—¿Qué es eso? —preguntó Bond, señalando su blusa.
Era sangre, por supuesto. Sangre auténtica. De ella. Felicity todavía sentía el pinchazo en la mano, donde se había pinchado una vena con un imperdible. Había sangrado lo suficiente como para mancharse la camisa e imitar una herida de bala.
Ella no le contestó, pero los ojos del agente se fijaron en el moratón de la mano y revelaron que ya lo había deducido.
—No había ningún policía en el muelle.
—Mentí, ¿verdad? Siéntate. En el suelo.
Cuando lo hubo hecho, Felicity movió la corredera, que expulsó una bala, y después comprobó que hubiera otra en la recámara, lista para disparar.
—Sé que estás entrenado para desarmar a alguien. Ya he matado antes, y no me ha afectado lo más mínimo No es esencial que sigas con vida, de modo que será un placer para mí dispararte si haces el menor movimiento.
No obstante, su voz estuvo a punto de quebrarse en «placer». «¿Qué demonios te pasa?», se preguntó, furiosa.
—Póntelas.
Tiró unas esposas sobre el regazo de Bond.
Él las cogió. «Buenos reflejos», observó Felicity, que retrocedió un metro.
Percibió el agradable aroma que Bond le había dejado en la piel al tocarla unos momentos antes. Sería jabón o champú del hotel. No era el tipo de hombre que se aplicaba loción para después del afeitado.
La ira de nuevo. ¡Maldita sea!
—Las esposas —repitió.
Una vacilación, y después se las puso en las muñecas.
—¿Y bien? Explícate.
—Más apretadas.
Bond accionó el mecanismo. Ella se quedó satisfecha.
—¿Para quién trabajas exactamente? —preguntó ella.
—Para una organización de Londres. Y lo dejaremos así. ¿Tú trabajas con Lamb?
La mujer rió.
—¿Con Lamb? ¿Con ese gordo idiota y sudoroso? No. No sé para qué va a venir, pero no tiene nada que ver con mi proyecto de esta noche. Será alguna ridícula aventura empresarial. Tal vez comprar este hotel. Te mentí cuando dije que alguien lo había llamado Noah.
—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí?
—He venido porque estoy segura de que informaste a tus jefes de Londres de que Lamb es tu principal sospechoso.
Un destello de sus ojos se lo confirmó.
—Lo que la capitana Jordaan y sus más o menos competentes agentes descubrirán aquí por la mañana es un combate a muerte. Tú y el traidor que iba a volar un transtlántico, Gregory Lamb, y la persona con la que iba a entrevistarse. Los sorprendiste y se produjo un tiroteo. Todos muertos. Quedarán cabos sueltos, pero, en conjunto, el asunto se olvidará. Yo lo olvidaré, al menos.
—Lo cual te permitirá hacer lo que te dé la gana. Pero no lo entiendo. ¿Quién demonios es Noab?
—No es quién, James, sino qué. N-O-A-H.
Confusión en su apuesto rostro. Después, comprensión.
—Dios mío… Tu grupo es la Organización Internacional Anti Hambre, OIAH. En la fiesta de recaudación de fondos, dijiste que la habías expandido hacía poco para dotarla de proyección internacional. Lo cual significaba que era la Organización Nacional Anti Hambre. ONAH. O sea, NOAH en inglés.
Ella asintió.
—En el texto que interceptamos el fin de semana pasado —musitó Bond con el ceño fruncido—, «noah» estaba mecanografiado en minúsculas, como todo el resto del mensaje. Supuse que era un nombre.
—Fuimos descuidados en ese caso. Hace tiempo que no es NOAH, pero fue el primer nombre y aún lo llamamos así. —¿En plural? ¿Quién envió el mensaje?
—Niall Dunne. Él es socio mío, no de Hydt. Fue un préstamo.
—¿Tuyo?
—Hace unos cuantos años que trabajamos juntos.
