Al atardecer, el sol estaba empezando a hundirse hacia el noroeste. James Bond se dirigió en coche desde el hotel Table Mountain, donde se había duchado y cambiado, a la jefatura de policía de Ciudad del Cabo.
Cuando entró y se encaminó hacia el despacho de Jordaan, observó que varios pares de ojos le miraban. Intuyó que las expresiones ya no eran de curiosidad, como cuando había entrado por primera vez en el edificio, unos días antes, sino de admiración. Tal vez la historia de su papel en el desmantelamiento del plan de Severan Hydt había circulado. O que había abatido a dos adversarios y volado un vertedero con una sola bala, que no era pecata minuta (Bond se había enterado de que ya habían extinguido el incendio, para su inmenso alivio. No le habría gustado que lo conocieran como el hombre que redujo a cenizas una zona considerable de Ciudad del Cabo).
Bheka Jordaan le recibió en el pasillo. Se había dado otra ducha para limpiarse los restos de Severan Hydt, y vestía unos pantalones oscuros y una camisa amarilla, alegre y vital, tal vez un antídoto para el horror de los acontecimientos sucedidos en Green Way.
Le indicó con un gesto que entrara en su despacho. Se sentaron juntos ante el escritorio.
—Dunne ha conseguido llegar a Mozambique. Los de seguridad del Gobierno le localizaron allí, pero se esfumó en una zona indeseable de Maputo, que abarca casi toda la ciudad, para ser sincera.
He llamado a algunos colegas de Pretoria, de Inteligencia Económica, de la Unidad de Investigaciones Especiales y del Centro de Información de Riesgos Bancarios. Investigaron sus cuentas…, gracias a una orden judicial, por supuesto. Ayer por la tarde, se transfirieron doscientas mil libras a una cuenta suiza de Dunne. Hace media hora las transfirió a docenas de cuentas anónimas en línea. Puede acceder a ellas desde cualquier parte, de modo que no tenemos ni idea de adónde pretende huir.
La expresión de disgusto de Bond coincidía con la de ella.
—Sí sale a la superficie o se va de Mozambique, su gente de seguridad nos informará. Pero hasta entonces, está fuera de nuestro alcance.
Fue entonces cuando apareció Nkosi, empujando un carrito grande lleno de cajas: los documentos y ordenadores portátiles del departamento de Investigación y Desarrollo de Green Way.
El suboficial y Bond siguieron a Jordaan hasta un despacho vacío, donde Nkosi puso las cajas en el suelo y alrededor del escritorio. Bond se dispuso a abrir una tapa.
—Ponte esto —se apresuró a decir Jordaan—. No quiero que contamines las pruebas.
Le ofreció unos guantes de látex azules.
Bond lanzó una carcajada irónica, pero se los puso. Jordaan y Nkosi se fueron. No obstante, antes de abrir las cajas, llamó a Bill Tanner.
—James —dijo el director ejecutivo—. Hemos recibido los mensajes. Parece que ahí se ha desatado un infierno.
Bond rió de la elección de palabras y explicó en detalle el tiroteo ocurrido en Green Way, la muerte de Hydt y la huida de Dunne. También le habló del presidente de la compañía farmacéutica que había contratado a Hydt. Tanner pediría al FBI que, desde Washington, abriera una investigación y detuviera al hombre.
—Necesito que un equipo clandestino capture a Dunne, si podemos descubrir dónde está. ¿Tenemos cerca a algún agente 00?
Tanner suspiró.
—Veré qué puedo hacer, James, pero no puedo desprenderme de mucha gente, sobre todo teniendo en cuenta la situación en el este de Sudán. Estamos asesorando al FCO y a los marines en lo tocante a la seguridad. Tal vez pueda conseguirte alguna fuerza especial. SAS o SBS. ¿Te iría bien?
—Estupendo. Voy a investigar todo lo que hemos recogido en el cuartel general de Hydt. Llamaré en cuanto haya terminado e informaré a M.
Tras hablar con Tanner, Bond empezó a distribuir los documentos de Gehenna sobre el amplío escritorio del despacho que Jordaan le había facilitado. Vaciló. Después, con cierta sensación de ridículo, se puso los guantes azules, después de decidir que le proporcionarían una historia divertida que contar a su amigo Ronnie Vallance, del Yard. Vallance decía con frecuencia que Bond sería un inspector nefasto, teniendo en cuenta su preferencia por golpear o disparar contra delincuentes, antes que reunir pruebas para meterles en chirona.
