Bond entró en el aparcamiento situado delante de la fortale de Green Way International y frenó.
Había varias limusinas alineadas delante de la puerta.
REDUCE, REUTILIZA, RECICLA
Había gente paseando de un lado a otro. Bond reconoció al ejecutivo alemán, Haris Eberhard, con traje beis y zapatos blancos. Estaba hablando con Niall Dunne, tan inmóvil como un pez luchador japonés. La brisa revolvía su flequillo rubio. Eberhard estaba terminando un cigarrillo. Tal vez Hydt prohibía fumar dentro de la planta, lo cual se le antojó irónico: el aire del exterior estaba contaminado de niebla y vapores procedentes de la central eléctrica y el metano que quemaba.
Bond saludó con la mano a Dunne, quien le devolvió el saludo con un indiferente cabeceo y continuó hablando con el alemán Entonces, Dunne desenganchó el teléfono del cinturón y leyó un mensaje de texto o un correo electrónico. Susurró algo a Eberhard y después se alejó para hacer una llamada. Fingiendo que utilizaba su móvil, Bond cargó la aplicación de escucha y lo alzó hasta su oído, al tiempo que bajaba la ventanilla del copiloto de su coche y apuntaba el aparato en dirección al irlandés. Fijó su mirada al frente y movió los labios como si hablara, para que Dunne no sospechara que había un micrófono apuntado hacia él.
Bond sólo pudo oír lo que decía el irlandés.
—… fuera con Hans. Quería fumar… Lo sé.
Debía de estar hablando con Hydt.
—Todo va como estaba previsto —continuó Dunne—. Acabo de recibir un correo electrónico. El camión ha salido de March en dirección a York. Debería llegar de un momento a otro. El aparato ya está armado.
Se refería a Incidente Veinte. El ataque tendría lugar en York.
—El objetivo está confirmado. La detonación sigue programada para las diez y media, hora local.
Bond, consternado, tomó nota de la hora del ataque. Habían dado por sentado que sería a las diez y media de la noche, pero cada vez que Dunne se había referido a la hora había utilizado la escala de veinticuatro horas. De haber sido a las diez y media de la noche, habría dicho «a las veintidós treinta».
Dunne miró en dirección al coche de Bond.
—Theron ha llegado —dijo—. De acuerdo, pues.
Desconectó y llamó a Eberhard para avisarle de que la reunión no tardaría en empezar. Después, se volvió hacia Bond. Parecía impaciente.
Bond marcó un número.
—Por favor, —susurró en silencio—. Contesta.
—Osborne-Smith.
Gracias a Dios.
—Escucha con atención, Percy. Soy James. Me queda un minuto. Tengo la clave de Incidente Veinte. Tendrás que proceder con rapidez. Moviliza un equipo. SOCA, Cinco y policía local. La bomba está en York.
—¿En York?
—La gente de Hydt lleva la bomba en un camión que va desde March a York. Van a detonarla esta mañana. No sé dónde la colocarán. Tal vez en un acontecimiento deportivo. Había una referencia a un «curso», de modo que mira en los hipódromos, en un lugar donde se concentre mucha gente. Examina todas las cámaras de seguridad de March y alrededores, y consigue los datos de todas las matrículas de camiones que puedas. Después, compáralas con las matrículas de todos los camiones que lleguen a York a partir de ya. Debes…
—Espera un momento, Bond —repuso con frialdad Osborne-Smith—. Esto no tiene nada que ver con March ni con Yorkshire.
Bond reparó en que había utilizado su apellido, y en el tono imperioso de la voz de Osborne-Smith.
—¿De qué estás hablando?
Dunne lo llamó con un gesto. Bond asintió, mientras se esforzaba por exhibir una sonrisa cordial.
—¿Sabías que las empresas de Hydt recogen materiales peligrosos?
—Sí, sí, pero…
—¿Recuerdas que te dije que había estado horadando túneles para desarrollar un nuevo sistema de recogida de basura en el subsuelo de Londres, incluidos los alrededores de Whitehall? Osborne-Smith hablaba como un abogado ante un testigo. Bond estaba sudando
—Pero no va de eso.