—¿Cómo te pusiste en contacto con Hydt?
—Niall y yo trabajamos para muchos señores de la guerra y dictadores del África subsahariana. Hará unos nueve o diez meses, Niall se enteró del plan de Hydt, de este Gehenna. Era bastante descabellado, pero había posibilidades de obtener pingües beneficios de la inversión. Entregué a Dunne diez millones para ello. Explicó a Hydt que eran de un hombre de negocios anónimo. Una condición para darle el dinero era que el propio Dunne trabajara con Hydt para supervisar cómo se gastaba.
—Sí, habló de otros inversores. ¿De modo que Hydt no sabía nada de ti?
—Nada en absoluto. Resultó que a Hydt le encantaba utilizar a Dunne como planificador táctico. Gehenna no habría llegado tan lejos sin él.
—El hombre que piensa en todo.
—Sí, se sentía bastante orgulloso de que Hydt lo describiera de esa forma.
—No obstante, existía otro motivo por el que Dunne no se separaba de Hydt. Era tu plan de fuga, una posible maniobra de evasión.
—Si alguien se ponía suspicaz, como te pasó a ti, sacrificaríamos a Hydt. Lo convertiríamos en chivo expiatorio para abortar cualquier investigación. Por eso Dunne convenció a Hydt de que la bomba de York estallaría hoy.
—¿Sacrificaste diez millones de dólares?
—Los buenos seguros son caros.
—Siempre me pregunté por qué Hydt siguió adelante con su plan, después de que yo interviniera en Serbia y en March. Cubrí mi rastro con cuidado, pero me aceptó con más entusiasmo, en mi papel de Gene Theron, del que yo habría pensado que me dispensaría. Eso fue porque Dunne no paraba de repetirle que yo era legal.
Ella asintió.
—Severan siempre hacía caso de Niall Dunne.
—Así que fue Dunne quien colgó en Internet la referencia acerca de que el apodo de Hydt era Noah. Y de que construía sus barcos en Bristol.
—Exacto. —La ira y la decepción florecieron de nuevo—. ¡Maldita sea! ¿Por qué no te diste por vencido cuando debiste haberlo hecho, después de la muerte de Hydt?
Bond la miró con frialdad.
—Y después, ¿qué? ¿Habrías esperado a que me durmiera a tu lado… para degollarme?
—Confiaba en que fueras quien afirmabas, un mercenario de Durban —replicó ella—. Por eso te pregunté la otra noche si podías cambiar, para concederte la posibilidad de confesar que eras un asesino. Pensé que las cosas podían…
Enmudeció.
—¿… funcionar entre nosotros? —Bond apretó los labios—. Por si sirve de algo, yo también lo pensé.
Qué ironía, pensó Felícity. Estaba amargamente decepcionada por el hecho de que fuera uno de los buenos. Él también debía de sentir la misma decepción por su error.
—¿Qué vas a hacer esta noche? ¿Cuál es el proyecto que hemos llamado Incidente Veinte? —preguntó Bond, mientras se removía en el suelo. Las esposas tintinearon.
—¿Estás al tanto de los conflictos que hay en el mundo? —preguntó ella, apuntándolo con la pistola.
—Escucho la BBC —replicó él con sequedad.
—Cuando trabajaba en un banco de la City, mis clientes invertían a veces en empresas de lugares problemáticos. Llegué a conocer esas regiones. Me fijé en que en todas las zonas conflictivas el hambre era un factor decisivo. Los que tenían hambre estaban desesperados. Podías conseguir que hicieran cualquier cosa si les prometías comida: cambiar de lealtad política, luchar, asesinar civiles, o derrocar dictaduras o democracias. Cualquier cosa. Se me ocurrió que se podía utilizar el hambre como arma. Así que me convertí en eso, en traficante de armas, por así decirlo.
—Eres una broker del hambre.
«Bien dicho», pensó Felicity.
