—¡Su esposa y su cuñado deben de estar muy unidos!
—¡Muchísimo! —exclamó la señora Kuriatin.
—No lo creo —dijo Frank—. Llevan años sin verse.
—Ningún lazo es tan fuerte como el que hay entre hermano y hermana. Ninguno. Solo la cárcel y el hambre son más fuertes. O al menos eso dicen. ¿Acaso sé yo lo que hace Arkadi? En cambio sé lo que hay en el corazón de cada uno de mis seis hermanos, allá en Smolensk.
El propio Kuriatin se mostraba desmesuradamente complacido con la llegada de su cuñado. Se empeñaba en creer que era abogado, tal vez fiscal en una zona importante.
—Norbury. ¿Qué quiere decir eso en ruso?
—Ciudad del norte, creo —dijo Frank sin mucha convicción.
—Pues lo mismo que Pekín —expresó Kuriatin, triunfal.
Luego dijo que debía enseñarle al recién llegado cómo se divierte un ruso, algo que en Occidente desconocían por completo. En un momento normal del año, lo primero sería ir en taxi hasta los burdeles de gitanas del parque Petrovski. ¿Había buenos burdeles de gitanas en Norbury? Frank le dejó muy tranquilo a ese respecto. Sin embargo, durante la Cuaresma esos lugares tenían que echar el cierre obligatoriamente, y Frank especificó que Charlie, un ser con dotes musicales, no debería ir a la Rusalochka. El automóvil, entonces. Podrían ir en el Wolseley de Kuriatin (un modelo de cincuenta caballos, con ruedas desmontables, lo que a Frank le parecía una sabia precaución) a, pongamos, la iglesia de los Comerciantes, entre Kursk y Riazan, a unos veinte kilómetros de Moscú. Aunque las carreteras seguían cubiertas todavía de nieve a medio derretir.
—No importa. Tengo neumáticos Columbus. Los compré en Provodnik. Provodnik solo vende lo mejor, y ademas me hace un precio especial. Esos neumáticos corren por cualquier carretera, y aguantan el peor clima.
Ben le confirmó ese extremo, aunque Mijailo, el chofer de Kuriatin, puesto al que ascendió después de ser el jefe de cuadras, no le dejó ver el motor, y además, en opinión de Ben, todavía no le había terminado de coger el tranquillo al coche.
Kuriatin estaba de un humor excelente. Sabía que Charlie no entendía una sola palabra de lo que le decía, pero se lo tomaba en plan de broma, como si pudiera vencer aquel obstáculo a base de gritos y persistencia.
—Le volverás sordo —le dijo Frank—. Y ya sabes que tendré que responder ante Nellie de lo que te pase.
Como Bernov había dado un curso de inglés comercial que formaba parte del plan que se había trazado para ascender, Frank le dijo que tendría que ir con ellos como intérprete.
—Me sorprende usted, Frank Albertovich. Si insiste en que les acompañe en su expedición, perderé un día de trabajo en la imprenta. Y si además quieren quedarse en el monasterio para asistir a las vísperas, tendremos que hacer noche allí.
—No llegarán tan lejos…
—¿Cree que tendremos una avería?
—Si eso sucede, haga que Mijailo revise el carburador. Este tipo de gasolina rusa tiene muy poca bencina.
—¿Qué es un carburador? Me gustaría que viniera con nosotros —dijo Bernov, y Frank sintió una oleada de afecto por él, que se convirtió en remordimiento en cuanto se puso a trabajar.
