—¿Qué demonios te hizo pensar que yo estaba muerto? —gritó Heywood Floyd—. ¡Hace años que no me siento mejor!
Paralizado por el asombro, Chris Floyd se quedó con la mirada fija en la rejilla del altavoz. Se sentía más animado, pero al mismo tiempo, le dominaba una sensación de ira. Alguien —o algo— le había gastado una broma cruel, pero, ¿por qué inimaginable razón?
A cincuenta millones de kilómetros de distancia —y acercándose varios centenares cada segundo que transcurría— Heywood Floyd también parecía ligeramente indignado. Pero también se le notaba vigoroso y alegre, y su voz irradiaba la evidente felicidad que sentía al saber que Chris estaba sano y salvo.
—Y tengo buenas noticias para ti; el transbordador os va a recoger a vosotros primero. Dejará caer algunos suministros médicos urgentes en la Galaxy, y luego os recogerá para que os reunáis con nosotros en la próxima órbita. La Universe descenderá cinco órbitas después; podrás saludar a tus amigos cuando suban a bordo.
»Nada más, por ahora… salvo decirte cuánto deseo que llegue el momento de encontrarme contigo para compensar el tiempo perdido. En espera de tu respuesta dentro de… veamos… unos tres minutos…
Durante unos momentos, hubo completo silencio a bordo del Bill T; Van der Berg no se atrevía a mirar a su compañero. Después Floyd oprimió la tecla del micrófono y dijo con lentitud:
—Abuelo… qué maravillosa sorpresa. Todavía estoy conmocionado. Pero sé que me he encontrado contigo aquí, en Europa… Sé que me has dicho adiós. Estoy tan seguro de eso como estoy seguro de que me has estado hablando hasta hace un instante… Bueno, ya tendremos mucho tiempo para hablar de eso. ¿Pero recuerdas cómo Dave Bowman te habló, a bordo de la Discovery? Quizá fue algo similar…
»Ahora nos limitaremos a sentarnos y a aguardar a que el transbordador nos recoja. Estamos bastante cómodos… Hay algún temblor de vez en cuando, pero nada de lo que haya que preocuparse. Hasta que nos reunamos, te mando, todo mi cariño.
No pudo recordar cuándo había empleado por última vez esa palabra con su abuelo.
Después del primer día, la cabina del transbordador empezó a oler. Transcurrido el segundo, los dos coincidieron que la comida ya no era tan sabrosa. También les resultaba difícil dormir, y hasta hubo acusaciones de que se roncaba.
Al llegar el tercer día, a pesar de los frecuentes boletines procedentes de la Universe, la Galaxy y la Tierra misma, el aburrimiento empezaba a surgir y ya habían agotado su provisión de chistes subidos de tono.
Pero eso ocurrió el último día. Antes de que éste terminara, el Lady Jasmine descendió, en busca de su hijo perdido.