El complejo municipal de Van Nuys es una gran explanada de hormigón rodeada por edificios gubernamentales. Anclada en un extremo, está la División de Van Nuys del Departamento de Policía de Los Ángeles. En uno de los lados hay dos tribunales dispuestos enfrente de una biblioteca pública y el edificio administrativo de la ciudad. En la otra punta del paseo de hormigón y cristal se alzan un edificio de administración federal y una oficina de correos.
Esperé a Louis Roulet en uno de los bancos de hormigón cercanos a la biblioteca. La plaza estaba prácticamente desierta a pesar de que hacía un tiempo espléndido. No como el día anterior, cuando el lugar estaba a rebosar de cámaras, medios y criticones, todos acumulándose en torno a Robert Blake y sus abogados mientras éstos trataban de convertir en inocencia un veredicto de no culpable.
Era una tarde bonita, y a mí normalmente me gusta estar al aire libre. La mayor parte de mi trabajo se desarrolla en tribunales sin ventanas o en el asiento de atrás de mi Town Car, así que me lo llevo fuera siempre que tengo ocasión. Pero esta vez no estaba sintiendo la brisa ni fijándome en el aire fresco. Estaba molesto porque Louis Roulet llegaba tarde y porque lo que me había dicho Sam Scales respecto a que era un timador con permiso de circulación estaba creciendo como un cáncer en mi mente.
Cuando finalmente vi a Roulet cruzando la plaza hacia mí, me levanté para reunirme con él.
—¿Dónde ha estado? —dije abruptamente.
—Le dije que llegaría lo antes posible. Estaba enseñando una casa cuando ha llamado.
—Demos un paseo.
Me dirigí al edificio federal porque sería el trayecto más largo antes de que tuviéramos que dar media vuelta. Mi reunión con Minton, el nuevo fiscal asignado al caso, iba a celebrarse al cabo de veinticinco minutos, en el más viejo de los dos tribunales. Me di cuenta de que no parecíamos un abogado y su cliente discutiendo un caso. Quizás un abogado y su asesor inmobiliario discutiendo la adquisición de un terreno. Yo llevaba mi Hugo Boss y Roulet un traje color habano encima de un polo de cuello alto. Llevaba mocasines con pequeñas hebillas plateadas.
—No va a enseñar ninguna casa en Pelican Bay —le dije.
—¿Qué se supone que significa eso? ¿Dónde está eso?
—Es un bonito nombre para una prisión de máxima seguridad adonde mandan a los violadores violentos. Va a encajar muy bien con su cuello alto y sus mocasines.
—Oiga, ¿qué pasa? ¿De qué va esto?
—Va de un abogado que no puede tener a un cliente que le miente. Dentro de veinte minutos voy a ir a ver al tipo que quiere mandarle a Pelican Bay. Necesito toda la información posible para tratar de evitar que vaya, y no me ayuda descubrir que ha estado mintiéndome.
Roulet se detuvo y se volvió hacia mí. Levantó las manos, con las palmas abiertas.
—¡No le he mentido! Yo no hice esto. No sé qué quiere esa mujer, pero yo…
—Deje que le pregunte algo, Louis. Usted y Dobbs dijeron que había pasado un año en la facultad de Derecho de la UCLA, ¿no? ¿No le enseñaron nada acerca del vínculo de confianza abogado-cliente?
—No lo sé. No lo recuerdo. No estuve lo suficiente.
Di un paso hacia él, invadiendo su espacio.
—¿Ve? Es un puto mentiroso. No fue a la UCLA un año. Ni siquiera fue un puto día.
Él bajó las manos y se golpeó en los costados.
—¿De eso se trata, Mickey?
—Sí, de eso se trata, y de ahora en adelante no me llame Mickey. Mis amigos me llaman así. No mis clientes mentirosos.
—¿Qué tiene que ver con este caso si fui o no fui a la facultad de Derecho hace diez años? No…
—Porque si me miente en esto, entonces puede mentirme en cualquier cosa, y si ocurre eso no voy a poder defenderle.
Lo dije demasiado alto. Me fijé en que nos miraban un par de mujeres sentadas en un banco cercano. Llevaban insignias de jurados en las blusas.
—Vamos. Por aquí.
Di media vuelta y empecé a andar hacia la comisaría de policía.
—Mire —dijo Roulet con voz débil—, mentí por mi madre, ¿vale?
—No, no vale. Explíquemelo.
