Esto, prácticamente, significó el final de las evacuaciones, ya que las mujeres con hijos varones en edad militar no querían separarse de ellos; y tampoco se dejaban evacuar.
Intenté dar con alguna solución que, a la vez, pudiera eliminar la dificultad especial existente para mi Legación. Visité, poniendo de relieve que no se trataba de una iniciativa noruega sino estrictamente personal mía, en primer lugar al Ministro vasco, Irujo, con el que ya había colaborado con frecuencia y le expliqué el mal humor que la resolución del Gobierno español tenía que provocar en todos los estados participantes, porque trataba, nada más ni nada menos, de que pagaran justos por pecadores.
Expresé mi coincidencia con el Gobierno, de que tras las experiencias vividas, no se le podía exigir que continuara con los métodos empleados hasta entonces y, parecía en cambio mucho más inteligente intentar un arreglo positivo y definitivo, que andar envenenando más y más la situación de todos los participantes con disposiciones de carácter negativo. Si los hombres acogidos al derecho de asilo no iban a poder salir, en absoluto de las Legaciones, podrían ocurrir, muy fácilmente cosas que dejaran muy mal al Gobierno ante la humanidad. Si por el contrario, se aceptaba de una vez el punto de vista de que, en opinión del Gobierno de Valencia eran inviables las evacuaciones de hombres en edad militar que, de todos modos, en las dos partes estaban obligados a realizar su servicio militar, sería más razonable decidir en consecuencia, que lo conveniente era dejarles que se fueran al lado nacional al que ideológicamente pertenecían y exigir a cambio su sustitución por hombres de la misma edad cuyo modo de pensar era el propio del lado rojo. Resumiendo, lo que proponía era un canje entre los hombres acogidos a las representaciones diplomáticas a cambio del número correspondiente de hombres de la misma edad que estuvieran en zona nacional, y quisieran pasar a la zona roja, con el fin de que tanto unos como otros pudieran actuar en el lado que les correspondía, de acuerdo con sus ideales.
Esta propuesta le pareció a Irujo nueva y recomendable; me prometió transmitírsela al Ministro de Estado (Asuntos Exteriores) para después seguir tratando la cuestión conmigo. El Ministro, Giral, me mandó llamar efectivamente en los días que siguieron y me dijo que Irujo le había comunicado detalladamente mi propuesta que él, personalmente, creía interesante; pero tenía que presentársela al Consejo de Ministros, cosa que prometió hacer en los próximos días. Yo también, le dije que se trataba de una iniciativa exclusivamente mía, y de carácter personal y me ofrecí, para, si se aceptaba la propuesta, viajar yo mismo a la otra zona para obtener de aquel Gobierno, el asentimiento a la misma.
Visité, también, entretanto, a los Encargados de Negocios de Inglaterra y Francia para comunicarles la acogida, aparentemente buena, que la propuesta había tenido por parte del Gobierno, y pedirles la posible cooperación de sus países para realizar el intercambio. Con el Encargado de Negocios británico estudié particularmente la forma más apropiada, si se daba el caso, de llevar a los acogidos en las Legaciones, a Valencia, para embarcar en un vapor inglés, mientras que el número correspondiente de hombres, afines a los rojos y dispuestos al intercambio, pasaran la frontera de Gibraltar, de modo que el barco pudiera llevar a los «blancos» a Gibraltar y, a su regreso, los «rojos» a Valencia.