—¡No! —jadeó Felicity Wilhing, con el rostro convertido en una máscara de incredulidad. Después, repitió la palabra enfurecida, casi un chillido.
James Bond miró a la menuda mujer sentada en el suelo, más o menos en el mismo lugar que él había ocupado un momento antes.
—¡Lo sabías! —Chilló la mujer—. ¡Lo sabías, hijo de perra! ¡Nunca sospechaste de Lamb!
—Mentí, ¿verdad? —replicó él con frialdad, escupiéndole las palabras.
Bheka Jordaan también estaba mirando a su prisionera, sin demostrar la menor emoción.
Bond se estaba masajeando las muñecas, después de que le quitaran las esposas. Gregory Lamb se encontraba cerca, hablando por el móvil. Lamb y Jordaan habían llegado antes que Bond para poner micros y grabar la conversación, por si Felicity picaba. Se habían escondido en el remolque de los obreros. La luz de la linterna de Bond había verificado que eran invisibles y les había avisado de que iba a entrar. No había utilizado transmisiones de radio.
El teléfono de Jordaan sonó y ella contestó. Escuchó y anotó la información en su libreta.
—Mí gente ha entrado en el despacho de la señorita Wilhing. Sabemos los lugares donde van a aterrizar todos los aviones, y las rutas de los barcos que entregan la comida.
Gregory Lamb repasó sus notas y pasó la información a su teléfono. Si bien el hombre no inspiraba confianza como agente secreto, por lo visto tenía contactos que en esa situación serían muy útiles, y ahora los estaba utilizando,
—¡No pueden hacer esto! —aulló Felicity—. ¡No entienden nada!
Bond y Jordaan no le hicieron caso y miraron a Lamb. Por fin, desconectó.
—Hay un portaaviones estadounidense frente a la costa. Han lanzado cazas para interceptar a los aviones cargados de comida. Además, los helicópteros de combate de la RAF y de Sudáfrica se dirigen hacia los barcos.
Bond dio las gracias al hombretón sudoroso por sus esfuerzos. Nunca había sospechado de Lamb, cuyo extraño comportamiento se debía al hecho de que, en esencia, era un cobarde: había desaparecido durante la acción en la planta de Green Way para esconderse entre los matorrales. Lo admitió, pero sin confesar que se había disparado en la manga. Bond lo había considerado el cebo perfecto para engañar a su sospechosa, Felicity Wilhing.
Bheka Jordaan también recibió una llamada.
—Los refuerzos se van a retrasar un poco: se ha producido un accidente grave en Victoria Road. Pero Kwalene dice que podrá estar aquí dentro de veinte o treinta minutos.
Bond miró a Felicity. Incluso ahora, sentada en el mugriento suelo de aquella deteriorada obra, se mostraba desafiante, como una leona enjaulada y rabiosa.
—¿Cómo…? ¿Cómo lo supiste? —preguntó.
Oyeron el relajante aunque potente sonido del Atlántico al estrellarse contra las rocas, el cántico de los pájaros, un claxon lejano. Este lugar no estaba lejos del centro de Ciudad del Cabo, pero la ciudad parecía encontrarse a un universo de distancia.
—Algunas cosas me intrigaban. En primer lugar, el propio Dunne. ¿Por qué se produjo ayer una transferencia de fondos misteriosos a su cuenta, justo antes de que comenzase Gehenna? Eso sugería que Dunne tenía otro socio. Además, interceptamos otro mensaje, que mencionaba que si Hydt se apeaba del proyecto, éste continuaría con otros socios. ¿A quién se lo habían enviado? Una explicación era que se trataba de alguien ajeno a Gehenna.
»Entonces recordé que Dunne viajaba a la India, Indonesia y el Caribe. En la fiesta para recaudar fondos, dijiste que tu organización había abierto delegaciones en Bombay, Yakarta y Puerto Príncipe. Un poco casual. Tanto tú como Dunne teníais contactos en Londres y Ciudad del Cabo, y ambos estabais presentes en Sudáfrica antes de que Hydt abriera aquí su delegación de Green Way.
»Establecí la relación con NOAH yo solo —continuó Bond. Cuando estaba en la jefatura del SAPS, se había fijado en la tarjeta de Felicity. IOAH De pronto se había dado cuenta de que sólo había una letra de diferencia con NOAH—. Investigué la documentación de la empresa en Pretoria y descubrí el nombre original del grupo. Cuando me dijiste que alguien había llamado Noah a Lamb, supe que estabas mintiendo. Eso confirmó tu culpabilidad. Pero todavía necesitábamos engañarte para que nos contaras todo lo que sabías y qué era el Incidente Veinte. —La miró con frialdad—. No tenía tiempo para un interrogatorio agresivo.
Propósito… Respuesta.
Sin saber cuál era el objetivo de Felicity, aquella añagaza había sido la mejor respuesta que se le ocurrió.
Felicity se deslizó hacia la pared. Al mismo tiempo, miró por la ventana.
Varios pensamientos confluyeron en la mente de Bond: el movimiento de sus ojos, el «accidente» que había bloqueado Victoria Road, el genio de Dunne para la planificación y el claxon del coche, que había sonado unos tres minutos antes. Había sido una señal, por supuesto, y Felicity había estado contando los segundos desde que había sonado a lo lejos.
—¡Ya llegan! —gritó Felicity mientras se abalanzaba sobre Bheka Jordaan.
Las dos, y Lamb, cayeron al suelo, mientras las balas destrozaban las ventanas y la habitación se llenaba de fragmentos de confeti relucientes.