Una vez en el Lincoln le pedí a Earl que diera una vuelta y viera si podía encontrar un Starbucks. Necesitaba café.
—No hay Starbucks por aquí —respondió Earl.
Sabía que Earl era de la zona, pero no creía que fuera posible estar a más de un kilómetro de un Starbucks en ningún punto del condado, quizás incluso del mundo entero. De todos modos, no discutí. Sólo quería café.
—Bueno, demos una vuelta y encontremos un sitio que tenga café. Pero no te alejes demasiado del tribunal. Hemos de volver luego para dejar a Raul.
—Vale.
—¿Y Earl? Ponte los auriculares mientras hablamos de un caso aquí atrás un rato, ¿quieres?
Earl encendió su iPod y se puso los auriculares. Dirigió el Lincoln por Acacia en busca de café. Pronto pudimos oír el sonido ahogado del hip-hop que llegaba del asiento delantero, y Levin abrió el maletín en la mesa plegable que había en la parte posterior del asiento del conductor.
—Muy bien, ¿qué tienes para mí? —dije—. Voy a ver al fiscal hoy y quiero tener más ases en la manga que él. También tenemos la lectura de cargos el lunes.
—Creo que aquí te traigo unos pocos ases —replicó Levin.
Rebuscó entre varias cosas que tenía en su maletín y empezó su presentación.
—Muy bien —dijo—, empecemos con tu cliente y luego entraremos con Reggie Campo. Tu chico es muy pulido. Aparte de recetas de aparcamiento o por exceso de velocidad (que parece que tiene problemas para evitar y después un problema aún mayor para pagar) no he podido encontrar nada sobre él. Es bastante un ciudadano estándar.
—¿Qué pasa con las multas?
—Dos veces en los últimos cuatro años ha dejado multas de aparcamiento —muchas— y luego un par de recetas por exceso de velocidad impagadas. Ambas veces terminaron en un auto judicial y tu colega C. C. Dobbs apareció para pagar y suavizar la situación.
—Me alegro de que C. C. sirva para algo. Supongo que con pagar te refieres a las multas, no a los jueces.
—Esperemos. Aparte de eso, sólo una señal en el radar con Roulet.
—¿Qué?
—En la primera reunión, cuando le estabas dando la charla acerca de qué debía esperar y tal, surgió que él había pasado un año estudiando Derecho en la UCLA y que conocía el sistema. Bueno, lo comprobé. Mira, la mitad de lo que hago es tratar de descubrir quién está mintiendo y quién es el mayor mentiroso del grupo. Así que compruebo prácticamente todo. Y la mayoría de las veces es fácil porque todo está en ordenador.
—Entendido. Entonces, ¿qué pasa con la facultad de Derecho, era mentira?
—Eso parece. Lo comprobé con la oficina de matrículas y él nunca ingresó en la facultad de Derecho de la UCLA.
Pensé en eso. Había sido Dobbs quien había sacado a relucir la facultad de la UCLA y Roulet simplemente había asentido. Era una mentira extraña en cualquiera de los dos, porque no les llevaba a nada. Me hizo pensar en la psicología que había detrás. ¿Tenía algo que ver conmigo? ¿Querían que pensara que Roulet estaba al mismo nivel que yo?
—Así que si miente en algo así… —dije pensando en voz alta.
—Exacto —dijo Levin—. Quería que lo supieras. Pero he de decir que eso es todo en el lado negativo del señor Roulet hasta ahora. Puede que mintiera acerca de la facultad de Derecho, pero parece que no mintió en su historia… al menos en las partes que yo he podido comprobar.
—Cuéntame.
—Bueno, su pista de esa noche cuadra. Tengo testigos que lo colocan en Nat’s North, en Morgan’s y luego en el Lamplighter, bing, bing, bing. Hizo justo lo que nos dijo que hizo. Hasta el número de martinis. Cuatro en total, y al menos uno de ellos lo dejó en la barra sin tocarlo.
—¿Lo recordaban tan bien? ¿Recordaban que ni siquiera se terminó la copa?
