A las ocho y cuarto, el taxi dejó a Bond frente a Antoine’s, en Bloomsbury; y aprobó de inmediato la elección de Philly. Detestaba los bares y restaurantes abarrotados y ruidosos, y en más de una ocasión se había ido de locales selectos cuando el nivel de decibelios había llegado a ser demasiado irritante. Los pubs de gama alta eran más «rastro» que «gastro», había bromeado en una ocasión.
Pero Antoine’s era silencioso y poco iluminado. Una impresionante selección de vinos se veía al fondo de la sala, y las paredes estaban forradas de retratos del siglo XIX. Bond pidió un pequeño reservado no lejos de la pared de botellas. Se acomodó en el cuero mullido de cara a la puerta, como de costumbre, y estudió el lugar. Ejecutivos y gente del barrio, decidió.
—¿Desea beber algo? —preguntó el camarero, un hombre agradable que frisaría los cuarenta años, con la cabeza afeitada y pendientes en las orejas.
Bond se decantó por un combinado.
—Crown Royal con hielo, doble, por favor. Añada medía medida de triple seco, dos gotas de bíter y una corteza de naranja. —Sí, señor. Interesante bebida.
—Basada en el Old Fashioned. Creación propia, en realidad.
—¿Tiene nombre?
—Todavía no. Estoy buscando el más adecuado.
Al cabo de un momento, llegó, y tomó un sorbo. Estaba mezclado a la perfección, y Bond así lo manifestó. Acababa de dejar el vaso sobre la mesa cuando vio a Philly entrar por la puerta con una sonrisa radiante. Dio la impresión de que aceleraba el paso al verle.
Iba vestida con unos pantalones vaqueros negros muy ceñidos, chaqueta de cuero marrón y, debajo, un jersey ajustado verde oscuro, el color de su Jaguar.
Bond hizo ademán de levantarse, y Philly se sentó a su lado, en lugar de hacerlo delante. Cargaba con un maletín.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
Bond había esperado algo más personal que aquel saludo informal. Pero después se preguntó con severidad: «¿Por qué?».
Philly acababa de quitarse la chaqueta cuando vio al camarero, a quien saludó con una sonrisa.
—Ophelia.
—Aaron, Tomaré una copa de riesling.
—Ahora mismo.
Su vino llegó y Bond dijo a Aaron que pedirían la cena más tarde. Sus vasos se hicieron una mutua reverencia, pero no entrechocaron.
—Antes que nada —murmuró Bond, al tiempo que se acercaba un poco más—, Hydt. Háblame de él.
—Investigué en Operaciones Especiales del Yard, Seis, Interpol, NCIC, la CIA y el A1VD de los Países Bajos. También llevé a cabo unas discretas investigaciones en Cinco. —Era evidente que había detectado la tensión existente entre Bond y Osborne-Smith—. Sin antecedentes. No consta en listas de vigilancia. Más conservador que laborista, pero no le interesa mucho la política. No es miembro de ninguna Iglesia. Trata bien a su gente. No se han producido conflictos laborales de ningún tipo. Ningún problema con Hacienda ni Seguridad e Higiene en el Trabajo. Parece ser un hombre de negocios acaudalado. Muy acaudalado. Lo único que ha hecho desde un punto de vista profesional es recoger basura y reciclarla.
El Trapero…
—Tiene cincuenta y seis años, y no se ha casado nunca. Su padre y su madre, holandeses, ya han muerto. Su padre tenía algo de dinero y viajaba mucho por motivos de negocios. Hydt nació en Ámsterdam y después se vino a vivir aquí con su madre cuando tenía doce años. Ella padeció una crisis nerviosa, de modo que el crío estuvo casi siempre al cuidado de un ama de llaves que les había acompañado desde Holanda. Después, su padre se arruinó casi por completo y desapareció de la vida de su hijo. Como no le pagaban, el ama de llaves llamó a Servicios Sociales y se esfumó… después de ocho años de cuidar al chico. —Philly sacudió la cabeza con compasión—. Tenía catorce años.
»Empezó a trabajar de basurero a los quince. Después, desapareció hasta los veintipico. Fundó Green Way justo cuando empezó la moda del reciclaje.
—¿Qué pasó? ¿Heredó dinero?
—No. Es un poco misterioso. Empezó sin un penique, por lo que sé. Cuando fue mayor, se matriculó en la universidad. Cursó historia antigua y arqueología.
—¿Y Green Way?
—Se ocupa de eliminación de basuras en general, recogida en contenedores de ruedas, eliminación de residuos de la construcción, chatarra, demolición, reciclaje, destrucción de documentos, recogida y eliminación de materiales peligrosos. Según la prensa profesional, se ha instalado en una docena de países más para introducir contenedores de basura y centros de reciclaje.
