Ahora que ya se había emprendido la tarea, a bordo de la Universe la atmósfera había cambiado. Habían cesado las discusiones; todo el mundo cooperaba aportando lo máximo posible y muy pocas personas pudieron dormir mucho durante las dos rotaciones siguientes del núcleo (cien horas del tiempo de la Tierra).
El primer día en el Halley fue dedicado a la extracción de líquido del Old Faithful, lo que todavía se hacía con bastante cautela; pero al menguar la actividad del géiser por la proximidad de la noche cometaria se tenía ya un completo dominio de la técnica. Más de mil toneladas de agua fueron llevadas a bordo, de manera que el próximo período de luz diurna daría amplia cabida para el reposo.
Heywood Floyd se mantuvo fuera del camino del capitán, pues no deseaba abusar de su suerte. De todos modos, Smith tenía mil detalles a los que prestar atención, aunque el cálculo de la nueva órbita no se contaba entre ellos: eso se había revisado y vuelto a revisar en la Tierra.
Ya no había duda alguna de que el concepto era brillante ni de que el ahorro era aún mayor de lo que Jolson había sostenido: al reabastecerse de combustible en el Halley, la Universe había eliminado los dos cambios orbitales principales que figuraban en el encuentro con la Tierra; ahora, la nave podía ir en línea recta hacia su meta avanzando con la máxima aceleración y ahorrándose muchas semanas. A pesar de los posibles riesgos, en esos momentos todo el mundo aplaudía el plan.
Bueno, casi todo el mundo.
En la Tierra, la velozmente organizada sociedad «¡No toquen el Halley!» estaba indignada. Sus miembros (que apenas eran doscientos treinta y seis, pero que sabían cómo atraer la publicidad) no consideraban justificado el pillaje de un cuerpo celeste, ni siquiera para salvar vidas. Rehusaban aplacarse, aun cuando se les señalaba que la Universe sólo estaba haciendo uso de un material que el cometa iba a perder de todos modos. Ése era, argüían los miembros de la sociedad, el principio que sustentaba la cuestión. Sus iracundos comunicados brindaban un muy necesario solaz a bordo de la Universe.
Cauteloso como siempre, el capitán Smith efectuó las primeras pruebas en baja potencia con uno de los impulsores de control de la posición de vuelo; si este equipo quedaba inutilizado la nave se las podía arreglar sin él. No se produjeron anomalías; el motor se comportaba exactamente como si estuviese operando con la mejor agua destilada procedente de los depósitos lunares.
Después sometió a prueba el motor principal del centro, el número uno; si ése quedaba dañado, no habría pérdida de capacidad de maniobra, sólo de empuje total. La nave seguiría siendo totalmente controlable, pero nada más que con los cuatro motores externos la aceleración máxima se reduciría en un veinte por ciento.
Tampoco esta vez hubo problema; hasta los escépticos empezaron a mostrarse corteses con Heywood Floyd y el segundo oficial Jolson dejó de ser un proscrito social.
El despegue se programó para que tuviese lugar bien avanzada la tarde, justo antes de que el Old Faithful tuviera que reducir su actividad. (¿Seguiría estando ahí para recibir a los próximos visitantes dentro de otros setenta y seis años?, se preguntaba Floyd. Quizá sí: ya había evidencias de su existencia en las fotografías de 1910).
No hubo cuenta regresiva, según el espectacular estilo de Cabo Cañaveral de antaño. Cuando estuvo completamente seguro de que todo estaba en orden, el capitán Smith aplicó tan sólo cinco toneladas de empuje en el número uno, y la Universe flotó lentamente hacia arriba y se alejó del corazón del cometa.
La aceleración era modesta pero la pirotecnia inspiraba pavor… y, para la mayoría de quienes observaban la partida, fue por completo inesperada, pues, hasta ese momento, el chorro retropulsor que escapaba de los motores principales había sido virtualmente invisible, dado que estaba íntegramente constituido por oxígeno e hidrógeno ionizados en grado sumo. Aun cuando —a centenares de kilómetros de distancia— los gases se hubieran enfriado lo bastante como para combinarse químicamente, seguía sin haber cosa alguna que ver porque la reacción no generaba luz en el espectro visible.
Pero ahora la Universe se estaba alejando del Halley subida sobre una columna de incandescencia demasiado brillante como para mirarla a simple vista; casi parecía un puntal sólido de llamas: en el lugar en que las llamas chocaban contra el suelo la roca explotaba y se disparaba hacia arriba y afuera. Mientras partía para siempre, la Universe estaba tallando su firma, como si fuera una inscripción en bajo relieve, a través del núcleo del cometa Halley.
La mayor parte de los pasajeros, acostumbrada al ascenso hacia el espacio sin medios visibles de apoyo, reaccionó con no poca conmoción. Floyd aguardó la inevitable explicación, pues uno de su placeres menores consistía en sorprender a Willis en algún error científico, pero esto rara vez ocurría. E incluso cuando ocurría, Willis siempre contaba con alguna excusa muy plausible.
—Carbono —dijo—. Carbono incandescente; igual que en la llama de una vela, aunque ligeramente más caliente.
—Ligeramente —murmuró Floyd.
—Ya no estamos quemando agua pura si me permiten el término —Floyd se encogió de hombros—. Pese a que ha sido filtrada con cuidado, hay mucho carbono coloidal en ella, así como compuestos que sólo se podrían eliminar por destilación.
