24. SHAKA EL GRANDE

ASTROPOL —que, pese a su rimbombante título, tenía muy poco que hacer fuera de la Tierra— no iba a admitir que Shaka existía en realidad. EUAS adoptó exactamente la misma posición, y sus diplomáticos se aturdían o indignaban cuando alguien tenía la suficiente falta de tacto como para mencionar ese nombre.

Pero la Tercera Ley de Newton rige en política, al igual que en todo lo demás. El Bund tenía sus extremistas (aunque trataba, a veces no con demasiada vehemencia, de repudiarlos), quienes no cesaban de conspirar contra los EUAS. En general, esos terroristas se limitaban a intentar cometer actos de sabotaje comercial, pero había ocasionales explosiones, desapariciones y hasta asesinatos.

Huelga decir que los sudafricanos no tomaban estos hechos a la ligera: reaccionaron instituyendo sus propios servicios oficiales de contrainteligencia, que también contaban con una gama de operaciones bastante independientes, y que, de manera análoga, afirmaban no saber nada sobre Shaka. A lo mejor estaban empleando la útil invención de la CIA: la «negación plausible». Hasta es posible que estuvieran diciendo la verdad.

Según una de las teorías, Shaka había empezado siendo una palabra clave y luego —de forma parecida a lo sucedido con el «Teniente Kiye», de Prokofieff— había adquirido vida propia, porque resultaba útil para varias burocracias clandestinas. Era indudable que esto explicaría el hecho de que ninguno de sus miembros hubiera desertado jamás y tampoco hubiera sido arrestado.

Pero quienes creían que Shaka de verdad existía daban otra explicación (algo forzada, por cierto). Todos sus agentes habían sido psicológicamente preparados para autodestruirse ante la más mínima posibilidad de ser sometidos a un interrogatorio.

Fuera cual fuere la verdad, nadie pudo imaginar seriamente que, más de dos siglos después de su muerte, la leyenda del gran tirano zulú extendería su sombra a través de mundos que el propio Shaka nunca conoció.