Siempre sospecho de la memoria perfecta, porque no existe tal cosa. Y mi trabajo y mi habilidad consiste en encontrar los fallos en la memoria de los testigos. Cuando alguien recuerda demasiado me pongo nervioso, especialmente si el testigo es de la defensa.
—No, no sólo me fío de la memoria de la camarera. Tengo algo aquí que te va a encantar, Mick. Y será mejor que te encante porque me ha costado mil pavos.
Del fondo del maletín sacó un estuche acolchado que contenía un pequeño reproductor de DVD. Había visto a gente usándolo en aviones antes y había pensado en comprar uno para el coche. El chófer podría usarlo mientras me esperaba en el tribunal. Y probablemente yo podría usarlo de cuando en cuando en casos como el que me ocupaba.
Levin empezó a cargar el DVD, pero antes de que pudiera reproducirlo el coche se detuvo y yo levanté la mirada. Estábamos delante de un local llamado The Central Bean.
—Tomemos un poco de café y luego lo vemos —dije.
Pregunté a Earl si quería algo, pero él declinó la oferta. Levin y yo salimos del coche. Había una pequeña cola esperando el café. Levin pasó el tiempo de espera hablándome del DVD que estábamos a punto de ver en el Lincoln.
—Estoy en Morgan’s y quiero hablar con esa camarera llamada Janice, pero ella dice que primero he de preguntárselo al encargado. Así que voy a la oficina a verlo y él me pregunta qué quiero preguntarle exactamente a Janice. Hay algo que no me encaja con ese tipo. Me estoy preguntando por qué quiere saber tanto, ¿sabes? Entonces resulta que quiere hacerme una oferta. Me dice que el año anterior tuvo un problema detrás de la barra. Hurto de la caja registradora. Hay una docena de camareras trabajando en una determinada semana y él no podía averiguar quién tenía los dedos largos.
—Puso una cámara.
—Exacto. Una cámara oculta. Pilló al ladrón y lo echó de una patada en el culo. Pero funcionó tan bien que dejó la cámara. El sistema graba en una cinta de alta densidad todas las noches de ocho a dos. Lleva un temporizador. Tiene cuatro noches en una cinta. Si alguna vez hay algún problema o falta dinero, puede volver y comprobarlo. Como cuadran cada semana, rota dos cintas para tener siempre una semana grabada.
—¿Tenía la noche en cuestión en cinta?
—Sí.
—Y quería mil dólares por ella.
—Aciertas otra vez.
—¿Los polis no saben de ella?
—Todavía no han ido al bar. De momento parten de la historia de Reggie.
Asentí con la cabeza. No era del todo inusual. Los polis tenían demasiados casos que investigar a conciencia y por completo. Además, ya tenían lo que necesitaban. Tenían una víctima que era a su vez testigo presencial, un sospechoso detenido en su apartamento, tenían sangre de la víctima en el sospechoso e incluso el arma. Para ellos no había motivo para ir más lejos.
—Pero estamos interesados en la barra, no en la caja registradora —dije.
—Lo sé. Y la caja registradora está contra la pared de detrás de la barra. La cámara está encima en un detector de humos del techo. Y la pared del fondo es un espejo. Miré lo que tenía y enseguida me di cuenta de que podía ver todo el bar en el espejo. Sólo que invertido. He pasado la cinta a un disco porque así podremos manipular mejor la imagen. Acercar y enfocar, y ese tipo de cosas.
Era nuestro turno en la cola. Pedí un café grande con leche y azúcar, y Levin pidió una botella de agua. Nos llevamos la bebida al coche. Le dije a Earl que no condujera hasta que hubiéramos terminado de ver el DVD. Podía leer mientras iba en coche, pero pensaba que mirar la pantallita del reproductor de Levin mientras dábamos botes por las calles del sur del condado podría provocarme un buen mareo.
Levin puso en marcha el DVD y comentó las imágenes sobre la marcha.