—Es muy impresionante pero estoy un poco preocupado —dijo Greenberg—. Toda esa radiación, ¿no afectará a los motores y calentará demasiado la nave?
Era una pregunta muy acertada y había provocado cierta ansiedad. Floyd esperaba que Willis se encargara de responder, pero el astuto operador bursátil hizo rebotar la pelota directamente de nuevo a Floyd.
—Preferiría que respondiera el doctor Floyd. Después de todo, la idea fue suya.
—Fue de Jolson, por favor. Buen argumento, sin embargo. Pero no constituye un problema real, ya que cuando estemos a pleno impulso, todos esos fuegos artificiales estarán a mil kilómetros detrás de nosotros. No nos tendremos que preocupar por ellos.
Ahora la nave estaba en vuelo estático, a unos dos kilómetros por encima del núcleo; de no haber sido por el fulgor del escape, toda la cara del diminuto mundo, iluminada por el Sol, se habría extendido bajo la nave. A esta altura —o distancia—, la columna del Old Faithful se había ensanchado levemente. Floyd recordó de pronto que parecía una de las gigantescas fuentes que adornaban el lago Ginebra; hacía cincuenta años que no las veía, y se preguntó si seguirían haciendo sus juegos.
El capitán Smith estaba probando los controles. Hizo girar la nave con lentitud y después la hizo cabecear y guiñar a lo largo de los ejes Y y Z. Parecía que todo funcionaba a la perfección.
—La Misión Hora Cero se iniciará dentro de diez minutos, contados a partir de ahora —anunció—. G de cero coma uno, durante cincuenta horas; después, de cero coma dos hasta Inversión de Posición… ciento cincuenta horas, contadas desde ahora. —Hizo una pausa para que se entendiera de forma cabal lo que acababa de decir. Jamás nave alguna había intentado mantener una aceleración continua tan elevada y durante tanto tiempo. Si la Universe no lograba frenar de manera adecuada, también entraría en los libros de historia como el primer viajero interestelar tripulado.
Ahora la nave estaba girando hacia la horizontal —si es que se podía emplear esa palabra en este ambiente casi exento de gravedad— y estaba apuntando directamente a la blanca columna de bruma y cristales de hielo que seguía brotando del cometa sin cesar. La Universe se empezó a desplazar hacia la columna…
—¿Qué está haciendo? —preguntó Mijáilovich, con ansiedad.
Por supuesto, previendo tales preguntas, el capitán volvió a hablar. Parecía haber recuperado por completo su buen humor, y tenía un deje de diversión en la voz:
—Una pequeña tarea doméstica, nada más, antes de que partamos. No se preocupen, sé exactamente lo que estoy haciendo. Y el Número Dos coincide conmigo, ¿no es así?
—Sí, señor… aunque al principio he pensado que estaba bromeando.
—¿Qué está pasando en el puente? —preguntó Willis, quien, por una vez, no sabía qué hacer.
En ese momento la nave estaba iniciando un lento giro, al tiempo que continuaba desplazándose hacia el géiser, tan sólo a una buena velocidad de marcha a pie. Desde esta distancia —que, en esos momentos, era de menos de cien metros—, a Floyd le trajo reminiscencias, aún más vívidas, de aquellas lejanas fuentes de Ginebra.
«Seguramente no nos estará metiendo dentro de…».
Pero sí lo estaba haciendo. La Universe vibró con suavidad cuando introdujo la nariz en la ascendente columna de espuma. Todavía estaba girando con mucha lentitud, como si al avanzar horadara el gigantesco géiser. Los monitores de vídeo y las ventanillas de observación no mostraban más que una blancura lechosa.
Toda la operación no duró más de diez segundos; después se encontraron al otro lado del géiser. Hubo una breve salva de aplausos espontáneos, procedente de los oficiales que estaban en el puente; pero los pasajeros —incluido Floyd— seguían sintiendo que se había abusado de ellos.
—Ahora estamos listos para partir —dijo el capitán, con tono de gran satisfacción—. Tenemos otra vez una nave linda y limpia.
Durante la media hora siguiente, más de diez mil observadores aficionados, situados en la Tierra y en la Luna, informaron que el cometa había duplicado su brillantez. La Red de Observación del Cometa se descompuso por completo a causa de la sobrecarga, y los astrónomos profesionales estaban furiosos.
Pero al público le encantaba y, pocos días después, pocas horas antes del amanecer, la Universe brindó un espectáculo todavía mejor.
Al ganar velocidad, a razón de más de diez mil kilómetros por hora, durante cada hora, la nave se encontraba, en esos momentos, dentro de la órbita de Venus. Se acercaría aún más al Sol, antes de su paso por el perihelio —con mucha mayor rapidez que cualquier cuerpo celeste natural—, y se colocaría en dirección hacia Lucifer.
Cuando pasó entre la Tierra y el Sol la cola formada por mil kilómetros de carbono incandescente era fácilmente visible como una estrella de cuarta magnitud, y exhibía un apreciable desplazamiento con respecto a las constelaciones del cielo matutino en el transcurso de una sola hora.
En el comienzo mismo de su misión de rescate, la Universe sería vista por más seres humanos al mismo tiempo que cualquier otro artefacto en toda la historia del mundo.