde un terreno más alto.
—¿Está hablando de llegar a un acuerdo declarándome culpable? —preguntó Roulet.
—Sí, una disposición.
—Olvídelo, nada de acuerdos. No voy a ir a la cárcel por algo que no he hecho.
—Puede que no signifique ir a la cárcel. No tiene antecedentes y…
—No me importa que pueda quedar en libertad. No voy a declararme culpable de algo que no hice. Si esto va a ser un problema para usted, entonces hemos de terminar nuestra relación en este momento.
Lo miré a los ojos. Casi todos mis clientes hacían alegatos de inocencia en algún momento. Especialmente si era el primer caso en el que los representaba. Sin embargo, Roulet se expresó con un fervor y una franqueza que no había visto en mucho tiempo. Los mentirosos titubean. Apartan la mirada. Los ojos de Roulet sostenían los míos como imanes.
—También hay que considerar la responsabilidad civil —añadió Dobbs—. Una declaración de culpabilidad permitiría a esa mujer…
—Entiendo todo eso —dije, cortándole otra vez—. Creo que nos estamos adelantando. Sólo quiero dar a Louis una visión general de la forma en que va a funcionar el proceso. No hemos de hacer ningún movimiento ni tomar decisiones rápidas y drásticas durante al menos un par de semanas. Sólo necesitamos saber cómo vamos a manejarlo en la lectura de cargos.
—Louis cursó un año de derecho en la UCLA —señaló Dobbs—. Creo que tiene el conocimiento básico de la situación.
Roulet asintió.
—Mucho mejor —dije—. Entonces vayamos al caso. Louis, empecemos por usted. ¿Su madre dice que espera verlo en la cena? ¿Vive usted en la casa de su madre?
—Vivo en la casa de huéspedes. Ella vive en la casa principal.
—¿Alguien más vive en las instalaciones?
—La doncella. En la casa principal.
—¿Hermanos, amigos, novias?
—No.
—¿Y trabaja usted en la empresa de su madre?
—Más bien la dirijo. Ella ya no viene mucho.
—¿Dónde estuvo el sábado por la noche?
—El sába… ¿quiere decir anoche?
—No, me refiero a la noche del sábado. Empiece por ahí.
—El sábado por la noche no hice nada. Me quedé en casa viendo la tele.
—¿Solo?
—Eso es.
—¿Qué vio?
—Un DVD. Una película vieja llamada La conversación. De Coppola.
—Así que nadie estaba con usted ni le vio. Sólo miró la película y se fue a acostar.
—Básicamente.
—Básicamente. Vale. Eso nos lleva al domingo por la mañana. ¿Qué hizo ayer durante el día?
—Jugué al golf en el Riviera, mi grupo de cuatro habitual. Empecé a las diez y terminé a las cuatro. Llegué a casa, me duché y me cambié de ropa, cené en casa de mi madre. ¿Quiere saber qué comimos?
—No será necesario. Pero más tarde probablemente necesitaremos los nombres de los tipos con los que jugó al golf. ¿Qué ocurrió después de cenar?
—Le dije a mi madre que me iba a mi casa, pero salí.
Me fijé en que Levin había empezado a tomar notas en una libretita que había sacado de un bolsillo.
—¿Qué coche tiene?
—Tengo dos, un Range Rover 4×4 que uso para llevar a los clientes y un Porsche Carrera para mí.
—¿Usó el Porsche anoche, entonces?
—Sí.
—¿Adónde fue?
—Fui al otro lado de la colina, al valle de San Fernando.
Lo dijo como si descender a los barrios de clase trabajadora del valle de San Fernando fuera un movimiento arriesgado para un chico de Beverly Hills.
—¿Adónde fue? —pregunté.
—A Ventura Boulevard. Tomé una copa en Nat’s North y luego fui a Morgan’s y tomé una copa también allí.
—Esos sitios son bares para ligar, ¿no le parece?
—Sí. A eso fui.
Fue franco en eso y aprecié su sinceridad.
