Al volver al tribunal desde el Four Green Fields hice caso omiso de Minton. Quería mantenerlo en vilo lo más posible. Todo formaba parte del plan de empujarlo en la dirección que quería que tomaran él y el juicio. Cuando todos estuvimos sentados a las mesas y preparados para la jueza, finalmente lo miré, esperé a que estableciera contacto visual y simplemente negué con la cabeza. No había trato. Él asintió, esforzándose al máximo para mostrar confianza en sus posibilidades y perplejidad por la decisión de mi cliente. Al cabo de un minuto, la jueza ocupó su lugar, hizo entrar al jurado y Minton de inmediato plegó su tienda.
—Señor Minton, ¿tiene otro testigo? —le preguntó la jueza.
—Señoría, la fiscalía ha concluido.
Hubo una levísima vacilación en la respuesta de Fullbright. Miró a Minton sólo un segundo más de lo que debería haberlo hecho. Creo que eso mandó un mensaje de sorpresa al jurado. A continuación me miró a mí.
—Señor Haller, ¿está listo para empezar?
El procedimiento de rutina habría consistido en solicitar a la jueza un veredicto directo de absolución al final del turno de la fiscalía. Pero no lo hice, temiendo que ésa fuera la rara ocasión en que la petición era atendida. No podía dejar que el caso terminara todavía. Le dije a la jueza que estaba listo para proceder con la defensa.
Mi primera testigo era, por supuesto, Mary Alice Windsor. Cecil Dobbs la acompañó al interior de la sala y se sentó en la primera fila de la galería. Windsor llevaba un traje de color azul pastel con una blusa de chiffon. Tenía un porte majestuoso al pasar por delante del banco y tomar asiento en el estrado de los testigos. Nadie habría adivinado que había comido pastel de carne poco antes. Muy rápidamente llevé a cabo las identificaciones de rutina y establecí su relación tanto sanguínea como profesional con Louis Roulet. A continuación pedí a la jueza permiso para mostrar a la testigo la navaja que la fiscalía había presentado como prueba del caso.
Concedido el permiso, me acerqué al alguacil para recuperar el arma, que todavía permanecía en una bolsa de plástico transparente.
Estaba doblada de manera que las iniciales de la hoja resultaban visibles. La llevé al estrado de los testigos y la dejé delante de Mary Windsor.
—Señora Windsor, ¿reconoce esta navaja?
Ella recogió la bolsa de pruebas y trató de alisar el plástico sobre la hoja para poder leer las iniciales.
—Sí —dijo finalmente—, es la navaja de mi hijo.
—¿Y cómo es que reconoce una navaja que es propiedad de su hijo?
—Porque me la ha mostrado en más de una ocasión. Sabía que la llevaba siempre y a veces resultaba útil en la oficina cuando llegaban paquetes de folletos para cortar las cintas de plástico. Era muy afilada.
—¿Desde cuándo tiene la navaja?
—Desde hace cuatro años.
—Parece muy precisa al respecto.
—Lo soy.
—¿Cómo puede estar tan segura?
—Porque se la compró como medida de protección hace cuatro años. Casi exactamente.
—¿Protección para qué, señora Windsor?
—En nuestro negocio con frecuencia mostramos casas a completos desconocidos. A veces nos quedamos solos en la casa con esos desconocidos. Ha habido más de un incidente de un agente inmobiliario al que han robado, herido… o incluso asesinado o violado.
—Por lo que usted sabe, ¿fue Louis alguna vez víctima de un delito semejante?
—No, personalmente no. Pero conocía a alguien que fue a una casa y lo que le pasó…
—¿Qué le pasó?
—Un hombre la violó y la robó a punta de cuchillo. Louis fue quien la encontró después de que todo hubiera acabado. Lo primero que hizo fue comprarse una navaja para protegerse.
—¿Por qué una navaja? ¿Por qué no una pistola?
—Me dijo que al principio iba a comprarse una pistola, pero quería algo que pudiera llevar siempre y que no se advirtiera. Así que se compró una navaja y también me consiguió una. Por eso sé que la tiene desde hace casi exactamente cuatro años. —Levantó la bolsa que contenía la navaja—. La mía es exactamente igual, sólo cambian las iniciales. Ambos la hemos llevado desde entonces.
—Entonces le parece que si su hijo llevaba esa navaja en la noche del seis de marzo, eso era un comportamiento normal.
