Más de cien años después de que Zeiss fabricara el primer prototipo, hecho que tuvo lugar en Jena, en 1924, todavía se utilizaban algunos proyectores planetarios ópticos, que se cernían de manera espectacular sobre el público asistente. Pero ya hacía décadas que Hong Kong había dejado fuera de servicio su instrumento de tercera generación, en favor del sistema electrónico, mucho más versátil. La totalidad de la gran cúpula era, en lo esencial, una gigantesca pantalla de televisión compuesta por miles de paneles separados, en la que se podía exhibir cualquier imagen que fuese posible concebir.
El programa había comenzado —era inevitable que así ocurriera— con un tributo al desconocido inventor del cohete, en algún lugar de China, durante el siglo XIII. Los primeros cinco minutos fueron dedicados a hacer una acelerada reseña histórica que tal vez otorgaba menos reconocimiento del debido a los pioneros rusos, alemanes y norteamericanos, con el fin de concentrarse en la carrera del doctor Hsue-Shen Tsien. Dados la época y el lugar, se podía disculpar a los compatriotas de Hsue-Shen Tsien que, en la historia del desarrollo de la cohetería, lo hicieran aparecer tan importante como Goddard, Von Braun o Koroliev. Y, de hecho, tenían verdaderos motivos para estar indignados por el arresto que sufrió Hsue-Shen en Estados Unidos —bajo acusaciones falsas— cuando, tras haber ayudado a fundar el afamado Laboratorio de Propulsión por Reacción y de ser nombrado primer profesor Goddard del Instituto Tecnológico de California, decidió regresar a su patria.
Apenas si se mencionó el lanzamiento del primer satélite chino, por parte del cohete Marzo Largo 1, en 1970, quizá debido a que, en aquel entonces, los norteamericanos ya estaban caminando sobre la Luna. Por otro lado, el resto del siglo XX desfiló en unos minutos, y la narración llegó hasta 2007 y la construcción en secreto de la cosmonave Tsien… a la vista del mundo entero.
El narrador no se regodeó en exceso al referirse a la consternación que las demás potencias exploradoras del espacio experimentaron cuando una estación espacial —supuestamente china— de forma repentina disparó sus reactores, salió de órbita y se dirigió a Júpiter, cogió por sorpresa a la misión ruso-norteamericana que iba a bordo de la Cosmonauta Alexei Leonov. El relato era lo bastante espectacular —y trágico— como para no precisar adornos.
Por desgracia, había muy poco material visual auténtico para ilustrar la narración, de modo que el programa tuvo que basarse, en gran medida, en efectos especiales y en una inteligente reconstrucción hecha a partir de posteriores reconocimientos fotográficos de larga distancia. Durante su breve permanencia en la helada superficie del Europa, la tripulación de la Tsien había estado demasiado ocupada y no había podido filmar documentales televisivos ni montar una cámara de funcionamiento automático.
De todos modos, las palabras pronunciadas entonces transmitían gran parte del drama de ese primer descenso a las lunas de Júpiter. El comentario hecho por Heywood Floyd —y emitido desde la Leonov, que se estaba acercando— sirvió de manera admirable para representar la escena, y había abundancia de fotos de archivo de Europa, para ilustrar esa escena:
—En este preciso instante, estoy observándola a través del más poderoso de los telescopios de la nave. Con este aumento, aparece diez veces más grande que la Luna, tal como ésta se ve a simple vista. Y es una visión realmente sobrenatural.
»La superficie presenta un color rosado uniforme, con algunas pequeñas manchas pardas. Está cubierta por una intrincada red de líneas delgadas que se tuercen y entrelazan en todas direcciones. De hecho, se parece mucho a una fotografía que puede verse en un texto de medicina, y que muestre una red de venas y arterias.
»Algunas de estas formaciones tienen centenares —o hasta miles— de kilómetros de largo, y ofrecen un aspecto bastante parecido al de los ilusorios canales que Percival Lowell y otros astrónomos de comienzos del siglo XX imaginaron haber visto en Marte.
»Pero los canales de Europa no son una ilusión, si bien no son artificiales, claro está. Más aún: sí contienen agua… o, por lo menos, hielo, ya que el satélite está casi completamente cubierto por un océano que tiene una profundidad media de cincuenta kilómetros.
»Debido a que está tan lejos del Sol, la temperatura de la superficie de Europa es extremadamente baja: alrededor de ciento cincuenta grados por debajo del punto de congelación. Así, pues, cabría esperar que su único océano sea un bloque sólido de hielo.
»De modo sorprendente, no es ése el caso de Europa porque en su interior existe mucho calor, generado por las fuerzas de la marea, las mismas fuerzas que impulsan los grandes volcanes de la vecina Ío.
