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Ahí está el lago artificial, un estanque de aguas muertas que es plano como toda agua debido a la presión constante ejercida por Dios sobre su superficie, oscuro y a la vez abierto, ante nosotros, como un valor imposible de estimar. ¡Ay, si por lo menos el agua de ahí dentro no estuviera corrompida biológicamente! Pero el lago, por desgracia, no es una oscura piedra preciosa engastada en montañas que de vez en cuando arrojan sus nervios, las varices acuosas de las rocas, y despeñan sus propias pendientes, totalmente empapadas, el hombre y sus crímenes tienen la culpa, sí sí, los desprendimientos: todo se desprende de las pendientes por encima de sus caderas, los pantalones de la montaña, la suela de la tierra, este verde empapado, saturado, que ya no se puede aferrar ahí. Por desgracia ha llovido mucho esta primavera. Algunos caminos, en los que había coches aparcados, quedaron sepultados, ¡madre mía! La gente ya no puede abandonar su lugar de vacaciones y queda a merced de los lugareños, que tienen que trepar hasta la cima de sus buenos modales para poder soportar durante mucho tiempo a los forasteros. Ya durante el invierno se habían entrenado para matar con los aludes. Los nativos y su nieve indígena, hija una y trina del agua. (Entretanto el agua tiene ya otra forma). Este vivo milagro de la naturaleza lo ejecuta todo en un abrir y cerrar de ojos. Ahí viene un muro de hormigón entero hecho de nieve, ese artículo de deporte tan querido, aunque discreto (está por todos sitios en cuanto llega), que cae del cielo las veinticuatro horas del día y nadie, excepto los deportistas, le hace el menor caso, a menos que todavía tenga puestos los neumáticos de verano. Y esa nieve se convierte de repente en piedra, en hormigón, al que atormenta un dolor de barriga y por eso ha de evacuar, encima de todo. Tenemos que tragárnoslo en la televisión a pesar de estar más interesados por el pequeño fútbol. A lo que íbamos, el lago. Le falta el detalle decisivo: hay vida en él. Las truchas pasean por el río Mürz, evitan el embalse, mueren antes en un anzuelo o en los lodos de la central eléctrica cuando ésta abre demasiado deprisa las esclusas, ya lo he dicho en otro sitio. No entiendo aún el mecanismo con detalle, pero sea como fuere, los peces mueren a centenares. En un santiamén. En toda formación rocosa y en toda clase de suelo existen pozas y cavidades en las que el agua encaja bien, pero en esos casos su composición no les sienta nada bien a los peces. Ya habrían dicho algo sobre los problemas si hubiesen podido hablar.

¿Por qué se ha emborrachado tanto precisamente esta agua y con qué para acabar tan corrompida? Por lo sebosa que se está poniendo, parece que le administran una alimentación muy poco sana. Empecemos con un suministro de 10 mg de sustancias nutritivas al año, pero aumentemos la dosis cada año en un dos por ciento, así el lago sufrirá un ataque de nervios porque creerá que tiene que soportar todavía más y hace mucho que ya no tiene nada de hambre. Pero en estos momentos no puedo ver siquiera qué alimentación ha recibido, vamos, ¿de qué se alimenta en realidad? ¿Quién puso el ciclo en marcha hasta que algo se irguió, se enderezó y se estiró y después se levantó y se marchó sin arreglar el lecho? No veo en ningún sitio comida para el lago, ésta no es ni mucho menos una región de agricultura extensiva, es una región de explotación de ocio extensiva. Si algo tiene que corromperse que sea el ocio, pero no este lago.

Pronto cae la sombra de la tarde sobre las aguas, que se acuclillan en su poza. No tienen un origen tectónico o volcánico, ni se deben a la erosión o acumulación, sino simplemente alguien excavó con dinamita una poza grande en el suelo para poder tirar los escombros de la construcción de la carretera nacional, y más tarde otro pensó que era mejor llenarla de agua. Fíjense, otras aguas han sido creadas incluso por el viento, esa nada en el aire, también el hielo puede fundirse y generar aguas. Esta agua, sin embargo, ha sido vertida, pero sin una cadena de alimentación, no, ésa no ha sido añadida, (es decir, los consumidores y los productores dentro de esta biocenosis no vienen y no se van, sólo permanecen, pero vean ustedes mismos:) allí hay dos, tres botes de remos, pueden ustedes pagar en la fonda situada al otro lado de la carretera, donde además les proporcionarán los remos correspondientes. Y después echen un vistazo al interior del agua, nadie se lo va a impedir, pero los elementos del decorado bajo el agua no están acompañados de peces, caracolas, microorganismos, sino que esta guarnición consta tan sólo de plantas, plantas, plantas, verdura al fin y al cabo, lo pueden ver a simple vista, macrofitos, organismos vegetales; su voz sonará como amortiguada a través de un parque de seres vegetales vivos, si se adentran, las lenguas vegetales les acariciarán cual ramas de árbol, pero yo de ustedes me lo pensaría dos veces antes de meterme allí. Si no saben nadar, ¡que les hagan antes una última foto! O sea, esta agua no tiene pinta de agua. ¡Simplemente por la forma que tiene de agarrarse al cuello cuando ustedes lo único que quieren es practicar un deporte acuático! Esta agua sencillamente no es tan ecológica como ustedes. Incluso si la evitan y se asoman por el borde del bote les dará la impresión de jalea, gelatina, toneladas y toneladas de plantas acuáticas, nódulos, rizomas, me pregunto cómo pueden siquiera intentar una fotosíntesis cuando el agua es completamente impenetrable para la luz. Fíjense: allí flota una rama quebrada. Está ya medio hundida, como si estuviera petrificada y fuese demasiado pesada para el agua, que la trata rigurosamente y la succiona hacia abajo. Estas plantas en realidad no deberían estar ahí, y en unas aguas más sanas no las encontraríamos, por lo menos en cantidades tan gigantescas. ¿Ha sido el perverso clima el que lo ha hecho? ¿Se ha precipitado hacia arriba algo que, extrañamente dada la juventud de este agua, ha trepado hasta la superficie y cuyas propiedades químicas a decir verdad nos remiten a un agua mucho más antigua? Capa superior apenas translúcida, ¿verdad? ¿Debido a la larga permanencia en el fondo de especial interés para la dinámica de las aguas subterráneas? ¿Qué? ¿Nada de aguas subterráneas? ¿Simplemente vertieron el insípido jugo desde arriba y después tiraron la manguera a la basura?

Por el agua navega en estos momentos un bote, de la misma manera que el amor navega en el ser humano y no sale ni del sitio ni de sí mismo. Incluso de los pueblos se puede ir uno cuando quiera. El bote se ha buscado a sus personas y ahora se aleja deslizándose sin chapoteos ni salpicaduras, ya no se sorprende por nada, pues se ha acostumbrado a esta agua, que precisamente parece tener ese espesor especial, un peso específico distinto al del agua normal. Casi parece que sea sólida, siendo esto lo contrario al agua, una copia de un bloque de agua original, aunque el original no se va a conseguir nunca de esa manera, pero ¿qué es lo que quería decir con esto? Da igual, mejor que no lo diga, pues para hacerlo necesitaría páginas que después seguro que echaría en falta en la vida, y justamente las páginas más bonitas. Bueno, pues es agua pero no lo parece y no se percibe como tal. Si uno quiere nadar, mejor que vaya a Kapellen, donde hay un estanque para nadar que, se lo prometo, es la amabilidad en persona, con sus caravanas al lado, los niños que gritan, que se levantan hacia el azul del cielo con sus alas-flotador en los brazos, por todos lados el colorido del placer por descubrir. Bueno, en esta época del año, es todavía muy pronto para bañarse, el agua está demasiado fría. Sin embargo, al lago yo lo llamaría, p. ej., el Apenasdescubrible, pues resulta dificilísimo llegar hasta él para descubrirlo. No le impone a uno su presencia este cubrimiento casi negro, que debería iniciar un ciclo vital del agua, pero sobre el que ni siquiera las precipitaciones parecen caer de manera perceptible. Es como si cayeran frenadas, como encima de una esponja. Se trata sencillamente de una superficie oscura junto a la carretera nacional, justo antes de la circunvalación local, donde desde hace algunos años, por fin, ya no hay que frenar. Yo freno también por los animales, dice este coche, que no puede hacer nada por iniciativa propia. Al suelo le quitaron primero el material para la carretera y luego le devolvieron agua barata. Ni siquiera ustedes lo consentirían. Imagínense que tienen ustedes ahí un pasillo donde colocar armarios y, de repente, en lugar de eso se les viene encima la bañera llena y los sepulta bajo su cavidad húmeda. El autobús se adentra un poco en el lugar, pero por la vieja carretera vecinal hay que continuar a pie, despacito, a partir de ahí, el autobús da media vuelta, tiene que ocuparse de la carretera nacional. En la población ya se puede mandar a los niños de cinco años al tendero, como mucho podrían ser atropellados por un cochecito para niños. ¡Ahí está la casita donde para el autobús! Construida en estilo rústico como una casita de chocolate, parecida a un pesebre para los comederos de las reses, de manera que no destaque tanto en el paisaje; un mueble que, aunque al aire libre, no es en ningún caso un mueble de jardín; yo no iría tan lejos para sentarme cómodamente bajo las miradas curiosas de los vecinos y poner mi rostro al sol. Da igual, el rostro no ganaría nada con eso. La casita con sus banquitos es más bien un mueble profesional que acoge gente durante un intervalo breve, sobre todo escolares, aprendices y gente mayor que no dispone de coche y tiene que desplazarse a los pueblos de los alrededores, por un lado hasta Mariazell y por el otro hasta Mürzzuschlag, no consigo quitarme de encima esa región desde hace siglos, que, como yo, es la discreción en persona, aunque también una atadura. Se pega a mí como yo a un ser querido, si es que lo tuviera y hubiese ocasión apropiada para ello.