Minton protestó, argumentando que no había construido los cimientos adecuados para que Windsor respondiera la pregunta y la jueza la aceptó. Mary Windsor, siendo inexperta en derecho penal, supuso que la jueza la estaba autorizando a responder.
—La llevaba cada día —dijo—. El seis de marzo no iba a ser dife…
—Señora Windsor —bramó la jueza—. He aceptado la protesta. Eso significa que no ha de responder. El jurado no tendrá en cuenta su respuesta.
—Lo siento —dijo Windsor con voz débil.
—Siguiente pregunta, señor Haller —ordenó la jueza.
—Es todo, señoría. Gracias, señora Windsor.
Mary Windsor empezó a levantarse, pero la jueza la amonestó de nuevo, diciéndole que se quedara sentada. Yo regresé a mi asiento al tiempo que Minton se levantaba del suyo. Examiné la galería y no vi caras conocidas, salvo la de C. C. Dobbs. Me dio una sonrisa de ánimo, de la cual hice caso omiso.
El testimonio directo de Mary Windsor había sido perfecto en términos de su adherencia a la coreografía que habíamos preparado en el almuerzo. Había presentado al jurado de manera sucinta la explicación de la navaja, pero también había dejado en su testimonio un campo minado que Minton tendría que atravesar. Su testimonio directo no había abarcado más de lo que le había ofrecido a Minton en un resumen de hallazgos. Si Minton pisaba una mina y levantaba el pie, rápidamente oiría el clic letal.
—Este incidente que impulsó a su hijo a empezar a llevar una navaja plegable de trece centímetros, ¿cuándo fue exactamente?
—Ocurrió el nueve de junio de dos mil uno.
—¿Está segura?
—Completamente.
Me giré en mi silla para ver con mayor claridad el rostro de Minton. Lo estaba leyendo. Pensaba que tenía algo. El recuerdo exacto de una fecha por parte de Windsor era una indicación obvia de un testimonio inventado. Estaba excitado y lo noté.
—¿Hubo un artículo de diario de esta supuesta agresión a una compañera agente inmobiliario?
—No, no lo hubo.
—¿Hubo una investigación policial?
—No, no la hubo.
—Y aun así conoce la fecha exacta. ¿Cómo es eso, señora Windsor? ¿Le han dicho esa fecha antes de testificar aquí?
—No, conozco la fecha porque nunca olvidaré el día en que me agredieron.
Windsor hizo una pausa. Vi que al menos tres de los miembros del jurado abrieron la boca en silencio. Minton hizo lo mismo. Casi pude oír el clic.
—Mi hijo tampoco lo olvidará —continuó Windsor—. Cuando llegó buscándome y me encontró en esa casa, yo estaba atada, desnuda. Había sangre. Para él fue traumático verme así. Creo que ésa fue una de las razones que le llevaron a usar navaja. Creo que de algún modo lamentaba no haber llegado antes y haber podido impedirlo.
—Entiendo —dijo Minton, mirando sus notas.
Se quedó de piedra, sin saber cómo proceder. No quería levantar el pie por miedo a que detonara la bomba y se lo arrancara de cuajo.
—¿Algo más, señor Minton? —preguntó la jueza, con una nota de sarcasmo no tan bien disimulada en su voz.
—Un momento, señoría —dijo Minton.
Minton se recompuso, revisó sus notas y trató de rescatar algo.
—Señora Windsor, ¿usted o su hijo llamaron a la policía después de encontrarla?
—No, no lo hicimos. Louis quería hacerlo, pero yo no. Pensé que sólo profundizaría el trauma.
—De modo que no tenemos documentación policial al respecto, ¿correcto?
—Es correcto.
Sabía que Minton quería ir más allá y preguntar a la testigo si había buscado tratamiento médico después del ataque. Pero al sentir otra trampa, no formuló la pregunta.
—¿Así que lo que está diciendo aquí es que tenemos sólo su palabra de que ocurrió esa agresión? Su palabra y la de su hijo, si decide testificar.
—Ocurrió. Vivo con ello todos los días.
—Pero sólo la tenemos a usted que lo dice.
Windsor miró al fiscal con mirada inexpresiva.
—¿Es una pregunta?
—Señora Windsor, está aquí para ayudar a su hijo, ¿verdad?
—Si puedo. Sé que es un buen hombre y que no cometería este crimen despreciable.
—¿Haría cualquier cosa que estuviera en su mano para salvar a su hijo de una condena y una posible pena de prisión?
—Pero no mentiría en algo como esto. Con juramento o sin él, no mentiría.
—Pero quiere salvar a su hijo ¿no?
