Entre Madrid y Valencia

En mis frecuentes visitas a Valencia durante la primavera de 1937, me encontraba con muchas cosas interesantes que observar. La misma carretera suscitaba interés. La comunicación por tren ya no existía, había que hacer el viaje en coche. Unos 400 km, contando con el desvío que había que tomar a causa del corte de la calzada directa. La carretera daba un rodeo, trazando una curva que se dirigía al norte, en torno al punto de interrupción, por detrás del frente y a lo largo de éste. En los pueblos siempre había cosas que observar, de carácter militar. Interesante era también, de por sí, el tráfico en la carretera, aunque no fuera más que por ser ésta la única arteria de tráfico rodado que quedaba aún para dirigirse a Madrid.

Contábamos los camiones que con provisiones o con gasolina, iban para Madrid y observábamos los coches que transportaban personas, tanto los que adelantábamos con dirección a Madrid, como los que nos adelantaban a nosotros. Con frecuencia también rebasamos columnas militares. Una vez nos tocó una larga columna de camiones que llevaba esta descripción: «1er Régiment de Train», y luego otra: «Second escadron». Los jóvenes que iban en esos vehículos, llevaban cascos de acero, que a mí me pareció reconocer como procedentes de otra guerra y, entre ellos, hablaban francés. Nada diremos de los tanques rusos que con frecuencia avanzaban rechinando, con sus largos cañones móviles y giratorios encima, ni de las Brigadas Internacionales que iban carretera adelante, también con cascos de acero y hablando «esperanto», es decir, mezclando todas las lenguas. Lo que apenas veíamos eran españoles, solamente los había en los muchos puestos de control, y en las gasolineras del camino. Éstas tenían la particularidad de que en ellas no había gasolina; es decir, que aquellas que sí la tenían, sólo se la daban a vehículos de guerra y con justificante expedido por el Ministerio de la Guerra, en las gasolineras destinadas al consumo general no se conseguía casi nunca nada.

Entre Madrid y Valencia había nueve puestos de control donde tenían que detenerse los coches y donde examinaban a fondo los papeles. En contraste con ello, en la España nacional, como tuve después ocasión de comprobar, se podían hacer cientos de kilómetros conduciendo, sin tener que someterse a un solo control. Dato éste verdaderamente sintomático, que muestra cuanta más desconfianza y afán inquisitorial había en la España «roja» en contraste con la «blanca». De ello se puede sin dificultad sacar la conclusión de que todo lo dicho venía condicionado por la actitud de la población, ante cada uno de los dos sistemas.

Si por el camino habíamos visto fuerzas combatientes internacionales rojas, ahora, en Valencia nos tocaba ver alemanes. Con el calor que hacía en Mayo, resultaba muy agradable salir, conduciendo a primera hora de la tarde, a esas playas mediterráneas y tomarse allí en alguno de los «merenderos» el inigualable plato nacional valenciano denominado «paella», arroz con pescado y marisco, o arroz con pollo. Aquello estaba siempre lleno hasta los topes, hasta el punto de que, a veces, había que esperar una hora entera hasta conseguir mesa. Se veían casi siempre sobre todo milicianos y sus oficiales, y además gente de pueblo, poco lavada, es decir perfumada pero no bien oliente, que parecía tener el dinero a espuertas.

La gente comía con un apetito y un entusiasmo tal que a uno se le ocurría la idea de que se daban prisa para disponer de un poco de tiempo y disfrutarlo. De cuando en cuando se veía, allí, también, a algún ministro y a otros hombres del momento, más bien «malfamados» que famosos, con sus «compañeras», ya que estaba prohibido llamarlas «esposas», aunque lo fueran en virtud de antiguos vínculos. Allí se disfrutaba de una vista soberbia frente al mar y el puerto. Verdad es que el público miliciano parecía no dedicarle atención alguna, por maravillosa que fuera dicha vista, porque se la amargaban uno o dos buques de guerra alemanes que por entonces patrullaban, allá afuera. «Ahí está el alemán». Gruñían, volviendo la vista tierra adentro.