La cuestión es: ¿cómo puede describirse un paisaje acuático como el del lago sin conocer realmente su lenguaje? Me resisto ante ese carácter inofensivo con el que esta agua aparece públicamente, pero no me sirve de nada, hace como si no pudiese enturbiarse, y a mí de hecho tampoco me perturba. Esa dúctil Nada, con terror petrificada, en la que los diestros remos se sumergen, aunque al rozar la superficie los abandona de inmediato su destreza, se vuelven torpes, temen la nueva inmersión, que podría llevarlos hacia delante, bueno, ¡no entiendo nada! Como si por eso se les pusiera la piel de gallina, apenas sí pueden moverse en esa gelatina, en esa jalea, no pueden darse la vuelta, quieren detenerse, se rinden a ese pastel de agua permanentemente helado en el que se introducen como si de un cuchillo para tartas se tratase, conducidos por la mano torpe de novios campesinos invisibles y ruidosos; las mujeres, como ninfas, sobresaliendo entre toneladas de enaguas bajo las que aparecerán enseguida unos pies fangosos y toscos que repartirán puntapiés a diestro y siniestro. Pero incluso ésos se ahogarán en el espeso cañizal de la orilla, y el pie se quiebra en el zapato mientras los verdes árboles quieren acariciar su dolor. Pero el agua no lo permitirá. No va a contarles a ustedes nada más agradable que yo, ¡no me digan que no se lo he advertido! Pero ¿por qué han vertido precisamente agua en esta hondonada de escombros? Si incluso la propia agua se ahoga en sí misma aquí, sin soltar ni un solo grito. Esta agua no es un miembro dinámico del movimiento medioambiental, es un agua estática y estúpida que simplemente está ahí.

Más allá de la carretera, al sol, como protegida por bonitas manos de cualquier sobresalto: la fonda, adornada con la blusa de geranios del traje regional, y su correspondiente jardín, ¡encantador! Desde aquí, el camino hacia el lago parece más largo de lo que es, es un camino de la luz a la oscuridad, al frío, a la humedad, donde cuesta tanto esfuerzo respirar que parece que uno tuviera que pagar expresamente por ello; y a los niños se les prohíbe casi siempre que se suban al bote. Yo diría, y lo repetiré más veces aún, porque tal vez así es posible imaginarse algo generalmente vinculante: el color del agua va del verde oscuro al negro, como mucho verde, como mínimo negro. Bajo su superficie se mueve el pelo de la vegetación, la floresta muerta se arrastra hasta allí, las plantas empapadas de verde se doblan con la corriente que no se ve, la superficie aparece serena, pero a la vez no muestra serenidad ninguna. En la orilla opuesta a la fonda asciende escarpada una pendiente rocosa, los jóvenes abedules, alerces, abetos rojos, el arce en la orilla escarpada (sin estaca de contención alguna, aunque su colocación allí hubiera sido razonable, para evitar que toda esa salsa fuera a parar un día al agua sin saber lo que allí le espera, estúpida y sin conocimiento, pero básicamente maligna de entrada, como corresponde a la naturaleza) no pueden verse reflejados. ¿Y por qué no? Sencillamente porque allí siempre hay sombra. Este lago no se encuentra nunca en la zona de radiación de la luz solar, ésa es su desgracia y la de los turistas, pero al menos los árboles de la orilla montañosa deberían poder verse reflejados. ¿Por qué no lo hacen? ¿Por qué son tan vagos? Esculpido en la roca, un pequeño sendero por el que a menudo se ven excursionistas. No se nos escapan, la canción dice así: adelante o hacia atrás o caer en el olvido. Estas gentes no se mueven por el insondable mundo de los ricos. A menudo se trata de familias con niños pequeños que no pueden alojarse en un hotel porque lo echarían abajo en un santiamén. Pero mayormente se trata de jubilados, cuya senectud les regala todo el programa televisivo, ya que no tienen que levantarse temprano. Las pocas casas de huéspedes que hay aquí son realmente económicas, la comida es buena y los ingredientes de producción propia, sí señor, este paisaje ha sido transformado enérgicamente, le han arrancado la rica bio-alegría para no tener que comprar aparte la fruta y la verdura abonadas de forma natural, a las que la mierda animal esparcida expresamente se les sale por las orejas. Los propios animales también están de oferta, criados personalmente, y sacrificados como mucho de seis en seis en el pequeño matadero comunal. No ocurre como en las grandes carnicerías, donde diez polacos despedazan y machacan sin piedad cualquier bicho viviente, pues, en comparación con su propia vida, los animales aquí lo pasan en grande, y, al fin y al cabo, animal o humano, ¡qué más da! Lo importante es hartarse de comer antes de que el cuchillo llegue a la mano y vuelva a marcharse, no hay nada como penetrar bajo la piel y en la carne, ¡adentro! ¿Disponen ustedes de talento para ser felices? ¡Pues no lo desperdicien bajo ningún concepto aquí!

Ahí van otra vez dos, no, tres, equipados con pantalones de montaña, botas y bastones, por el estrecho sendero, por el que en caso de necesidad también podrían ir con botines, pues el terreno no ofrece dificultad ninguna. Pero peripuestos como es debido para estas ásperas montañas, así es más divertido y tampoco es mucho más caro. Se trata de ese tipo de gente que se vestiría conveniente y cómodamente (para poder darse la vuelta a menudo) para la tumba, aunque, eso sí, a un precio módico para el cielo, para que en cualquier caso se les permitiera la entrada. Bajan sus miradas hacia el estanque, que se traga el sol como si en él hubiese de forma perpetua un eclipse solar, y la superficie oscura les parece una nocturna carretera comarcal en la que se producen encuentros. Otros prefieren no encontrarse a nadie. Lo entiendo, yo estaría más bien en ese grupo. Bien, ésos ya se han marchado, pues ya no los veo. El agua está tan fría, que uno la podría sacar del lecho chorreando y volvería a echarla allí de inmediato nada más ver con detalle lo que ha pescado. Esta agua no caería jamás a la superficie terrestre en forma de precipitación, antes se precipitaría sobre alguien hasta matarlo, alguien que estuviera esperando una mejora del tiempo desde hace por lo menos una semana. El frío, al fin y al cabo, bajo una forma extraña, amorfa. Si el agua fuera hábil, huiría su propio pie montaña arriba. Todo esto no es tan profundo, pero las plantas trepadoras y la carroña le arrastrarían a uno hasta ese fondo, que prefiero no imaginarme. Aquello debe de ser indescriptiblemente fangoso, oscuro, helado, desolador, por decirlo de algún modo, un lugar donde las aguas yacen sin sentido, pero sin embargo incesantes, con una parte de su memoria sin regular por la convención alpina, que invita a las sustancias contaminantes a que, por favor, no se dejen descargar aquí, y con la otra parte al acecho, probablemente acechando su propio terrible despertar. Ni siquiera una vez, jamás, he visto patos en su superficie, el sebo los agarraría por la cola y, graznando, se verían arrastrados miserablemente bajo la superficie, así me lo imagino, pues yo aprecio a los animales y no quiero que sufran malas experiencias. Bueno, evidentemente ellos mismos tampoco quieren. No se posan jamás, según creo, en estas aguas, que parecen petrificadas por el terror, porque fueron vertidas aquí y no ahí delante, donde tendrían todo el sol, al otro lado de la carretera, donde está la fonda, aunque incluso allí, no importa el sol que haga, refresca pronto debido a las montañas circundantes, y hay que ir a buscar chalecos y chaquetas. Allí los patos están en los platos. Un pequeño embarcadero, pero ¿para qué? Si nadie pasa por aquí. Bueno, quién lo iba a decir entonces, cuando se buscaron las voces más solícitas y se repartieron los remos y se entrenó la paciencia sin límites al declararse pérdidas en los primeros meses. A veces, aquí se ven o se oyen niños, que, de repente, sin embargo, enmudecen y clavan sus miradas en el agua, tan distinta a lo que se les había prometido, una cara que, tras un examen más detenido, se descubre como una mueca horrible, una red en la que uno quedará enredado. Nada de alegres y coloridos bañadores, pelotas de agua, flotadores de animales, botes hinchables; nada de eso le ha sido concedido a este lago, no recibe diversidad y por tanto no ofrece diversidad ninguna. No puede ponerse espumosos vestidos que se alcen susurrantes, pues esta agua metálica no se deja remover ni conmover. Me parece una simpleza atribuirlo a la completa falta de radiación solar. Por lo menos los solariums tienen de eso a montones y no por ello las personas se vuelven mejores. Van a esos lugares para meterse en magníficos ataúdes resplandecientes, sólo aquellos que quieren cambiar por sí mismos el color de su piel, como mínimo. Pero en su fuero interno saben que siempre van a permanecer como han sido creados. El que caiga ahí al agua… no gracias, como diría alto y claro Franz Fuchs, el fabricante de bombas y cuádruple asesino de gitanos de Gralla, a sesenta y cinco kilómetros de aquí, para ahorrarse el bien merecido proceso y poder disfrutar tranquilamente en su celda del tiempo necesario para ello. No puede gritar más fuerte que sus bombas. De todas formas no lo oigo, y encima ahora está muerto. Se colgó. Esta agua está empapada de sí misma, suena paradójico, pero es cierto, en la medida en que algo puede ser cierto. Por decirlo de alguna manera, es doblemente agua y por ello nuevamente sólida, un éxito nada despreciable para un elemento sediento de conocimientos y que desea seguir formándose, a pesar de las pocas posibilidades que se le ofrecen para ello. Se puede dar más de sí si uno se esfuerza, pero en el empeño debe uno tener siempre los pies en el suelo, que casi siempre yace horizontalmente. El nivel de agua, que no quiere estar de pie y mide la horizontal, también lo sabe, por Dios, eso es falso, con ese aparato también se puede medir la vertical. Creo que esta agua se ha agriado (también podría haberse edulcorado), porque nadie parece pelearse precisamente por convertirse en su compañero de ¡juegos, aventura y diversión! Ha sido rechazada, así que se retira ofendida a su habitación. Incluso a la madre de esta agua, un muro de contención realmente bajito, de nueva construcción, mirando desde aquí a la derecha, en cuya superficie todavía no ha crecido la habitual vegetación menor, retoños de abedul silvestre, pequeños sauces llorones, hierbas mezcladas con diente de león, cantidades de hinojo y fárfara y acanto (¿o son lo mismo?), sólo se le permite acceder a esta agua tras golpear repetidamente la puerta, agua en la que de forma evidente se engendran cosas espantosas, que en forma de resistentes e indestructibles plantas enredaderas y acuáticas y algas destruyen cualquier otra vida. Aquí sólo está permitida la vida sin vida. ¿Quién me separa con sus alas el cielo? Aquí ya llegan los primeros candidatos a la sala, las cornejas, que están en todas partes, pero precisamente en las orillas de esta agua no. Así que parece que nada más puede vivir aquí. Una colosal insignificancia, ¿quién puede soportarlo? ¿Qué puede llegar a descubrirse ahí dentro? Tal vez haya tres mil especies diferentes de plantas acuáticas ahí dentro, pero yo no las conozco, es decir, vida impulsiva e indestructible, no deseo tener que contar esas especies, en ese caso debería inclinarme o bien entregarme por completo espontánea e irreflexivamente a esta agua, y jamás he hecho nada parecido.