La imprenta se adaptó perfectamente a la nueva situación, lo que le produjo una indefinible sensación de apaciguado nerviosismo mezclada con auténtica satisfacción, como la que sentía de pequeño cada vez que veía una colmena o una peonza. Durante el día llegaron nuevos reglamentos oficiales que exigían que a partir de ese instante las empresas dejaran de recaudar el dinero procedente de las sanciones por ausencia o embriaguez. El dinero pasaría a ingresarse en una cuenta de titularidad estatal, y el Ministerio del Interior decidiría, con el tiempo, en qué invertir lo recaudado para mayor provecho de los trabajadores. Lo que se obtenía de las sanciones no significaba gran cosa, pero Frank sabía que a Bernov le habría encantado discernir si esa pequeña cantidad que se perdía como ingreso pertenecía al capítulo de los gastos indirectos, de los costes variables o de los costes extraordinarios. Sentía cierto alivio al puntualizar cada mínimo detalle como alternativa a sus grandes planes que, muy a su pesar, no tendrían jamás cabida en el mundo de Reid, como ya empezaba a comprender. Y ahora, en lugar de un delicioso día entregado a una detallada evaluación cargada de ajustes, tenía que surcar, muerto de vergüenza, el frío paisaje en la traqueteante excursión organizada por Kuriatin. En cualquier caso, Frank sabía que no podría haberle pedido ese favor a Selwyn. Aunque el cambio de talante de Kuriatin no durase mucho, solo hasta el día siguiente, era imposible determinar cuándo podría reaparecer su antigua condición en presencia de Selwyn, y Frank no se imaginaba qué podía llegar a suponer un cambio de actitud de tal calibre en el transcurso de una excursión en el Wolseley.
Llegó a casa tarde, después de haber ayudado a leer las pruebas de Tres hombres en una barca. Había comido, por decir algo, en el Bar de Markel. Cuando regresó, Lisa le llevó a los niños para que le dieran las buenas noches, algo que nunca le había sucedido antes, y que pensaba que solo ocurría en las demás familias. Para empezar, era de lo más sorprendente que los tres estuvieran de acuerdo en irse a la cama al mismo tiempo.
—¿Ha vuelto el tío Charlie? —preguntó Dolly.
—No. No ha vuelto todavía.
—¿Crees que habrán tenido un pinchazo?
—Es muy probable —dijo Frank—. Todos los coches tienen pinchazos.
—Deberían hacerlos con ruedas macizas, como los caballos de los troyanos.
—Tal vez, pero la gente quiere ir cómoda.
—No sé por qué tiene que quedarse el tío Charlie más tiempo aquí —dijo Dolly—. No ha traído a madre, y tampoco sabe decirnos cuándo va a volver.
—¿No te importa nada tu tío? —preguntó Frank, sin más pretensión que la de obtener una respuesta.
Annushka, que había venido al mundo para tomar siempre el camino más sencillo y para extraer de cualquier situación la parte que más le conviniese, gritó:
—¡Yo quiero mucho a mi tío Charlie!
—Es como si a él le gustara todo —dijo Ben, tratando de hacer justicia—. Y no estamos acostumbrados a eso.
—Y su visita no ha servido de nada… —dijo Dolly—. Se supone que no ha venido hasta aquí solo para divertirse.
Frank les dijo que Charlie había reservado sus billetes de tren a Londres, vía Varsovia y Berlín, para el día 28 de marzo del calendario ruso, y que la familia debía encargarse de que se lo pasara bien hasta entonces. Le habría gustado que Dolly le diera un abrazo, pero al parecer ella había decidido no hacerlo. Frank estaba acostumbrado a mantener cierto contacto humano con los demás todos los días. En Moscú siempre había sido así, que él recordara, y no solo cuando era pequeño. Incluso ahora, en el mundo de los negocios, muchos de sus contactos rusos se le echaban al cuello para abrazarle, y lo mismo hacían sus sirvientes y sus empleados. La mujer del té y el encargado del patio le besaban las manos si no lograba detenerlos a tiempo. Pero todo lo que le ofreció Dolly fue una mirada audaz y cariñosa.