—Mi madre y Cecil creen que fui a la facultad de Derecho un año. Quiero que continúen creyéndolo. Él sacó el tema y yo no le llevé la contraria. ¡Pero fue hace diez años! ¿Qué mal había?
—El mal es mentirme —dije—. Puede mentirle a su madre, a Dobbs, a su sacerdote y a la policía. Pero cuando le pregunte algo directamente, no me mienta. He de trabajar con la ventaja de tener datos fiables de usted. Datos incontrovertibles. Así que si le hago una pregunta, dígame la verdad. Todo el resto del tiempo puede decir lo que quiera y lo que le haga sentir bien.
—Vale, vale.
—Si no estuvo en la facultad de Derecho, ¿dónde estuvo?
Roulet negó con la cabeza.
—En ningún sitio. Simplemente no hice nada durante un año. La mayor parte del tiempo estuve en mi apartamento cercano al campus, leyendo y pensando en lo que realmente quería hacer con mi vida. La única cosa que sabía seguro era que no quería ser abogado. Sin faltarle.
—No se preocupe. Así que se quedó allí un año y decidió que iba a vender propiedades inmobiliarias a la gente rica.
—No, eso vino después. —Se rió de manera autodespreciativa—. En realidad decidí ser escritor (había estudiado literatura inglesa) y traté de escribir una novela. No tardé mucho en darme cuenta de que no podría. Al final fui a trabajar con mi madre. Ella quería que lo hiciera.
Me calmé. La mayor parte de mi rabia había sido un número, de todos modos. Estaba tratando de prepararlo para el interrogatorio más importante. Pensé que ahora ya estaba listo para eso.
—Bueno, ahora que está limpio y confesándolo todo, Louis, hábleme de Reggie Campo.
—¿Qué pasa con ella?
—Iba a pagar por el sexo, ¿no?
—¿Qué le hace decir…?
Se calló cuando me detuve otra vez y lo agarré por una de sus caras solapas. Era más alto y más grande que yo, pero yo contaba con la posición de poder en la conversación. Lo estaba presionando.
—Responda la pregunta, joder.
—Muy bien, sí, iba a pagar. Pero ¿cómo lo sabe?
—Porque soy un abogado de puta madre. ¿Por qué no me dijo eso el primer día? ¿No se da cuenta de cómo cambia el caso?
—Mi madre. No quería que mi madre supiera… ya sabe.
—Louis, vamos a sentarnos.
Lo llevé hasta uno de los bancos largos que había junto a la comisaría de policía. Había mucho espacio y nadie podía oírnos. Me senté en medio del banco y él se sentó a mi derecha.
—Su madre no estaba en la sala cuando estábamos hablando del caso. Ni siquiera creo que estuviera allí cuando hablamos de la facultad de Derecho.
—Pero estaba Cecil, y él se lo cuenta todo.
Asentí y tomé mentalmente nota para apartar por completo a Dobbs de las cuestiones relacionadas con el caso a partir de ese momento.
—Vale, creo que lo entiendo. Pero ¿cuánto tiempo iba a dejar pasar sin contármelo? ¿No se da cuenta de cómo eso lo cambia todo?
—No soy abogado.
—Louis, deje que le explique un poco cómo funciona esto. ¿Sabe lo que soy yo? Soy un neutralizador. Mi trabajo consiste en neutralizar los argumentos de la fiscalía. Coger cada uno de los indicios o pruebas y encontrar una forma de eliminarlos de la discusión. Piense en esos malabaristas del paseo de Venice. ¿Ha ido allí alguna vez? ¿No ha visto al tipo que va haciendo girar esos platos en esos palitos?
—Creo que sí. Hace mucho tiempo que no paso por ahí.
—No importa. El tipo tiene esos palitos delgados y pone un plato encima de cada uno y lo hace girar de manera que permanezca en equilibrio. Tiene muchos girando al mismo tiempo y se mueve de plato a plato y de palito a palito para asegurarse de que todo está girando y en equilibrio, de que todo se sostiene. ¿Me sigue?
—Sí, entiendo.
—Bueno, eso son los argumentos de la fiscalía, Louis. Un puñado de platos que giran. Y cada uno de esos platos es una prueba contra usted. Mi trabajo consiste en coger cada uno de los platos y detener su giro para que caiga al suelo con tanta fuerza que se haga añicos y no se pueda volver a utilizar. Si el plato azul contiene la sangre de la víctima en sus manos, entonces necesito encontrar una forma de hacerlo caer. Si el plato amarillo tiene una navaja con sus huellas dactilares ensangrentadas en el mango, entonces una vez más he de derribarlo. Neutralizarlo. ¿Me sigue?
