A primera hora de la tarde, franjas de sol y sombra rodaban sobre las bajas filas de remolacha azucarera en el campo de los Fenlands.
James Bond estaba tendido de espaldas, abierto de brazos y piernas, como un niño que hubiera estado haciendo ángeles de nieve y no quisiera volver a casa. Rodeado por un mar de hojas verdes, se encontraba a treinta metros de la pila de cascotes que había sido el viejo hospital del ejército, desprovisto del sentido del oído por obra y gracia de las ondas de choque del explosivo de plástico. Había mantenido los ojos cerrados para protegerlos del fogonazo y la metralla, pero había tenido que utilizar ambas manos para escapar, abriendo por la fuerza la puerta del pabellón de salud mental, mientras las principales cargas detonaban y el edificio se venía abajo detrás de él.
Se levantó un poco (la remolacha azucarera proporcionaba escaso refugio en mayo) y paseó la mirada a su alrededor en busca de señales amenazadoras.
Nada. El cerebro del plan (ya fuera el irlandés, Noah o un cómplice) no le estaba buscando. Tal vez estaban convencidos de que había muerto como consecuencia del derrumbe.
( ( (
Respiró con fuerza para limpiar los pulmones de polvo y del acre humo químico, se puso en pie y salió del campo dando tumbos.
Regresó al coche y se dejó caer en el asiento delantero. Sacó una botella de agua del asiento de atrás y bebió un poco, y luego se inclinó hacia fuera y vertió el resto sobre los ojos.
Puso en marcha el potente motor, con el consuelo de que ya podía oír el borboteo de los gases de escape, y tomó una ruta diferente para salir de March, en dirección este para no toparse con nadie que estuviese relacionado con la demolición, y después volvió hacia el oeste. No tardó en llegar a la A1, de vuelta a Londres para descifrar los crípticos mensajes relacionados con el Incidente Veinte que los fragmentos de ceniza pudieran contener.
( ( (
Cerca de las cuatro de la tarde, Bond entró en el aparcamiento subterráneo del edificio del QDG.
Pensó en darse una ducha, pero decidió que no tenía tiempo. Se lavó las manos y la cara, aplicó una tinta sobre un pequeño corte, cortesía de un ladrillo caído, y corrió a ver a Philly. Le entregó los trozos de cinta aislante.
—¿Puedes llevarlos a analizar?
—Por el amor de Dios, James, ¿qué ha pasado?
Parecía alarmada. Los pantalones y la chaqueta tácticos se habían llevado la peor parte del derrumbe, pero ya habían aparecido algunas contusiones nuevas en gloriosos tonos violeta.
—Un pequeño encontronazo con una excavadora y un poco de C4 o Semtex. Estoy bien. Averigua todo lo que puedas sobre Eastern Demolition and Scrap. Además, me gustaría saber quién es el propietario de la base del ejército que hay a las afueras de March. ¿El Ministerio de Defensa? ¿O la han vendido?
—Me pondré a ello.
Bond volvió a su despacho, y acababa de sentarse cuando Mary Goodnight lo llamó por el intercomunicador.
—James. El tipo ese por la línea dos.
Su tono dejó muy claro quién llamaba.
Bond pulsó el botón.
—Percy.
La voz untuosa:
—¡Hola, James! Estoy volviendo de Cambridge. He pensado que tú y yo podíamos charlar un rato. A ver si hemos encontrado algunas piezas de nuestro rompecabezas.
—¿Qué tal ha ido tu excursión?
—Cuando llegué, eché un vistazo por los alrededores. Resulta que la gente de Porton Down tiene una pequeña instalación cerca. Me topé con ella por casualidad.
Lo cual divirtió a Bond.
—Qué interesante. ¿Existe alguna relación entre productos bioquímicos y Noah o el Incidente Veinte?
—No te lo sabría decir. Sus sistemas de vigilancia y registros de visitas no revelaron nada destacable. Mi secretaria sigue trabajando en ello.
—¿Y el pub?
—Curry tenía razón. La camarera no se acordaba de quién había pedido el pastel o el guiso hace tanto tiempo, pero, por otra parte, era de esperar, ¿no? ¿Y tú? La misteriosa nota sobre la farmacia y los dos días después de los idus de marzo ¿ha dado algún resultado?
Bond estaba preparado para esto.
—Me la jugué. Fui a March, Boots Road, y me topé con una antigua base militar.
Una pausa.
—Ah. —El hombre de la División Tres rió, aunque el sonido parecía desprovisto de humor—. De modo que malinterpretaste la pista cuando estuvimos hablando antes. ¿Y el fatídico número diecisiete es la fecha de mañana, por casualidad?
En cualquier caso, Osborne-Smith era agudo.
—Es posible. Cuando llegué, estaban demoliendo el lugar —añadió Bond, sin dar más detalles—. Plantea más preguntas que otra cosa, me temo. Los técnicos están investigando algunos hallazgos. Cosas de escasa importancia. Te enviaré los informes.
—Gracias. Estoy investigando aquí toda clase de pistas islámicas, la conexión afgana, picos en SIGINT, lo de siempre. Debería mantenerme ocupado un rato.
Estupendo. Bond no habría podido pedir nada mejor para el subdirector de Operaciones de Campo, el señor Percy Osborne-Smith. Mantenerlo ocupado…
Cortaron la comunicación y Bond llamó a Bill Tanner para informarle sobre lo sucedido en March. Acordaron no hacer nada de momento con el cuerpo del hombre que había atacado a Bond en el hospital, pues preferían mantener intacta la tapadera de éste antes que obtener alguna información del cadáver.
Mary Goodnight asomó la cabeza por la puerta.
