Bond corría por el tenebroso corredor, pasando ante fotografías de la tierra conquistada que los trabajadores de Hydt habían convertido en los Campos Elíseos, los hermosos jardines que cubrían los vertederos de Green Way hacia el este.
Eran las diez menos cinco en York. La detonación tendría lugar al cabo de treinta y cinco minutos.
Tenía que salir de la planta de inmediato. Estaba seguro de que habría alguna especie de arsenal, cerca del puesto de seguridad principal. Se dirigía hacia allá, con paso decidido, la cabeza gacha, y cargado con los planos y la libreta. Se encontraba a cincuenta metros de la entrada. Había tres hombres en el puesto de seguridad principal. ¿Estaría vigilada también la puerta de atrás? Probablemente. Aunque no había empleados en la oficina comercial, Bond había visto trabajadores en los terrenos. Tres guardias la habían custodiado ayer. ¿Cuántos miembros más de seguridad estarían presentes? Los visitantes de Hydt ¿habrían entregado también su arma, o les habrían dicho que la dejaran en el coche? Tal vez…
—¡Señor!
La voz le sobresaltó. Dos corpulentos guardias aparecieron y le cerraron el paso. Sus rostros no revelaban la menor emoción. Bond se preguntó si habrían descubierto a Jessica y al hombre al que había reducido. Por lo visto, no.
—Señor Theron, el señor Hydt le está buscando. Nos envía para acompañarlo a la sala de conferencias.
El más bajo le miró con unos ojos duros como el caparazón de un escarabajo negro.
No tuvo más remedio que acompañarlos. Llegaron a la sala de conferencias unos minutos después. El guardia más corpulento llamó a la puerta. Dunne la abrió, examinó a Bond con expresión neutra e indicó con un gesto a los hombres que entraran. Los tres socios de Hydt estaban sentados alrededor de una mesa. El enorme guardia de seguridad que había acompañado a Bond a la planta el día anterior estaba de pie cerca de la puerta, con los brazos cruzados.
—¡Theron! —lo llamó Hydt, con el entusiasmo de que había hecho gala antes—. ¿Cómo le ha ido?
—Muy bien, pero no he terminado todavía. Yo diría que necesito otros quince o veinte minutos.
Desvió la vista hacia la puerta.
Pero Hydt estaba como un niño con zapatos nuevos.
—Sí, sí, pero antes permítame que le presente a las personas con las que va a trabajar. Les he hablado de usted y están ansiosas por conocerle. Ya tengo unos diez inversores, pero éstos son los tres principales.
Una vez efectuadas las presentaciones, Bond se preguntó si alguno de ellos sospecharía algo por no haber oído hablar del señor Theron, pero los asuntos del día tenían absortos a Mathebula, Eberhard y Huang y, en contraste con el comentario de Hydt, y no le hicieron el menor caso, aparte de saludarlo con un cabeceo.
Eran las diez y cinco en York.
Bond intentó marcharse, pero Hydt se lo impidió.
—No, quédese.
Señaló con un cabeceo la televisión, que Dunne había conectado en la Sky News de Londres. Bajó el volumen.
—Querrá ver esto, nuestro primer proyecto. Voy a qué está pasando.
Hydt se sentó y explicó a Bond lo que éste ya sabía, que Gehenna giraba en torno a la reconstrucción o escaneo de material clasificado, con vistas a la venta, la extorsión y el chantaje.
Bond arqueó una ceja, y fingió que estaba impresionado. Volvió a mirar la salida. Decidió que no podría precipitarse hacia la puerta. El enorme hombre de seguridad del traje negro se encontraba a unos centímetros de ella.
—Como ve, Theron, no fui del todo sincero el otro día cuando le expliqué el sistema de destrucción de documentos de Green Way. Pero eso fue antes de nuestra pequeña prueba con el Winchester. Le pido disculpas.
Bond se encogió de hombros y calculó distancias, mientras analizaba las fuerzas del enemigo. Su dictamen fue negativo.
Hydt se mesó la barba con sus largas uñas amarillentas.
—Estoy seguro de que siente curiosidad por lo que está sucediendo hoy. Inicié Gehenna con el simple propósito de robar y vender información secreta. Pero después comprendí que existía una forma más lucrativa… y para mí, más satisfactoria, de utilizar los secretos resucitados. Podían utilizarse como armas. Para matar, para destruir.
»Hace unos meses me reuní con el presidente de una compañía farmacéutica a la que estaba vendiendo secretos reconstruidos, Rand K Pharmaceuticals, de Raleigh, en Carolina del Norte. La idea le encantaba, pero quería hacerme otra proposición, algo más radical. Me habló de un brillante investigador, un profesor de York, quien estaba desarrollando un nuevo fármaco para el cáncer. En lo tocante al mercado, la empresa de mi cliente se arruinaría. Estaba dispuesto a pagar una millonada con tal de que el investigador muriera y su oficina quedara destruida. Fue entonces cuando Gehenna floreció en verdad.
Hydt había confirmado otras deducciones de Bond, acerca de utilizar un prototipo de bomba serbia que habían fabricado a partir de planos y anteproyectos reconstruidos, que la gente de la delegación de Hydt en Belgrado había logrado rescatar. Así fingirían que el verdadero objetivo era otro profesor de la misma universidad de York, un hombre que había testificado ante el Tribunal Internacional de La Haya por hechos ocurridos en la antigua Yugoslavia. Estaba impartiendo un curso de historia de los Balcanes en el aula contigua a la del investigador del cáncer. Todo el mundo pensaría que el eslavo era el objetivo.
Bond miró la hora en el televisor. Eran las diez y cuarto en Inglaterra.
Tenía que huir ya.
—Brillante, absolutamente brillante —dijo—, pero déjeme ir a buscar mis notas para hablarles de mi idea.
—Quédese y contemple las festividades. —Un cabeceo en dirección al televisor. Dunne subió el volumen—. En principio, íbamos a detonar el artefacto a las diez y media hora de Inglaterra, pero como nos han confirmado que ambas clases ya han empezado, podemos hacerlo ahora. Además —confesó Hydt—, estoy bastante ansioso por ver si nuestro artilugio funciona.
Antes de que Bond pudiera reaccionar, Hydt marcó un número de teléfono. Miró la pantalla.
—Bien, la señal se ha enviado. Vamos a ver.
En silencio, todo el mundo miró hacia el televisor. Estaban proyectando un programa grabado sobre la familia real. Pocos minutos después, la pantalla se puso en blanco, y después destelló un logo rojo y negro.
NOTICIA DE ÚLTIMA HORA
La pantalla mostró a una mujer sudasiática vestida con elegancia, sentada a una mesa en una sala de redacción Su voz tembló cuando leyó la noticia.
—Interrumpimos este programa para informarles de que se ha producido una explosión en York. Al parecer, se trata de un coche bomba… Las autoridades afirman que un coche bomba ha estallado y destruido gran parte del edificio de la universidad… Acabamos de enteramos… Sí, el edificio se encuentra en los terrenos de la Universidad de Yorkshire-Bradford… Nos han informado de que se estaban impartiendo clases en el momento de la explosión, y de que las aulas más cercanas a la bomba estaban llenas… Nadie ha reivindicado todavía la autoría…
Bond expulsó aire entre los dientes apretados mientras miraba la pantalla, pero un brillo de triunfo alumbró en los ojos de Severan Hydt. Todo el mundo en la sala se puso a aplaudir a rabiar, como si su delantero preferido acabara de marcar un gol en la Copa del Mundo.