En la pantalla había una vista en picado de la barra rectangular de Morgan’s. Había dos camareras trabajando, ambas mujeres con tejanos negros y blusas blancas atadas para mostrar vientres planos, ombligos con piercing y tatuajes asomando por encima de la parte posterior del cinturón. Como Levin había explicado, la cámara estaba situada en ángulo hacia la parte de atrás de la barra y la caja registradora, pero el espejo que cubría la pared de detrás de la registradora mostraba la línea de clientes sentados ante la barra. Vi a Louis Roulet sentado solo en el mismo centro de la imagen. Había un contador de imágenes en la esquina inferior izquierda y un código de hora y fecha en la esquina derecha. Decía que eran las 20.11 del 6 de marzo.
—Ahí está Louis —dijo Levin—. Y por aquí está Campo.
Manipuló los botones del reproductor para congelar la imagen. Luego la desplazó, colocando el margen derecho en el centro. En el lado corto de la barra, a la derecha, se veía a una mujer y un hombre sentados uno junto al otro. Levin activó el zoom.
—¿Estás seguro? —pregunté. Sólo había visto fotos de la mujer con el rostro muy amoratado e hinchado.
—Sí, es ella. Y éste es nuestro señor X.
—Vale.
—Ahora mira.
La película empezó a avanzar otra vez y Levin ensanchó la imagen para que ocupara de nuevo toda la pantalla. Entonces empezó a pasarla a velocidad rápida.
—Louis se bebe su Martini, luego habla con las camareras y no ocurre apenas nada más en casi una hora —dice Levin.
Comprobó la página de su cuaderno con notas referidas a números de encuadre específicos. Ralentizó la imagen hasta la velocidad normal en el momento adecuado y cambió otra vez el encuadre de manera que Reggie Campo y el señor X estuvieran en el centro de la pantalla. Me fijé en que habíamos avanzado hasta las 20.43.
En la pantalla, el señor X cogió de la barra un paquete de cigarrillos y un mechero y apartó su taburete. Luego caminó fuera de cámara hasta la derecha.
—Va a la puerta de la calle —dijo Levin—. Tienen un porche para fumadores delante.
Reggie Campo pareció observar cómo salía el señor X y acto seguido bajó de su taburete y empezó a caminar a lo largo de la barra, justo por detrás de los clientes que estaban en taburetes. Al pasar al lado de Roulet, ella pareció arrastrar los dedos de su mano izquierda por los hombros de mi cliente, casi como si le hiciera cosquillas. Eso hizo que Roulet se volviera y la observara mientras ella seguía caminando.
—Sólo flirtea un poco —dijo Levin—. Va al cuarto de baño.
—No es como Roulet dice que ocurrió —dije—. Él aseguró que ella había venido a él y le había dado su…
—Cálmate —dijo Levin—. Ha de volver del baño, ¿sabes?
Esperé y observé a Roulet en el bar. Miré mi reloj. De momento iba bien de tiempo, pero no podía perderme la comparecencia de calendario. Ya había abusado al máximo de la paciencia de la jueza al no presentarme el día anterior.
—Aquí viene —anunció Levin.
Inclinándome hacia la pantalla observé que Reggie Campo volvía por la línea de la barra. Esta vez cuando llegó a Roulet se apretó a la barra entre él y el hombre que estaba en el taburete de la derecha. Tuvo que moverse en el espacio lateralmente y sus pechos se apretaron claramente contra el brazo derecho de Roulet. Era algo más que una insinuación. Ella dijo algo y Roulet se inclinó más cerca de sus labios para oír. Después de unos momentos él asintió y entonces vio que ella ponía lo que parecía una servilleta de cóctel arrugada en su mano. No tuvieron más intercambio verbal y entonces Reggie Campo besó a Louis Roulet en la mejilla y se echó hacia atrás para separarse de la barra. Campo se dirigió a su taburete.
—Eres un cielo, Mish —dije, usando el nombre que le había dado cuando me habló de su mezcolanza de descendencia judía y mexicana—. ¿Y dices que los polis no lo tienen?
—No sabían nada la semana pasada cuando estuve allí y todavía tengo la cinta. Así que no, no la tienen, y probablemente todavía no conozcan su existencia.
