Seguí a Minton hasta la sala del tribunal. Estaba vacía salvo por Meehan, que estaba sentado ante el escritorio del alguacil. Cogí mi maletín de la mesa de la defensa y me dirigí a la portezuela.
—Eh, Haller, espere un segundo —dijo Minton, al tiempo que recogía unas carpetas de la mesa de la acusación.
Me detuve en la portezuela y lo miré.
—¿Qué?
Minton se acercó a la portezuela y señaló la puerta de atrás de la sala.
—Salgamos de aquí.
—Mi cliente estará esperándome fuera.
—Venga aquí.
Se dirigió a la puerta y yo lo seguí. En el vestíbulo en el que dos días antes había confrontado a Roulet, Minton se detuvo para confrontarme. Pero no dijo nada. Estaba reuniendo las palabras. Decidí empujarlo más todavía.
—Mientras va a buscar a Smithson creo que pararé en la oficina del Times en la segunda y me aseguraré de que el periodista sepa que habrá fuegos artificiales aquí dentro de media hora.
—Mire —balbució Minton—, hemos de arreglar esto.
—¿Hemos?
—Aparque lo del Times, ¿vale? Déme su número de móvil y déme diez minutos.
—¿Para qué?
—Déjeme bajar a mi oficina y ver qué puedo hacer.
—No me fío de usted, Minton.
—Bueno, si quiere lo mejor para su cliente en lugar de un titular barato, tendrá que confiar en mí diez minutos.
Aparté la mirada del rostro del fiscal y simulé que estaba considerando la oferta. Finalmente volví a mirarlo. Nuestros rostros estaban a sólo medio metro de distancia.
—Sabe, Minton, podría haberme tragado todas las mentiras. La navaja, la arrogancia y todo lo demás. Soy profesional y he de vivir con esa mierda de los fiscales todos los días de mi vida, pero cuando trató de cargarle Corliss a Maggie McPherson, es cuando decidí no mostrar piedad.
—Mire, no hice nada intencionadamente…
—Minton, mire a su alrededor. No hay nadie más que nosotros. No hay cámaras, no hay cintas, no hay testigos. ¿Va a quedarse ahí y va a decirme que nunca había oído hablar de Corliss antes de la reunión de equipo de ayer?
Respondió señalándome con un dedo airado.
—¿Y usted va a quedarse ahí y va a decirme que no había oído hablar de él hasta esta mañana?
Nos miramos el uno al otro un largo momento.
—Puedo ser novato, pero no soy estúpido —dijo—. Toda su estrategia consistía en empujarme a usar a Corliss. Todo el tiempo supo lo que podía hacer con él. Y probablemente lo supo por su ex.
—Si puede demostrarlo, demuéstrelo —dije.
—Oh, no se preocupe, podría… si tuviera tiempo. Pero sólo tengo media hora.
Lentamente levanté la muñeca y miré mi reloj.
—Más bien veintiséis minutos.
—Déme su número de móvil.
Lo hice y Minton se fue. Esperé quince segundos en el vestíbulo antes de franquear la puerta.
Roulet estaba de pie junto a la cristalera que daba a la plaza. Su madre y C. C. Dobbs estaban sentados en un banco contra la pared opuesta. Más allá vi a la detective Sobel entreteniéndose en el pasillo.
Roulet me vio y empezó a avanzar hacia mí. Enseguida lo siguieron su madre y Dobbs.
—¿Qué pasa? —preguntó Dobbs en primer lugar.
Esperé hasta que todos se reunieron cerca de mí antes de responder.
—Creo que todo está a punto de explotar —dije.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Dobbs.
—La jueza está considerando un veredicto directo. Lo sabremos muy pronto.
—¿Qué es un veredicto directo? —preguntó Mary Windsor.
—Significa que el juez retira la decisión de manos del jurado y emite un veredicto de absolución. La jueza está enfadada porque Minton ha actuado mal con Corliss y algunas cosas más.
—¿Puede hacerlo? Simplemente absolverlo.
—Ella es la jueza. Puede hacer lo que quiera.
—¡Oh, Dios mío!
Windsor se llevó una mano a la boca y puso cara de estar a punto de romper a llorar.
—He dicho que lo está considerando —la previne—. No significa que vaya a ocurrir. Pero ya me ha ofrecido un juicio nulo y lo he rechazado de pleno.
—¿Lo ha rechazado? —exclamó Dobbs—. ¿Por qué diablos ha hecho eso?
—Porque no significa nada. El Estado podría volver y juzgar otra vez a Louis, esta vez con mejores armas porque ya conocen nuestros movimientos. Olvídese del juicio nulo. No vamos a educar al fiscal. Queremos algo sin retorno o nos arriesgaremos con un veredicto del jurado hoy. Incluso si dictaminan contra nosotros, tenemos fundamentos sólidos para apelar.
—¿No es una decisión que le corresponde a Louis? —preguntó Dobbs—. Al fin y al cabo, él es…
—Cecil, calla —soltó Windsor—. Cállate y deja de cuestionar todo lo que este hombre hace por Louis. Tiene razón. ¡No vamos a volver a pasar por esto!