¡Oh, qué bonito! El sol sale justo ahora a dar otra vez un corto paseo por la orilla escarpada. Tan corto, que la oscuridad con la que tengo que ser castigada inmediatamente después me parece aún más oscura. Más allá del lago vuelven a encenderse por un momento las ventanas de la fonda, deben de ser, pues, alrededor de las cinco, la hora en la que el sol, en esta época del año, sin gracia alguna cual bebé durmiente, pero ¡qué se le va a hacer! es así, se levanta, paga y comienza a abandonar el jardín de la fonda, un comienzo que también lo vuelve a abandonar a uno. De todos modos, la mayoría están sentados dentro porque es que afuera todavía hace demasiado fresco. Algo parecido le sucede a la carretera comarcal, a la que también, aunque sea sólo de forma efímera, le gusta hacer amistad con los neumáticos de los vehículos; se acoplan brevemente, podrían ser amigos, pero entonces desaparecen, el siguiente, por favor, para que el caucho pueda desgastarse y desfallecer. Esos neumáticos sólo dejan tras de sí un aliento o un muerto, totalmente aplastado, también animales muertos, gatos, serpientes, erizos, conejos, incluso venados o ciervos, que en esos casos se ven arrojados a un lado de la carretera y acaban tirados en el bancal, bacanal a su vez para hormigas y gusanos. Pronto desaparecerá el sol por completo. Se levanta el viento. El agua en el lago (yo, por el contrario, me doy cuenta de que ¡sigo aquí incansable en mi afán señalizador!) apenas se riza, las alegres olas bien podrían alegrarse un poco más. ¿Se han quedado petrificadas por el terror? ¿Callando para sí que no tienen un tierno, bondadoso rostro que puedan levantar para mirarse las unas a las otras y para examinarse? Deseo saber más sobre la fonda, pero no deseo tanto ver la cocina, no antes de comer, y después, menos aún. Sin interrupción van pasando por delante los excursionistas, los raros y misteriosos metales de que están hechos los artilugios deportivos de los ciclistas emiten señales luminosas al sol, sus traseros no pueden despertar deseo alguno de examen, desaparecen demasiado deprisa para nuestras miradas. ¿Qué más? Por allí delante se sigue hacia los manantiales alpinos (con la bicicleta un cuarto de hora, a pie depende), trasvasados a las cañerías de agua de los altos manantiales de Viena, una atracción que merecería ser visitada, pero que ya no se puede ver. Antes del trasvase constituían un bonito destino para una excursión, ahora por desgracia el agua se queda siempre en casa, y la casa, de acuerdo con sus exigencias, ha sido construida de piedra y hormigón y qué sé yo qué más, ¿cañerías de cerámica?, y, como todo lo que está siempre en casa, deja de ser interesante para todo observador. Se la oye bramar, se la oye correr y hacer de todo, pero tampoco aquí se puede ver reflejo alguno, ni alegría desbordante, ni nubecillas arremolinadas de espuma en el vaho irisado, ni carreras alegres por entre las piedras, ni manar rugiente desde la tierra, ni sentarse en la casa de hormigón y rociar con espuma. El agua se encuentra tranquilamente trasvasada en las cañerías, y en la ciudad llega a nuestros vasos y pucheros, ¿por qué entonces esa sensación de estar haciendo algo malo? ¡Yo pondría el grito en el cielo si en su lugar tuviera que beber las aguas freáticas de la hondonada de Mitterndorf!

Bien. Las familias se van poniendo lentamente en camino hacia sus casas. A los niños pequeños se los empotra en sus cochecitos, se estrechan las manos, se busca el lugar de aparcamiento y, levantando la crujiente gravilla, éste se abandona; lo vivo, que de todos modos cuesta tanto conservar unido, tiende a separarse para siempre. Aquellos que logran no separarse se atan en pequeñas haces que pronto volverán a destrabarse, apenas si pueden esperar, las parejas, los transeúntes, los parientes se clasifican y libremente se instalan en sus lechos-rompecabezas, donde se les debe encajar razonablemente junto con sus aficiones, a menudo poco habituales. Natación, tenis, esquí, senderismo. Le han echado un vistazo a la región o bien viven directamente en ella y por ello sólo tienen que recorrer pequeños trayectos, casi siempre en bicicleta, para volver a casa. Pero las bicicletas de los nativos, cuyas costumbres consisten en necesitar siempre lo que sus visitantes ya tienen, esos cacharros son distintos. Son objetos sencillos que no van pregonando a los cuatro vientos raras ambiciones deportivas, igualmente no están en condiciones de competir en este aspecto. Las mountainbikes y sus divertidos propietarios con sus divertidos atuendos son como los dedos de una mano al moverse, los unos no pueden hacerlo sin los otros. Hay muchos y ligeros, nos dicen ¡con Dios! a nosotros los viandantes antes siquiera de habernos visto. ¿Qué sucedería aquí si la gente empezase a buscar todo eso, para empezar entre las ofertas especiales, en los almacenes de la capital de la comarca? Pero los hijos de los aldeanos les han chupado a sus padres la sangre con ahínco para conseguir imitaciones de bicis de carreras y por ello se les zurra (mucho más a menudo que a los niños de ciudad), pues se ha invertido muchísimo en ellos. Los cuerpos encima de las ruedas de los adultos están bien enfardados, a veces incluso en su Dirndl, el traje regional, limpios, a pesar de que cada día se ven más pantalones cortos y chándales cubriendo los cuerpos de las gentes de montaña. Tiempo indigno, ¿para qué empujas a tus habitantes y hacia dónde los empujas, si no existe lugar alguno hacia donde puedan encaminarse? Pero ustedes no se equivoquen, aun cuando yo intente una y otra vez tales equívocos para ponérmelo más fácil, también hay muchos que se alejan en la lejanía hacia lugares en los que yo p. ej. jamás estuve. En realidad, de todos modos, nunca he estado en ningún sitio, no porque allí pudiese acecharme algún tipo de pecado, sino porque prefiero pecar en casa, donde Dios incluso me predice en la tele con antelación el tiempo, despacio, para poder escribir si la culpa correspondiente va a merecer la pena. Pecar basta, no hace ninguna falta llevarse sorpresas encima.

Así pues se guarnece a los niños con el botín que sus parientes les han endosado o bien que ellos mismos han mendigado. Si alguien ha perdido frente a ellos el dominio sobre sí mismo, su llanto alcanza hasta al lago, pero no más lejos, el lago es el límite. Se lo traga todo. Ya lo he dicho antes, pero aun así es algo que taladra mi cabeza de forma insólita: normalmente a los niños les encanta juntarse a las orillas de las aguas, chapotean, buscan guijarros y se los tiran a la cabeza, se salpican los unos a los otros, se suben a las colchonetas o a las colchonetas que se han disfrazado de animales, y otean a lo lejos como fascinados hacia donde tales animales se hunden, a veces en silencio, o hacia el último camino por el que los botes han escapado en un último intento de hacer algo de gimnasia encima de las olas. Estos niños suplican que les inviten a un paseo en bote, o mejor en un patín acuático, que jamás puede zozobrar, hay tres aquí, pero no parece que los hayan usado nunca. En sus respectivos fondos se empantana algo de agua, turbia, fangosa, pesada, ¿cómo ha llegado hasta allí? Para haber sido un agujero es demasiado poco, para tratarse de los permisivos juegos de los bufones de agua, desbordados de alegría, es demasiado. Los botes han sido claramente descuidados, de eso estoy segura, pero ¿por qué cuidarlos y atenderlos cuando es evidente que nadie quiere subirse a ellos? Probablemente chirrían cuando uno acciona los, cómo se llaman, donde uno pisa en el armonio, no son fuelles, es una especie de rueda de plástico con paletas o algo parecido, acciona esas cosas y entonces el bote se mueve hacia delante a trompicones y frenazos, ¿qué tal si engrasaran de una vez los duros rodamientos? Si se dispone además de un volante, uno puede imaginarse al frente de un bote de competición con el que podría sufrir una desgracia. Eso ya les ha pasado a algunas personas, esposos, padres mundialmente famosos. A los hermanos más pequeños se les puede meter miedo con palabras maliciosas diciéndoles que el bote seguro que va a hundirse enseguida, porque ya no puede mantenerse a flote, y que qué suerte que yo sepa nadar, pero tú aún no, ¡jódete! Se puede hablar sobre todo eso, pero aquí nadie lo hace, sería superfluo. No hay que hablar sobre cosas que normalmente sólo resultan fiables por escrito, pues las gentes de aquí no son muy de fiar. Prefieren comprarlo todo fiado. Es cierto que los niños del jardín de la fonda a veces recorren los pocos metros que hay hasta el tobogán y los columpios, con los que al fin y al cabo podrían catapultarse directamente hasta la pila de compost —donde las gallinas escarban y en esta época los pepinos y las calabazas se introducen, además, en los zapatos de los niños— si se dan maña y quieren arrastrar a sus padres a los anuncios de la tele primero y más adelante a la lavadora, pero siempre vuelven enseguida. Conocen de sobra a padres como ésos, aplastados, animados y siempre alegres, que lavan ininterrumpidamente, mejor que los propios, que sólo disponen de un poco de tiempo para ello, aunque con este detergente apenas lo necesitan, en un abrir y cerrar de ojos está todo listo, sin hacer nada. El televisor está cerca también, está en la cocina office. Tal vez simplemente es que los padres les han prohibido a sus hijos cruzar solos la carretera nacional, pues para ir al lago tendrían que cruzarla. No, no hay manera, sigo sencillamente sin comprender algunas cosas de este colosal lago, bueno, tan grande tampoco es, en realidad es más bien pequeño comparado con el lago Baikal, que, sin embargo, ya no es lo que era. Los padres podrían acompañarlos, ¿no? Y seguro que no se mostrarían tan duros como para prohibirles a los niños la travesía, es muy barata y con el paso del tiempo fue abaratándose todavía más. Para todo hay solución, pero la del lago la desconozco personalmente, creo que es una solución mineral, pero no se conocen más detalles. La del lago es una visión nada agradable. Al principio todo el mundo se alegró de que aquí también tuviésemos algo así, tan bonito y misterioso, tan sublime, eso atrae a los forasteros y les rinde continuos placeres y, a veces, incluso los últimos honores; pero después enfermó y de repente ya nadie se alegraba. ¿Y por qué no echa alguien dentro un buen y acreditado alguicida? Sospecha: si bien las algas desaparecerían, el lago tendría que tragarse encima todos esos herbicidas, cuando él, con su delicado estómago, ya antes no podía tolerar nada: las aguas estarían más muertas que muertas. Incluso la ventilación artificial, si nos la pudiésemos permitir, sólo traería éxitos a corto plazo, porque una vez el agua empieza a respirar, quiere respirar cada vez más hasta que se piensa que es una persona. El agua es así de pretenciosa, no hay nada que hacer. Por eso es mejor dejarla con su desequilibrio, ¿no? Si el lago se muere, entonces podemos hacernos uno nuevo al lado, eso, justo al lado, no, mejor ahí delante. ¿Qué pasará entonces? Muchos estarán en contra. Y río abajo está la gran presa para la central eléctrica local, ahí ya no cabe nada de nada. Ahí el agua tiene que trabajar y no tiene tiempo para juegos ni juergas. Y por diversión no vamos a hacerle al mundo otro agujero dinamita, digo yo.