Según las reglas de hallazgos, debería entregarlo a la fiscalía después de que Roulet compareciera formalmente. Pero disponía de un poco de margen. Técnicamente no tenía que entregar nada hasta que estuviera seguro de que planeaba usarlo en el juicio. Eso me daba mucha libertad de acción y tiempo.
Sabía que lo que había en el DVD era importante y sin lugar a dudas lo usaría en el juicio. Por sí solo podía ser causa de duda razonable. Parecía mostrar una familiaridad entre la víctima y el supuesto agresor que no estaba incluida en la acusación de la fiscalía. Lo que era más importante, también capturaba a la víctima en una posición en que su comportamiento podía ser interpretado como al menos parcialmente responsable de atraer la acción que siguió. Eso no significaba sugerir que lo que siguió fuera aceptable o no criminal, pero los jurados siempre están interesados en las relaciones causales de un crimen y de los individuos involucrados. Lo que el vídeo hacía era mover un crimen que podía ser visto a través de un prisma blanco y negro a una zona gris. Como abogado defensor, vivía en las zonas grises.
La parte negativa era que el DVD era tan bueno que podía ser demasiado bueno. Contradecía directamente la declaración de la víctima ante la policía de que no conocía al hombre que la había agredido. La ponía en tela de juicio, la pillaba en una mentira. Sólo hace falta una mentira para echar abajo un caso. La cinta era una prueba definitiva. Terminaría con el caso antes incluso de que fuera a juicio. Mi cliente simplemente quedaría en libertad.
Y con él se iría la gran paga del filón.
Levin estaba volviendo a pasar la imagen a velocidad rápida.
—Ahora mira esto —dijo—. Ella y el señor X se van a las nueve. Pero observa cuando él se levanta.
Levin había cambiado el encuadre para enfocar a Campo y al hombre desconocido. Cuando el reloj marcaba las 20.59 puso la reproducción en cámara lenta.
—Vale, se están preparando para marcharse —dijo—. Observa las manos del tipo.
Observé. El hombre daba un último trago a su copa, echando la cabeza para atrás y vaciando el vaso. Acto seguido bajó del taburete, ayudó a Campo a bajar del suyo y salieron del encuadre de la cámara por la derecha.
—¿Qué? —dije—. ¿Qué me he perdido?
Levin retrocedió la imagen hasta que llegó al momento en que el desconocido se acababa la copa. Entonces congeló la imagen y señaló la pantalla. El hombre tenía la mano izquierda en la barra para equilibrarse mientras se echaba atrás para beber.
—Bebe con su mano derecha —dijo—. Y en la izquierda ves un reloj en su muñeca. Así que parece que el tipo es diestro, ¿no?
—Sí, ¿y entonces? ¿Adónde nos lleva eso? Las heridas de la víctima se produjeron por golpes desde la izquierda.
—Piensa en lo que te he dicho.
Lo hice. Y al cabo de un momento lo entendí.
—El espejo. Todo está al revés. Es zurdo.
Levin asintió con la cabeza e hizo amago de dar un puñetazo con su puño izquierdo.
—Aquí podría estar todo el caso —dije, inseguro de si era algo bueno.
—Feliz día de San Patricio, amigo —dijo Levin otra vez con acento irlandés, sin darse cuenta de que no tenía ninguna gracia.
Di un largo trago de café caliente y traté de pensar en una estrategia para el vídeo. No veía forma alguna de mantenerlo para el juicio. Los polis finalmente se pondrían con las investigaciones de seguimiento y lo descubrirían. Si me lo guardaba, podía estallarme en la cara.
—No sé cómo voy a usarlo —dije—, pero lo que es seguro es que el señor Roulet y su madre y Cecil Dobbs van a estar contentos contigo.
—Diles que siempre pueden expresar su agradecimiento económicamente.
—Muy bien, ¿algo más de la cinta?
Levin empezó a reproducirla a cámara rápida.
—Casi no. Roulet lee la servilleta y memoriza la dirección. Después se queda otros veinte minutos y se va, dejando una copa entera en la barra.
