Bond entró en el bar y ocupó una mesa en la terraza exterior que daba al Creek, un plácido espejo sembrado de reflejos ondulantes de luces de colores, que desmentían el horror del que había sido testigo en el taller de Al Fulan.
El camarero se acercó y preguntó qué deseaba. El bourbon era el licor favorito de Bond, pero creía que el vodka era medicinal, ya que no curativo, cuando se servía muy frío. Ordenó un martini de Stolichnaya doble, semiseco, y pidió que lo agitaran muy bien, porque no sólo enfriaba más el vodka que revuelto, sino que también lo gasificaba y mejoraba el sabor de manera considerable.
—Sólo corteza de limón.
Cuando llegó la bebida, adecuadamente opaca (prueba de que había sido agitada como era debido), bebió la mitad de inmediato y notó que el paradójico frescor ardiente subía desde la garganta a la cara. Contribuyó a aplacar la frustración causada por no haber podido salvar a la joven ni a Yusuf Nasad.
Sin embargo, no logró mitigar el recuerdo de la expresión espeluznante de Hydt cuando miró con lujuria los cuerpos petrificados.
Bebió de nuevo, mientras contemplaba ausente la televisión que había encima de la barra, en cuya pantalla Ahlam, la hermosa cantante de Bahréin, estaba moviendo las caderas en un video montado con el estilo frenético tan de moda en las televisiones árabes e indias. Su voz contagiosa y vibrante flotaba desde los altavoces.
Vació la copa, y después llamó a Bill Tanner. Le contó lo de la falsa alarma en el museo de historia y las muertes, y añadió que Hydt viajaría a Ciudad del Cabo aquella noche. ¿Podría la Rama T arreglar un vuelo para Bond? Ya no podía ir en el Grumman de su amigo, pues había regresado a Londres.
—Veré qué puedo hacer, James. Es probable que tenga que ser en un vuelo comercial. No sé si conseguiré que llegues antes que Hydt.
—Sólo necesito que alguien espere el vuelo y le siga. ¿Cuál es la situación de Seis allí?
—Estación Z tiene un agente en el Cabo. Gregory Lamb. Voy a comprobar su situación. —Bond oyó que tecleaba—. En este momento se encuentra en Eritrea. El ruido de sables en la frontera con Sudán ha empeorado. Pero, James, no queremos que Lamb intervenga si podemos evitarlo. Su historial no es del todo irreprochable. Se ha vuelto nativo, como un personaje salido de la pluma de Graham Greene. Creo que Seis quiere que pida la baja voluntaria, pero aún no se han decidido. Te encontraré a alguien del país. Yo recomendaría el SAPS, el servicio de policía, antes que Inteligencia Nacional. Han salido en las noticias últimamente, y no han quedado muy bien parados. Haré algunas llamadas y te informaré.
—Gracias, Bill. ¿Puedes pasarme con Q?
—Sí. Buena suerte.
Una voz pensativa no tardó en ponerse al teléfono.
—Rama Q. Hirani.
—Soy 007, Sanu. Estoy en Dubái. Necesito algo rápido.
Después de que Bond se explicara, Hirami pareció decepcionado por la sencillez de la misión.
—¿Dónde estás? —preguntó.
—Intercontinental, Festival City.
Bond oyó que tecleaba.
—De acuerdo. Treinta minutos. Recuerda una sola cosa: flores.
Cortaron la comunicación justo cuando Leiter llegaba, se sentaba y pedía un Jim Beam solo.
—Eso significa sin hielo, agua, ensalada de fruta, nada. Pero también significa que ha de ser doble. Tampoco me iría mal un triple.
Bond pidió otro martini.
—¿Cómo tienes la cabeza? —preguntó, después de que el camarero se alejara.
—No es nada —murmuró Leiter. No parecía malherido, y Bond sabía que su estado de ánimo taciturno se debía a la pérdida de Nasad—. ¿Has averiguado algo acerca de Hydt?
—Se marchan esta noche. Dentro de un par de horas. A Ciudad del Cabo.
—¿Qué pasa allá abajo?
—Ni idea. Es lo que debo averiguar.
Y averiguarlo antes de tres días, se recordó Bond, si quería salvar a aquellos miles de personas.
Guardaron silencio mientras el camarero traía sus bebidas. Ambos hombres examinaron la sala mientras bebían. No había ni rastro del hombre moreno del pendiente, ni de vigilantes que hicieran demasiado caso (o no el suficiente) a los hombres del rincón.
Ninguno de los agentes brindó a la memoria del colaborador que acababa de morir. Por grande que fuera la tentación, nunca lo hacían.
—¿El cuerpo de Nasad? —preguntó Bond. La idea de que un aliado fuera a parar a una tumba tan ignominiosa se le hacía insoportable.
Los labios de Leiter se tensaron.
—Si Hydt y el irlandés estuvieron implicados y yo pidiera un equipo de refuerzo, sabrían que íbamos a por ellos. No voy a poner en peligro nuestra tapadera en este momento. Yusuf ya sabía en lo que se metía.
Bond asintió. Era la forma correcta de llevar el caso, aunque eso no conseguía que resultara más fácil tomar decisiones. Leiter aspiró el aroma del whisky y volvió a beber.
—En este negocio —dijo—, ésas son las decisiones más duras, no es cuestión de sacar la pistola y jugar a ser Butch Cassidy. Eso lo haces sin pensar.
El móvil de Bond zumbó. La Rama T le había reservado un pasaje en el vuelo nocturno de Air Emirates a Ciudad del Cabo. Despegaba dentro de tres horas. La elección de la compañía le satisfizo. La línea aérea había evitado convertirse en una operación mercantil más, y trataba a sus pasajeros con los servicios de calidad típicos de la edad de oro de los viajes aéreos, cincuenta o sesenta años antes. Comentó a Leiter los detalles de su partida.
—Vamos a comer algo —añadió.
El estadounidense llamó a un camarero y pidió un plato de mezze.
—Y después, tráiganos un mero a la parrilla. Desespinado, si es tan amable.
—Sí, señor.
Bond pidió una botella de un buen chablis premier cpu, que llegó un momento después. Bebieron sus vasos enfriados en silencio hasta que llegó el primer plato: kofta, aceitunas, hummus, queso, berenjena, nueces y el mejor pan plano que Bond había comido en su vida. Ambos hombres se pusieron a comer. Después de que el camarero se hubiera llevado los restos, trajeron el plato principal. El sencillo pescado blanco humeaba sobre un lecho de lentejas verdes. Era muy bueno, delicado pero carnoso. Apenas había comido un poco Bond cuando su móvil zumbó de nuevo. La identificación de la persona que llamaba sólo mostró el código de un número del Gobierno británico. Pensando que tal vez Philly llamaba desde una oficina diferente, Bond contestó.
Y se arrepintió de inmediato.