—Entonces estaba buscando a alguien. A una mujer. ¿A alguna en concreto, a alguna que conociera?
—Ninguna en particular. Estaba buscando acostarme, pura y simplemente.
—¿Qué ocurrió en Nat’s North?
—Lo que ocurrió fue que era una noche de poco movimiento, así que me fui. Ni siquiera me acabé la copa.
—¿Va allí con frecuencia? ¿Las camareras le conocen?
—Sí. Anoche trabajaba una chica llamada Paula.
—O sea que no le fue bien y se marchó. Fue a Morgan’s. ¿Por qué Morgan’s?
—Es sólo otro sitio al que voy.
—¿Le conocen allí?
—Deberían. Dejo buenas propinas. La otra noche Denise y Janice estaban detrás de la barra. Me conocen.
Me volví hacia Levin.
—Raul, ¿cuál es el nombre de la víctima?
Levin abrió su carpeta y sacó un informe policial, pero respondió sin necesidad de mirarlo.
—Regina Campo. Sus amigos la llaman Reggie. Veintiséis años. Dijo a la policía que es actriz y trabaja de teleoperadora.
—Y con ganas de jubilarse pronto —dijo Dobbs.
No le hice caso.
—Louis, ¿conocía a Reggie Campo antes de esta última noche? —pregunté.
Roulet se encogió de hombros.
—Más o menos. La había visto por el bar. Pero nunca había estado con ella antes. Ni siquiera había hablado nunca con ella.
—¿Lo había intentado alguna vez?
—No, nunca había podido acercarme a ella. Ella siempre estaba con alguien o con más de una persona. No me gusta penetrar entre la multitud, ¿sabe? Mi estilo es buscar a las que están solas.
—¿Qué fue diferente anoche?
—Anoche ella se acercó a mí, eso fue lo diferente.
—Cuéntenoslo.
—No hay nada que contar. Yo estaba en la barra de Morgan’s pensando en mis cosas, echando un vistazo a las posibilidades, y ella estaba con un tipo en el otro extremo de la barra. Así que ni siquiera estaba en mi radar porque parecía que ya la habían elegido, ¿entiende?
—Ajá, entonces ¿qué pasó?
—Bueno, al cabo de un rato el tipo con el que ella estaba se fue a mear o salió a fumar, y, en cuanto él se va, ella se levanta, se me acerca y me pregunta si estoy interesado. Yo le digo que sí, pero le pregunto qué pasa con el tipo con el que está. Ella dice que no me preocupe por él, que se habrá ido a las diez y que el resto de la noche está libre. Me escribe la dirección y me pide que vaya después de las diez. Yo le digo que allí estaré.
—¿Dónde escribió la dirección?
—En una servilleta, pero la respuesta a su siguiente pregunta es no, ya no la tengo. Memoricé la dirección y tiré la servilleta. Trabajo en el sector inmobiliario. Puedo recordar direcciones.
—¿Qué hora era?
—No lo sé.
—Bueno, ella dijo que pasara a las diez. ¿Miró el reloj en algún momento para saber cuánto tendría que esperar?
—Creo que eran entre las ocho y las nueve. En cuanto volvió a entrar el tipo, se fueron.
—¿Cuándo se marchó usted del bar?
—Me quedé unos minutos y luego me fui. Hice una parada más antes de ir a su casa.
—¿Dónde?
—Bueno, ella vivía en un apartamento de Tarzana, así que fui al Lamplighter. Me quedaba de camino.
—¿Por qué?
—No sé, quería saber qué posibilidades había. En fin, ver si había algo mejor, algo por lo que no tuviera que esperar o…
—¿O qué?
Él no terminó la idea.
—¿Ser segundo plato?
Asintió.
—Bien, ¿con quién habló en el Lamplighter? ¿Dónde está, por cierto? —Era el único sitio que había mencionado que no conocía.
—Está en Ventura, cerca de White Oak. En realidad no hablé con nadie. Estaba repleto, pero no vi a nadie que me interesara.
—¿Las camareras le conocen allí?
