Bond estuvo a punto de girar en redondo, adoptar una postura de combate y derribar los objetivos prioritarios.
Pero el instinto le dijo que se abstuviera.
Menos mal. Los guardias ni siquiera lo estaban mirando. Habían vuelto a contemplar la tele.
Bond miró hacia atrás. La alarma se había disparado porque Jessica, eximida de someterse a medidas de seguridad, había atravesado un detector de metales con el bolso y las joyas. Un guardia accionó un interruptor para desactivar la alarma.
Cuando los latidos de su corazón recuperaron el ritmo normal, Bond y Jessica salieron, atravesaron el siguiente puesto de seguridad y entraron en el aparcamiento. El suave viento agitaba las hojas marrones de los árboles. Bond abrió la puerta del copiloto para que la mujer subiera, se puso al volante y puso en marcha el motor del Subaru. Siguieron la carretera polvorienta hasta la N7, entre los camiones omnipresentes de Green Way.
Bond guardó silencio un rato, pero después se puso a trabajar con sutileza haciendo preguntas inocentes, para conseguir que hablara con él. ¿Le gustaba viajar? ¿Cuáles eran sus restaurantes favoritos de la ciudad? ¿En qué consistía su trabajo en Green Way?
—Siento curiosidad —preguntó después—. ¿Cómo se conocieron ustedes dos?
¿De veras quiere saberlo?
—Dígame.
—Yo fui una reina de la belleza cuando era joven.
—¿De veras? Nunca había conocido a ninguna.
Bond sonrió.
—No me fue nada mal. Participé en el desfile de miss Estados Unidos en una ocasión, pero lo que de verdad… —Enrojeció—. No, es una tontería.
—Continúe, por favor.
—Bien. Una vez participé en un concurso en el Waldorf-Astoria. Eso fue antes del desfile, y éramos muchas chicas en el vestíbulo. Jackie Kennedy me vio y se acercó para decirme lo guapa que era. —Un orgullo que Bond jamás había visto en su rostro animó sus facciones—. Fue uno de los momentos estelares de mi vida. Ella era mi ídolo cuando yo era pequeña. —La sonrisa se suavizó—. No creo que esto le resulte muy interesante, ¿verdad?
—Yo he sido quien ha preguntado.
—Bien. En el mundo de los concursos tienes un tiempo limitado. Tras abandonar el circuito, hice algunos anuncios y teletiendas. Pero eso también se acabó. Pocos años después, mi madre falleció (estábamos muy unidas), y pasé una época muy mala. Trabajé de camarera en un restaurante de Nueva York. Severan estaba haciendo negocios cerca, y acudía al hotel para reunirse con los clientes. Hablábamos. Era un hombre fascinante. Le encanta la historia, y ha viajado por todas partes. Hablábamos de mil cosas diferentes.
»Nos entendíamos muy bien. Era muy… alentador. En los concursos de belleza, solía decir en broma que la vida ni siquiera es superficial: no pasa del maquillaje. Es lo único que la gente ve. Maquillaje y ropa. Severan leyó en mi interior, supongo. Nos entendíamos muy bien. Me pidió el número de teléfono y no dejó de llamarme. Bien, yo no era estúpida. Tenía cincuenta y siete años, y estaba sin familia, y casi sin dinero. Y tenía a un hombre apuesto…, un hombre vital.
Bond se preguntó si eso significaba lo que él sospechaba.
El GPS indicó a Bond que dejara la autopista. Condujo con precaución por una carretera congestionada. Había minibuses por todas partes. Coches de remolque esperaban en los cruces, al parecer con la intención de ser los primeros en llegar al lugar del accidente. La gente vendía bebidas en la cuneta, negocios improvisados que tenían lugar en la parte posterior de camiones y furgonetas. Varios hacían su agosto vendiendo baterías y reparando alternadores. ¿Por qué esa enfermedad se cebaba en vehículos sudafricanos en particular?
Ahora que habían roto el hielo, Bond preguntó sobre la reunión del día siguiente, pero ella dijo que no sabía nada, y él la creyó. Aunque resultara frustrante para Bond, daba la impresión de que Hydt la mantenía en la inopia acerca de Gehenna y las demás actividades ilegales en las que Dunne, la empresa o él estuvieran implicados.
Se encontraban a cinco minutos de su destino, según el GPS, cuando Bond dijo:
—Debo ser sincero. Es extraño.
—¿Qué?
—El que le guste rodearse de todo eso.
—¿Todo qué? —preguntó Jessica, con los ojos clavados en él.
—Descomposición, destrucción.
—Bueno…, es un negocio cualquiera.
—No me refiero a su trabajo en Green Way. Eso lo comprendo. Estoy hablando de su interés personal en lo antiguo, lo utilizado…, lo desechado.
