9. MONTE ZEUS

El satélite de reconocimiento Europa VI había estado en órbita durante casi quince años, y había sobrepasado en exceso la vida útil que indicaba su diseño. La cuestión de si debía o no ser remplazado fue motivo de no pocas discusiones en el seno del pequeño asentamiento científico de Ganímedes.

El Europa VI llevaba el acostumbrado conjunto de instrumentos para la recopilación de datos, así como un sistema (en esos momentos, virtualmente desprovisto de utilidad) de presentación de imágenes. Si bien todavía se hallaba en perfecto funcionamiento, todo lo que este instrumental mostraba de Europa era, en general, un oscuro panorama sin solución de continuidad. El personal científico de Ganímedes, que ya se hallaba sobrecargado de trabajo, una vez por semana escudriñaba los registros en modalidad Mirada Rápida; después, lanzaba la lista de datos sin compilar, en dirección a la Tierra. En términos generales, los miembros del equipo científico se sentirían bastante aliviados cuando el Europa VI pasara a mejor vida y su torrente de gigabytes carentes de interés por fin se agotara.

Ahora, por primera vez desde hacía años, había mostrado algo emocionante.

—Órbita 71934 —dijo el astrónomo jefe delegado, quien había llamado a Van der Berg no bien se hubo evaluado la transcripción de datos que se acababa de hacer—. Entra desde Lado Nocturno y se dirige directamente hacia monte Zeus. Sin embargo, no verá usted nada en absoluto durante diez segundos más.

Aunque la pantalla estaba negra del todo, Van der Berg pudo imaginar el congelado paisaje que pasaba por debajo de su manto de nubes, mil kilómetros más abajo. Dentro de pocas horas, el lejano Sol estaría brillando allí, pues Europa rotaba sobre su eje una vez cada siete días de la Tierra. «Lado Nocturno» tendría que haber sido llamado, en realidad, «Lado Crepuscular», puesto que la mitad del tiempo recibía abundante luz… pero nada de calor. Pero, aun así, el inexacto nombre había perdurado, debido a su validez emocional: Europa conocía la salida del Sol, pero nunca la salida de Lucifer.

Y la salida del Sol se estaba produciendo ahora, acelerada mil veces por la sonda que avanzaba a toda velocidad. Una banda tenuemente luminosa bisecó la pantalla cuando el horizonte emergió de la oscuridad.

La explosión de luz fue tan repentina que Van der Berg casi pudo imaginar que estaba contemplando el fulgor de una bomba atómica. En una fracción de segundo el resplandor pasó por todos los colores del arco iris; después, adquirió un color blanco puro, cuando el Sol saltó por encima de la montaña… y luego se desvaneció, cuando los filtros automáticos interfirieron en el circuito.

—Es una pena que no haya habido ningún operador de servicio en ese momento; podría haber hecho una toma panorámica dirigiendo la cámara hacia abajo, y obtener una buena vista de la montaña cuando pasamos sobre ella. Pero yo sabía que a usted le gustaría ver esto… aun cuando refuta su teoría.

—¿Cómo? —preguntó Van der Berg, más perplejo que molesto.

—Cuando lo pueda seguir en cámara lenta, verá lo que quiero decir. Esos hermosos efectos de arco iris no son atmosféricos; los produce la montaña misma. Sólo el hielo podría hacer eso. O el cristal, lo que no parece ser muy probable.

—Pero no es imposible. Los volcanes pueden producir cristal natural, pero suele ser negro… ¡Por supuesto!

—¿Sí?

—Ah… no me voy a comprometer dando una opinión hasta que haya estudiado los datos. Pero mi conjetura sería que se trata de cristal de roca, es decir, de cuarzo transparente. Se pueden hacer hermosos prismas y lentes con él. ¿Hay alguna posibilidad de que se hagan más observaciones?

—Me temo que no. Ésa se debió a la suerte, ya que el Sol, la montaña, y la cámara estuvieron alineados en el momento oportuno. No volverá a ocurrir hasta dentro de mil años.

—Gracias de todos modos. ¿Me puede enviar una copia? No hay prisa ya que estoy a punto de salir de viaje hacia Perrine para explorar el terreno, y no podré estudiar estos datos hasta que regrese. —Van der Berg lanzó una risa breve, bastante pesarosa—. ¿Sabe?, si de verdad es cristal de roca, valdría una fortuna. Hasta podría ayudar a resolver nuestro problema con la balanza de pagos…

Pero ésa era, por supuesto, una absoluta fantasía. Fuera cual fuere la maravilla o tesoro que pudiese ocultar Europa, la raza humana tenía prohibido el acceso a ello, en virtud de aquel último mensaje de la Discovery.

Cincuenta años más tarde, no había señal alguna de que la interdicción fuera levantada alguna vez.