45. LA MISIÓN

Por lo general, cuando la gente solicitaba verlo en grupo, eso quería decir problemas o, al menos, alguna decisión difícil. El capitán Laplace había observado que Floyd y Van der Berg pasaban mucho tiempo dedicados a fervorosas discusiones, a menudo con el segundo oficial Chang, y era fácil conjeturar de qué estaban hablando. Aun así, la propuesta que le hicieron lo cogió por sorpresa.

—¿Quieren ir al monte Zeus en un bote abierto? ¿Acaso ese libro de Shackleton se les ha subido a la cabeza?

Floyd parecía estar ligeramente turbado, pues el capitán había dado en el blanco: Sur había sido una inspiración en más de un sentido.

—Aunque pudiéramos construir un bote, señor, el viaje tardaría mucho tiempo… en especial ahora que parece que la Universe va a llegar dentro de diez días.

—Y no estoy seguro —agregó Van der Berg— de que me interese navegar en este Mar de Galilea: no todos sus habitantes pueden haber recibido el mensaje de que no somos comestibles.

—Así que eso sólo deja una alternativa, ¿no? Soy escéptico, pero estoy dispuesto a que se me convenza. Prosigan.

—Hemos discutido sobre eso con el señor Chang, y él confirma que se puede hacer, ya que el monte Zeus está sólo a trescientos kilómetros de distancia y el transbordador puede volar hasta allí en menos de una hora.

—¿Y encontrar un sitio para descender? Como sin duda recordarán, el señor Chang no tuvo demasiado éxito con la Universe.

—No hay problema, señor. El William Tsung sólo tiene un centésimo de nuestra masa, de manera que es probable que hasta aquel hielo lo hubiera podido sostener. Hemos estado revisando las videograbaciones y hemos encontrado muchos buenos sitios para el descenso.

—Además —dijo Van der Berg—, el piloto no tendrá una pistola que le esté apuntando. Eso podría ayudar.

—Estoy seguro de que sí. Pero el mayor problema se halla en este lado. ¿Cómo van a conseguir que el transbordador salga de su garaje? ¿Pueden montar una grúa? Incluso con esta gravedad sería una carga bastante considerable.

—No hay necesidad de hacer esa maniobra, señor. El señor Chang lo puede sacar volando.

Se produjo un prolongado silencio mientras el capitán Laplace meditaba —desde luego, sin mucho entusiasmo— sobre la idea de que dispararan motores cohete dentro de la nave. El pequeño transbordador de cien toneladas William Tsung —conocido familiarmente como Bill T— estaba diseñado pura y exclusivamente para operaciones en órbita; en general, era sacado de su «garaje» empujándolo con suavidad, y los motores no se encendían hasta que el pequeño vehículo se encontraba bien lejos de la nave madre.

—Es evidente que han planeado todo esto al detalle —dijo el capitán, de mala gana—, pero, ¿qué pasa con respecto al ángulo de despegue? No van a decirme que quieren hacer que la Universe gire sobre sí misma, de modo que el Bill T pueda salir directamente… El garaje está semihundido por un lado; es una suerte que no haya quedado debajo al tocar tierra.

—El despegue se tendrá que hacer a sesenta grados en relación con la horizontal; los impulsores laterales se pueden encargar de eso.

—Si el señor Chang lo dice, no hay duda de que es cierto… pero, ¿qué le hará a la nave el disparo de los cohetes?

—Pues arruinará el interior del garaje, pero nunca se volverá a utilizar, de todos modos. Y los mamparos se diseñaron de modo que resistan explosiones accidentales, por lo que no existe el peligro de daños para el resto de la nave. Por si acaso, tendremos preparadas cuadrillas de extinción de incendios.

Era una idea brillante, sin duda alguna. Si funcionaba, la misión no sería un fracaso total. En el transcurso de la semana anterior, el capitán Laplace apenas sí había pensado un instante en el misterio del monte Zeus que los había metido en este brete; lo único que había importado había sido la supervivencia. Pero ahora tenían esperanza —y tiempo— para pensar en lo que iba a suceder. Valdría la pena correr algunos riesgos para descubrir por qué ese pequeño mundo era el foco de tantas intrigas.