—¡James! ¡James! ¡James! ¿Quién soy? Al habla Percy. ¡Cuánto tiempo sin hablar contigo!
El corazón de Bond dio un vuelco.
Leiter frunció el ceño, probablemente al ver la expresión de Bond.
—Percy… sí.
—¿Estás bien? —Preguntó Osborne-Smith, de la División Tres—. Ningún altercado que haya requerido algo más que una tinta, espero.
—Estoy bien.
—Me alegra saberlo. Bien, por aquí las cosas van a un ritmo acelerado. Tu jefe ha informado a todo el mundo sobre el plan Gehenna. Tal vez estés demasiado ocupado huyendo de nuestra jurisdicción como para seguir en contacto. —Dejó la frase en suspenso un—. Ajá. Sólo te estaba tomando el pelo, James. La verdad es que llamo por varios motivos, y el primero es disculparme.
—¿De veras? —preguntó Bond suspicaz.
El hombre de la División Tres habló en un tono más serio.
—Esta mañana, en Londres, admito que tenía un equipo táctico preparado para detener a Hydt en el aeropuerto, para luego traerle a tomar el té y charlar un poco. Pero resulta que tenías razón. Los Vigilantes detectaron un fragmento de texto y lo descifraron. Espera, voy a repetirte lo que dice la grabación. Aquí vamos: algo indescifrable, y después: «Severan tiene tres socios principales. […] Cualquiera de ellos puede apretar el botón si él no está disponible». Ya ves, James, detenerlo habría sido un desastre, tal como tú dijiste. Los demás habrían salido corriendo de la madriguera, y nosotros habríamos perdido cualquier posibilidad de descubrir de qué iba Gehenna e impedirlo. —Hizo una pausa para recuperar el aliento—. Estuve un poco impertinente cuando nos conocimos, y también lamento eso. Quiero colaborar contigo en esto, James ¿Disculpas aceptadas? ¿Queda todo olvidado con un pase de la varita mágica de Hermione?
En el mundo de la inteligencia, había descubierto Bond, nuestros aliados pedían perdón por sus transgresiones contra ti con tanta frecuencia como tus enemigos. Supuso que la contrición de Osborne-Smith se basaba en parte en su deseo de continuar en el juego para obtener su parte de gloria, pero a Bond no le importaba. Lo único que le interesaba era descubrir qué era el plan Gehenna e impedir miles de muertes.
—Supongo.
—Magnífico. Bien, tu jefe nos ha enviado un mensaje sobre lo que averiguaste en March, y yo lo estoy investigando. El «radio de la explosión» es evidente (un explosivo improvisado), de modo que estamos investigando cualquier información sobre explosivos extraviados. Y sabemos que uno de los «términos» del trato implica cinco millones de libras. He pedido la devolución de algunos favores al Banco de Inglaterra, con el fin de que investigue la actividad SFT.
También Bond había pensado en llamar al Banco con la petición de que siguiera el rastro de transacciones comerciales sospechosas, pero en la actualidad, cinco millones de libras era una cantidad tan pequeña que, en su opinión, recibiría demasiadas respuestas que convendría investigar. De todos modos, no sería contraproducente que Osborne-Smith perseverara.
—En cuanto a la referencia de que confirmen la «trayectoria», bien, hasta que no sepamos más no podemos controlar aviones o barcos. No obstante, he puesto en estado de alerta a los chicos de aviación y puertos, para que entren en acción si es necesario.
—Bien —dijo Bond, sin añadir que había pedido a Bill Tanner lo mismo—. Acabo de descubrir que Hydt, su amiga y el irlandés se hallan camino de Ciudad del Cabo.
—¿Ciudad del Cabo? Eso sí que vale la pena exprimirlo. También he estado investigando los recovecos de Hydt, por decirlo de alguna manera.
Para Percy Osborne-Smith, aquel comentario era el equivalente de una broma entre colegas, supuso Bond.
—En Sudáfrica se encuentra una de las mayores instalaciones de Green Way. Apuesto a que Gehenna está relacionado con ello. Sabe Dios que hay muchos intereses británicos en ese país.
Bond le habló de Al Fulan y la muerte de la chica.
—Lo único que averiguamos con certeza es que Hydt se excita con fotos de cadáveres. También es muy probable que la empresa del árabe esté relacionada con Gehenna. En el pasado, ha suministrado equipo a traficantes de armas y señores de la guerra.
—¿De veras? Interesante. Lo cual me recuerda algo: echa un vistazo a la foto que estoy cargando. Ya tendrías que haberla recibido.
Bond minimizó la pantalla de llamada activa de su móvil y abrió un accesorio de seguridad. Era una foto del irlandés.
—Es él —confirmó a Osborne-Smith.
—Me lo imaginaba. Se llama Niall Dunne.
Deletreó el nombre.
—¿Cómo lo localizaste?