Dobbs reaccionó como si hubiera sido abofeteado por la madre de Roulet. Pareció encogerse y separarse del corrillo. Miré a Mary Windsor y vi un rostro diferente. Vi el rostro de la mujer que había empezado un negocio de la nada y lo había llevado a la cima. También miré a Dobbs de un modo diferente, dándome cuenta de que probablemente había estado susurrando dulcemente en el oído de Windsor desaprobaciones de mi trabajo en todo momento.
Lo dejé estar y me concentré en lo que nos ocupaba.
—Sólo hay una cosa que le gusta menos a la oficina del fiscal que perder un veredicto —dije—. Y eso es ser avergonzada por un juez con un veredicto directo, especialmente después de un hallazgo de mala conducta por parte de la fiscalía. Minton ha bajado a hablar con su jefe y es un hombre muy político y siempre sabe por dónde sopla el viento. Podríamos saber algo dentro de unos pocos minutos.
Roulet estaba directamente delante de mí. Miré por encima de su hombro y vi que Sobel continuaba de pie en el pasillo. Estaba hablando por un teléfono móvil.
—Escuchen —dije—. Quédense sentados tranquilos. Si no tengo noticias de la oficina del fiscal, volveremos a la sala dentro de veinte minutos para ver qué quiere hacer la jueza. Así que quédense cerca. Si me disculpan, voy al lavabo.
Me alejé de ellos y recorrí el pasillo en dirección a Sobel, pero Roulet se alejó de su madre y su abogado y me dio alcance. Me cogió por el brazo para detenerme.
—Todavía quiero saber cómo consiguió Corliss esa mierda que está diciendo —preguntó.
—¿Qué importa? Nos beneficia. Es lo que importa.
Roulet acercó su rostro al mío.
—El tipo me ha llamado asesino desde el estrado. ¿Cómo me beneficia eso?
—Porque nadie le creyó. Y por eso está cabreada la jueza, porque han usado a un mentiroso profesional para subir al estrado y decir las peores cosas de usted. Ponerlo delante de un jurado y después tener que revelar al tipo como un mentiroso es conducta indebida. ¿No lo ve? He tenido que subir las apuestas. Era la única forma de presionar a la jueza para amonestar a la fiscalía. Estoy haciendo exactamente lo que quería que hiciera, Louis. Voy a sacarlo en libertad.
Lo examiné mientras él calibraba la información.
—Así que déjelo estar —dije—. Vuelva con su madre y con Dobbs y déjeme mear.
Negó con la cabeza.
—No, no voy a dejarlo, Mick.
Apretó un dedo en mi pecho.
—Está ocurriendo algo más, Mick, y no me gusta. Ha de recordar algo. Tengo su pistola. Y tiene una hija. Ha de…
Cerré mi mano sobre la suya y la aparté de mi pecho.
—No amenace nunca a mi familia —dije con voz controlada pero airada—. Si quiere venir a por mí, bien, venga a por mí. Pero nunca vuelva a amenazar a mi hija. Le enterraré tan hondo que no lo encontrarán jamás. ¿Lo ha entendido, Louis?
Lentamente asintió y una sonrisa le arrugó el rostro.
—Claro, Mick. Sólo quería que nos entendiéramos mutuamente.
Le solté la mano y lo dejé allí. Empecé a caminar hacia el final del pasillo donde estaban los lavabos y donde Sobel parecía estar esperando mientras hablaba por el móvil. Estaba caminando a ciegas, con los pensamientos de la amenaza a mi hija nublándome la visión, pero al acercarme a Sobel me espabilé. Ella terminó la llamada cuando yo llegué allí.
—Detective Sobel —dije.
—Señor Haller —dijo ella.
—¿Puedo preguntarle por qué está aquí? ¿Van a detenerme?
—Estoy aquí porque me invitó, ¿recuerda?
—Ah, no, no lo recordaba.
Ella entrecerró los ojos.
—Me dijo que debería ver su juicio.
De repente me di cuenta de que ella se estaba refiriendo a la extraña conversación en la oficina de mi casa durante el registro del lunes por la noche.
—Ah, sí, lo había olvidado. Bueno, me alegro de que aceptara mi oferta. He visto a su compañero antes. ¿Qué le ha pasado?
—Ah, está por aquí.
Traté de interpretar algo en sus palabras. No había respondido a mi pregunta de si iban a detenerme. Señalé con la cabeza en dirección a la sala del tribunal.
—Entonces, ¿qué opina?
—Interesante. Me habría gustado ser una mosca en la pared de la oficina de la jueza.
—Bueno, quédese. Todavía no ha terminado.
—Quizá lo haga.
Mi teléfono móvil empezó a vibrar. Busqué bajo la chaqueta y lo saqué de mi cadera. La pantalla de identificación de llamada decía que era de la oficina del fiscal del distrito.
—He de atender esta llamada —dije.
—Por supuesto —dijo Sobel.
Abrí el teléfono y empecé a caminar por el pasillo hacia donde Roulet estaba paseando.
—¿Hola?
—Mickey Haller, soy Jack Smithson, de la oficina del fiscal. ¿Cómo le va el día?
—He tenido mejores.
—No después de lo que voy a ofrecerle.
—Le escucho.