Philly exhibió una fotocopia de un folleto de ventas de la empresa.
Bond frunció el ceño al ver el logo. Parecía una daga verde, apoyada en un costado.
—No es un cuchillo —rió Philly—. Yo pensé lo mismo. Es una hoja. El calentamiento global, la polución y la energía son los temas más a la última del movimiento ecologista hoy por hoy. Pero lo que prospera a marchas forzadas es la eliminación y reciclaje de basuras que no contaminan el planeta. Y Green Way es uno de los grandes innovadores.
—¿Hay alguna conexión serbia?
—Por mediación de una filial, es propietario de una pequeña empresa en Belgrado, pero, como todos los demás miembros de la organización, ninguno posee antecedentes delictivos.
—No entiendo a qué juega. No es un político, ni tiene tendencias terroristas. Casi da la impresión de que lo hayan contratado para organizar el ataque, o lo que sea, del viernes. Pero no necesita el dinero. —Bond bebió su combinado—. Bien, pues, detective Maidenstone, hábleme de las pruebas, ese otro fragmento de ceniza encontrado en March. Seis descifró el «plan Gehenna» y «viernes, 20 de mayo». ¿Los forenses de Scotland Yard han encontrado algo?
Ella bajó la voz, lo cual precisó que Bond se acercara más. Su perfume era dulce, aunque poco definido. El jersey, de cachemira, rozó el dorso de la mano de Bond.
—Sí. Creen que el resto de las palabras era: «Trayectoria confirmada. Radio de la explosión de treinta metros mínimo. Las diez y media es la hora óptima».
—Bien, algún tipo de ingenio explosivo. Las diez y media del viernes, por la noche, según la interceptación original. Y «trayectoria»…, una ruta de navegación o aérea, lo más probable.
—Bien —continuó ella—, en cuanto al metal que encontraste es un laminado de acero y titanio. Único. Nadie en el laboratorio había visto jamás algo por el estilo. Los fragmentos eran virutas. Habían caído de la máquina un día antes o así.
¿Era eso lo que estaba haciendo la gente de Hydt en el sótano del hospital? ¿Estaban fabricando un arma con este metal?
—Las instalaciones todavía son propiedad de Defensa, pero hace tres años que no se utilizan.
Sus ojos se pasearon por el maravilloso perfil, desde la frente hasta los pechos, mientras ella bebía vino.
Philly continuó:
—En cuanto a los serbios, vine a decirles más o menos que les obligaría a aceptar el euro en lugar del dinar si no me ayudaban. Al final accedieron. El hombre que trabajaba con el irlandés, Aldo Karic, era programador de cargas del ferrocarril.
—Por lo tanto, sabía perfectamente cuál era la sustancia peligrosa que transportaba.
—Sí. —La joven frunció el ceño—. A propósito, James, me parece raro. La sustancia era muy peligrosa. Isocianato de metilo, MIC. Es el agente químico que mató a todas aquellas personas en Bhopal.
—¡Dios!
—Pero, mira, éste es el inventario de todo lo que iba a bordo del tren. —Le enseñó la lista, traducida al inglés—. Los contenedores químicos son a prueba de balas. Puedes dejar caer uno desde un avión y, en teoría, no se rompe.
Bond se quedó confuso.
—Por lo tanto, un accidente de tren no habría producido un derrame.
—Es muy improbable. Y otra cosa: el vagón sólo contenía unos trescientos kilos de MIC. Es un material muy peligroso, desde luego, pero en Bhopal se liberaron cuarenta y dos mil kilos. Aunque se hubieran roto algunos bidones, los daños habrían sido mínimos.
Pero ¿en qué otra cosa estaba interesado el irlandés? Bond examinó la lista. Aparte de los productos químicos, la carga era inofensiva: calderas, piezas de vehículos, aceite de motor, chatarra, vigas, madera… Ni armas, ni sustancias inestables, ni otros materiales peligrosos.
Tal vez el incidente había sido una complicada estratagema para matar al maquinista del tren o a alguien que vivía al pie de la colina, cerca del restaurante. ¿Había acudido el irlandés con el propósito de escenificar la muerte como si fuera un accidente? Hasta que no descubrieran los propósitos de Noah, no tendrían una respuesta efectiva. Bond sólo podía confiar en que la vigilancia que había montado de mala gana a primera hora de la noche diera algún resultado.
—¿Algo más sobre Gehenna? —preguntó.
—El infierno.
—¿Perdón?
La joven sonrió.
