Un restaurante de cocina local le atrajo, y James Bond, todavía irritado por su encontronazo con Bheka Jordaan, decidió que necesitaba un buen trago.
Le había gustado el guiso de Jordaan, pero la ración era bastante pequeña, como administrada con la intención de que la cena terminara enseguida y se marchara. Bond pidió y comió un plato de sosaties (pinchos de carne a la brasa) con arroz amarillo y espinacas marog (tras declinar con educación la oferta de probar la especialidad de la casa, gusanos mopane). Después, acompañó la cena con un par de martinis-vodka y regresó al hotel Table Mountain.
Bond se duchó, secó y vistió. Alguien llamó a la puerta. Un botones le entregó un sobre grande. No iba a permitir que la idea de Jordaan de que era un asesino múltiple despiadado se interpusiera en su trabajo. Encontró dentro imágenes en blanco y negro de las fotos que había tomado con el inhalador. Algunas estaban borrosas, y otras habían errado su objetivo, pero había logrado una serie clara de lo que más le interesaba: la puerta de Investigación y Desarrollo de Green Way, además de los mecanismos de alarma y cierre. Jordaan también había sido lo bastante profesional para aportar un USB de las fotos escaneadas, y su ira se aplacó. Las cargó en el ordenador portátil, las encriptó y envió a Sanu Hirani, junto con una serie de instrucciones.
Medio minuto después, recibió un mensaje:
No dormimos nunca.
Sonrió y envió un mensaje de agradecimiento.
Unos minutos después, recibió una llamada de Bill Tanner desde Londres.
—Estaba a punto de llamarte —dijo Bond.
—James…
Tanner parecía serio, Había surgido un problema.
—Adelante.
—Aquí se ha armado un buen lío morrocotudo. Whitehall está convencido de que el Incidente Veinte no está relacionado con Sudáfrica.
—¿Qué?
—Creen que es una maniobra de distracción de Hydt. Las matanzas de Incidente Veinte tendrán lugar en Afganistán, cooperantes o contratistas, creen. El Comité de Inteligencia votó que te enviáramos a Kabul, ya que, la verdad, no has descubierto nada muy concreto ahí.
El corazón de Bond se le había acelerado.
—Bill, estoy convencido de que la clave…
—Espera —interrumpió Tanner—. Sólo te estoy diciendo lo que querían hacer. Pero M no dio su brazo a torcer e insistió en que te quedaras. Se armó un alboroto. Todos fuimos a ver al secretario de Asuntos Exteriores y defendimos el caso. Dicen que intervino el primer ministro, aunque no te lo puedo confirmar. En cualquier caso, M ganó. Te quedarás ahí. Tal vez te interese saber que un testigo salió en tu defensa…, en tu apoyo.
—¿Quién?
—Tu nuevo amigo Percy.
—¿Osborne-Smith?
Bond estuvo a punto de lanzar una carcajada.
—Dijo que, si tenías una pista, debían dejarte seguirla.
—¿De veras? Le invitaré a una pinta cuando todo esto haya acabado. A ti también.
—Bien, las cosas no van tan bien como parece —dijo en tono lúgubre Tanner—. El viejo se jugó la reputación del QDG por ti. Y también la tuya Si resulta que Hydt es una maniobra de distracción, habrá repercusiones. Graves.
¿El futuro del QDG dependía de su éxito?
Política, reflexionó Bond con cinismo.
—Estoy seguro de que Hydt está detrás de eso —dijo.
—Y M está de acuerdo con ese planteamiento.
Tanner le preguntó cuáles serían sus siguientes pasos.
—Iré a la planta de Hydt mañana por la mañana. En función de lo que descubra, tendré que actuar con rapidez, y las comunicaciones podrían significar un problema. Si no he averiguado nada a última hora de la tarde, ordenaré a Bheka Jordaan que lleve a cabo una redada en la planta, interrogue a Hydt y Dunne, y descubra cuáles son los planes para mañana por la noche.
—De acuerdo, James. Mantenme informado. Se lo diré a M. Estará reunido todo el día en esa conferencia de seguridad. —Buenas noches, Bill. Y dale las gracias.
Después de colgar, se sirvió una generosa cantidad de Royal Crown en un vaso de cristal, añadió dos cubitos y apagó las luces. Abrió las cortinas de par en par, se sentó en el sofá y contempló las luces como copos de nieve del puerto. Un enorme crucero de bandera inglesa se estaba acercando al muelle.
Su teléfono gorjeó y miró la pantalla.
—Philly.
Tomó otro sorbo del fragante whisky.
—¿Estás cenando?
