59. TRINIDAD

—Eso ha estado bien. Ahora no tendrán la tentación de regresar.

—Estoy aprendiendo muchas cosas, pero sigo estando triste porque la vida se me está escapando.

—Eso también pasará. También yo regresé a la Tierra para ver a aquellos a quienes una vez amé. Ahora sé que existen cosas más grandes que el Amor.

—¿Cuáles son?

—La Compasión es una de ellas. La Justicia. La Verdad. Y hay otras.

—No me resulta difícil aceptar eso. Fui un hombre muy viejo para la especie a la que pertenecía. Hace mucho tiempo que las pasiones de mi juventud se extinguieron. ¿Qué le ocurrirá al… al verdadero Heywood Floyd?

—Ustedes dos son igualmente verdaderos. Pero él pronto morirá, sin saber jamás que se ha vuelto inmortal.

—Una paradoja… pero lo entiendo. Si esa emoción sobrevive, tal vez un día yo pueda sentir gratitud. ¿Se lo debo agradecer a usted… o al Monolito? El David Bowman que conocí hace una vida no poseía estos poderes.

—No los poseía. Muchas cosas han ocurrido en ese tiempo. Hal y yo hemos aprendido muchas cosas.

—¡Hal! ¿Está aquí?

—Sí, aquí estoy, doctor Floyd. No esperaba que nos volviéramos a encontrar… sobre todo de esta manera. Hacer su eco fue un problema interesante.

—¿Hacer mi eco? Ah… ya entiendo. ¿Por qué lo hicieron?

—Cuando recibimos su mensaje, Hal y yo supimos que usted nos podría ayudar aquí.

—¿Ayudar… a ustedes?

—Sí, aunque le resulte extraño, usted posee muchos conocimientos y mucha experiencia de los que carecemos. Llámelo sabiduría.

—Gracias. ¿Fue una actitud sabia la que tuve al aparecerme ante mi nieto?

—No. Ocasionó muchos inconvenientes. Pero fue compasiva. Es preciso confrontar estas cuestiones.

—Ha dicho que necesitaban mi ayuda. ¿Con qué propósito?

—A pesar de todo lo que hemos aprendido, todavía se nos escapan muchas cosas. Hal ha realizado la representación gráfica de los sistemas internos del Monolito, y podemos controlar algunos de los más sencillos. Es una herramienta que sirve a muchos propósitos. Su función primordial parece ser la de catalizador de la inteligencia.

—Sí, eso se había sospechado. Pero no había pruebas.

—Las hay, ahora que podemos extraer sus recuerdos… o algunos de ellos. En África, hace cuatro millones de años, dio a una tribu de simios famélicos el impulso que hizo que se llegara a la especie humana. Ahora ha repetido el experimento aquí… pero a un precio aterrador.

»Cuando Júpiter fue convertido en sol, de manera que este mundo pudiese hacer efectivo su potencial, se destruyó otra biosfera. Permítame que se la muestre, tal como otrora la vi…

Incluso mientras caía a través del rugiente corazón de la Gran Mancha Roja, con los relámpagos de sus tormentas que detonaban a su alrededor y que podían abarcar continentes, supo por qué el planeta había perdurado durante siglos, pese a estar compuesto por gases que tenían mucha menos sustancia que los que formaban los huracanes de la Tierra. El débil alarido del viento de hidrógeno se desvanecía a medida que Bowman se hundía en las profundidades, más calmadas, y una nevisca de copos céreos de nieve —algunos de los cuales ya estaban uniéndose y originando montañas, apenas palpables, de espuma de hidrocarburos— descendió desde las alturas. Ya hacía suficiente calor como para que existiera agua en estado líquido, pero no había océanos aquí: este ambiente puramente gaseoso era demasiado tenue para mantenerlos.

Descendió atravesando un estrato tras otro de nubes, hasta que se introdujo en una región en la que reinaba tal claridad que hasta la vista humana podría haber explorado una zona de más de mil kilómetros de ancho. No era más que un remolino de poca importancia en el vasto movimiento circular de la Gran Mancha Roja, y encerraba un secreto sobre el que los hombres estaban haciendo conjeturas desde hacía mucho tiempo, pero que nunca habían podido demostrar.

Bordeando los contrafuertes de las flotantes montañas de espuma, había incontables cantidades de nubes pequeñas y perfectamente definidas, casi todas del mismo tamaño y con un modelo de jaspeados similares, en rojo y marrón. Eran pequeñas en comparación con la escala extrahumana de lo que las rodeaba, pero las de tamaño ínfimo habrían cubierto una ciudad de tamaño considerable.

Resultaba claro que estaban vivas, pues se desplazaban con lenta premeditación a lo largo de los flancos de las montañas aéreas paciendo en las laderas como si fueran ovejas descomunales. Y se llamaban unas a otras en la banda de frecuencias métricas; sus voces radiales, tenues pero claras, se destacaban contra el fondo de crepitaciones y sacudidas del propio Júpiter.

Nada menos que bolsas vivientes de gas flotaban en la estrecha zona que se extendía entre las alturas glaciales y las profundidades abrasadoras. Estrecha, si… pero constituía un dominio mucho más grande que toda la biosfera de la Tierra.

