Exteriores Splavovi Amphora (orilla del Danubio)
12 de mayo de 2011, a las 22:38
Logré aislarme, contenerme, durante unos dos segundos; quizá, cuatro o menos.
Estallé en un bramido de abatimiento.
La gente, ufana, se detuvo a mi alrededor. Me miraban. ¡Se reían! Todo en reposo. Me reconocí suspendido en el aire, el mismo que faltaba en mis pulmones. La cabeza empezó a darme vueltas, pero conseguí frenarla con las manos. Abrí los ojos y me convencí a las bravas: no era yo, era mi entorno el que giraba. Un torbellino de formas sin definir que aparecían incesantes a la misma velocidad en que eran engullidas. Cada vez, más rápidamente. Fugaces destellos. Venían a por mí. ¿Quiénes eran? Ellos.
Me vi en peligro. Señalado y solo. Desnudo, rodeado por una jauría de perros hambrientos. Querían devorarme y me sentía indefenso, incapaz, desprotegido, huérfano; otra vez.
Puse rodilla en tierra y algo me rozó el hombro, pero resistí el agravio. Firmemente, tomé las riendas y di la orden.
Orden.
De repente, todo se equilibró y me sentí recompensado. Francamente recompensado.
Levanté la cabeza y descubrí sus caras. Asimilé cada rasgo, cada expresión taimada, cada sonrisa ajada y cada mirada. Les vi por dentro y me prometí ser la razón de su futura aflicción.
Conseguí dar un paso, y luego otro y otro a los que siguieron más, muchos más. Noté que se me hinchaban los pulmones y me cargaba de energía; en exceso.
No entendí otra manera que liberarla por los lacrimales y la boca.
—Acta est, plaudite!!![100] —grité con todas mis fuerzas—. Acta est, plaudite!!!
Y empecé a correr.