—Aquí es la hora del aprs-cocktail.
—Eres mi alma gemela. —Cuando dijo esto, los ojos de Bond se posaron en la cama que anoche había compartido con Felicity Wihing—. No sabía si querías que te siguiera poniendo al día sobre la operación Cartucho de Acero…
Se inclinó hacia delante.
—Sí, por favor. ¿Qué has descubierto?
—Algo interesante, me parece. Por lo visto, el objetivo de la operación no era matar a cualquier agente o contratista. Los rusos estaban asesinando a sus topos en el MI6 y la CIA.
Bond sintió que algo estallaba en su interior. Dejó el vaso sobre la mesita.
—Tras la caída de la Unión Soviética, el Kremlin quería reforzar sus lazos con Occidente. Habría sido una torpeza política permitir que sus agentes dobles fueran descubiertos. Así que agentes del KGB en activo asesinaron a los mejores topos del MI6 y la CIA, de modo que parecieran muertes accidentales, pero dejaban un cartucho de acero en el lugar de los hechos como advertencia a los demás de que cerraran la boca. Es lo único que sé en este momento.
«Dios mío», pensó Bond. Su padre… ¿Su padre había sido un doble… o un traidor?
—¿Sigues ahí?
—Sí, un poco distraído por lo que está pasando aquí. Pero has hecho un buen trabajo, Philly. Estaré incomunicado casi todo el día de mañana, pero envíame un mensaje de texto o un correo electrónico con lo que averigües.
—Lo haré. Cuídate, James. Me tienes preocupada.
Desconectaron.
Bond levantó el frío vaso de cristal, húmedo debido a la condensación, y lo apretó contra la frente. Repasó mentalmente el pasado de su familia, con la intención de descubrir pistas sobre Andrew Bond que arrojaran alguna luz sobre aquella teoría consternante. Bond había querido mucho a su padre, quien coleccionaba sellos y fotografías de coches. Era propietario de varios vehículos, pero le proporcionaba más placer limpiarlos y repararlos que conducirlos. Cuando fue mayor, Bond había preguntado a su tía qué opinaba de su padre, y la mujer reflexionó un momento.
—Era un buen hombre, por supuesto —dijo—. Responsable y cumplidor. Una roca. Pero callado. Andrew nunca destacaba.
Cualidades de los mejores agentes secretos.
¿Habría podido ser un topo de los soviéticos?
Otro pensamiento discordante: la doblez de su padre, si la historia era cierta, había provocado la muerte de su esposa, la madre de Bond.
Así pues, lo que había provocado la orfandad de Bond no habían sido sólo los rusos, sino también la traición de su padre.
Se sobresaltó cuando su teléfono zumbó con la llegada de otro mensaje de texto.
De noche y preparando envíos de comida. Acabo de salir de la oficina. ¿Te interesa tener compañía?
Felicity
James Bond vaciló un momento. Después, tecleó:
Sí.
Diez minutos después, una vez escondida la Walther bajo la cama, cubierta por una toalla, oyó una suave llamada a la puerta. Abrió y dejó entrar a Felicity Wilhing. Cualquier duda que hubiera podido albergar acerca de si reanudarían lo interrumpido ayer se disipó cuando ella lo rodeó entre los brazos y lo besó con pasión. Aspiró su perfume, que surgía de detrás de su oído, y paladeó su sabor a menta.
—Estoy hecha un desastre —rió ella. Llevaba una camisa de algodón azul, metida dentro de unos pantalones vaqueros de diseño, arrugados y polvorientos.
—No quiero ni saberlo —replicó él, y volvió a besarla.
—Estás a oscuras, Gene —dijo la mujer, y por primera vez en toda la misión se quedó desconcertado al recordar su tapadera de afrikáner.
—Me gusta la vista.
Se separaron, y a la tenue luz del pasillo, Bond examinó su cara y pensó que era tan sensual como anoche, pero no cabía duda de que estaba muy cansada. Supuso que la logística de clasificar el cargamento de comida más grande que había llegado jamás a África era abrumadora, por decir algo
—Toma.
Sacó del bolso una botella de vino, cosecha Three Cape Ladies, un coupage de Muldersvlei, en El Cabo. Bond conocía su reputación. Descorchó y sirvió. Se sentaron en el sofá y bebieron.
—Maravilloso —dijo Bond.
Ella se quitó las botas. Bond rodeó su espalda con el brazo y se esforzó por apartar a su padre de sus pensamientos.
Felicity apoyó la cabeza contra él. En el horizonte se veían incluso más barcos que la noche anterior.