Puso en cámara lenta la imagen en el punto en que Roulet se iba. Roulet dio un trago del Martini recién servido y lo dejó en la barra. Cogió la servilleta que le había dado Reggie Campo, la arrugó en su mano y después la tiró en el suelo al levantarse. Salió del bar dejando la bebida en la barra.
Levin extrajo el DVD y volvió a colocarlo en su funda de plástico. Apagó el reproductor y empezó a apartarlo.
—Eso es todo en cuanto a las imágenes que puedo enseñarte aquí.
Me estiré y le di un golpecito en el hombro a Earl. Tenía los auriculares puestos. Se sacó uno de los auriculares y me miró.
—Vamos al tribunal —dije—. Déjate los auriculares puestos.
Earl hizo lo que le pedí.
—¿Qué más? —le dije a Levin.
—Está Reggie Campo —dijo—. No es Blancanieves.
—¿Qué has encontrado?
—No es tanto lo que he encontrado como lo que pienso. Ya has visto cómo era en la cinta. Un tipo se va y ella está dejando notas de amor a otro en la barra. Además, he comprobado algunas cosas. Es actriz, pero actualmente no está trabajando como actriz. Salvo en representaciones privadas, podríamos decir.
Me entregó un fotomontaje profesional que mostraba a Reggie Campo en diferentes poses y personajes. Era el tipo de hojas de fotos que se envían a directores de casting de toda la ciudad. La foto más grande de la hoja era una imagen del rostro. Era la primera vez que veía su cara de cerca sin los desagradables moratones e hinchazones. Reggie Campo era una mujer muy atractiva y algo en su cara me resultaba familiar aunque no podía fijarlo. Me pregunté si la habría visto en algún programa de televisión o algún anuncio. Di la vuelta al retrato y leí las referencias. Eran de programas que nunca había visto y de anuncios que no recordaba.
—En los informes de la policía ella dice que su último empleador fue Topsail Telemarketing. Están en el puerto deportivo. Atienden llamadas de un montón de cosas que vendían en tele nocturna. Máquinas de ejercicios y cosas así. El caso es que es trabajo de día. Trabajas cuando quieres. La cuestión es que Reggie no ha trabajado allí desde hace cinco meses.
—Entonces ¿qué me estás diciendo, que ha estado haciendo trampas?
—La he vigilado las tres últimas noches y…
—¿Que has hecho qué?
Me volví y lo miré. Si un detective privado que trabaja para un abogado defensor era pillado siguiendo a la víctima de un crimen violento, podía haber mucho que pagar y sería yo quien tendría que hacerlo. Lo único que tendría que hacer la fiscalía sería ir a ver a un juez y alegar acoso e intimidación, y me acusarían de desacato en menos que canta un gallo. Como víctima de un crimen, Reggie Campo era sacrosanta hasta que estuviera en el estrado. Sólo entonces sería mía.
—No te preocupes, no te preocupes —dijo Levin—. Era una vigilancia muy suelta. Muy suelta. Y me alegro de haberlo hecho. Los hematomas y la hinchazón y todo eso o bien ha desaparecido o ella está usando mucho maquillaje, porque esta señorita está teniendo muchos visitantes. Todos hombres, todos solos, todos a diferentes horas de la noche. Parece que trata de encajar al menos dos cada noche en su cuaderno de baile.
—¿Los recoge en bares?
—No, se queda en su casa. Esos tipos deben de ser regulares o algo, porque saben el camino a su puerta. Tengo algunas placas de matrícula. Si es necesario puedo visitarles y tratar de conseguir algunas respuestas. También grabé un poco de vídeo con infrarrojos, pero todavía no lo he transferido al disco.
—No, dejemos lo de visitar a algunos de estos tipos por ahora. Podría enterarse ella. Hemos de ser muy cuidadosos a su alrededor. No me importa que esté recibiendo clientes o no.
Tomé un poco más de café y traté de decidir cómo moverme con esto.
—¿Comprobaste su historial? ¿Sin antecedentes?
—Exacto, está limpia. Mi suposición es que ella es nueva en el juego. Ya sabes, estas mujeres que quieren ser actrices… Es un trabajo difícil. Te agota. Ella probablemente empezó aceptando un poco de ayuda de estos tipos y se convirtió en un negocio. Pasó de amateur a profesional.
