Poemario

Afrodita. A María Fernanda, mi dulce estreno.

Cuando la Sirena busca a Romeo,

de lujuria y negro tiñe sus ojos,

su canto no es canto, solo jadeo.

Fidelidad convertida en despojos

a la deriva en el mar de la ira,

varada y sin vida entre los matojos.

No hay semilla que crezca en la mentira

ni mentira que viva en el momento

en el que la soga juzga y se estira.

Tejeré con la esencia del talento

la culpabilidad de los presuntos.

Y que mi sustento sea su aliento.

Caminaré entre futuros difuntos,

invisible y entregado al delirio

de cultivar de entierros mis asuntos.

Afrodita, nacida de la espuma,

cisne negro condenado en la bruma.

Clitemnestra. A Mercedes Mateo, mi madre, a quien tanto odié.

Camino del corazón al pasado,

camino arrastrando el tiempo y el peso,

camino al ritmo de un reo ahorcado.

Me empeño en recordar un solo beso

un solo instante, un solo momento

y, si lo recuerdo, yo lo hago preso.

Fuerzo la marcha, contengo el aliento

para poder encontrar las razones

que den sentido a este sentimiento

de vacío sin dolor ni cuestiones,

de ternura insípida con aliño,

de conflicto sincero hecho jirones.

Tropiezo en mi vida cuando era niño,

me mató tu aguja, tu odio con saña.

Enterraste a mi alma; yo, a mi cariño.

Como Orestes, vendré con mi guadaña

a llevarme el tesoro, alimaña.

Moiras. A Martina Corvo, mi respetada erudita.

Tres hermanas marcarán tu camino.

Dueñas del aliento de los mortales,

hilanderas voraces del destino.

Cloto: tenaz tejedora de males.

De mueca hueca con su rueca greca.

Fatales serán sus hebras neutrales.

Láquesis: medidora aciaga y clueca.

Longevidad, la dicha o la desdicha.

En sus manos, tu vida plena o hueca.

Átropos: implacable y cruel bicha.

De oro forja sus tijeras de muerte.

Finaliza el juego si mueve ficha.

Sobre un lecho, he definido tu suerte

e, inmune al fátum que ya estaba escrito,

hago inmortal a tu recuerdo inerte.

Que estos versos no sacien mi apetito

Que este poema no encubra el delito.

Fortuna. A Jesús Bragado, un simio sin suerte.

El primero por Cupido.

El segundo por encargo.

El tercero por querido.

La grande nunca descuido.

Pienso con arte el descarte

Si tú pasas, yo te envido.

¡Juega!, que no me he rendido.

Tuya la chica con pares,

y juego ya te he vencido.

Sumando ya me he salido.

Se terminó la partida,

ganar yo nunca he sabido.

De rojo y bala el tapete he teñido.

Con este órdago, ya me despido.

De semillas, tallos y flores. A Mario Almeida, víctima inmortal por causas naturales.

Nada se sujeta sin cimientos.

Nada se consolida en ausencia de argumentos.

Una semilla estéril,

desarraigada, olvidada

no será sino débil.

Un tallo torcido,

desmotivado, abandonado

no será si no ha sido.

Una flor desnuda,

desprotegida, consumida,

no será sino menuda.

Así es un jardín sin jardinero,

y así crecerá lo que sembremos.

Una semilla prolija,

enraizada, considerada,

así será: lo que elija.

Un tallo derecho,

levantado, preparado,

así será: del dicho al hecho.

Un flor radiante,

distinguida, reconocida,

así será: un diamante.

Así es un jardín con jardinero,

y así crecerá lo que sembremos.

Todo se sujeta en cimientos.

Todo se consolida en presencia de argumentos.

A saltos voy, a rastras vengo. A Danilo Gaspari, víctima de su codicia.

A saltos voy,

a rastras vengo.

Alguien vació las entrañas ajenas

pensando que, sin dolor,

sin horror,

roía al reo las penas.

A saltos voy,

a rastras vengo.

Alguien se colmó de extrañas escenas

creyendo que, con risas,

con prisas,

raía al preso las venas.