—Míralos —dijo la joven—. La gente cree que hay más maldad que bondad, pero eso no es del todo cierto. Hay mucha bondad en el mundo. No siempre puedes contar con ella, nunca es algo seguro, pero al menos…
—Al menos alguien… —interrumpió Bond—… está dispuesto a colaborar.
Ella rió.
—Casi consigues que derrame el vino, Gene. Podría haberme estropeado la camisa.
—Tengo una solución.
—¿Dejar de beber vino? —Felicity hizo un mohín burlón—. Pero es muy bueno.
—Otra solución, todavía mejor.
La besó y desabrochó poco a poco los botones de la blusa.
( ( (
Una hora después estaban tendidos en la cama, de costado, Bond detrás de Felicity, con el brazo alrededor de ella y la mano rodeando su pecho. Los dedos de ambos entrelazados.
Sin embargo, al contrario que la noche anterior, después del amor Bond estaba despierto por completo.
Toda clase de ideas pasaban por su cabeza. ¿Hasta qué punto el futuro del ODG dependía de él? ¿Qué secretos ocultaba el departamento de Investigación y Desarrollo de Green Way? ¿Cuál era el objetivo de Hydt con Gehenna, y cómo podía Bond encontrar una contramedida adecuada?
Propósito… Respuesta.
¿Cuál era la verdad sobre su padre?
—Estás pensando en algo serio —dijo Felicity amodorrada.
—¿Por qué lo dices?
—Las mujeres sabemos esas cosas.
—Estoy pensando en lo guapa que eres.
Ella acercó su mano a la cara y le mordió un dedo con delicadeza.
—La primera mentira que me dices.
—Es mi trabajo.
—En ese caso, te perdono. A mí me pasa lo mismo. Coordinar la ayuda en los muelles, pagar los honorarios de los pilotos, supervisar el alquiler de barcos y camiones, los sindicatos… —Su voz adoptó un tono tenso que él ya había oído antes—. Y encima, tu especialidad. Ya han intentado dos veces entrar por la fuerza en el muelle. Sin que todavía hubieran descargado la comida. —Un momento de silencio—. ¿Gene?
Gene sabía que se acercaba algo importante. Se puso en estado de alerta. La intimidad de los cuerpos conlleva una intimidad de mente y espíritu, y no deberías buscar la primera si no deseas hacerte cargo de la segunda.
—¿Sí?
—Tengo la sensación de que tu trabajo implica algo más de lo que me has dicho. No, no digas nada. No sé qué sientes tú, pero si seguimos viéndonos, si…
Enmudeció.
—Continúa —susurró él.
—Si resulta que volvemos a vernos, ¿crees que podrías cambiar un poco? O sea, si vas a lugares oscuros, ¿podrías prometerme que no irás a los… peores? —Bond notó la tensión que se apoderaba de la joven—. Oh, no sé lo que estoy diciendo. No me hagas caso, Gene.
Aunque estaba hablando a una combinación de experto en seguridad y mercenario de Durban, en cierto modo también le estaba hablando a él, James Bond, un agente de la Sección 00.
Y, por esas ironías de la vida, él tomó su reconocimiento de que podría soportar cierta oscuridad de Theron como una indicación de que tal vez pudiera aceptar a Bond tal como era.
—Creo que es muy posible —susurró.
Ella le besó la mano.
—No digas nada más. Eso es lo único que deseaba oír. No sé qué planes tienes para este fin de semana…
«Ni yo», pensó Bond con amargura.
—Pero mañana por la noche terminaremos los envíos de comida. Conozco una hostería en Franschhoek… ¿Has estado en esa zona?
—No.
—Es el lugar más hermoso de la Provincia Occidental del Cabo. Una zona vinícola. El restaurante tiene una estrella Michelin y la terraza más romántica del mundo, dominando las colinas. ¿Puedes venir conmigo el sábado?
—Me encantaría —dijo, y le besó el pelo.
—¿Lo dices en serio?
La aguerrida amazona que parecía sentirse en su elemento combatiendo contra las agrópolis del mundo, parecía ahora vulnerable e insegura.
—Sí.
Ella se durmió al cabo de cinco minutos.
Sin embargo, Bond continuó despierto, contemplando las luces del puerto. Sus pensamientos ya no se centraban en la posible traición de su padre, ni en su promesa a Felicity Wilhing de pensar en cambiar su naturaleza más oscura, ni en el tiempo que tal vez pasarían juntos aquel fin de semana. No, James Bond estaba concentrado en una única cosa: los rostros borrosos de aquellos cuyas vidas, en algún lugar del mundo, y pese a lo que creyera Whitehall, sólo él podía salvar.