»De ahí que el hielo continuamente se esté fundiendo, rompiendo y congelando, formando grietas y canales como los que existen en los mantos de hielo flotante de nuestras propias regiones polares. Es ese intrincado trazado de grietas lo que estoy viendo ahora; casi todas ellas son oscuras y muy antiguas; quizá tengan millones de años de antigüedad. Pero unas pocas son de color blanco casi puro, son las nuevas, que se acaban de abrir y tienen una corteza de tan sólo unos pocos centímetros de espesor.
»La Tsien descendió justo al lado de una de estas vetas blancas: una grieta de mil quinientos kilómetros de largo, a la que se bautizó con el nombre de "Gran Canal". Es probable que los chinos pretendan desviar con una bomba el agua de la grieta hacia sus tanques propulsores, con lo cual podrán explorar el sistema de satélites jovianos y después regresar a la Tierra.
Eso puede no ser fácil, pero no hay duda de que han estudiado el lugar de aterrizaje con gran cuidado, y deben saber lo que están haciendo.
»De modo que ahora resulta evidente por qué corrieron tal riesgo… y por qué reclaman Europa: en calidad de punto de reabastecimiento de combustible. Podría ser la llave de todo el Sistema Solar…
Sin embargo, las cosas no habían resultado de esa manera, recordó Sir Lawrence, mientras se reclinaba en su lujosa silla, bajo el disco veteado y moteado que llenaba su cielo artificial. Los océanos de Europa seguían siendo inaccesibles a la humanidad, por motivos que aún eran un misterio. Y no sólo inaccesibles, sino también invisibles: desde que Júpiter se había convertido en sol, sus dos satélites interiores se habían desvanecido bajo nubes de vapor que escapaba, en ebullición, desde la parte interna. Sir Lawrence estaba mirando a Europa, tal como había sido en 2010… no como era hoy.
Por aquel entonces Sir Lawrence era un adolescente, pero aún recordaba el orgullo que sintió al saber que sus compatriotas —no importaba cuánto disentía de la política que seguían— estaban a punto de realizar el primer descenso a un mundo virgen.
Por supuesto que en el lugar no había ninguna cámara que registrara el descenso; pero la reconstrucción se efectuó de manera impecable. Sir Lawrence podía creer de verdad que ésa era la cosmonave predestinada a su destrucción, que en silencio se descolgaba desde el negrísimo cielo hacia el gélido paisaje de Europa, y que se posaba junto a la descolorida banda de agua recientemente congelada, a la que se había dado el nombre de «Gran Canal».
Todo el mundo sabía qué había ocurrido después. Quizá con buen criterio, no se había intentado reproducirlo en forma visual. En cambio, la imagen de Europa se esfumó y fue remplazada por un retrato tan familiar para cualquier chino como Yuri Gagarin lo era para cualquier ruso.
La primera fotografía mostraba a Rupert Chang el día de su graduación, en 1989: un formal estudiante joven, a quien resultaba imposible distinguir entre un millón de otros como él, completamente inconsciente de su cita con la historia, dos décadas hacia el futuro.
Con brevedad y utilizando un suave fondo musical, el comentarista resumió los aspectos destacados de la carrera del doctor Chang, hasta su designación como oficial científico a bordo de la Tsien. Mediante cortes transversales en el tiempo, se fueron mostrando fotografías cada vez más actuales, hasta llegar a la última, tomada inmediatamente antes de la misión.
Sir Lawrence se sentía agradecido por la oscuridad del planetario, ya que tanto sus amigos como sus enemigos se habrían sorprendido al ver que sus ojos se llenaban de lágrimas al escuchar el mensaje que el doctor Chang había dirigido a la cercana Leonov, sin saber si ese mensaje sería recibido alguna vez.
—… sé que están a bordo de la Leonov… es posible que no tenga mucho tiempo… dirijo la antena de mi traje hacia donde creo…
La señal se desvaneció durante unos angustiosos segundos; después retornó, mucho más clara, aunque no con mayor intensidad.
—… transmitan esta información a la Tierra: la Tsien ha sido destruida hace tres horas. Soy el único superviviente. Estoy usando la radio de mi traje espacial; no sé si tiene suficiente alcance, pero es mi única posibilidad. Por favor, escuchen con atención: HAY VIDA EN EUROPA. Repito: HAY VIDA EN EUROPA…
La señal volvió a desvanecerse…
—… poco después de la medianoche local. Bombeábamos sin descanso, y los tanques estaban llenos casi hasta la mitad. El doctor Li y yo hemos salido para revisar la aislación de la tubería. La Tsien está detenida… Se ha detenido a unos treinta metros del borde del «Gran Canal». Los tubos salen directamente de la nave y descienden a través de la capa de hielo, que es muy delgada; no es seguro caminar sobre ella. El ascenso del agua cálida desde abajo del hielo…
Otra vez, un largo silencio…
—… no es problema: cinco kilovatios de luces dispuestas en forma de rosario sobre la nave. Como un hermoso árbol de Navidad que brillaba directamente a través del hielo. Gloriosos colores. Li ha sido el primero en verla: era una enorme masa oscura que subía desde las profundidades. Al principio, hemos pensado que se trataba de un banco de peces porque era demasiado grande para ser un solo organismo; después ha empezado a abrirse paso a través del hielo…
»… como enormes hebras de algas marinas húmedas que reptaban por el suelo. Li ha regresado corriendo a la nave para traer una cámara; yo me he quedado para observar e informar a través de la radio. La masa se movía con tanta lentitud, que sin dificultad podría haber corrido más de prisa que ella. Creía saber qué clase de ser era éste —he visto imágenes de los bosques de algas pardas, del litoral de California—, pero estaba por completo equivocado.