—Sí, le sigo. Le…
—Ahora, en medio de este campo de platos hay uno muy grande. Es una puta fuente de ensalada, Louis, y si ése cae va a arrastrar a todos los demás en su caída. Si cae, caen todos los platos. Todo el caso se derrumba. ¿Sabe cuál es esa fuente, Louis?
Negó con la cabeza.
—Esa gran fuente es la víctima, el principal testigo de la acusación. Si podemos derribar ese plato, entonces el número ha terminado y la multitud se va.
Esperé un momento para ver si iba a reaccionar. No dijo nada.
—Louis, durante casi dos semanas me ha negado el método por el cual puedo hacer caer la gran fuente. Plantea la pregunta de por qué. ¿Por qué un tipo con dinero a su disposición, con un Rolex en la muñeca, un Porsche en el aparcamiento y domicilio en Holmby Hills necesita usar una navaja para conseguir sexo de una mujer que lo vende? Cuando todo se reduce a esa pregunta, el caso empieza a derrumbarse, Louis, porque la respuesta es simple. No lo haría. El sentido común dice que no lo haría. Y cuando uno llega a esa conclusión, todos los platos dejan de girar. Se ve el montaje, se ve la trampa, y es el acusado el que empieza a aparecer como la víctima.
Lo miré y él asintió.
—Lo siento —dijo.
—Y tanto —dije—. El caso habría empezado a derrumbarse hace dos semanas y probablemente no estaríamos aquí sentados ahora mismo si hubiera sido franco conmigo desde el principio.
En ese momento me di cuenta de cuál era el origen de mi rabia y no era el hecho de que Roulet hubiera llegado tarde o que me hubiera mentido o que Sam Scales me hubiera tratado de estafador con permiso de circulación. Sentía rabia porque veía que el cliente filón se me escapaba. No habría juicio en ese caso, no habría minuta de seis cifras. Tendría suerte si podía quedarme el depósito que había cobrado al principio. El caso iba a terminar ese día cuando entrara en la oficina del fiscal y le dijera a Ted Minton lo que sabía y lo que tenía.
—Lo siento —dijo otra vez Roulet con voz lastimera—. No quería complicar las cosas.
Yo estaba mirando el suelo que había entre nuestros pies. Sin mirarlo me acerqué y le puse la mano en el hombro.
—Siento haberle gritado antes, Louis.
—¿Qué hacemos ahora?
—Tengo que hacerle unas pocas preguntas más acerca de esa noche y luego voy a subir a ese edificio y me reuniré con el fiscal para derribar todos sus platos. Creo que cuando salga de allí esto podría haber terminado y estará libre para volver a enseñar mansiones a los ricos.
—¿Así de fácil?
—Bueno, formalmente puede que él quiera ir a un tribunal y pedirle al juez que desestime el caso.
Roulet abrió la boca, impresionado.
—Señor Haller, no puedo expresarle cómo…
—Puede llamarme Mickey. Lamento lo de antes.
—No se preocupe. Gracias. ¿Qué preguntas quiere que responda?
Pensé un momento. En realidad no necesitaba nada más para ir a mi reunión con Minton. Iba bien cargado. Tenía pruebas para que mi cliente saliera en libertad.
—¿Qué ponía en la nota? —pregunté.
—¿Qué nota?
—La que le dio ella en la barra de Morgan’s.
—Oh, ponía su dirección y luego escribió «cuatrocientos dólares», y debajo de eso escribió «después de las diez».
—Lástima que no la tengamos. Pero creo que no nos hará falta.
Miré mi reloj. Todavía tenía quince minutos hasta la reunión, pero había terminado con Roulet.
—Ahora puede irse, Louis. Le llamaré cuando esto haya terminado.
—¿Está seguro? Puedo esperar aquí si quiere.
—No sé cuánto tardará. Voy a tener que explicárselo todo. Probablemente tendrá que llevárselo a su jefe. Puede tardar bastante.
—Muy bien, entonces supongo que me voy. Pero llámeme, ¿sí?
—Sí, lo haré. Probablemente iremos a ver al juez el lunes o el martes, y todo habrá terminado.
Me tendió la mano y yo se la estreché.
—Gracias, Mick. Es el mejor. Sabía que tenía al mejor abogado cuando lo contraté.
Observé que volvía caminando por la plaza y se metía entre dos tribunales en dirección al garaje público.