—Philly te llamó cuando estabas al teléfono. Ha descubierto algunas cosas que te interesarán. Le dije que subiera. —Su secretaria tenía el ceño fruncido, y sus ojos se desviaron hacia una de las ventanas opacas de Bond—. Una pena, ¿verdad? Lo de Philly.
—¿De qué estás hablando?
—Pensaba que te habías enterado. Tim rompió el compromiso. La dejó plantada hace unos días. Hasta tenían apalabrada la iglesia, y ella ya había planeado la despedida de soltera: un fin de semana sólo para chicas en España. Yo iba a ir.
«¿Tan observador soy?», pensó Bond. Eso era lo que faltaba de su escritorio del tercer piso: las fotos de su prometido. Era probable que el anillo de compromiso también hubiera desaparecido en combate.
—¿Qué ha pasado? —preguntó.
—Siempre es algo más que una sola cosa, ¿no? No se llevaban muy bien últimamente. Malos rollos. Discusiones acerca de que ella conducía demasiado deprisa y trabajaba demasiado. No acudió a una gran reunión familiar en casa de los padres de él. De pronto, le cayó a Tim la oportunidad de ocupar un cargo en Singapur o Malasia. Lo aceptó. ¡Llevaban juntos tres años, caramba!
—Lo siento.
La conversación sobre el drama terminó con la llegada de la protagonista.
Sin reparar en la atmósfera tensa en la que acababa de adentrarse, Philly pasó junto a Goodnight con una sonrisa y entró en el despacho de Bond, donde se dejó caer en una silla. Su cara en forma de corazón daba la impresión de haberse estrechado, y sus ojos avellana brillaban con la intensidad de un cazador que acaba de encontrar un rastro fresco. Conseguía que resultara más hermosa todavía. ¿Una despedida de soltera sólo para chicas en España? Dios, no le cabía en la imaginación, del mismo modo que no se imaginaba a Philly llegando a casa cargada con dos bolsas del supermercado para preparar una cena hogareña en honor de un hombre llamado Tim y sus hijos, Matilda y Archie.
¡Basta!, se reprendió, para concentrarse en lo que ella le estaba diciendo.
—Nuestra gente consiguió leer un fragmento de ceniza. Las palabras eran «el plan Gehenna». Y debajo, «viernes, 20 de mayo». —¿Gehenna? Me suena, pero ahora no lo ubico.
—Es un nombre bíblico. Investigaré más. Me limité a entrar «plan Gehenna» en las bases de datos de agencias de seguridad y de delitos. Resultó negativa.
—¿Qué contenía el otro fragmento de ceniza?
—Ése estaba más dañado. Nuestro laboratorio sólo pudo identificar las palabras «término» y «cinco millones de libras», pero el resto era indescifrable. Lo enviaron a la policía judicial de Scotland Yard, sólo para unos ojos. Me informarán esta noche.
—«Término»… Términos del acuerdo, supongo. Pago o anticipo de cinco millones por el ataque o lo que sea. Eso sugiere que Noah lo está haciendo por dinero, y no en nombre de una tendencia política ni de una ideología.
Ella asintió.
—Acerca de la conexión serbia: mi ardid húngaro no funcionó. Los tíos de Belgrado están muy enfadados contigo, James. Pero conseguí que tu Rama 1 me presentara como funcionaria de la Unión Europea: jefa del Directorio de Investigaciones sobre la Seguridad en los Transportes.
—¿Qué demonios es eso?
—Me lo inventé. Imité un acento francosuizo muy bueno, aunque lo diga yo. Los serbios se mueren de ganas de hacer cualquier cosa que haga feliz a la Unión Europea, de modo que se esforzarán al máximo por informarme sobre las sustancias peligrosas del tren y proporcionarme más detalles acerca de Karic.
Philly era un auténtico tesoro.
—Eastern Demolition tiene su sede central en Slough. Fue la empresa que ofreció el precio más bajo por el proyecto de demolición de la base del ejército británico en March.
—¿Es una sociedad anónima?
—No cotiza en Bolsa. De la que es propietario un holding, que tampoco cotiza en Bolsa: Green Way International. Es muy grande, y tiene delegaciones en media docena de países. Todas las acciones están en manos de un solo hombre: Severan Hydt.
—¿Ése es su auténtico nombre?
Philly rió.
—Al principio me pregunté en qué estarían pensando sus padres. Por lo visto, se lo cambió oficialmente cuando cumplió veinte años.
—¿Cuál era su nombre de pila?
—Maarten Holt.
—Hydt por Holt —murmuró Bond—. No lo entiendo, aunque carece de importancia, pero ¿Severan por Maarten? ¿Por qué demonios?
La hermosa joven se encogió de hombros.
—Green Way es una enorme empresa de recogida y reciclaje de basura. Habrás visto sus camiones, pero es probable que no hayas pensado demasiado en ellos. No pude averiguar gran cosa, porque se filtra escasa información y Hydt se mantiene alejado de la prensa. Un artículo del Times lo llamaba «el trapero más rico del mundo». El Guardian publicó un perfil de él hace años, y fue muy elogioso, pero él sólo les proporcionó unas cuantas citas genéricas, y punto. Descubrí que era de origen holandés, mantuvo la doble nacionalidad durante un tiempo, y ahora sólo es inglés.
El lenguaje corporal y el brillo de cazador en sus ojos delataron que Philly no lo había revelado todo.
—¿Y? —preguntó Bond.
La joven sonrió.
—Encontré algunas referencias en línea a cuando estudiaba en la Universidad de Bristol, donde fue un alumno excelente, por cierto. —Explicó que Flydt había sido miembro activo del club de vela de la universidad, y capitán de un barco en las competiciones—. No sólo navegaba, sino que se construyó su propio barco. Le valió un mote.
—¿Cuál? —preguntó Bond, aunque intuyó que ya lo sabía.
—Noé, o sea, Noah.