Hojeó los documentos durante casi una hora. Por fin, cuando se consideró lo bastante bien informado sobre la situación, telefoneó a Londres una vez más.
—Esto es una pesadilla, 007 —gruñó M—. Ese idiota de División Tres apretó un botón muy gordo. Consiguió que cerraran Whitehall. Y también Downing Street. Si hay algo que salga mal parado en los tabloides es la suspensión de una conferencia de seguridad internacional por culpa de una maldita alerta de seguridad.
—¿Era infundada?
Bond se había sentido seguro de que York era el lugar elegido para el atentado, pero eso no significaba que Londres no corriera peligro, tal como había dicho a Tanner durante la llamada vía satélite desde el despacho de Jessica Barnes.
—Nada. Green Way tenía su lado legal, por supuesto. Los ingenieros de la empresa estaban trabajando con la policía para comprobar que no hubiera nada sospechoso en los túneles de eliminación de basura que rodean Whitehall. Ni radiación peligrosa, ni explosivo, ni Guy Fawkes. Se produjo un repunte en el tráfico SIGINT afgano, pero se debió a que nosotros y la CIA desembarcamos allí el lunes pasado. Y todo el mundo se preguntaba qué demonios estábamos haciendo.
—¿Y Osborne-Smith?
—Intrascendente.
Bond no sabía si la palabra se refería al hombre o significaba que más valía no hablar de su destino.
—Bien, ¿qué está pasando por ahí abajo, 007? Quiero detalles.
Bond explicó primero la muerte de Hydt y la detención de sus tres socios principales. También describió la huida de Dunne y el plan de Bond para ejecutar la orden de nivel 2 desde el domingo, que todavía era válida, consistente en secuestrar al irlandés cuando lo localizaran.
Después, Bond entró en detalles acerca de Gehenna (la información secreta robada y reunida por Hydt), el chantaje y la extorsión, y añadió las ciudades donde se habían concentrado casi todos sus esfuerzos.
—Ciudades como Londres, Moscú, París, Tokio, Nueva York y Bombay, e instalaciones más pequeñas en Belgrado, Washington, Taipei y Sydney.
Se hizo un momentáneo silencio, y Bond imaginó a M mordisqueando su puro mientras le daba bocanada tras bocanada.
—Muy inteligente, reunir todo esa información a partir de basura.
—Hydt dijo que nadie se fija ya en los barrenderos, y es verdad. Son invisibles. Están por todas partes, pero casi siempre los miras sin verlos.
M lanzó una de sus raras risitas.
—Yo estaba pensando más o menos lo mismo ayer. —Se puso serio—. ¿Qué recomienda, 007?
—Que la gente de nuestra embajada y Seis cierren todas las instalaciones de Green Way cuanto antes, con el fin de impedir que los actores empiecen a desaparecer. Congelar sus bienes y rastrear todos los ingresos. Eso nos conducirá al resto de clientes de Gehenna.
—Ummm —dijo M, con voz extrañamente alegre—. Supongo que podríamos hacerlo.
¿En qué estaría pensando el viejo?
—Aunque no estoy seguro de que debamos darnos excesivas prisas. Vamos a detener a los directores de todas las delegaciones, sí, pero ¿qué le parece si el QDG infiltra varios agentes 00 en sus oficinas y alarga la vida de Gehenna en algunos lugares, 007? Me encantaría saber lo que el Aerospacio GRS de las afueras de Moscú nos depara. Y también me pregunto qué documentación destruye el consulado de Pakistán en Bombay. Sería interesante saberlo. Tendremos que pedir la devolución de algunos favores a la prensa, para que no informe de lo que Hydt estaba tramando. Solicitaré a los chicos de desinformación de Seis que aireen que estaba mezclado con una organización criminal, o algo por el estilo. Nada muy concreto. Al final se sabrá todo, pero para entonces ya habremos recogido información valiosa.
El viejo zorro. Bond rió para sí. De modo que el QDG iba a meterse en el negocio del reciclaje.
—Brillante, señor.
—Dele todos los detalles a Bill Tanner y partiremos de ahí —dijo M—. El idiota de Osborne-Smith ha paralizado por completo el tráfico de Londres —bramó—. Tardaré siglos en llegar a casa. Nunca he entendido por qué no prolongaron la M4 hasta Earl’s Court.
La línea enmudeció.