—Grabaciones de cámaras de seguridad en Gatwick. No consta en las bases de datos, pero ordené a mi infatigable equipo que comparara la foto con cámaras callejeras de Londres. Había primeros planos de un hombre con ese extravagante flequillo inspeccionando los túneles del edificio de Green Way cerca del Victoria Embankment. Es el último grito: traslado y recogida de basura subterránea. Mantiene las calles limpias y a los turistas felices. Algunos de nuestros chicos fingieron que eran de Obras Públicas, mostraron su foto y obtuvieron su verdadero nombre. He enviado su expediente a Cinco, al Yard y a tu director ejecutivo.
—¿Cuál es la historia de Dunne? —preguntó Bond. Delante de él, el pescado se estaba enfriando, pero ya no le interesaba.
—Es curioso. Nació en Belfast, estudió arquitectura e ingeniería, y fue el número uno de su promoción. Después se convirtió en zapador del ejército.
Los zapadores eran ingenieros de combate, los soldados que construían puentes, aeropuertos y búnkeres para las tropas, además de disponer y despejar campos de minas. Eran famosos por su capacidad de improvisación y por el talento para construir maquinaria ofensiva y defensiva, además de baluartes, con los medios que tenían a su alcance y en condiciones muy poco ideales.
El teniente coronel del QDG Bill Tanner había sido zapador, y el director ejecutivo, amante del golf y de voz suave, era uno de los hombres más inteligentes y peligrosos que Bond había conocido jamás.
—Después de abandonar el servicio —continuó Qsborne-Smith—, se convirtió en inspector de obras por cuenta propia. No sabía que existía esa profesión, pero resulta que cuando construyes un edificio, un barco o un avión, el proyecto ha de ser investigado en cientos de fases. Dunne inspeccionaba la obra y decía sí o no. Por lo visto, era el mejor en su especialidad. Era capaz de descubrir defectos que los demás pasaban por alto. Pero, de repente, abandonó y se hizo consultor, según los datos de Hacienda. También es muy bueno en eso. Gana unos doscientos de los grandes al año…, y no tiene logo de empresa ni mascotas monas como las de los Juegos Olímpicos.
Bond descubrió que, desde las disculpas, el ingenio de Qsborne-Smith le impacientaba menos.
—Debieron de conocerse así. Dunne inspeccionó algo para Green Way y Hydt lo contrató.
—La información que hemos recabado a Dunne yendo y viniendo de Ciudad del Cabo durante los últimos cuatro años. Tiene un piso allí y otro en Londres, los cuales hemos registrado, por cierto, sin encontrar nada interesante. El historial de sus viajes también demuestra que ha estado en la India, Indonesia, el Caribe y otros lugares problemáticos. Trabajando en nuevos puestos de avanzada para su jefe, supongo. Whitehall todavía sigue investigando en Afganistán, pero no doy un céntimo por sus teorías. Estoy seguro de que tú vas por el buen camino, James.
—Gracias, Percy. Me has sido de mucha ayuda.
—Un placer servirte.
Las palabras que Bond habría considerado condescendientes ahora le parecían sinceras.
Cortaron la comunicación y Bond contó a Felix Leiter lo que Osborne-Smith había descubierto.
—¿Así que ese espantapájaros de Dunne es ingeniero? En los Estados Unidos los llamamos frikis.
Un vendedor ambulante había entrado en el restaurante y se estaba desplazando de mesa en mesa vendiendo rosas.
Leiter siguió la dirección de la mirada de Bond.
—Escucha, James, la cena ha sido maravillosa, pero si estás pensando en rematar la velada con un ramo, va a ser que no.
Bond sonrió.
El vendedor ambulante se acercó a la mesa contigua a la de Bond y extendió una flor a la joven pareja sentada a ella.
—Por favor —dijo a la mujer—, para esta encantadora dama es gratis, con mis felicitaciones.
Se alejó.
Al cabo de un momento, James Bond levantó la servilleta y abrió el sobre que había extraído del bolsillo del hombre cuando pasó a su lado.
«Recuerda: flores…».
Examinó con discreción la falsificación de un permiso de armas de fuego sudafricano, matasellado y firmado debidamente.
—Deberíamos irnos —dijo, cuando se fijó en la hora. No quería toparse con Hydt, Dunne y la mujer cuando éstos salieran del hotel.
—Invita el Tío Sam —dijo Leiter, y pagó la cuenta. Abandonaron el bar y salieron a la calle por una puerta lateral, en dirección al aparcamiento.
Llegaron al aeropuerto al cabo de media hora.
Los dos hombres se estrecharon la mano.
—Yusuf era un gran colaborador —dijo en voz alta Leiter—, sin la menor duda Pero además, era un amigo Si te vuelves a cruzar en el camino del hijoputa de la chaqueta azul y lo tienes a tiro, James, no lo dudes.