—No, no creo. No voy demasiado.
—¿Normalmente tiene suerte antes de la tercera opción?
—No, normalmente me rindo después de dos.
Asentí para ganar un poco de tiempo y pensar en qué más preguntar antes de llegar a lo que ocurrió en la casa de la víctima.
—¿Cuánto tiempo estuvo en el Lamplighter?
—Una hora, más o menos. Quizás un poco menos.
—¿En la barra? ¿Cuántas copas?
—Sí, dos copas en la barra.
—¿Cuántas copas en total había tomado anoche antes de llegar al apartamento de Reggie Campo?
—Eh, cuatro como mucho. En dos horas, o dos horas y media. Dejé una sin tocar en Morgan’s.
—¿Qué bebía?
—Martini. De Gray Goose.
—¿En alguno de esos sitios pagó la copa con tarjeta de crédito? —preguntó Levin, en la que fue su primera pregunta de la entrevista.
—No. Cuando salgo pago en efectivo.
Miré a Levin y esperé para ver si tenía algo más que preguntar. En ese momento sabía más que yo del caso. Quería darle rienda suelta para que preguntara lo que quisiera.
Me miró y le di mi autorización con un gesto. Estaba listo para empezar.
—Veamos —dijo—, ¿qué hora era cuando llegó al apartamento de Reggie?
—Eran las diez menos doce minutos. Miré el reloj. Quería asegurarme de que no llamaba a la puerta demasiado pronto.
—Y ¿qué hizo?
—Esperé en el aparcamiento. Ella dijo a las diez, así que esperé hasta las diez.
—¿Vio salir al hombre con el que la había dejado en Morgan’s?
—Sí, lo vi. Salió y se fue, entonces yo subí.
—¿Qué coche llevaba? —preguntó Levin.
—Un Corvette amarillo —dijo Roulet—. Era un modelo de los noventa. No sé el año exacto.
Levin asintió con la cabeza. Había concluido. Sabía que sólo quería conseguir una pista del hombre que había estado en el apartamento de Campo antes que Roulet. Asumí el interrogatorio.
—Así que se va y usted entra. ¿Qué ocurre?
—Entré en el edificio. Su apartamento estaba en el segundo piso. Subí, llamé a la puerta y ella abrió y yo entré.
—Espere un segundo. No quiero el resumen. ¿Subió? ¿Cómo? ¿Escalera, ascensor, qué? Denos los detalles.
—Ascensor.
—¿Había alguien más en el ascensor? ¿Alguien le vio?
Roulet negó con la cabeza. Yo le hice una señal para que continuara.
—Ella entreabrió la puerta, vio que era yo y me dijo que pasara. No había un recibidor espacioso, sólo un pasillo. Pasé a su lado para que pudiera cerrar la puerta. Por eso se quedó detrás de mí. Y no lo vi venir. Tenía algo. Me golpeó con algo y yo caí. Todo se puso negro enseguida.
Me quedé en silencio mientras reflexionaba, tratando de formarme una imagen mental.
—¿Así que antes de que ocurriera nada, ella simplemente le noqueó? No dijo nada, no gritó nada, sólo le salió por detrás y ¡pam!
—Exacto.
—Vale, y luego qué. ¿Recuerda qué pasó a continuación?
—Todavía está bastante neblinoso. Recuerdo que me desperté y vi a esos dos tipos encima mío. Sujetándome. Entonces llegó la policía. Y la ambulancia. Estaba sentado contra la pared y tenía las manos esposadas. El personal médico me puso amoniaco o algo así debajo de la nariz y entonces fue cuando de verdad me desperté. Uno de los tipos que me habían retenido estaba diciendo que había intentado violar y matar a esa mujer. Todas esas mentiras.
—¿Aún estaba en el apartamento?
—Sí. Recuerdo que moví los brazos para poder mirarme las manos que tenía a la espalda y vi que tenía la mano envuelta en una especie de bolsa de plástico y entonces fue cuando supe que todo era una trampa.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Ella me puso sangre en la mano para que pareciera que lo había hecho yo. Pero era mi mano izquierda. Yo no soy zurdo. Si iba a pegar a alguien habría usado mi mano derecha.