Frank les pidió a todos sus sirvientes que se marcharan a la cama, y les dijo que él se quedaría despierto hasta que regresara Karl Karlovich. Kuriatin y su grupo volvieron a las diez y media, pero no en el Wolseley, que había empezado a echar humo y que tuvieron que abandonar a pocos kilómetros de Moscú, con Mijailo, sino en un destartalado coche tirado por un caballo, que fue todo lo que consiguieron alquilar en aquel lugar. Kuriatin llegó armando ruido y ansioso por demostrar que la excursión había sido un éxito. Bernov parecía cansado, empequeñecido y muy serio. Y Charlie era el mismo de siempre. No creía que hubiera ocurrido nada inoportuno a lo largo del día. Le dijo que no había probado el vodka, puesto que creía que podía estar perjudicando su tránsito intestinal, pero que sí que había tomado unos cuantos vasos de kvas, la cerveza rusa que hacían, según le dijeron, con pan, algo que, ya puestos, resultaba igual de sorprendente como que lograran hacer pan a partir de cerveza. Personas inteligentes, los rusos. No tenía ninguna importancia que no hubieran conseguido llegar hasta la iglesia. Vista una iglesia ortodoxa, vistas todas. Y en el traktir comieron un plato especial, un pastel de pescado con un agujero en la parte superior en el que se podía poner todo el caviar del mundo.
—El señor Kuriatin me ha tratado con suma generosidad durante todo el día —continuó—. Estoy empezando a comprender que aquí la expresión «amigo de la familia» significa exactamente eso.
—En Inglaterra también —dijo Frank.
—Y, desde luego, no me habría enterado de nada sin la ayuda del señor Bernov, con ese valioso don de lenguas que tiene. Durante el camino de vuelta me ha contado lo que iba diciendo el señor Kuriatin acerca de lo mucho que lo siente por ti y lo mucho que le gustaría poder hacer algo más por tu familia.
Kuriatin, que había oído que se pronunciaba su nombre, asintió con la cabeza, se echó a reír, puso los ojos en blanco y emitió una serie de sonidos, aunque no lo hizo todo a la vez. Era como una figura mecánica un poco estropeada que uno se encontrara en una tienda de juguetes de segunda mano.
—Quiere llevarse a los tres niños, Frank, durante todo el tiempo que sea necesario, para que puedas verte libre de responsabilidades. ¿Qué opinas? Al parecer su esposa es un alma maternal que nunca tiene demasiados críos en casa. Y no te costaría nada. Antes extendió los brazos, igual que está haciendo ahora, y dijo: «¡Que me consideren su segundo padre!». ¿No, señor Bernov?
—Sí —dijo Bernov—. Lo repitió más de una vez.
—¿Qué dice ahora? —preguntó Charlie.
—Está diciendo que un hombre que ha bebido vodka es como un niño: dice solo lo que piensa.
—¿Es un dicho popular?
—Tal vez —dijo Bernov—. No he vivido nunca en un pueblo y no estoy muy familiarizado con los dichos populares.
—De todos modos, no importa —dijo Frank—. No es que quiera adoptar a mis hijos. Es solo una expresión general de buena voluntad. Aunque muy probablemente sea justo lo contrario.
—¡No hay duda de que, como hombre de negocios que es, se mantendrá fiel a su palabra! —exclamó Charlie—. ¡No hay duda de que es el espíritu mismo de la hospitalidad!
—Claro que sí.
De pronto, aburrido, Kuriatin se levantó del sofá con un movimiento brusco y, sin esperar la llegada del samovar, salió de la sala mientras pedía a gritos su abrigo y sus botas. El coche le esperaba bajo la llovizna, y se marchó sin ofrecerse siquiera a llevar a Bernov.
—No importa, Frank Albertovich. La verdad es que prefiero irme en tranvía. —Bernov se peleaba con sus galochas—. No obstante, creo que en esta ocasión me ha exigido usted demasiado. Soy su contable de costes, y de ahora en adelante preferiría limitarme a mis obligaciones diarias.
Charlie estaba cansado y se fue derecho a la cama sin dejar de elogiarlo todo. Aquel clima húmedo era mucho más sano que el clima cálido y seco. Y había sido muy positivo, ciertamente, que se rompiera el Wolseley, ya que parecía que el señor Bernov no se sentía del todo bien mientras viajaban en él. Pero el señor Kuriatin había sabido cómo actuar, y en el traktir había hecho que se tomara un remedio especial: un trago de bolas de naftalina disueltas en vodka.
—Es un consejo muy útil, la verdad. Debería escribir todas estas cosas en un cuaderno, y tenerlo siempre a mano. Bueno, querido Frank, buenas noches.