Vacas españolas y leche noruega

«Noruega» ¡tenía hasta sus propias vacas! ¡Nada menos que cincuenta! Porque la leche era naturalmente uno de los alimentos más escasos. Nosotros no las habíamos comprado, sino «controlado». Me explico: me había llamado la atención el pestilente olor, procedente de un edificio próximo a nuestra Legación y me percaté de que en dos almacenes, situados en los bajos del mismo, estaba instalado de modo totalmente provisional y primitivo un establo de vacas, que daban de todo menos leche y si de ésta daban algo, era muy poco porque las pobres estaban exhaustas. No había pienso que comprar en Madrid y su propietario no tenía medios de transporte de ninguna clase para procurárselo trayéndolo de otra parte. Dado que todos los propietarios de vacas estaban en la misma situación, ya se habían sacrificado gran parte de ellas, habida cuenta de que la carne se pagaba muy cara. Convine, pues, con el hombre en hacerme yo cargo de las vacas, a cambio del suministro exclusivamente a mi Legación de la leche producida, que le pagaría a precio normal, previa deducción del coste del pienso. Encontramos un establo apropiado en donde poder instalar y atender como es debido a los animales. Recogimos de lejos, pienso con nuestros camiones y obtuvimos un suministro de leche buena y abundante, sobre todo para nuestros ciento veinte niños.

Los garajes existentes en la casa se utilizaron ocasionalmente como mataderos, cuando las vacas ya se secaban o cuando se las podía comprar para sacrificarlas. Una vez, hubo que traerse a la Legación una vaca destinada al sacrificio. Pero el animal se negaba andar y la noche sorprendió al vendedor y a la vaca en las calles de Madrid. Con ello, el hombre causó extrañeza y acabó siendo conducido con su «acompañante» a la Comisaría y allí pasó la noche. La vaca se comió la colchoneta de un policía. A la mañana siguiente, tuve que reclamar la vaca por la vía diplomática, después de lo cual, la trajeron a empujones a la Legación, con su propietario por delante tirando y dos policías empujándola por detrás.

Todavía teníamos otras quince vacas más en régimen de «pro-indiviso». Pertenecían conjuntamente a Chile, Checoslovaquia y Noruega. Se hallaban en un establo chileno junto al hermoso palacio en el que estaba instalado el decanato del Cuerpo Diplomático. Checoslovaquia las había conseguido y Noruega cuidaba de procurarles el pienso. Su leche se repartía amistosamente entre los tres Estados y nunca se formularon reclamaciones diplomáticas aún cuando disminuyera con el tiempo, la ración y se aceptara que la proximidad «geográfica» favoreciera a nuestros amigos los chilenos.