—Sí, soy el mejor —me dije a mí mismo.
Sentí la presencia de alguien y me volví para ver a un hombre sentado a mi lado en el banco. Él se volvió y me miró. Nos reconocimos al mismo tiempo. Era Howard Kurlen, un detective de homicidios de la División de Van Nuys. Nos habíamos encontrado en unos pocos casos a lo largo de los años.
—Bueno, bueno, bueno —dijo Kurlen—. El orgullo de la judicatura de California. No habla solo, ¿no?
—Quizá.
—Eso puede ser malo para un abogado si se corre la voz.
—No me preocupa. ¿Cómo le va, detective?
Kurlen estaba desenvolviendo un sándwich que había sacado de una bolsa marrón.
—Un día complicado. Almuerzo tarde.
Sacó del envoltorio un sándwich de mantequilla de cacahuete. Había una capa de algo más además de la mantequilla de cacahuete, pero no era jalea. No supe identificarlo. Miré mi reloj. Todavía tenía unos minutos antes de que tuviera que ponerme en la cola del detector de metales en la entrada del tribunal, pero no estaba seguro de que quisiera pasarlos con Kurlen y su sándwich de aspecto horrible. Pensé en sacar a colación el veredicto del caso Blake, echárselo en cara un poco al Departamento de Policía de Los Ángeles, pero Kurlen golpeó primero.
—¿Cómo le va a mi niño Jesús? —preguntó el detective.
Kurlen había sido el detective jefe del caso Menéndez. Lo había cerrado tan bien que a Menéndez no le quedó otra alternativa que declararse culpable y cruzar los dedos. Aun así le cayó perpetua.
—No lo sé —respondí—. Ya no hablo con Jesús.
—Sí, supongo que una vez que se declaran culpables y van a prisión ya no son de utilidad para usted. No hay apelación, no hay nada.
Asentí con la cabeza. Todos los polis tenían cierta dosis de cinismo con los abogados defensores. Era como si creyeran que sus propias acciones e investigaciones estaban más allá de todo cuestionamiento o reproche. No creían en un sistema judicial basado en los mecanismos de control y equilibrios de poder.
—Como usted, supongo —dije—. Al siguiente caso. Espero que su día complicado suponga que está trabajando para conseguirme otro cliente.
—No lo miro de ese modo. Pero me estaba preguntando si puede dormir bien por la noche.
—¿Sabe lo que me estaba preguntando yo? ¿Qué demonios hay en ese sándwich?
Me mostró lo que quedaba del sándwich.
—Mantequilla de cacahuete y sardinas. Mucha buena proteína para que pueda pasar otro día persiguiendo cerdos. No ha contestado mi pregunta.
—Duermo bien, detective. ¿Sabe por qué? Porque desempeño un papel importante en el sistema. Una parte necesaria, igual que la suya. Cuando alguien es acusado de un crimen, tiene la oportunidad de poner a prueba el sistema. Si quieren hacerlo, acuden a mí. De eso se trata. Cuando uno entiende eso, no tiene problemas para dormir.
—Buena historia. Espero que se la crea cuando cierre los ojos.
—¿Y usted, detective? ¿Nunca ha puesto la cabeza en la almohada y se ha preguntado si no ha metido en la cárcel a gente inocente?
—No —dijo con rapidez, con la boca llena de sándwich—. Nunca me ha pasado, ni me pasará.
—Ha de ser bonito estar tan seguro.
—Un tipo me dijo una vez que cuando llegas al final de tu camino has de mirar al montón de leña de la comunidad y decidir si has añadido leña o sólo has quitado. Bueno, yo añado leña al montón, Haller. Duermo bien por la noche. Pero me pregunto por usted y los de su clase. Ustedes los abogados son todos de los que retiran leña del montón.
—Gracias por el sermón. Lo recordaré la próxima vez que esté cortando leña.
—Si no le gusta éste, tengo un chiste para usted. ¿Cuál es la diferencia entre un bagre y un abogado defensor?
—Hum, no lo sé, detective.
—Uno se alimenta de la porquería del fondo y el otro es un pez.
Se rió a carcajadas. Me levanté. Era hora de irse.
—Espero que se lave los dientes después de comerse algo así —dije—. Si no, compadezco a su compañero.
Me alejé, pensando en lo que me había dicho del montón de leña y en el comentario de Sam Scales de que yo era un estafador con permiso de circulación. Estaba recibiendo por todos lados.
—Gracias por el consejo —gritó Kurlen a mi espalda.