Es raro para unas aguas que inducen a la mayoría de la gente a la observación casi involuntaria, pero eso bien podría causarle a uno molestias de todo tipo, me vienen a la cabeza los estragos causados por los desprendimientos y las inundaciones que la pasada semana pudimos seguir hasta el último detalle por la tele y que ahora siguen en el margen devastado de la carretera, después de que las catástrofes, por su parte, hubiesen perseguido pueblos y aparcamientos enteros, e incluso tuviesen éxito en la persecución de un hostal entero, ¡glups!, en el que las camas de los huéspedes ya esperaban, pacientes, casi improductivas, abiertas como libretas de ahorro, pues la temporada ya casi había empezado. Y así una cosa detrás de la otra. Sin embargo, también se podría pensar en algo de diversidad deportiva cuando se ve agua, se podría bajar del coche, coger del techo la tabla de surf y andando que es gerundio. Con las carreteras y las bicicletas hacemos exactamente lo mismo, nos hacemos amos y señores de nuestros artilugios deportivos y la naturaleza poco a poco se va hartando, nos sigue con el punto de mira y nos acosa, su dedo casi aprieta ya el gatillo, pero como nos movemos tan deprisa, nos pierde continuamente del visor. Por suerte para nosotros, pues al fin y al cabo somos nosotros los que tenemos que echar a correr. Bueno, en este caso, sin embargo, la naturaleza sí que nos ha pillado. Cada rincón, cada punto de esta agua ha dejado algo en lo más profundo de la montaña y ahora ya no lo encuentra. Probablemente ha sido escupido algo de la ferrosa roca roja de Estiria, que no quería volver a llenarse, pues deseaba disfrutar algún día por sí misma de la panorámica, y si se hubiera de llenar, que no sea con agua, sino con vino, por favor, o cerveza, ¡no seamos tan tremendistas! Hagamos pues un agujero totalmente nuevo en un sitio totalmente distinto, para perforar del todo el Semmering con túneles, aunque también allí nos saldrá al encuentro el agua, que ya estaba allí antes y tiene derechos previos. No nos invita a quedarnos y enseguida salen algunos que ya no quieren el agujero. Agua en la roca, ¡tengan la bondad de evitarlo la próxima vez, por Dios! ¡Pongan mejor el agua en esa sartén, donde puede que la necesitemos! Los defensores de la naturaleza interpretan sus alegres papeles cómicos, y algún día también ellos desaparecerán de la superficie de la tierra, debajo de la cual, con gran esfuerzo, ¡son tan pequeñas las manos!, los animales van a volver a excavarlo todo de arriba abajo.

De esta agua no brota ninguna voz que nos acaricie o nos regañe, incluso los improperios de un padre de familia, las quejas de una madre sobrecargada, los gritos de un abofeteado me resultarían más agradables que esta alma del agua, estos ojos del agua que me miran fijamente, estos labios del agua que desean devorarme, en iin, ¡si que se han puesto el listón alto! A todo esto, peso sesenta kilos.

Está oscuro y hace más frío ahora, de la gravilla esparcida que quedó del invierno se levantan nubes de polvo cuando alguien pasa por encima, y a nadie le basta ya con estar ahí, todo el mundo desea la calidez de las cocinas office y de las tabernas. Las gentes han abandonado la libertad de la naturaleza y, como si no tuvieran otro refugio, se han retirado a la no-libertad de sus familias. Se sirve la mesa, las bicis y los skateboards y las botas de montaña se han de quedar fuera o en el sótano. Los padres de familia, con una inercia estudiada, se sirven el asado, un último y desesperado recurso, ayudado de un todopoderoso vino doble, que los debe resucitar; es sorprendente que no pierdan toda esperanza. La naturaleza, que nos trató duramente, también descansa de vez en cuando. Llamamos así a todo lo que debe quedarse fuera, y la naturaleza se ha conglomerado en un bloque de oscuridad, frío, viento de la sierra, arroyo de montaña, piedra y continuidad (sísí, las plantas, con la unidad vegetal que les es propia, ¡casi podríamos poner la hora mirándolas!) que devoramos nosotros y otros animales. El exitoso recopilatorio Naturaleza, cuántas cosas podría yo describir ahora tan sólo mezclando viejas descripciones, no importa qué, siempre suena bien, ¿no? ¡Buenas! Adelante, querida comparación entre lago de la montaña y diamante engastado en las montañas, qué bien te conozco, ¡échate ahí mismo!, ¡no, encima de los dedos de mis pies, no! Los bancales de fresas y las escuadrillas fluviales de peces, la espesura de los criaderos de abetos, donde por desgracia todas las ramas de abajo han muerto, mutantes subvencionados por la oficina de turismo para que los excursionistas puedan ver mejor las setas en el suelo, pero tampoco las hay allí ya, pues se han ahogado bajo medio metro de pinocha como Salomé bajo los escudos de los soldados. Probablemente una experiencia trascendental también, aunque para mí no significaría nada. En estos momentos, como no estamos dentro del lago, no vemos lo siguiente: la línea de almacenamiento, es decir el nivel de agua al que ésta desaparece por el desagüe, las estacas de contención, pues para el afianzamiento de la orilla no se puso ninguna en el suelo, esta orilla más bien se formó cruelmente a base de piedras, que cruelmente se le arrancaron a la roca tras roer el cuerpo de la tierra; por lo menos se colocó un biombo de juncos delante, o tal vez éste consiguió llegar hasta ahí por su propio pie, un bosque caminante, y hay más: el cantazo, que son precisamente esas piedras de cantera vertidas y toscamente aplanadas, que a veces pesan toneladas, cubiertas por ese cañizal de verdes cuerpos boligrafoides. ¿Qué vive debajo del agua? Miremos. Debajo del agua ya no vive nada. ¡Es inútil echar todavía más muerte!