»… he podido darme cuenta de que ese ser tenía problemas: no le era posible sobrevivir a una temperatura de ciento cincuenta grados inferior a la de su ambiente normal. A medida que avanzaba, se iba congelando hasta volverse sólido y cristalino; se iban desprendiendo de él pedacitos que parecían cristales, pero seguía avanzando en dirección a la nave, como una gigantesca ola negra que continuamente iba disminuyendo su velocidad.
»Yo todavía estaba tan sorprendido que no podía pensar con normalidad ni podía imaginar qué estaba tratando de hacer…
»… ha ido trepando por la nave y, a medida que avanzaba, iba formando una especie de túnel de hielo. Quizás eso lo estaba protegiendo del frío, del mismo modo que las termitas se protegen de la luz solar mediante sus pequeñas galerías de lodo.
»… toneladas de hielo sobre la nave. Las antenas de radio han sido las que primero se han roto. Después, he podido ver que las patas de aterrizaje empezaban a combarse. Todo se veía en cámara lenta, como si fuera un sueño.
»Hasta el momento en que la nave se ha empezado a derrumbar no me he dado cuenta de lo que esa cosa estaba tratando de hacer… pero ya era muy tarde: podríamos habernos salvado con sólo haber apagado aquellas luces.
»Tal vez sea un organismo fototrópico,[3] y su ciclo biológico sea puesto en acción por la luz solar que se filtra a través del hielo. O puede haber sido atraído, al igual que una mariposa nocturna por la llama de una vela. Nuestros reflectores tienen que haber sido más brillantes que cualquier cosa que Europa haya conocido jamás…
»Después, la nave se ha precipitado con violencia. He visto que el casco se partía y que se formaba una nube de copos de nieve cuando se ha condensado la humedad. Todas las luces se han extinguido, salvo una que oscilaba hacia delante y hacia atrás, en un cable, a un par de metros del suelo.
»No sé qué ha ocurrido inmediatamente después de eso. Lo siguiente que recuerdo es que estaba parado bajo la luz, al lado de los restos de la nave, mientras un fino polvillo de nieve caía a mi alrededor; en ese polvillo podía ver mis huellas con mucha claridad. Debo de haber corrido, quizá sólo había transcurrido un minuto, o dos…
»La planta (seguía pensando en esa cosa como si fuera una planta) estaba inmóvil. Me intrigaba saber si la habría dañado el golpe, ya que grandes porciones —gruesas como el brazo de un hombre— se habían hecho astillas, como si fueran ramitas rotas.
»Luego, el tronco principal ha empezado a desplazarse otra vez. Se ha separado del casco de la cosmonave y ha empezado a reptar hacia mí. Ha sido en ese momento cuando he sabido, con toda certeza, que esa cosa era fotosensible, pues yo estaba de pie exactamente debajo de la lámpara de mil vatios, que ya había dejado de balancearse.
»Imagínense un roble —mejor aún, un banano, con sus múltiples troncos y raíces— aplastado por la gravedad y tratando de reptar por el suelo. Se ha detenido a unos cinco metros de la luz; después, se ha empezado a extender, hasta que ha formado un círculo perfecto a mi alrededor. Cabe suponer que ése era el límite de su tolerancia, el punto en el cual la fotoatracción se convertía en repulsión. Después de eso, nada ha ocurrido durante varios minutos. Me preguntaba si ese ser estaría muerto o, por lo menos, completamente congelado.
»Entonces, he visto que se estaban formando grandes yemas en muchas de las ramas. Era como mirar una película de flores que se abren, filmada en intervalos prefijados y después unidos en una sola secuencia. De hecho, he pensado que eran flores… cada una tan grande como la cabeza de un hombre.
»Han empezado a desplegarse membranas delicadas y de hermosos colores. Aun en ese momento, me ha venido a la mente que ningún ser vivo —ninguna cosa— puede haber visto esos colores en ninguna oportunidad anterior; no existían hasta que trajimos nuestras luces —nuestras fatales luces— a este mundo.