—El IOAH controla el treinta y dos por ciento de la ayuda alimentaria que llega al país —continuó la mujer con frialdad—. Pronto lograremos lo mismo en varios países latinoamericanos, la India y Sudeste Asiático. Si, por ejemplo, un señor de la guerra de la República Centroafricana quiere acceder al poder y me paga lo que le pido, yo me encargaré de que sus soldados y la gente que le apoye reciban toda la comida que necesiten, y de que los seguidores de su contrincante no reciban nada.
Bond parpadeó sorprendido.
—Sudán. Eso es lo que va a pasar esta noche: estallará la guerra en Sudán.
—Exacto. Hemos estado trabajando con la autoridad central de Jartum. El presidente no quiere que la Alianza Oriental se escinda y forme un estado laico. El régimen del este piensa fortalecer sus lazos con el Reino Unido y vender su petróleo al Reino Unido en lugar de hacerlo a China. Pero Jartum no es lo bastante fuerte como para someter el este sin ayuda, así que me está pagando para que suministre comida a Eritrea, Uganda y Etiopía. Sus tropas invadirán el este al mismo tiempo que las fuerzas centrales. La Alianza Oriental no tendrá nada que hacer.
—Así que los miles de muertos del mensaje que interceptamos… son el recuento de cadáveres de la invasión que comenzará esta noche.
—Exacto. Tuve que garantizar ciertas pérdidas de vidas en las filas de las tropas de la Alianza Oriental. Si el número supera los dos millares, obtendré una bonificación.
—¿Y el impacto adverso para el Reino Unido? ¿Que el petróleo no vaya a parar a nosotros, sino a Beijing?
Un cabeceo.
—Los chinos ayudaron a Jartum a pagar mi factura. —¿Cuándo empezarán los combates?
—Dentro de una hora y media. En cuanto los aviones con la comida estén en el aire y los barcos en aguas internacionales, empezará la invasión del este de Sudán. —Felicity consultó su discreto reloj Baume & Mercier. Suponía que Gregory Lamb no tardaría en llegar—. Bien, necesito negociar algo más: tu colaboración.
Bond soltó una fría carcajada.
—De lo contrario, tu amiga Bheka Jordaan morirá. Así de sencillo. Tengo muchos amigos en toda África expertos en matar y dispuestos a utilizar dicho talento.
La complació ver que aquello le preocupaba. A Felicity Wiiling siempre le gustaba descubrir el punto débil de las personas.
—¿Qué quieres?
—Que envíes un mensaje a tus superiores confirmando que Gregory Lamb es el inductor de un atentado con bomba contra un transatlántico. Has conseguido detener la conspiración, y pronto te reunirás con él.
—Ya sabes que no puedo hacer eso.
—Estamos negociando la vida de tu amiga. Vamos, James, pórtate como un héroe. De todos modos, vas a morir.
Bond volvió la mirada hacia ella.
—Pensaba en serio que las cosas nos iban a salir bien —repitió Bond.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Felicity Wilhing.
Pero entonces, los ojos de Bond se endurecieron.
—De acuerdo, ya es suficiente —dijo con brusquedad—. Tenemos que proceder con celeridad.
Ella frunció el ceño. ¿De qué estaba hablando?
—Procurad no utilizar fuerza letal contra ella…, si podéis.
—Joder, no —susurró Felicity.
Se encendieron las luces del techo y, mientras se giraba hacia el ruido de los pies que corrían, le arrebataron la Walther de la mano. Dos personas la tiraron al suelo cabeza abajo, una de las cuales apoyó la rodilla sobre los riñones y le inmovilizó las manos con unas esposas.
Felicity oyó una seca voz femenina.
—De acuerdo con el artículo treinta y cinco de la Constitución de Sudáfrica de 1996, tiene derecho a guardar silencio y a ser informada de que cualquier declaración que haga a los agentes que la detienen puede ser utilizada en su contra.