Con rostro aterrorizado, como si en medio de la oscuridad viese además el fin del mundo ante sí, una figura (varón, 54) está de pie junto a la orilla, sólo una. Las demás figuras de la zona se han recluido, para la protección de su especie, en el programa «Austria Hoy», o bien para la conservación de su especie, da igual, en todo caso se han recluido en sus casitas. La figura, creo yo, ha obrado hasta ahora con total premeditación, al contrario que la naturaleza, que toma lo que puede obtener y da lo que tiene. Sólo que en ella dar y tomar es uno. La figura se ha fijado el propósito de no afrontar esta vez sus hechos cara a cara, se lo puedo asegurar porque a estas alturas ya lo sé todo sobre la figura. Esto es lo bonito de mi profesión. El hombre ha envuelto su hecho, con poco cuidado porque tenía prisa, en un plástico verde, como los que se usan para cubrir las heridas recién abiertas de las obras públicas, para que el agua no eche a perder el caro y húmedo hormigón, pero estas cosas no son nunca del todo impermeables. Y ahora además se desea exactamente lo contrario de lo que normalmente se espera de ellas: agua, por favor, ¡vaya pasando! El paquete debería volverse pesado con rapidez, no como la tierra, que más bien debe volvérsele a uno ligera. Por el color y la forma del paquete no se puede adivinar qué es lo que contiene. No parece nada muy grande, pero tampoco es pequeño. Con esto ya saben ustedes tanto como yo, es decir, todo, pero eso tienen que agradecérmelo ustedes únicamente a mí: pues yo le he colgado a ese paquete unas banderillas, cascabeles, bocinas e intermitentes, para que ahora todos sepan de verdad qué hay dentro. Pero cómo puede uno decir todo eso en la obra de su vida, orgullosa y engreída, ante la que uno, encima, quiere desfilar al trote y echar al aire las plumas del tocado capilar antes de que sea el viento el que lo haga y no se pueda hacer ya nada para evitarlo. En cualquier caso, uno debería poder decirlo mejor, mucho mejor. El paquete es pesado. El hombre tiene que empujar, apretar y arrastrar con todas sus fuerzas. El agua debería hacer finalmente su labor de descomposición en el paquete, o puede hacer lo que le venga en gana, por mí como si sólo quiere devorar; a este hombre de aquí en el fondo también le da igual. Creo que su comportamiento es hasta tal punto intrépido, que parece que quisiera, que deseara que: ¡Este paquete debe ser encontrado lo antes posible! Y entonces ¿por qué lo esconde? De hecho lo podría poner al lado mismo de la carretera nacional, el efecto sería el mismo. No. Modernos tiranos que de antiguo han conquistado el derecho de autodeterminación para ellos mismos y para su detritus rivalizan entre sí para echar inexorablemente ahí basura. Tal vez se daría entonces el efecto contrario, puesto que nadie quita nunca nada de en medio. El paquete podría seguir estando allí dentro de tres años. No sería por culpa nuestra. ¿Por qué entonces el hombre no sonríe con alegría anticipada? Al fin y al cabo, en el interior de ese plástico, lo digo aunque sea completamente superfluo subrayarlo, hay un bonito pedazo de cuerpo, de una mujer. Un segundo, voy a comprobarlo otra vez, sí señor, un hombre no es, es exactamente lo que me había imaginado. Una mujer. Un hombre sería más pesado. Se necesitarían cómplices y un río atrevido y distinguido, que, una vez acabado el trabajo con él, se lo llevara consigo hacia abajo. Una vez conocí personalmente a un asesino que había ahogado a otro junto con otro en un río de verdad. El hombre que ven ustedes aquí sigue teniendo el rabo tieso, casi siempre lo tiene así, ¡qué bien!, casi como un esquiador en la curva donde casi se sale pero consigue maniobrar, así lo tiene él hasta reventar y sin querer encoger, ¿qué le queda al hombre todavía por hacer con él? Ya ha hecho todo lo que era posible. No ha servido para nada. Incluso ha intentado construir encima de él, pero esta base tal vez podría venirse abajo de forma inesperada y, en el trayecto al sótano, uno tendría que mirarle brevemente a una persona a la cara por lo menos una vez, y no al culo o a los pechos o a las piernas. Para lo cual tendría que haber buscado en primer lugar la imprescindible tranquilidad. Nadie debe poder observar el momento en que uno se horroriza ante sí mismo hasta la muerte. Los corazones de las mujeres son a menudo de una despejada amplitud, para que uno pueda hacer en ellos marcha atrás cuando desee largarse, pero con el coche, que a menudo es lo más importante en una relación —en los anuncios matrimoniales de los jubilados incluso es obligatorio—, no se consigue llegar nunca hasta su interior, desgraciadamente el coche siempre tiene que quedarse fuera, a menos que uno esté en el bosque, entonces hay que aparcar primero; pero apenas este hombre se ha introducido furtivamente en uno de esos corazones que ha estado buscando, vuelve a mostrarse de nuevo totalmente impasible, o mejor, frío, en todo momento indiferente tanto a lo presenciado como a lo acontecido. Lo bello no le conmueve, puesto que todo lo que encuentra bello tiene que estar irremediablemente muerto. Cuánto habría podido reírme de él con sólo haberlo deseado. Cuánto habría podido asustarme. Este hombre ríe raras veces. Si se mira alguna vez al espejo, parece cómo si no se acordase de sí mismo, tal vez porque ansia de tal modo los bienes materiales que en primer lugar, como castigo, tendría que hacerse una foto de sí mismo. Y en su sed de propiedades se olvida de sí mismo, a veces de repente, pero nunca jamás se olvida de cuál es su deseo. Cuando le preguntan, responde correctamente, incluso con inteligencia, agudeza ¡eso es!, para después volver a sonreír amablemente, la pregunta incluso permanece un rato en su cerebro para que pueda observarla con detalle o para, antes de dar la respuesta, cambiar de opinión o esquivarla. Tal vez pueda sacarle ventaja a la eterna pregunta de su mujer acerca de los valores eternos —vida o muerte, banco o sillas en la cocina, sofá o sillones acolchados—, ¡Kurt, por favor! Tal vez responda por fin a esas preguntas, tantas veces se las han formulado (bueno, no tenemos una excavadora para sacar los muebles viejos de la cocina, ¡eso cuesta más que comprar nuevos!). Para que también su oscura alma pueda levantarse y estirar las piernas, como la nuestra después del cine, donde se espabiló por última vez. Incluso las plantas sienten más que él, se lo aseguro, ellas, p. ej., prestan atención a la música, como pone en esa revista que la mujer de este hombre, floricultora, trajo ayer a casa, ¡qué desperdicio! Él hace bien muchas cosas, otras, sin embargo, mal, duerme, se levanta, un niño grande que todavía no ha aprendido nada, ni siquiera chiquilladas, pero es que no le afecta historia alguna, ninguna canción, a lo sumo manuales de instrucciones de uso y planes de ejecución de obras y extractos de cuenta que le demuestran que se ha extraído dinero de su cuenta recientemente y que los tres últimos alquileres han quedado pendientes. Ahí justamente veo algo, pero no digo nada de momento, sobre su trabajo, que él hace muy bien, aunque siempre con un pie en la ilegalidad, lo que en su profesión es práctico (uno conoce a criminales y a criminales a tiempo parcial) y desde luego muy habitual. Nada que se salga de las obligaciones del día a día. Él es lo que es, ¡no!, le falta algo. Le falta por completo una dimensión entera, y es la dimensión de que, aparte de él, también existen otros seres humanos. Eso es igual que si ustedes supiesen qué hora es, pero no qué año, qué mes, qué día, se trata de unidades que, aunque extrañas, a regañadientes sostienen en sus manos nuestros plazos vitales. Les suplicamos que los traten con cuidado. Se trata de unidades superiores que se pueden aderezar un poco con ayuda de los condimentos de la vida, pero va a ser imposible deshacerse por completo del regusto amargo. El hombre, por lo que veo, es absolutamente normal, pero habla siempre con una especie de voz infantil que le sale bramando desde el interior, y siempre sólo para sí mismo (cuando era niño todavía podía sentir algo, fue una época bonita, todo estaba en su sitio con el patinete, la bici, la pelota, los caramelos, más de cien, qué niño más mimado y rico, para nada un niñito malo o feo, ¡al revés!, ricitos de oro. Qué rico, para ir acostumbrándose a lo inevitable, es decir: el dinero gobierna el mundo), y con un vocabulario, sin embargo, que es muy limitado. No importa, pues el hombre siempre sabe lo que quiere decirse a sí mismo. O bien, venga con la foto, dónde la habré metido, ah sí, ahí está: como si de una figura recortable se tratara, a la que se le pueden enganchar sus ropitas, el uniforme, los vaqueros, el bonito traje para el propio entierro, el traje regional para los domingos o el encuentro de la gendarmería en el baile de carnaval, las mallas de correr para nada, pero a nadie se la ha ocurrido jamás que a los seres humanos también se les puedan enganchar sentimientos o que el amor pueda clavar la mirada con empeño, aunque pinchar ya no creo que pinche, ¿no? ¿Es que no va a poder iluminarse más esa querida mirada? A este hombre le falta sitio, no importa para qué. Necesita espacio, no importa dónde. No podría decir por quién malgastaría algo. Qué raro que las personas no manifiesten hacia él desconfianza alguna, sino todo lo contrario, que a menudo pongan al descubierto ante él sus intimidades más profundas, tal vez porque intuyen que de lo contrario se marcharía antes de que una tuviese tiempo de quitarse la ropa, de tumbarse en el sofá y de mostrarse sin nada encima. Corrijo: sueños sí tiene este hombre, pero están enganchados en una o varias casas o viviendas de propiedad, por lo que no se puede disponer libremente de ellos en cualquier momento. Bueno, ya tiene una casa, más bien: una casita, su mujer la aportó al matrimonio y por eso conserva y mantiene a la mujer que va con el lote, aunque sea por un precio desproporcionado. Vaya, veo que otras casas se van poniendo en estos momentos a su alcance, el hijo, p. ej., paga por la suya una pequeña renta vitalicia, más pequeña que la vida de cierta mujer mayor a punto de morir de hambre a causa del alcohol. Pero también tendría que ser posible sin necesidad de esa renta. Afortunadamente el ser humano muere, pero las paredes por las que se arrastra se conservan.

Sin vitalidad alguna, de todos modos, tampoco se va a ningún sitio, precisamente los cuerpos más decrépitos y achacosos se aferran a la vida con una energía sorprendente; este hombre no se conforma con nada, siempre quiere más y más y no devolver nada jamás, pero en adelante se ha de girar la tortilla. Ahí está la gran montaña, quiero decir, el gran montañero (desgraciadamente cada vez tiene menos tiempo para las montañas, que cada vez más a menudo se quedan para lo último. Además allí no hay terreno edificable, sólo soledad consternada por los peñascos), delante de las tiendas donde sólo se compra lo más barato, delante de la fonda donde el abstemio y deportista no pide más que una fanta o un granini, a los que luego, por debajo de la mesa, les echa algún licor (licor que nunca paga, pues siempre va a tomar algo en calidad de autoridad). Nos las estamos viendo con esa prolongación secreta de nosotros mismos a la que todo le viene llovido del cielo, porque es ahí donde le toca, como movido por la fuerza de la gravedad, delante de la parada del autobús, donde el automovilista no coge el autobús, sino mejor a otra persona, ante la oscuridad que él rompe con una linterna de bolsillo, pero sólo cuando es absolutamente imprescindible. También las pilas cuestan dinero. Y él aquí siempre conoce el camino, incluso a oscuras, cualquier piedra, cualquier claro en el bosque, donde no tendrá que tratar con cuidado ni a nada ni a nadie cuando se siente a la mesa puesta de una mujer.

¿Qué llega por ahí desde las alturas? Son ellos, son ellos, sí, una y otra vez, los escaladores, los excursionistas con sus mujeres o con otras. De todos modos, eso depende de dónde nos encontremos, por supuesto. ¿Quién roza con sus pasos una pradera de flores y deja a la pradera indiferente? Es increíble que haya tantísimas mujeres, especialmente desde que, como los hombres, ellas también conducen, por lo que podrían aparecer en cualquier otro sitio además de aquí, su casa. Se ven arrastradas a la ciudad y al campo, a la capital de la comarca y a la carretera comarcal, y también es increíble que sean todas tan distintas. Y ahí se descuelgan sobre ese hombre apenas lo ven: están colgadas de las cuerdas, él las corta para que bajen, o bien no, pronto brillan como muebles lustrados bajo sus manos. Sí señor, y después se quedan solas y pringadas, jodidas, que no jodiendo, ya lo estoy viendo a esta distancia. Han caído al menos cinco piezas en los últimos dos años. No es demasiado, lo sé, pero se necesita tiempo para ocuparse de ellas, pues hoy en día exigen calidad para sentirse satisfechas. Restregarse en la pared de una casa mal encalada o húmeda no les basta: después de haberse estado reservando tanto tiempo para el hombre adecuado, la casa debería además pertenecerles. Pero sus coches tampoco les permiten hacer algo así. Ni limpiarse los neumáticos sucios en alguien ni que alguien se permita hacerlo con ellas. Los coches pertenecen también a muchas mujeres. Muchos coches pertenecen a mujeres. Es como volverse receptáculo, debieron pensar cuando escogieron ese coche en su color preferido y encima tuvieron que esperar. Una se abandona, la cama para ello ya estaría ahí. Se la ha comprado adrede, junto con el colchón ortopédico, para alguien muy especial, que deberá yacer allí donde nunca ningún otro yació antes. Y todo eso se sabe de antemano después de haber hablado con él una sola vez, en la carretera polvorienta, donde se le hizo ofrenda del carné de conducir y de los papeles del vehículo, a un hombre totalmente maravilloso e irrepetible, nunca antes se había visto a nadie semejante, y una supo: ¡sólo ése! Y ¿por qué?, pregunta la vendedora del DÍA, con la que, en el par de años que una lleva en el campo, ha charlado varias veces, de dentífrico, jabón y productos de limpieza. No lo sé. Es la respuesta. El funcionario de pelo rubio oscuro, algo chaparro pero con aspecto musculoso, tiene fama de solitario, una fama contra la que él en realidad nunca ha hecho nada. Un hombre que esconde sus sentimientos detrás de su aspecto robusto, pero que a la vez es capaz de mostrar pequeñas flaquezas. ¡Qué tierno por su parte! Él superó sin esfuerzo las barreras con las que hasta ahora yo me había defendido, dice esta mujer a la vendedora del DÍA, que no la entiende y quiere irse de una vez a su casa. Pero cuando a uno acaba de sucederle algo tan maravilloso, de pronto se ve asaltado, y ése es el inconveniente de las personas solitarias, por una avalancha kilométrica de problemas y sospechas, como si uno fuera el paisaje mismo, que espera ocioso lo que le va a cubrir en forma de aludes, de derrumbes y desprendimientos de piedras. Uno acaba en el agua en lugar de ser agua, que puede viajar por todos los lugares, aunque por desgracia bajo una condición: ¡exclusivamente montaña abajo! Es mejor, pues, quedarse en casa para poder atender el teléfono, o sencillamente llevarse el teléfono, que sabe tocar la tocata para órgano en re menor de Bach que le han enseñado. Tan sólo tienen que llamarle a uno.