A saltos voy,

a rastras vengo.

Ninguno pidió cadenas.

Ninguno pensó condenas.

Alguno pedirá la cena.

Alguno pagará la quema.

A saltos voy,

a rastras vengo.

Rabia prisionera liberada. A Drago Obućina, mi admirado mercenario enamorado.

Furia contenida, desbocada.

Miedo a todo, miedo a nada.

Un deseo, un mareo;

donde las caras no tejen rostros descosidos.

Una idea, una platea;

donde la masa manda sin sentido.

Rabia prisionera, liberada.

Coraje cobarde, valentía apocada.

Un paseo, un rodeo;

donde uno es cualquiera y muchos la guerra.

Una marea, una pelea;

donde dos son peligro y tres… ¡cuerpo a tierra!

Furia contenida, desbocada.

Miedo a todo, miedo a nada.

Cuerpos sin almas, bandas con armas.

Que defienden amores, desteñidos temores,

de comprada apariencia, con divisa de violencia.

Rabia prisionera, liberada.

Coraje cobarde, valentía apocada.

Sereno, obsceno, veneno. A Stefania Gaspari, a quien no pude salvar.

Aun cuando no quisiera ser aquel hombre de relleno.

Aun cuando rebosara en mis cuencas vacías el color

metálico, y saboreo en mis papilas el plasma mecánico

que se precisa en extraño rubor y falso entraño dolor.

Y querrás palpar mi anzuelo: sereno.

Aun así, fui leal, soy firme y seré tenaz en mi anhelo.

Aun así, serás tú quien persiga el olor de mi sombra

mirando año tras año al inerte sol del dulce engaño

que se refleja en este bermellón baño de daño y paño.

Y querrás ver mi señuelo: obsceno.

Así, sin más, te darás cuenta de lo que nunca sabrás.

Así, sin más, abrirás los ojos y estarás tan ciego

como el borrego que mira a la soga con sosiego,

sintiendo cómo su balanceo es el ritmo del apego.

Y querrás tener mi consuelo: veneno.

Y seré tus lágrimas.

Y serás mi pañuelo.

Minotauro. A Adelpho della Valle, el más necios de los iletrados.

Abrazando conciencias,

queriendo llegar a entender la diferencia.

Cuando nunca está ni estuvo; cuando ni la habrá ni la hubo.

Y, de repente, surge un nuevo yo; irreconocible,

pisando aquellas flores, centenares, miles.

Regando rastrojos, segando jardines,

haciendo mías sus causas más viles.

Arropando violencia,

buscando el candor de aquella inocencia.

Cuando siempre quiso; cuando guisó el guiso.

Y vuelta a empezar, mirándome al espejo,

reconstruyendo lo nuestro, ya neutro, en punto muerto.

Plantando columnas, cimentando cielos,

haciendo suyas mis causas, mis miedos.

Arrastrando existencias,

como anhelando salir del laberinto de las consecuencias.

Cuando, a veces, soy Dédalo y, a veces, Teseo.

De alas y lágrimas. A Chiara Trebbi, mi musa.

Robé sus alas y comprobé que no estaban hechas sino

de crueles sentencias que adornaron mis laureles

de brutales carencias,

de banales presencias,

de reales apariencias y letales creencias.

No tuve clemencia aun en este estado de demencia.

Todo ángel es terrible

y, sin embargo, lloré tu ausencia.

Robé sus alas y comprobé que no estaban hechas sino

de claveles arrancados que adornaron mis burdeles

de sentimientos acorchados,

de argumentos abultados,

de aspavientos adornados y desalientos desbocados.

No estoy aborregado aun en este estado enajenado.

Todo ángel es terrible

y, sin embargo, lloro apartado.

Robé sus alas y comprobé que no estaban hechas sino

de fieles armaduras que adornaron mis cuarteles

de bondadosas censuras,

de cautelosas caricaturas,

de sinuosas conjuras y suntuosas conjeturas.

No tendré atadura aun en este estado de locura.

Todo ángel es terrible

y, sin embargo, lloraré con amargura.

Robé sus alas,

pagaré con lágrimas.