—El concepto del infierno judeocristiano proviene de la Gehenna. La palabra se deriva de Gehinnom, el valle de Hinnom, un valle de Jerusalén. Hace siglos, opinan algunos, se utilizaba para quemar basura, y es posible que hubiera depósitos de gas natural en las rocas que mantuvieran las hogueras encendidas a perpetuidad. En la Biblia, Gehenna era el lugar adonde iban a parar los pecadores e infieles.
»La única referencia importante reciente, si hace ciento cincuenta años puede considerarse una fecha reciente, se encuentra en un poema de Rudyard Kipling. —Se había aprendido el verso de memoria, y lo recitó—: “Ya sea descendiendo a Gehenna o subiendo al Trono quien viaja solo viaja más rápido”.
A Bond le gustó y lo repitió para sí.
—Bien, hablemos de mi otra tarea, Cartucho de Acero.
«Relájate», se dijo Bond. Arqueó una ceja con indiferencia.
—No he encontrado ninguna relación entre el plan Gehenna y Cartucho de Acero.
—No, lo comprendo. No creo que estén relacionados. Es otra cosa, de antes que yo entrara en el QDG.
Los ojos color avellana escudriñaron su rostro y se detuvieron un momento en la cicatriz.
—Estabas en Inteligencia de Defensa, ¿verdad? Y antes estuviste en Afganistán, en la Reserva Naval.
—Exacto.
—Afganistán… Los rusos estuvieron allí, por supuesto, antes de que nosotros y los estadounidenses decidiéramos ir a tomar el té. ¿Está relacionado con tus misiones en ese país?
—Podría ser, pero no lo sé.
Philly cayó en la cuenta de que estaba formulando preguntas que tal vez él no quisiera responder.
—Recibí el archivo original que nuestra Estación R pirateó, y examiné los metadatos. Me derivó hacia otras fuentes y descubrí que Cartucho de Acero era una operación de asesinato, bendecida al más alto nivel. A eso se refería la frase «algunas muertes». No pude averiguar si era del KGB o del SVR, de manera que todavía no sabemos la fecha.
En 1991, el KGB, el tristemente célebre aparato de seguridad y espionaje soviético, quedó dividido entre la FSB, con jurisdicción en el país, y la SVR, dedicada al extranjero. El consenso entre los expertos en el mundo del espionaje era que el cambio sólo había sido cosmético.
Bond reflexionó un momento.
—Una operación de asesinato.
—Exacto. Y uno de nuestros operativos clandestinos, un agente de Seis, estaba implicado de alguna manera, pero aún no sé quién o cómo. Tal vez nuestro hombre estaba siguiendo el rastro del asesino ruso. Tal vez quería convertirlo en agente doble. O puede que nuestro agente fuera el objetivo. Pronto sabré más. He abierto canales.
Bond tecleó en su móvil una sinopsis de lo que Philly le había contado sobre Hydt, el Incidente Veinte y Green Way International, pero omitió la información sobre la Operación Cartucho de Acero. Envió d mensaje a My Bill Tanner.
—De acuerdo —dijo—. Ahora, ha llegado el momento de alimentarnos, después de nuestro esforzado trabajo. En primer lugar, vino. ¿Tinto o blanco?
—Soy una chica que no acata las normas. —Philly dejó en suspenso la frase, en broma, al parecer de Bond. Después, se explicó—. Tomaré un tinto potente, un margaux o un st julien, con un pescado suave como el lenguado. Y tomaré un pinot gris o un albarifio con un jugoso filete. —Se aplacó—. Estoy diciendo que me irá bien cualquier cosa que te apetezca, James.
Extendió mantequilla sobre un pedazo del panecillo y comió con evidente placer. A continuación, levantó la carta y examinó la hoja, como una niña que intentara decidir qué regalo de Navidad abriría primero. Bond estaba fascinado.
Un momento después, Aaron, el camarero, se materializó a su lado.
—Tú primero —dijo Philly a Bond—. Yo necesito siete segundos más.
—Empezaré con el paté. Después tomaré el rodaballo a la plancha.
Philly pidió una ensalada de rúcula y parmesano con pera, y como segundo, la langosta cocida con judías verdes y patatas tempranas.
Bond eligió una botella de un chardonnay fermentado en barriles de acero inoxidable procedente de Napa (California).
—Bien —dijo ella—. Los estadounidenses tienen las mejores uvas chardonnay, aparte de las de Borgoña, pero deberían armarse de valor y tirar algunas de sus malditas barricas de roble.
Lo mismo opinaba Bond.
El vino llegó, y después la comida, que demostró ser excelente. Bond la felicitó por su elección de restaurante.