Los milagros se topan con uno, entra un ángel y parte en dos con su estocada lo que separaba a dos seres, ¡y entra, entra!, por ejemplo, lo más querido, que no es milagro en absoluto, pues el ser humano parece hecho a medida para el amor. Pero las apariencias engañan, muchas veces sólo lo parece. Al contrario, Dios nunca quiere el bien de los buenos, se descoyuntan —aunque la coyuntura es buena y ellos sí aman— incluso más rápidamente que los demás, nosotros, con nuestra vulgar y triste vida, y a los buenos después ya no se los reconoce, cuando las costuras de sus órganos genitales se abren y el serrín, que antaño les confirió al menos un poco de forma, sale a borbotones. Incluso la madera se sentiría afectada por tal vivencia, la cola le chorrearía por el cuerpo porque nadie recompone a estos tiernos amantes, que no quieren más que olvidarse a sí mismos en el amor, esta vez mejor los refuerza desde el principio con algo de madera contrachapada para que por fin también puedan sostenerse en pie por sí mismos y puedan aguantar en esa posición un poco más de tiempo. El ser humano, pese a todo, ya nunca vuelve a ser el mismo que fue, tan sólo una hora más tarde ya no lo es. Miren ustedes, se lo mostraré: este milagro le ha sucedido a esa mujer de allí, y a aquella de allá también, creo, y a aquellas cinco que hay allá juntas también, pero a aquella de allí el milagro le ha dado mucho trabajo, a esta mujer retraída en sí misma, tranquila, tímida ¿reconocerían ustedes en ella a una mujer que se ha mudado expresamente al campo porque las personas que en la gran ciudad podían acercársele demasiado, ¿para qué las invitaba expresamente si no?, la mortificaban, las más de las veces sin quererlo ni saberlo? Esta mujer es demasiado delicada, ahora mismo se estrangula a sí misma el corazón y estrangula el mío también. Ese hombre que está frente a ella se dedica ahora mismo de pleno a su carrera como amante. Ya ha avanzado un poquito en ella, precisamente hasta allí, donde la pastelería, donde lo conocen y adonde precisamente por eso no le gusta ir. Pero esta vez no quería contrariar la soledad provinciana de la mujer, la relación es aún demasiado joven y la mujer ya está suficientemente agitada por ello, le ha dejado que ella imponga su voluntad: ¡mostrarse en público con el hombre! ¡Por fin! Eso es muy importante para ella. De modo que ahí están los dos juntitos. A este hombre, por su parte, jamás le había sucedido nada semejante, aunque en el magnífico palacio en el que el diario Kronenzeitung encierra nuestro pensamiento diariamente pueda leer adónde conduce: el amor. En una progresión. Hasta el matrimonio. Hasta la muerte. La mujer del gendarme se lee revistas enteritas sobre este asunto, de principio a fin. El hombre se reafirma en su duro trabajo, que se puede llevar a cabo con perro y/o motocicleta, pero el perro sólo puede llevarse en el coche, o bien hay que renunciar a él por completo. El hombre se reafirma en el clima correspondiente, que hasta hace poco era exclusivamente cosa de hombres. Llueva o nieve o luzca el sol, da igual, lo han hecho los hombres, se queja esta o aquella mujer ante el tribunal de las causas perdidas, instancia que ella preside. El hombre en eso es diferente, no tiene ni idea de qué le está hablando ella, en esa mesita de café, la rompedora, que tan bien se ganaba la vida en la ciudad y que continuamente evitaba los vínculos estrechos por miedo a la decepción, según pretende, la pretenciosa, pues una y otra vez fue cayendo: en el olvido, en el olvido como la piedra en el camino. Así dice esa triste cancioncilla de Carintia, pero no me sé más. Aunque debería sabérmela, ya que pronto el mundo entero será Carintia, y entonces habrá castigos terribles si uno no se sabe de memoria estas bellas cancioncillas. Pero ¿qué viene buscando esta mujer aquí, donde nadie la requiere? ¡Él la requiere, claro! Le importa un rábano lo que ella diga. A él le importa lo que ella tiene. Se abre a ella, la millonaria, ¡pero no!, no se trata de millones, hagamos un cómputo aproximado y volvamos atrás: eso no basta ni ahora ni nunca. Lo único que hace falta, está claro, es su propiedad, pero ella la utiliza todavía por ejemplo para, saliendo desde allí, explorar la región a través de libros, su extraña flora alpina y su fauna, y luego acomodarse en el sofá con una copa de vino y un libro y hacerse arrumacos. No, Kurt, hoy no te necesito, hoy prefiero estar a solas, pero llámame, claro. Si él no llama, se sube por las paredes. Esta región, ya que hablamos ahora de su belleza, jamás recibiría la atención que se merece si no fuera bella. Nadie se ocuparía de ella, aparte de los escasamente ataviados turistas, que de todas formas están por todas partes, y con respecto a los cuales la mujer, por su parte, se siente superior (entre los turistas también hay algunos que verdaderamente se sobrecargan de ropa, justamente no conocen la justa proporción). En el carácter apacible del hombre, en principio no hay, aunque se lo calle, sitio ninguno para mujer ninguna. Pero para una casa siempre, claro, aunque conforme a las leyes de la naturaleza sería mucho más grande: si vienes en son de paz, bienvenido a este solaz. El amable trato ya está servido en el plato, hoy ella tendrá que hacer otra vez de mantequilla. Seguro que lo hace bien. Esta mujer sería mucho más pequeña y manejable que la casa, eso podría demostrarlo ella si el gendarme la observara con detalle de arriba abajo. Y en la casa habría además sitio de sobra para su jovialidad, su mountainbike y sus pasatiempos, que son pierde-tiempos. Es mejor que pase el tiempo con ella: sí, observen ustedes mismos, yo a él también lo describiría así antes de dejarme pegar. No es un hombre de orden, pero sí ordenado, no por metódico y limpio, sino por vacío y hueco. Han puesto los muebles pegados a la pared para que el cuerpo de él se deje tentar más fácilmente por los tantas veces, gracias, estudiados movimientos, con los que no deberían dañar el mobiliario más de lo estrictamente necesario. Llegado el momento, uno va a querer quedárselos, ¡qué duda cabe!, junto con la casa. Como mucho que se hunda la cama. Uno ve ante sí a un ser humano de pie y de repente es una mujer. Se la ve yendo de un lado para otro, chillando, llorando, suplicando porfavorporfavor porque él hoy quiere marcharse muy pronto. Se la ve haciendo muecas para cautivarlo, ahora enseña los dientes. Lo amenaza. ¡Qué raro! Otra vez estamos en su casa. ¡Si hace un rato estaba preparando café tan tranquilamente!, aunque nosotros hace un rato lo hemos tomado en la cafetería y ahora esperamos con expectación el cursillo intensivo de ternura y confianza que se nos prometió y para el que ya dimos la paga y señal: dos seres humanos que no pueden siquiera olerse y que sin embargo no se separan. Por motivos diferentes. Con el tiempo cogerán alas y se alejarán volando porque seguro que no consiguen de ninguna otra forma librarse el uno del otro. Por lo menos uno de los dos debe irse para que el otro pueda quedarse. Pero para qué todo ese trabajo en la cocina, si la mujer luego le arroja toda la taza hirviendo —ella no acaba de comprender lo que es sacrificarse por completo, prefiere sacrificar comida y bebida— a la cara, ¿para qué tanto hacer hervir y borbotear nada más que agua? Y además ahora tendrá que volver a limpiar sola el café y comerse sola la sopa. No era en absoluto necesario tirarse los platos a la cabeza, pues no tienen la culpa de nada. Después de esta escena tan ruidosa, la mujer, no apaciguada pero bien educada, se permite preparar un ágape más contundente, esta vez quizás algo exótico, con rodajas de piña y especias que han traído expresamente del Nas chmarkt vienés hasta aquí, ¿te apetece, Kurt?, no, él no lo conoce y no quiere conocerlo. Ahora es él quien no quiere, prefiere poner en práctica su poder de atracción. Por favor por favor, come algo, después vendrán los postres, ¡entonces te arrastraré personalmente conmigo! ¡Espera! Se le ocurre una idea muy buena: le ofrecerá al hombre que acaba de rechazar su oferta y que al mediodía ha preferido consumir su alimento, disfrazado de bratwurst y huevo frito, en casa con su mamá, le ofrecerá, pues, comida de una forma nueva, nunca vista por estos andurriales. Se va a desbordar de tanta felicidad, como un manantial digno de un muro de contención, pero que por ahora va a tener que esperar. Y va a servirla, no se lo van a creer ustedes, bueno, tampoco es que sea tan original: vestida únicamente con su nueva y cara ropa interior de Palmers, que ha ido a la ciudad a comprar para la ocasión. ¿No es una idea deslumbrante para una aparición deslumbrante? ¿No se trata de un cambio para sus ojos, obligados a presenciar en las grises carreteras cosas mucho peores, a menudo además mezcladas con sangre, golpeadas y molidas? ¿Qué más desea el señor? Su aparición en escena, que tendría que haber ensayado antes para no provocar en el hombre esa risotada espantosa que aparecerá aquí de inmediato en una entrega aparte, seguramente lo habría convencido si él hubiese querido dar crédito a sus ojos. Tras escuchar a la propia voz interior, podrían esparcir un poco la comida por encima del cuerpo mezclándola con sus propios fluidos, para poder lamerlo todo después ahí mismo. Por ninguna otra razón. Una mujer no sueña con ese tipo de cosas, lo ha leído en algún folleto informativo y desde entonces cree en el efecto de su cuerpo, moderna, segura de sí misma y económicamente independiente como es ella para superar todos los retos corporales (otras, para ello, tienen que devanar a diario varios kilómetros de cinta del destino), no importa lo que le metan a una en la boca entonces, a veces incluso en forma de puño cerrado, ay ay ay.