»Zarcillos y estambres, que oscilaban débilmente… He andado hacia esa pared viviente que me rodeaba, con el fin de poder ver con exactitud qué estaba ocurriendo. Ni entonces, ni en ningún otro momento, había experimentado el menor temor ante aquel ser. Estaba seguro de que no era maligno… si es que, en verdad, por lo menos tenía conciencia.
»Había muchísimas flores, de gran tamaño y en diversos estadios de apertura; en ese momento, me recordaban mariposas recién surgidas de la crisálida, con las alas contraídas, todavía débiles. Cada vez me estaba acercando más a la verdad.
»Pero se estaban congelando, morían tan pronto como se formaban. Después, una tras otra, han ido cayendo de las yemas madre. Durante unos instantes, han aleteado cerca de donde habían caído, como peces fuera del agua… hasta que, por fin, me he dado cuenta con exactitud de lo que eran: esas membranas no eran pétalos; eran aletas, o su equivalente. Esto era el estadio larval, nadador, de este ser. Es probable que pase gran parte de su vida enraizado en el lecho del mar; después, envía a estos vástagos móviles a buscar nuevo territorio. Exactamente como hacen los corales de los océanos de la Tierra.
»Me he puesto en cuclillas para poder ver más de cerca a uno de esos pequeños seres. Ahora, los bellos colores se estaban borrando y eran remplazados por un débil color pardo amarillento. Algunos de los pétalos-aleta se habían soltado y se convertían en quebradizas escamas cuando se congelaban. Pero el ser todavía se movía débilmente, y cuando me he acercado, ha tratado de evitarme. Me he preguntado cómo percibía mi presencia.
»En ese momento, me he percatado de que todos los estambres —así los había denominado yo— tenían en el ápice puntos de color azul brillante que parecían diminutas constelaciones de zafiros. Mientras observaba, el azul brillante se ha decolorado; y los zafiros se han transformado en piedras opacas y ordinarias.
»Doctor Floyd —o cualquier otro que esté escuchando—, no tengo mucho más tiempo, pues pronto Júpiter bloqueará mi señal.
»Pero ya casi he terminado.
»En ese momento, he sabido qué tenía que hacer. El cable que alimentaba esa lámpara de mil voltios colgaba casi hasta el suelo. Le he dado varios tirones, y la luz se ha apagado, con una lluvia de chispas.
»Me preguntaba si sería demasiado tarde. Durante unos instantes, nada ha sucedido, así que he andado hasta la pared de ramas entrelazadas que me rodeaba y le he propinado un puntapié.
»Poco a poco, el ser ha empezado a destejerse y a retirarse para volver al Canal. Había mucha luz y podía ver todo a la perfección: Ganímedes y Calisto estaban en el cielo; Júpiter era una enorme y delgada medialuna, y había una gran exhibición auroral en el lado en que era de noche, en el extremo joviano del tubo de flujo magnético de Ío. No había necesidad de usar la luz de mi casco.
»He seguido al ser durante todo su trayecto de regreso al agua, alentándolo con más puntapiés cuando reducía su velocidad, y sintiendo todo el tiempo los fragmentos de hielo que se quebraban bajo mis botas… A medida que se acercaba al canal, el ser parecía ganar fuerza y energía, como si supiese que se estaba acercando a su hogar natural. Me preguntaba si sobreviviría para volver a producir yemas.
»Ha desaparecido a través de la superficie y ha ido dejando unas cuantas larvas muertas sobre ese terreno que no era el suyo. El agua fría expuesta ha burbujeado algunos minutos, hasta que una protectora capa de hielo la ha aislado herméticamente del vacío. Después, he regresado a la cosmonave, para ver si había algo que rescatar… No quiero hablar de eso.
»Sólo quiero formular dos peticiones, doctor: cuando los taxonomistas clasifiquen a este ser, tengo la esperanza de que su denominación científica recuerde mi nombre. Y cuando la próxima nave espacial regrese a casa, pidan a su tripulación que lleven nuestros huesos a China.
»Júpiter nos va a incomunicar dentro de pocos minutos. Ojalá supiera si alguien me ha estado recibiendo. De todos modos, repetiré este mensaje cuando volvamos a estar en la visual… si el sistema de mi traje para mantenimiento de vida dura el tiempo suficiente.
»Éste es el profesor Chang en Europa, e informa sobre la destrucción de la nave espacial Tsien. Descendimos al lado del «Gran Canal» y montamos nuestras bombas en el borde del hielo…
La señal se desvaneció bruscamente, volvió un instante y después desapareció por completo, por debajo del nivel de ruido.
Nunca habría ningún mensaje posterior del profesor Chang, pero el que llegó ya había alterado el curso de las ambiciones de Lawrence Tsung, y las había dirigido hacia el espacio.