La nueva misión

En julio de 1936 el Cuerpo Diplomático estaba representado en España, casi en su totalidad, pero ninguno de los embajadores de los grandes estados europeos o americanos se encontraba en Madrid. Estaban veraneando en el extranjero o en San Sebastián. Su seguridad también hubiera peligrado, pero mucho menos que la de los señores de segundo o tercer rango que los tuvieron que representar; aunque éstos, a pesar de toda su habilidad y su mejor voluntad, carecían frente al Gobierno Rojo, de la capacidad de presión que hubieran podido ejercer los verdaderos titulares de las representaciones de sus Estados. Muchos acontecimientos hubieran ocurrido de distinta manera, en los primeros meses, si por lo menos Europa hubiera estado representada por primeras figuras.

Así las cosas, el «equipo de emergencia» tuvo que ver cómo se las arreglaba para sacar el mejor partido posible de la situación. Y fue mucho el bien que hicieron, a base de espíritu de sacrificio, perseverancia y amor a la humanidad. Unos pasajes de un artículo, relativo a la actividad desarrollada por el Cuerpo Diplomático, que debemos a la pluma del insigne diplomático Edgardo Pérez Quesada, a la sazón Encargado de Negocios de la República Argentina, deberían despertar el interés respecto a la acción ejercida por el Cuerpo Diplomático en aquellas circunstancias, por lo que a continuación lo transcribimos:

«El Cuerpo Diplomático se vio abrumado, a consecuencia de la trágica situación de España, con deberes que excedían, en gran medida, de los que, en tiempos normales pueden corresponder a las representaciones extranjeras, y ello con tan imperiosa urgencia, que no atenderlos hubiera significado traición. Puedo asegurar que todos los diplomáticos dieron en este sentido el máximo rendimiento que podían dar. Se produjo una auténtica competición. Y todos los deberes que con arreglo a nuestra estimación eran ineludibles, se cumplieron. Tal es nuestra mayor satisfacción.

»Las dificultades anejas a todo ello eran importantes. Teníamos que desenvolvernos en una atmósfera cargada de apasionamientos y tendencias desfavorables provocadas por la guerra civil más terrible y sangrienta que registraba la Historia. El más mínimo paso en falso, la simple apariencia de una actitud partidista, podía interpretarse como una inclinación por algo que desentonara con la absoluta neutralidad de nuestra actuación. Y ésta, sin embargo tenía que ir encaminada, obligada por las circunstancias, a proteger la vida y los intereses morales de aquellos que sufrían persecución, aunque no fuera por parte de los organismos oficiales, pero sí de aquellos que por su relación y su colaboración con dichos organismos, constituían una de las fuerzas en lucha.

»Una vacilación, un paso atrás asustadizo o el temor de ir demasiado lejos, hubiese podido tener como consecuencia en muchos casos, la pérdida de una vida. Por otra parte, una intervención excesiva o un paso demasiado audaz hacia adelante, podría provocar la desconfianza de las autoridades que, en el ejercicio de su cargo, vigilaban cada movimiento del Cuerpo Diplomático. Todo ello exigía un tacto muy especial que, si ya en tiempos normales era absolutamente inevitable para ejercer la diplomacia, era ahora tanto más indispensable cuanto que los problemas que había que resolver no eran objeto de contratos administrativos ni de visitas protocolarias.

»Se trataba, nada menos, que de evitar ejecuciones clandestinas, de obtener la libertad de aquellas gentes contra las que no existía acusación formal alguna, de ejercitar el derecho de asilo, en una medida tan amplia, como hasta entonces no hubiera podido soñar el defensor más convencido de esta humanitaria ayuda mutua entre pueblos civilizados y, con todo ello, arrancar a las víctimas de las garras de la crueldad. Juntamente con esta actividad, visitar a los heridos, ayudar a los necesitados, cooperar a la salida del país de víctimas inocentes de la guerra, y facilitar alimentos y ropa a una población que tras todos los sustos padecidos a causa de esta lucha, además había de enfrentarse con un invierno de hambre y con el riesgo de morir de frío.

»A la Diplomacia se la ha hostilizado, se la ha combatido como a algo superfluo y artificial. Sólo se ha querido ver en ella lo externo, es decir la parte festiva y protocolaria de sus funciones. La guerra civil española, que tanto ha destruido y que en gran medida ha desvelado la imperfección humana, destacó, sin embargo, también ante el mundo algo positivo, —¡que la Diplomacia sirve para algo más que para lucir bonitos uniformes y participar en fiestas de gala!—. La Diplomacia en España demostró plenamente su validez. Me siento orgulloso de pertenecer a ese grupo de hombres que ejercieron su actividad en Madrid en aquellos trágicos días».