Continuaron hablando de trivialidades. Ella le preguntó por su vida en Londres, viajes recientes, dónde se había criado. Guiado por su instinto, Bond le facilitó tan sólo la información que ya era de dominio público: la muerte de sus padres, su infancia en casa de su tía Charmian, en el idílico Pett Bottom (Kent), su breve estancia en Eton y la posterior adscripción a la antigua universidad de su padre, Fettes, en Edimburgo.
—Sí, sé que en Eton te metiste en un pequeño lío… ¿Algo relacionado con una chica? —Dejó que el silencio se prolongara unos segundos. Después, sonrió—. Conozco la historia oficial, algo escandalosa. Pero también corrían otros rumores. En el sentido de que habías defendido el honor de la chica.
—Creo que mis labios deben mantenerse sellados. —Bond sonrió—. Me acogeré a la ley de Secretos Oficiales. Extraoficialmente.
—Bien, si eso es cierto, eras muy joven para ir de caballero andante.
—Creo que acababa de leer el Sir Gawain de Tolkien —dijo Bond. No pudo dejar de observar que la joven le había investigado a fondo.
Él le preguntó sobre su infancia. Philly le dijo que se había criado en Devon, había ido a un internado de Cambridgeshire (donde, ya de adolescente, se había distinguido como voluntaria en organizaciones prodefensa de los derechos humanos), y después había cursado leyes en la LSE. Le encantaba viajar, y habló largo y tendido sobre sus vacaciones. Manifestó un gran entusiasmo cuando le llegó el turno a su moto BSA y a su otra pasión, el esquí.
«Interesante —pensó Bond—. Algo más en común».
Sus ojos se encontraron, y sostuvieron la mirada cinco segundos.
Bond experimentó la, sensación eléctrica que tan bien conocía. Su rodilla rozó la de ella, en parte por accidente, pero en parte no. Ella se pasó una mano por su pelo rojo suelto.
Philly se masajeó los ojos cerrados con las yemas de los dedos.
—Debo decir que ha sido una idea brillante —dijo en voz baja, y miró a Bond—. Me refiero a la cena. Necesitaba mucho… —Enmudeció, y entornó los ojos, risueña, cuando no pudo, o no quiso, dar más explicaciones—. No estoy segura de querer finalizar la velada. Mira, sólo son las diez y media.
Bond se inclinó hacia delante. Sus antebrazos se tocaron, pero esta vez no se separaron.
—Me gustaría tomar una copa —dijo Philly—, pero no sé muy bien qué tienen aquí.
Ésas fueron sus palabras literales, pero en realidad le estaba diciendo que tenía oporto o coñac en su piso, justo al otro lado de la calle, y un sofá y música. Y, muy probablemente, algo más.
Códigos…
La siguiente frase de él tendría que haber sido: «A mí también me apetece una. Aunque puede que aquí no».
Pero entonces, Bond reparó en algo muy pequeño, muy sutil, Los dedos índice y pulgar de la mano derecha estaban acariciando el dedo anular de la izquierda. Observó una leve palidez en el bronceado de las vacaciones recientes: el anillo de compromiso de Tim, ahora ausente, lo había protegido del sol.
Los radiantes ojos de color verde dorado de Philly estaban clavados en los de Bond, con la sonrisa en su sitio. Él sabía que sí, que podían pagar la cuenta, salir, y que ella se colgaría de su brazo cuando caminaran hacia su piso. Sabía que continuarían con el toma y daca humorístico. Sabía que el sexo sería apasionado. Lo sabía por el centelleo de sus ojos y su voz, por la forma en que había atacado la comida, por la ropa que vestía y por cómo la vestía. Por su risa.
Pero también sabía que no era el momento adecuado. Ahora no. Cuando se quitó el anillo y lo devolvió, también devolvió un trozo de su corazón. No dudaba de que había emprendido el camino de la recuperación. Una mujer que conducía una moto BSA a toda velocidad por los caminos del Peak District no estaría mucho tiempo deprimida.
Pero era mejor esperar, decidió.
Si Ophelia Maidenstone era una mujer a la que podía ofrecer un espacio en su vida, continuaría siéndolo al cabo de uno o dos meses.
—Creo que he visto un armañac en la lista de licores que me ha intrigado. Me gustaría probarlo.
Y Bond supo que había hecho lo correcto cuando el rostro de la joven se suavizó, cuando el alivio y la gratitud se impusieron a la decepción…, aunque sólo por los pelos. Ella le apretó el brazo y se reclinó en su silla.
—Pide por mí, James. Estoy segura de que sabes lo que me gusta.