Jessica no dijo nada durante un momento. Señaló una amplia residencia privada de madera, rodeada por una imponente valla de piedra.
—Ésa es la casa. Es…
Su voz se estranguló y empezó a llorar.
Bond paró junto al bordillo.
—¿Qué ocurre, Jessica?
—Yo…
Su respiración era agitada.
—¿Se encuentra bien?
Movió la palanca del asiento para ajustarlo hacia atrás, con el fin de poder mirarla.
—No es nada, nada. Esto es muy embarazoso.
Bond cogió su bolso y buscó dentro un pañuelo de papel. Encontró uno y se lo dio.
—Gracias. —La mujer intentó hablar, pero después se rindió a los sollozos. Cuando se calmó, ladeó el retrovisor para mirarse—. No me deja llevar maquillaje. Al menos, no se me ha corrido el rímel y no parezco un payaso.
—No le deja… ¿Qué quiere decir?
La confesión murió en sus labios.
—Nada —susurró Jessica.
—¿He dicho algo que no debía? Siento haberla molestado. Lo dije por decir algo.
—No, no se trata de nada que haya hecho usted, Gene.
—Dígame qué pasa.
Clavó los ojos en los de ella.
Ella debatió consigo misma un momento.
—No he sido sincera con usted. Mi interpretación ha sido buena, pero todo es mera fachada. No hay nada que nos una. Nunca lo ha habido. Me quiere… —Levantó una mano—. Creo que no querrá escuchar esto.
Bond le tocó el brazo.
—Por favor. Soy responsable en parte. He metido la pata. Me siento fatal. Hable conmigo.
—Sí, le gusta lo viejo…, lo usado, lo desechado. Yo.
—Dios mío, no. No era mi intención…
—Ya lo sé, pero por eso me desea Severan, porque formo parte de la espiral descendente. Soy su laboratorio de pruebas en lo relativo a deterioro, envejecimiento y decadencia.
»Eso es lo único que significo para él. Apenas me habla. Casi no tengo ni idea de lo que pasa por su mente, y él no alberga el menor interés por descubrir quién soy. Me da tarjetas de crédito, me lleva a lugares bonitos, y me mantiene. A cambio… Bien, me ve envejecer. Le sorprendo mirándome, una nueva arruga aquí, una mancha de edad allí. Por eso no puedo llevar maquillaje. Deja las luces encendidas cuando… Ya sabe a qué me refiero. ¿Sabe la humillación que eso representa para mí? Él también lo sabe. Porque la humillación es otra forma de decadencia.
Lanzó una carcajada amarga y se secó los ojos con el pañuelo.
—¿Sabe cuál es la ironía, Gene? ¿La maldita ironía? Cuando era joven, vivía para los concursos de belleza. A nadie le importaba cómo era yo por dentro, ni a los jueces, ni a mis compañeras de concurso…, ni siquiera a mi madre. Ahora soy vieja, y a Severan tampoco le importa cómo soy por dentro. Hay momentos en que detesto estar con él. Pero ¿qué puedo hacer? Soy impotente.
Bond aplicó un poco más de presión a su brazo.
—Eso no es cierto. Usted no es impotente. Ser mayor aporta energía. Significa experiencia, criterio, discernimiento, ser consciente de los recursos propios. La juventud significa cometer errores y ser impulsivo. Créame, lo sé muy bien.
—Pero sin él, ¿qué podría hacer? ¿Adónde iría?
—A cualquier parte. Podría hacer lo que le diera la gana. Es inteligente, de eso no cabe duda. Habrá ahorrado dinero.
—Un poco, pero no es una cuestión de dinero, sino de encontrar a alguien a mi edad.
—¿Por qué necesita a alguien?
—Ha hablado como un joven.
—Y usted como una persona que está convencida de lo que le han dicho, en lugar de pensar por sí misma.
Ella le dedicó una tenue sonrisa.
—Touché, Gene. —Le palmeó la mano—. Ha sido usted muy amable, y me parece increíble haber congeniado tanto con un completo desconocido. Debo entrar, por favor. Llamará para controlarme.
Señaló la casa.
Bond siguió adelante y paró ante la puerta, bajo la mirada vigilante de un guardia de seguridad, lo cual frustró su otro plan: entrar en la casa y descubrir sus secretos. Jessica asió su mano entre las de ella, y después bajó.
—¿La veré mañana? —Pregunto Bond— ¿en la planta? Una leve sonrisa
—Sí, allí estaré. Mi correa es muy corta.
Dio media vuelta y atravesó a toda prisa el portón abierto.
Bond puso la primera y se alejó. Jessica Barnes se esfumó al instante de sus pensamientos. Su atención se centró en su siguiente destino y lo que le esperaba en él.
¿Amiga o enemiga?
En la profesión que había escogido, James Bond había aprendido que ambas categorías no se excluían mutuamente.