El sonido fue ensordecedor y el destello tan brillante como el de una cámara. El impacto de la bala fue como imagino que será la coz de un caballo. En una fracción de segundo pasé de estar de pie a ser empujado hacia atrás. Golpeé con fuerza el suelo de madera y fui impulsado a la pared, junto a la chimenea del salón. Traté de llevarme ambas manos al agujero en mis tripas, pero mi mano derecha continuaba en el bolsillo de la chaqueta. Me sostuve con la izquierda y traté de sentarme.
Mary Windsor entró en la casa. Tuve que mirarla. A través de la puerta abierta vi que la lluvia caía detrás de ella. Levantó el arma y me apuntó a la frente. En un momento de destello vi el rostro de mi hija y supe que iba a abandonarla.
—¡Ha tratado de arrebatarme a mi hijo! —gritó Windsor—. ¿Creía que iba a permitir que lo hiciera como si tal cosa?
Y entonces lo supe. Todo cristalizó. Supe que le había dicho palabras similares a Levin antes de matarlo. Y supe que no había habido ninguna violación en una mansión vacía de Bel-Air. Ella era una madre haciendo lo que tenía que hacer. Recordé entonces las palabras de Roulet. «Tiene razón en una cosa. Soy un hijo de puta».
Y supe también que el último gesto de Levin no había sido para hacer la señal del demonio, sino para hacer la letra M o W, según como se mirara.
Windsor dio otro paso hacia mí.
—Váyase al infierno —dijo.
Ajustó la mano para disparar. Yo levanté mi mano derecha, todavía enredada en mi chaqueta. Debió de pensar que era un gesto de defensa, porque no se dio prisa. Estaba saboreando el momento. Lo sé. Hasta que yo disparé.
El cuerpo de Mary Windsor trastabilló hacia atrás con el impacto y aterrizó sobre su espalda en el umbral. Su pistola repiqueteó en el suelo y oí un lamento agudo. En ese mismo momento oí el ruido de pies que corrían en los escalones de la terraza delantera.
—¡Policía! —gritó una mujer—. ¡Tiren las armas!
Miré a través de la puerta y no vi a nadie.
—¡Tiren las armas y salgan con las manos en alto!
Esta vez fue un hombre el que había gritado y reconocí la voz.
Saqué la pistola del bolsillo de mi chaqueta y la dejé en el suelo. La aparté de mí.
—El arma está en el suelo —grité lo más alto que pude hacerlo con un boquete en el estómago—. Pero me han herido. No puedo levantarme. Los dos estamos heridos.
Primero vi el cañón de un arma apareciendo en el umbral. Luego una mano y por último un impermeable negro mojado. Era el detective Lankford. Entró en la casa y rápidamente lo siguió su compañera, la detective Sobel. Al entrar, Lankford apartó la pistola de Windsor de una patada. Continuó apuntándome con su propia arma.
—¿Hay alguien más en la casa? —preguntó en voz alta.
—No —dije—. Escúcheme.
Traté de sentarme, pero el dolor se transmitió por mi cuerpo, y Lankford gritó.
—¡No se mueva! ¡Quédese ahí!
—Escúcheme. Mi fami…
Sobel gritó una orden en una radio de mano, pidiendo ambulancias para dos personas heridas de bala.
—Un transporte —la corrigió Lankford—. Ella ha muerto.
Señaló con la pistola a Windsor.
Sobel se metió la radio en el bolsillo del impermeable y se me acercó. Se arrodilló y apartó mi mano de la herida. Me sacó la camisa por fuera de los pantalones para poder levantarla y ver la herida antes de volver a colocar mi mano sobre el agujero de bala.
—Apriete lo más fuerte que pueda. Sangra mucho. Hágame caso, apriete con fuerza.
—Escúcheme —repetí—, mi familia está en peligro. Han de…
—Espere.
Ella buscó en su impermeable y sacó un teléfono móvil de su cinturón. Lo abrió y pulsó una tecla de marcado rápido. El receptor de la llamada contestó de inmediato.
—Soy Sobel. Será mejor que lo detengáis otra vez. Su madre acaba de dispararle al abogado. Él llegó antes.
Sobel escuchó un momento y preguntó.
—Entonces, ¿dónde está?
La detective escuchó un poco más y se despidió. Yo la miré en cuanto ella cerró el teléfono.
—Lo detendrán. Su hija está a salvo.
—¿Lo estaban vigilando?
Sobel asintió con la cabeza.
—Nos hemos aprovechado de su plan, Haller. Tenemos mucho sobre él, pero esperábamos tener más. Le dije que queríamos solucionar el caso Levin. Esperábamos que si lo dejábamos suelto nos mostraría su truco, nos mostraría cómo llegó a Levin. Pero creo que la madre acaba de resolvernos el misterio.
Entendí. Incluso con la sangre y la vida yéndose por la herida de mi estómago logré entenderlo. Soltar a Roulet había sido una trampa. Esperaban que viniera a por mí, revelando el método que había usado para burlar el sistema GPS del brazalete del tobillo cuando había matado a Raul Levin. Sólo que él no había matado a Raul. Su madre lo había hecho por él.
—¿Maggie? —pregunté débilmente.
Sobel negó con la cabeza.
—Está bien. Tuvo que seguir la corriente, porque no sabíamos si Roulet le había pinchado la línea o no. No podía decirle que ella y Hayley estaban a salvo.
Cerré los ojos. No sabía si simplemente estar agradecido de que estuvieran bien o enfadado porque Maggie hubiera usado al padre de su hija como cebo para un asesino.
Traté de sentarme.
—Quiero llamarla. Ella…
—No se mueva. Quédese quieto.
Volví a apoyar la cabeza en el suelo. Tenía frío y estaba a punto de temblar, aun así también sentía que estaba sudando. Sentía que me debilitaba y mi respiración era más tenue.
Sobel sacó la radio del bolsillo otra vez y preguntó el tiempo estimado de llegada de la ambulancia. Le contestaron que la ayuda médica estaba todavía a seis minutos.
—Aguante —me dijo Sobel—. Se pondrá bien. Depende de lo que esa bala le haya hecho por dentro, se pondrá bien.
—Genial…
Quise decir genial con todo el sarcasmo. Pero me estaba desvaneciendo.
Lankford se acercó a Sobel y me miró. En una mano enguantada tenía la pistola con la que me había disparado Mary Windsor. Reconocí el mango de nácar. La pistola de Mickey Cohen. Mi pistola. La pistola con la que ella había matado a Raul.
Asintió y yo lo tomé como una especie de señal. Quizá que a sus ojos había subido un peldaño, que sabía que había hecho el trabajo que les correspondía a ellos al hacer salir al asesino. Quizás incluso me estaba ofreciendo una tregua y quizá no odiaría tanto a los abogados después de eso.
Probablemente no. Pero asentí y el leve movimiento me hizo toser. Sentí algo en mi boca y supe que era sangre.
—No se nos muera ahora —ordenó Lankford—. Si terminamos haciendo el boca a boca a un abogado defensor, nunca lo superaremos.
Sonrió y yo le devolví la sonrisa. O lo intenté. Entonces la oscuridad empezó a llenar mi campo visual. Pronto estuve flotando en ella.