Esas bolsas de gas no estaban solas. Entre ellas se desplazaban otros seres, tan pequeños que fácilmente podrían haber pasado desapercibidos. Algunos de ellos guardaban una extraordinaria semejanza con las aeronaves terrestres, y tenían el mismo tamaño, casi. Pero también estaban vivos… quizás eran depredadores… quizá parásitos… quizás incluso pastores

… y había torpedos de propulsión a chorro, como los calamares de los océanos de la Tierra, que cazaban y devoraban las enormes bolsas de gas. Pero los globos no estaban indefensos; algunos de ellos respondían al ataque con rayos eléctricos y con tentáculos sin garras, como motosierras de kilómetros de largo.

Había incluso formas más extrañas, que explotaban casi todas las posibilidades de la geometría: caprichosas cometas translúcidas, tetraedros, esferas, poliedros, marañas de cintas retorcidas… El gigantesco plancton de la atmósfera joviana estaba diseñado para flotar como una telaraña en las corrientes ascendentes, hasta que hubiera vivido lo suficiente como para reproducirse; entonces, sería arrastrado hacia las profundidades para ser carbonizado y se reciclaría en una nueva generación.

Bowman estaba investigando un mundo que tenía un tamaño mil veces superior a la superficie de la Tierra, y aunque veía muchas maravillas, nada había aquí que insinuara que existía inteligencia. Las voces de los grandes globos —que parecían salidas de una radio— sólo transmitían sencillos mensajes de advertencia o de miedo. Incluso los cazadores, de los que cabría haber esperado mayores grados de organización, eran como los tiburones que poblaban los océanos de la Tierra: autómatas desprovistos de inteligencia.

Y a pesar de su increíble tamaño y su novedad, la biosfera de Júpiter era un mundo frágil, un sitio de brumas y espuma, de delicadas hebras de seda y tejidos delgados como el papel, producidos por la continua nevada de sustancias petroquímicas que los relámpagos formaban en la atmósfera superior. Pocos de sus elementos tenían más sustancia que las burbujas de jabón; sus depredadores más aterradores podían ser hechos trizas por los carnívoros terrícolas, incluso por los más débiles

—¿Y todas estas maravillas se destruyeron… para crear a Lucifer?

—Sí. Los jovianos al compararse con los europeanos encontraron a éstos deficientes. Quizás, en ese ambiente gaseoso, nunca habrían podido desarrollar una verdadera inteligencia. Pero, ¿era ese motivo suficiente para condenarlos? Hal y yo todavía estamos tratando de responder a esa pregunta. Esa es una de las razones por las que necesitamos su ayuda.

—¿Pero cómo podríamos competir nosotros con el Monolito… el devorador de Júpiter?

—Se trata tan sólo de una herramienta; posee una gran inteligencia… pero no conciencia de sí mismo. A pesar de todos sus poderes, usted, Hal y yo somos superiores a él.

—Me resulta muy difícil creer eso. Sea como fuere, algo tiene que haber sido el creador del Monolito.

—Yo conocí a ese algo en una ocasión, cuando la Discovery vino a Júpiter. Me envió de regreso, tal como estoy ahora, para ejecutar el plan que tenía para estos mundos. Nada he sabido de él desde entonces. Ahora estamos solos… por lo menos, durante el presente.

—Eso me tranquiliza. El Monolito es suficiente.

—Pero ahora hay un problema mayor: algo ha salido mal.

—No había previsto que podría sentir miedo…

—Cuando el monte Zeus cayó, podría haber destruido todo este mundo. Su impacto no fue planeado… No, no fue planeado. Ningún cálculo podría haber previsto tal suceso. Devastó inmensas zonas del lecho oceánico europeano, con lo que destruyó especies enteras, entre ellas algunas en las que habíamos depositado grandes esperanzas. El Monolito mismo se dio la vuelta. Incluso es posible que haya quedado dañado y su programa contaminado. No hay duda de que fallaron en su intento de cubrir todas las contingencias. ¿Qué otra cosa les podría haber ocurrido en un Universo que es casi infinito, y en el que el Azar siempre puede deshacer el plan más detallado?

—Eso es cierto… tanto para los hombres como para los monolitos.

—Nosotros tres tenemos que ser los administradores de lo imprevisto, así como los tutores de este mundo. Ya ha conocido usted a los Anfibios; todavía se tiene que encontrar con los Manipuladores de los torrentes de lava, que están recubiertos con un blindaje de silicio y con los Flotadores, que están cosechando el mar. Nuestra tarea consiste en ayudarlos a desarrollar todo su potencial… tal vez aquí, tal vez en otra parte.

—¿Y con respecto a la Humanidad?

—Hubo épocas en las que estuve tentado de inmiscuirme en los asuntos humanos…, pero la advertencia que se le hizo a la Humanidad también rige para mí.

—No la hemos obedecido muy bien.

—Pero sí lo suficiente. Mientras tanto, hay mucho que hacer antes que termine el breve verano de Europa y vuelva el largo invierno.

—¿Cuánto tiempo tenemos?

—Bastante poco: apenas unos mil años. Y tenemos que recordar a los jovianos.