Y entonces de repente se despierta, como p. ej. hoy, sonámbula como ha sido, ciega como fue, en la escalera de la casa. Un poco de sangre le mana del vientre. ¿Qué le habrá metido dentro esta vez, más grande que un sopapo, más pequeño que un tractor? ¿Tal vez el cuello de la botella de cerveza? ¿Qué habrá sido? Y su ropa está justo a su lado, derramándose por los peldaños, en un orden incorrecto, algunas prendas incluso no están. La puerta además ahora está cerrada por dentro, ¿no lo he dicho antes?, ¿lo habré olvidado? ¡Pero bueno! ¿Quién se encuentra ahora en el piso, en la casa, ambos de ella, por supuesto también la planta baja y el sótano con sauna y bodega y esquís y aparatos para sus pasatiempos? Completamente desnuda se ve la mujer ante la puerta de su propia casa arrodillada en su desdicha, una esponja de ropa hecha trizas que se ha empapado en algo apretada contra el pecho, su ojo mirando por el ojo de la cerradura. ¿De verdad está ahí dentro con otra o es un fallo de la vista, que yerra o se excede? ¿Cómo se ha atrevido con una tan joven? ¡Y además en mi propia casa! Tengo directamente ante mí lo fundamental y no puedo negarlo de ningún modo, pero tampoco puedo hablar sobre ello. Creo que el hombre no sabe hasta dónde puede llegar con la mujer. ¡Tan lejos desde luego que no! Pero a pesar de eso, ahí está. Aunque él preferiría coger un coche veloz. El papel de ella será el de copiloto.

La mujer piensa: es que no puede ser verdad que ahora, sí, en este preciso instante, aporree su trompeta dentro de una jovencita, una criatura aún, es increíble; ese instrumento me pertenece sólo a mí, sólo a mí. Aunque apenas sepa cómo tengo que sujetarlo. Pero conmigo en cualquier caso está en mejores manos y mejor atendido, pues ya he escuchado en directo a muchas orquestas famosas o me las he tragado enlatadas, e incluso las he dirigido personalmente, recostada cómodamente en la butaca, pues aunque no renuncié al plan de estudiar la carrera que yo quería, al mismo tiempo hice la carrera de piano, que concluí con un examen específico, a ver quién puede decir lo mismo. Algunos dicen haber visto cómo yo simulaba tocar un concierto de piano de Beethoven, mientras que en el plateado limpiaparabrisas metalizado se encontraba Alfred Brendel, que se movía a tempo con empeño y soltura. Las personas mienten. No puede ser de ningún modo que este hombre sin ni siquiera haberme probado. Tal vez no sepa qué tiene en mí, y que unas heridas como éstas o parecidas a las que él me hace pueden marcarle a uno para toda una vida. No dibujan ninguna bella imagen de mí. Me gustaría tener una más bonita. Puedo imaginarme manteniendo a raya a obstinados pretendientes, pero no a él, ¡el único! Al que he esperado durante cincuenta años. A él, no. Con él jamás haría algo así. ¿Me ha repudiado incluso antes de saber lo bonito que podría ser lo nuestro? No, no puede ser. Para compensarlo, tal vez mañana me permita arrastrarme por el suelo ante él. Para que de una vez por todas entienda que también podría entrar a través de mi puerta siempre abierta por arriba, por abajo y por los dos lados, son los lados buenos, y es que estoy recién enamorada de él, escucha, ¿qué llega ahora de fuera? Precisamente ahora. Esperemos que nadie. Nadie debe verme así, desnuda, sangrando y con la ropa hecha un asco. Esperemos que no sea un colega suyo del mismo turno que se presenta sin avisar. ¿Gritos fuera? Exacto, soy yo la que grita, ¿de verdad soy yo misma? No suena bien. Eso suena a alguien que quería caer en sus fauces y en lugar de eso, seguramente de rabia, pero ¿por qué?, fue arrojada por las escaleras de la casa, donde hace frío. El correspondiente cuerpo va a poder conservarse bien con este frío. Hace ya tiempo que lo confitaron y lo apresaron en la propia casita de cristal, una pequeña y dulce Blancanieves en el ataúd de cristal, en cuyo interior por desgracia todos pueden mirar. Esto y mucho más, más que un ataúd, esa última casita, es lo que la ropa hace en el caso de las mujeres. ¡Para qué queremos a un hombre!

Ésa de ahí está, me parece, ávida de propiedades, aunque la propiedad le fue siempre negada, la muy tonta, y ahora vuelve a estar de camino, hacia la ventana del pasillo, tal vez desde allí consiga volver a entrar en la vivienda. Pero para hacerlo antes debería salir un momento afuera, donde todos le clavarían la mirada. ¡Mejor que venga él! No va a ir ella adrede. Se va a enterar. Debería escogerla a ella antes que a la otra, que ni siquiera ha terminado su formación como comercial. Eso la mujer ya lo traía consigo. Seguro que él no va a dejar que le endosen, en lugar de todas mis propiedades, cualquier otra cosa, algo más barato, piensa la mujer, y menos aún esta criatura a medio hacer. Preferirá a una mujer completa. Ésa es su oferta, se sostiene por sí misma, también podríamos hacer una más pequeña, que después no podría sostenerse tan bien. Podríamos vivir en una buhardilla y no caber en nosotros de felicidad, aunque no cabríamos en tan poco espacio: una suerte, porque la habitación nos mantendría tan juntos que no nos podríamos caer, estoy tan enamorada, qué suerte que existamos tú y yo al mismo tiempo. ¡Pero si aquí no cabe nada! Yo tengo mucho más espacio, tengo una casa entera donde podemos instalarnos cómodamente. Eso no funciona. El que se ve obligado a dar es más pobre que el que da por propia voluntad. Ojalá que esta noche se acabe pronto y pueda terminar ya este sinsentido de aporreos y golpes en la puerta. Sus fuertes rodillas y las mallas de correr: el estampado no le queda bien, pero las rodillas le quedan bien una vez se ha quitado el pantalón. Y luego, y luego, señalando mi cuerpo, ¡no!, no indicarle a él dónde está la puerta, eso ya lo he hecho demasiadas veces, a pesar de que no nos conocemos hace tanto, sino tímidamente (lo que en general no se valora en absoluto, todo el mundo quiere mostrar enseguida lo que tiene y cuál es su especialidad, y qué es lo que puede ofrecer. Me lo imagino señalando su corazón sangrante, así como nos lo muestra Jesucristo tan correctamente, a menudo provisto además de una corona de espinas muy mona como accesorio, más dos o tres gotas de sangre como indicación añadida: ¡Está ya en las últimas!) indicarle dónde está colocada esa estúpida puerta en realidad, es decir, ¡en MI casa! y adonde no es oportuno entrar como Pedro por su casa con otra, que encima es mucho más joven. Bien, ahora tenemos a todos los miembros al completo, tenemos también un cuerpo como refugio, no es muy nuevo ya, pero ojo, a oscuras todavía vale. Acaso él no se da cuenta. Con lo enamorada que estoy. Asimismo se puede reconocer una estela de los ojos en el espejo del recibidor, pero no es ninguna imagen evidente o clara. Por qué el hombre sólo se percata de las mujeres cuando los cuerpos abren violentamente su boca y gritan gritan gritan. Tengo que quitarle esa costumbre. Todo irá bien. Él no lo soportará. Se tapa los oídos. No puede registrar ni un único buen tono, ni siquiera uno, por ejemplo, en la comida. No es nada musical. En realidad es maleducado y grosero. Nadie lo ha educado. Obviamente no puede oír tampoco esos gritos. O hace ver que no puede. Sólo ve gritos cuando la gente los deja caer de su boca ante él, pero los gritos de esa gente le son indiferentes. La mayoría de las veces, la gente se encuentra directamente frente a él o a su alrededor, pero jamás detrás de él, el gendarme quiere tenerlos siempre en su ángulo visual. Algunos están desesperados, señalan a sus parientes calcinados en el pequeño turismo y se les saltan las lágrimas, que le dan a él directamente en la cara. Las carreteras, todas ellas un baño de sangre, un engendro de sangre, como si la gente hubiese sido engendrada sólo para eso, para ser descuartizada en la carretera. En otros tiempos se pagaba entrada para eso y no existían las carreteras. Él es duro. Todo lo que venga de esa mujer va a: ignorarlo, por la sencilla razón de que tampoco la ve cuando no quiere verla. En eso debería cambiar un poco, piensa ella. Todo irá bien. Él ha visto demasiado ya, y aunque no hubiese visto demasiado, esta mujer hubiese sido en todo caso demasiado para él. Todas sus puertas están siempre abiertas de par en par, acaso no se da cuenta, hay corriente, debería cerrarlas de una vez. ¿Se apodera del gendarme algo parecido al miedo? El hombre hace ya mucho que sabe lo que hay en la parte trasera de la casa de ella, no hace falta forzar nada, aunque no hace mucho que conoce a la mujer. A pesar de todo podría decir con los ojos cerrados dónde se encuentran todos los objetos del mobiliario, que han de proporcionar comodidad a personas como ella, pero que en lugar de eso se aferran como cuerdas alrededor de sus miembros hasta que se paga el último plazo. Creo que esas puertas van a permanecer abiertas eternamente, con ese marco de pelaje sarnoso con el que se han cubierto provisionalmente para que, inmediatamente después del primer timbrazo, al abrirlas, no se las reconozca como puertas. Es como si no hubiesen estado nunca cerradas, puertas, sí, podría contar mucho sobre ellas; un hombre, cuando llega el momento de jurar, es ante todo un hombre (esto no es lo único que no es de cosecha propia. Auténticas personas vivientes ya han dicho algo así alguna vez y continúan diciéndolo, cuando se las deja, palabra de honor), ninguna de las muchas que ha habido hasta ahora en su vida ha llegado a expresar jamás el deseo de considerar a este hombre como un ser familiar o amistoso. Aquí, en este lugar, nadie ha tenido que abandonar el bachillerato antes de tiempo porque nadie lo ha empezado. Aquí, en este lugar, nadie ha renunciado a una carrera para verse colmado de otro modo, para lo que no se necesita ni dinero ni posición. Las posiciones se las puede inventar uno, o aquí, en la revista, también hay algunas, siempre son las mismas, sólo las personas tienen que cambiar. Con ilustraciones y con fotos. Pasado un tiempo, sin embargo, aquí todas las mujeres han intentado deshacerse del hombre lo antes posible, del mismo modo que uno recobra la alegría cuando la visita por fin se va con la música a otra parte, aunque la música no hace falta que se la lleven. Se les conoce demasiado bien. Son como uno mismo, sólo que diferentes.