—Sí.
—Y salvarle significa mentir por él, ¿no?
—No.
—Gracias, señora Windsor.
Minton regresó rápidamente a su asiento. Yo sólo tuve una pregunta en contrarréplica.
—Señora Windsor, ¿qué edad tenía usted cuando ocurrió este ataque?
—Cincuenta y cuatro años.
Volví a sentarme. Minton no tenía nada más y Windsor fue excusada. Solicité a la jueza que le permitiera sentarse en la galería del público durante lo que quedaba de juicio, una vez que su testimonio había concluido. Minton no protestó y mi petición fue aceptada.
Mi siguiente testigo era un detective del Departamento de Policía de Los Ángeles llamado David Lambkin, que era un experto nacional en crímenes sexuales y había trabajado en la investigación del Violador Inmobiliario. En un breve interrogatorio establecí los hechos del caso y las cinco denuncias de violación que se investigaron. Rápidamente llegué a las cinco preguntas clave cuya respuesta necesitaba para cimentar el testimonio de Mary Windsor.
—Detective Lambkin, ¿cuál era el rango de edad de las víctimas conocidas del violador?
—Eran todas mujeres profesionales con mucho éxito. Tendían a ser mayores que la víctima promedio de una violación. Creo que la más joven tenía veintinueve y la mayor cincuenta y nueve.
—Entonces una mujer de cincuenta y cuatro años habría formado parte del perfil objetivo del violador, ¿correcto?
—Sí.
—¿Puede decirle al jurado cuándo se produjo la primera agresión denunciada y cuándo se denunció la última?
—Sí. La primera fue el uno de octubre de dos mil y la última el treinta de julio de dos mil uno.
—¿O sea que el nueve de junio de dos mil uno estaba en el periodo en que se produjeron los ataques del violador a las mujeres del sector inmobiliario?
—Sí, es correcto.
—En el curso de su investigación de este caso, ¿llegó a la conclusión o creencia de que este individuo había cometido más de cinco violaciones?
Minton protestó, asegurando que la pregunta incitaba a la especulación. La jueza aceptó la protesta, pero no importaba. La pregunta era lo verdaderamente importante y que el jurado viera que el fiscal quería evitar su respuesta era recompensa suficiente.
Minton me sorprendió en su turno. Se recuperó lo suficiente de su fallo con Windsor para golpear a Lambkin con tres preguntas sólidas cuyas respuestas fueron favorables a la acusación.
—Detective Lambkin, ¿el equipo de investigación de estas violaciones emitió algún tipo de advertencia para las mujeres que trabajaban en el negocio inmobiliario?
—Sí, lo hicimos. Enviamos circulares en dos ocasiones. La primera vez a todas las agentes inmobiliarias con licencia en la zona y la siguiente un mailing a todos los intermediarios inmobiliarios individualmente, hombres y mujeres.
—¿Estos mailings contenían información acerca de la descripción y métodos del violador?
—Sí.
—Entonces si alguien quería inventar una historia acerca de ser atacado por el violador, los mailings habrían proporcionado la información necesaria, ¿es correcto?
—Es una posibilidad, sí.
—Nada más, señoría.
Minton se sentó con orgullo y Lambkin fue autorizado a retirarse cuando yo dije que no tenía más preguntas. Pedí a la jueza unos minutos para departir con mi cliente y me incliné hacia Roulet.
—Bueno, ya está —dije—. Usted es lo que nos queda. A no ser que haya algo que no me ha contado, está limpio y no hay mucho más con lo que pueda venirle Minton. Debería estar a salvo allí arriba a no ser que deje que le afecte lo que le digan. ¿Sigue preparado para esto?
Roulet había dicho en todo momento que testificaría y negaría los cargos. Había reiterado ese deseo a la hora del almuerzo. Lo exigió. Yo siempre veía los riesgos y las ventajas de dejar que un cliente testificara como dos platos equilibrados de la balanza. Cualquier cosa que dijera el acusado podía volverse en su contra si la fiscalía podía doblarlo a favor del Estado. Pero también sabía que por más que se explicara a un jurado el derecho de un acusado a permanecer en silencio, el jurado siempre quería oír al acusado diciendo que no lo había hecho. Si eliminabas eso, el jurado podía verte con malos ojos.
—Quiero hacerlo —susurró Roulet—. Puedo enfrentarme al fiscal.
Empujé hacia atrás mi silla y me levanté.
—La defensa llama a Louis Ross Roulet, señoría.