Hizo un gesto de boxeo con la mano derecha para ejemplificarlo por si no lo entendía. Yo me levanté de donde estaba y paseé hasta la ventana. Me dio la sensación de estar por encima del sol. Estaba mirando la puesta de sol desde arriba. Me sentí inquieto con la historia de Roulet. Parecía tan rocambolesca que podía ser cierta. Y eso me preocupaba. Siempre había temido no ser capaz de reconocer la inocencia. La posibilidad de ella en mi trabajo era tan remota que funcionaba con el temor de no poder reconocerla cuando la encontrara. Podía pasarla por alto.
—Vale, hablemos de esto un segundo —dije, todavía con el sol de cara—. Está diciendo que Regina Campo puso sangre en su mano para tenderle una trampa. Y se la puso en la izquierda. Pero si iba a tenderle una trampa, ¿no le habría puesto la sangre en la mano derecha, puesto que la inmensa mayoría de la gente es diestra? ¿No se habría basado en la estadística?
Me volví hacia la mesa y me encontré con las miradas impertérritas de todos.
—Dice que ella entreabrió la puerta y le dejó pasar —declaré—. ¿Le vio la cara?
—No toda.
—¿Qué es lo que vio?
—Su ojo. Su ojo izquierdo.
—¿En algún momento le vio el lado derecho del rostro? Cuando entró.
—No, ella estaba detrás de la puerta.
—¡Eso es! —dijo Levin, excitadamente—. Ella ya tenía las heridas cuando él entró. Se esconde de él, él entra y ella le noquea. Todas las heridas estaban en el lado derecho de su rostro y por eso puso la sangre en su mano izquierda.
Asentí al pensar en la lógica del razonamiento. Parecía tener sentido.
—De acuerdo —dije, volviéndome hacia la ventana y reanudando mi paseo—. Creo que eso funcionará. Veamos, Louis, nos ha dicho que había visto a esa mujer en el bar antes pero que nunca había hablado con ella. Entonces, era una desconocida. ¿Por qué iba a hacer eso, Louis? ¿Por qué iba a tenderle una trampa como usted asegura?
—Dinero.
Pero no fue Roulet quien respondió. Había sido Dobbs. Me volví de la ventana y lo miré. Él sabía que había hablado fuera de su turno, pero no pareció importarle.
—Es obvio —dijo Dobbs—. Ella quiere sacarle dinero, a él y a la familia. Probablemente está presentando la demanda civil mientras hablamos. Los cargos penales son sólo el preludio de la demanda monetaria. Eso es lo que de verdad está buscando.
Me senté otra vez y miré a Levin, estableciendo contacto visual.
—He visto una foto de esa mujer en el tribunal hoy —dije—. Tenía la mitad de la cara hecha papilla. ¿Está diciendo que ésta es nuestra defensa, que se lo hizo a sí misma?
Levin abrió la carpeta y sacó un trozo de papel. Era una fotocopia en blanco y negro de la prueba fotográfica que Maggie McPherson me había enseñado en el tribunal. La cara hinchada de Reggie Campo. La fuente de Levin era buena, pero no tanto como para conseguirle la fotografía original. Deslizó la fotocopia por la mesa para que Dobbs y Roulet la vieran.
—Tendremos las fotos de verdad en el proceso de presentación de hallazgos —dije—. Se ve peor, mucho peor, y si vamos con su historia entonces el jurado (esto es, si llega a un jurado) va a tener que creerse que se hizo eso a sí misma.
Observé cómo Roulet estudiaba la fotocopia. Si había sido él quien había agredido a Reggie Campo, no mostró nada que lo revelara al examinar su obra. No mostró nada en absoluto.
—¿Sabe qué? —dije—. Me gusta pensar que soy un buen abogado, que tengo grandes dotes de persuasión con los jurados. Pero me cuesta creerme a mí mismo con esta historia.