—¿Y nada de esto estaba en los informes que conseguiste antes?
—No. Como te he dicho, los polis no han hecho mucho seguimiento. Al menos hasta ahora.
—Si ella se graduó de amateur a profesional, puede haberse graduado en poner trampas a un tipo como Roulet. Él conduce un coche bonito, lleva ropa buena… ¿has visto su reloj?
—Sí, un Rolex. Si es auténtico, lleva diez de los grandes sólo en la muñeca. Ella podría haberlo visto desde el otro lado de la barra. Quizá por eso lo eligió entre todos.
Estábamos otra vez en el tribunal. Tenía que poner rumbo hacia el centro. Pregunté a Levin dónde había aparcado y dirigí a Earl al aparcamiento.
—Está todo muy bien —comenté—. Pero significa que Louis mintió en algo más que en la UCLA.
—Sí —coincidió Levin—. Sabía que iba a una cita de pago. Debería habértelo dicho.
—Sí, y ahora voy a hablar de eso con él.
Aparcamos al lado de un bordillo en el exterior de un estacionamiento de pago en Acacia. Levin sacó una carpeta del maletín. Tenía una banda de goma en torno a ella que sostenía un trozo de papel a la cubierta exterior. Me lo entregó y vi que se trataba de una factura por casi seis mil dólares por ocho días de servicios de investigación y gastos. Considerando lo que había oído en la última media hora, el precio era una ganga.
—Esta carpeta contiene todo lo que acabamos de hablar, más una copia del vídeo de Morgan’s en disco —dijo Levin.
Cogí la carpeta con vacilación. Al aceptarla estaba accediendo al reino del descubrimiento. No aceptarla y mantenerlo todo con Levin me habría puesto en apuros en una disputa con el fiscal.
Di unos golpecitos en la factura con el dedo.
—Se lo pasaré a Lorna y te mandaremos un cheque —dije.
—¿Cómo está Lorna? Echo de menos verla.
Cuando estábamos casados, Lorna solía acompañarme al tribunal como espectadora. A veces cuando no tenía chófer ella se ponía al volante. Levin la veía con más frecuencia entonces.
—Le va muy bien. Sigue siendo la Lorna de siempre.
Levin entreabrió su puerta, pero no salió.
—¿Quieres que siga con Reggie?
Ésa era la cuestión. Si lo aprobaba perdería todo derecho de negarlo si algo iba mal. Porque ahora sabía lo que estaba haciendo. Vacilé pero asentí.
—Muy suelto. Y no lo derives. Sólo me fío de ti en esto.
—No te preocupes. Lo haré yo. ¿Qué más?
—El hombre zurdo. Hemos de descubrir quién es el señor X y si forma parte de este asunto o es sólo otro cliente.
Levin asintió con la cabeza y golpeó otra vez con su puño izquierdo.
—Estoy en ello.
Se puso las gafas de sol, abrió la puerta y salió. Volvió a meter la mano para sacar su maletín y su botella de agua sin abrir, luego dijo adiós y cerró la puerta. Observé que él empezaba a caminar a través del aparcamiento en busca de su coche. Yo tendría que haberme sentido en éxtasis por todo lo que acababa de conocer. La información que había conseguido Levin inclinaba claramente la balanza del lado de mi cliente, pero todavía me sentía inquieto acerca de algo que no alcanzaba a determinar.
Earl había apagado la música y estaba esperando órdenes.
—Llévame al centro, Earl —dije.
—Entendido —replicó—. ¿Al tribunal central?
—Sí, y eh, ¿qué estabas escuchando en el iPod? Podría escucharlo.
—Era Snoop. Ha de escucharlo alto.
Asentí con la cabeza. También de Los Ángeles. Y un antiguo acusado que se enfrentó a la maquinaria por una acusación de homicidio y salió en libertad. No había mejor historia de inspiración en la calle.
—¿Earl? —dije—. Coge la siete diez. Se está haciendo tarde.