Dunne estaba cada vez más impaciente, con los ojos clavados en Bond.
—Permíteme que disienta —dijo remilgado Osborne-Smith—. Uno de los túneles no se encuentra lejos de la reunión de hoy en Richmond Terrace. Tu jefe, el mío, autoridades de la CIA, Seis, el Comité Conjunto de Inteligencia… Un verdadero Quién es Quién del mundo de la seguridad. Hydt iba a liberar algo desagradable, de lo cual se había apoderado mediante la operación encaminada a recuperar sustancias peligrosas. Matar a todo el mundo. Su gente había estado entrando y sacando contenedores de los túneles y edificios cercanos a Whitehall durante los últimos días. A nadie se le ocurrió investigarlos.
—Percy —dijo Bond, tenso—, eso no es lo que está pasando. No va a utilizar gente de Green Way para llevar a cabo el ataque. Es demasiado evidente. Se implicaría.
—En ese caso, ¿cómo explicas nuestro pequeño hallazgo de los túneles? Radiación.
—¿Cuánta?
Una pausa.
—Unos cuatro milirems —contestó Osborne-Smith con su tono malhumorado.
—Eso no es nada, Percy. —Todos los agentes de Rama O estaban versados en estadísticas sobre exposición a sustancias nucleares—. Todos los seres humanos de la tierra reciben cada año sesenta milirems de rayos cósmicos. Suma una o dos radiografías, y subes a doscientos. Una bomba sucia va a dejar más rastros que cuatro.
—Bien, acerca de York —dijo risueño Osborne-Smith, sin hacerle caso—, lo has entendido mal. Debe de tratarse del pub Duke of York, o de un teatro de Londres. Podría ser una zona de almacenamiento. Lo investigaremos. Por si acaso, suspendí la conferencia de seguridad y envié a todo el mundo a lugares seguros. Bond, he estado pensando en lo que pone cachondo a Hydt desde que vi que vivía en Canning Town y me hablaste de su obsesión por los cadáveres de hace mil años. Se complace en la putrefacción, en las ciudades derruidas.
Dunne estaba caminando poco a poco hacia el Subaru.
—Lo sé, Percy, pero…
—¿Qué mejor manera de promover la decadencia social que acabar con el aparato de seguridad de medio Occidente?
—De acuerdo, maldita sea. Haz lo que quieras en Londres, pero que la SOCA o algunos equipos de Cinco vayan a York.
—No contamos con tanto personal. No podemos desprendernos ni de un alma. Tal vez esta tarde, pero de momento, me temo que no. De todos modos, no pasará nada hasta esta noche.
Bond le explicó que la hora de la operación se había adelantado.
Una risita.
—Tu irlandés prefiere el horario de veinticuatro horas, ¿eh? Eso es un poco obsesivo. No, nos ceñiremos a mi plan.
Por eso Osborne-Smith había apoyado la decisión de M de mantener a Bond en Sudáfrica. No había creído que Bond contara con pistas sólidas. Sólo había querido arrebatarle la primicia a Bond. Éste desconectó y empezó a llamar a Bill Tanner.
Pero Dunne había llegado ya ante la puerta del coche de Bond y la abrió.
—Vamos, Theron. Está haciendo esperar a su nuevo jefe. Ya conoce la rutina. Deje el teléfono y el arma en el coche.
—Pensé que los iba a dejar en manos de su sonriente conserje.
Si se producía una pelea, confiaba en poder recuperar su arma y comunicarse con el mundo exterior.
—Hoy no —replicó Dunne.
Bond no discutió. Obedeció y guardó el teléfono y la Walther en la guantera, se reunió con Dunne y cerró la puerta del coche con el llavero.
Mientras padecía de nuevo los rituales del puesto de seguridad, Bond echó un vistazo a un reloj de pared. Eran casi las ocho de la mañana en York. Le quedaban poco más de dos horas y media para descubrir dónde habían colocado la bomba.