Aquí pues, aquí, en la fría escalera, una antigua traductora y secretaria con idiomas y con un pluriempleo como pianista, procedente de la entonces salvaje y perversa ciudad, apoya la cabeza en las manos y llora. Sabe en cuántos idiomas se puede implorar y en qué tonos, conoce muchos, pero también debería saber que los tonos de nada sirven cuando no se quiere escuchar ni sentir o no se tiene ningún receptor para ellos, ni siquiera en un empaste dental preparado para detectarlos. Esta mujer no puede llegar a ser entendida. No hay nada que la pueda ayudar. La pregunta que a todo esto casi se nos olvida, pese a haberla formulado a menudo, dice así: ¿por qué de repente está cerrada por dentro la puerta de la vivienda, exactamente por allí por donde se mete la llave? ¿Y por qué no cierra la llave de repuesto? ¿Porque no hay modo de meterla? No. Porque está afuera, delante de la casa, debajo del felpudo, adonde no podemos ir. Además tampoco cerraría si al otro lado hay un compañero suyo. ¿No se puede decir de un modo más sencillo? Bueno, yo no puedo. ¿Y por qué sigue esperando la mujer y ahora además ha obligado a su cuerpo a esperar junto con ella? ¿Para quién hace todo esto? Libremos al cuerpo de sus barreras y abrámonos nosotros mismos por completo: yo puedo llegar a entender que el amado no puede ir con la chica a su casa, donde está su mujer, después de todo he leído suficientes novelas sobre el tema y sobre cosas desagradables de ese estilo. Por favor, ven a verme y tráeme algo bonito, le dije, qué descaro, ¿no?, después de que él estudiara con atención mis papeles en la carretera comarcal como si hubiese cogido entre las manos un texto legal y se lo hubiese traído a la gente personalmente para tirárselo a la cabeza. Todo fue como esculpido en piedra. Él reflexionó largo y tendido bajo su casco protector. Por mí, bien podría haber cogido de inmediato en una mano una vara y en la otra mi trasero, porque yo me había portado realmente muy mal en la conducción, de verdad (no respeté la preferencia de la carretera del distrito, pero realmente no venía nadie, por ningún lado, y al que vino ni siquiera le rozó mi mirada). El gendarme dudó, me observó fijamente como si sus ojos fuesen dogales, si lo sabré yo, así empiezan las relaciones, aunque sólo sea la de uno con el propio cuerpo, una que tampoco se había tenido antes. Y después agarró mi brazo, me agarró a mí por el brazo. Durante la intensa discusión conmigo, cogió distraído mi brazo con una mano. Pero ya entonces esperaba yo la otra mano, venga va, cuándo llegará. Así que le dije: lo que deberías traerme cuando vengas a verme es, ante todo, ¡tú! Sí, sé siempre tú mismo. Me gustas tal como eres. Eres mi príncipe azul. Alto, fornido, rubio, de ojos azules y pareces un vikingo, sólo que algo más bajo. Irradias en mí una atracción erótica muy fuerte. Además tú eres para mí el clavo ardiendo que tanto he añorado, eso es, ahí está y por mi parte ahí puede quedarse si quiere. Qué bien haberte encontrado primero en la carretera, después haber aceptado mi multa, y, tras haber fijado una cita, tanto la hora como el lugar, en el que yo me encontraba con la mirada baja, situada exactamente bajo mi moderno corte de pelo rubio caucásico, tras haber fijado ya una cita, como digo, haberte reencontrado en un restaurante con terraza en la capital de la comarca, a los ojos de los otros clientes como por casualidad, y de ese modo haberte encontrado definitivamente, por mi parte ya para siempre. Bueno, voy a coger aire, ahora me gustaría por una vez fijar mi precio por metro cúbico. Se puede dar por hecho que voy a ser yo quien dé el tono, al fin y al cabo he visto casi todo el mundo y además he entendido la mayor parte. Sin embargo no contaba yo con que tú no prestases la más mínima atención a mis tonos. Has traído una cinta métrica, ¿qué quieres hacer con ella? Ya va siendo hora de vallar el espacio restante, o sea el espacio que necesito antes de que tu trasero pueda tocar por primera vez mi tronco de roble (la cama está hecha precisamente de eso, totalmente artesanal, es de lo más saludable y flamante, ¡pero sin llamas, claro!). Por qué no sigues. Otras veces seguirán hasta que me sienta mejor. Una última chispa de razón sigue todavía acompañándome, ahora hace estallar mi rabia, se produce un incendio sin llama que consume velozmente mis pareceres y opiniones. Lo sé, lo sé, debería ir al mismo paso que esas muchachas, florecillas cortadas, cosecha de hogaño, que apenas acaban de empezar a usar tacones, pero no puedo. Tú ya eres abuelo, ¿no? El día de San Valentín este año ya ha pasado, no me trajiste flores ese día. ¿Quizás nada pueda reemplazar la experiencia? Bueno, la mía sí. En el caso de las mujeres, mucha experiencia puede verse reemplazada en cinco minutos por juventud, sin dificultad ninguna. Y eso que tú tampoco eres joven ya. Por otro lado: cuando deseo algo, ni el mismísimo centro de investigaciones para la paz sería capaz de rescatarme de la guerra conmigo misma, que en ese caso empezaría de inmediato. Puedo luchar, joder, hablen conmigo y lo verán. A ese hombre no debería amarlo, pero lo amo. Así va pasando el tiempo. Es la cruda realidad. Ni cartas, ni postales, ni llamadas, ni separación, ni aparición, ni compromiso matrimonial, simplemente nada va bien sin él, sólo la reluciente e hiriente nada de la muerte, que no va ni bien ni mal, sino que viene, se acerca, en lugar de mantener la distancia. Pero todavía tengo tiempo, quizás el mejor. Según las estadísticas, a mi edad la distancia de seguridad con respecto a la muerte asciende a 38 años, tal vez un poco menos. Le suplico que me deje escribirle, pero su mujer jamás ha visto que nadie le escribiese, aparte del banco. La mujer, temiendo que se hubiese vuelto a pasar un plazo de reintegro, abriría la carta y la destriparía. Y cuando lo acoso, entonces se va, ya lo hizo una vez, sencillamente se largó, vamos, que sabe de qué va el juego. El desengaño vendrá a mí y se quedará conmigo. Pero antes querría venir un par de veces más e irme para volver a sentirme bien en casa. Ahora más que nunca. Quién coño soy yo.

Me cuido mucho cuando lo amo, pero cuando algo es demasiado, es, para mí por lo menos, demasiado. Él simplemente ni se acerca después de haberle pedido que algún día me deje ser su mujer. Mi pánico me conduce a estados de agotamiento cada vez mayores. Al cabo de tres semanas vuelve, yo intento, a la desesperada, darle clases de inglés o francés (!), que pueden serle útiles en el futuro, cuando las automovilistas extranjeras quieran preguntarle algo. Pero él sólo desea descansar tranquilamente, sin pensar, se deja inducir sólo al movimiento imprescindible, el que va a la bragueta, que conoce con los ojos cerrados, igual que un perro joven, sólo que el perro no necesita ninguna. Creo que es esa mezcla de amodorramiento y atención lo que me atrae de él, como si un escritor inocente e ingenuo se obligara a escribirme una y otra vez cartas guarras. Más allá de lo corporal, ese hombre no hace nada de nada en mi casa, nada de reparaciones, aunque mi casa constantemente precisa que fuerzas corporales las lleven a cabo. Pero él vuelve a escucharme, cuando ya casi es demasiado tarde, tal y como le participo, como si sólo existiera yo en el mundo, y entonces siempre me coge del brazo o por el hombro o por las caderas y me mira y yo me dejo arrastrar de nuevo. Hasta que llega la sequía, pues yo jamás pregunto por nada ni cuestiono nada y ya le estoy prestando otra vez dinero. Tampoco le pregunto nada a él. A quien hace preguntas tontas, el administrador de correo del amor le responde: host not known. Siento un escalofrío, caliente y frío, una cosa detrás de la otra, cuando hace un determinado gesto al cogerme que podría describir si no fuera indescriptiblemente bonito. Mi descripción ya estaría pasada al día siguiente, como las mercancías caducadas, pues él haría entonces algo totalmente distinto que yo no habría esperado y que sería mucho más bonito aún. A veces es tierno y atento, semanas enteras he estado esperándolo, y entonces soy yo la que se pone hipernerviosa y me tengo que tomar un tranquilizante en polvo. Pero cuando él me agarra por el brazo, inmediatamente podría solicitar mi tutela, no importa dónde, bueno, yo por lo menos se la concedería de inmediato. A cambio, mi héroe, cuando le viene en gana, me vuelve a arrastrar por la casa cogiéndome firmemente del pelo, que de tanto teñirlo ha empalidecido y ya no es tan fuerte, aunque le seguiría tocando a mi brazo que lo agarrara con cariño. Así empezamos siempre. Sigamos. Un día ese hombre me arranca de cuajo la entrepierna de los pantalones, aunque ese día me apetece cariño y ternura, y me manosea groseramente ahí abajo. Me adapto a él por completo, pero mientras tanto quiero que se respete por lo menos mi dignidad como persona. Anhelo enseguida las violaciones contra ella cuando no me pone la mano encima. Yo prefiero lo otro, pero no me atrevo a decirlo, porque entonces él querría además repetir guarnición hasta hartarse. Eso pasa cuando, como yo, se confía en el amor, que es lo que deben hacer todas las personas. Pero antes debería uno untarse bien para no quemarse con este sol. A veces es como un niño malo y revuelve en mi organismo de mujer, donde todos los órganos, espero, se quedarán en su sitio hasta la vejez, aunque eso no se puede saber de antemano. Colgando sueltos, abriéndose y cerrándose ligeramente y haciendo bolillos entre ellos, con su permiso voy a presentarles a mis órganos, tienen derecho a todo, también a retirarles a ustedes el permiso de conducir o a extenderles una multa orgánica. Bueno, cuando él está ahí —apenas me salen las palabras—, con él los órganos se levantan de inmediato, sin saber aún para qué se les requiere, ellos en cualquier caso están preparados. Yo tal vez no lo esté todavía, a quién le importa. Se ponen firmes como antaño hacían los niños en el colegio cuando oían pronunciar su nombre y el maestro aún tenía autoridad. Como un número uno. Los labios de mi vulva palmotean apenas son rozados por él, sólo por él, a pesar de que esas pequeñas contraventanas y todas sus sensaciones yo querría cerrarlas tras de mí, pero frente al mundo. Sólo sienten algo con este hombre. No las entiendo. No entiendo por qué. Tampoco me entiendo a mí misma. A pesar de todo: por lo menos mi cuerpo habla otra vez conmigo, qué suerte que no sea demasiado tarde ya, qué suerte que tengan ustedes que callarse mientras leen. Díganselo ustedes también a su radio y a todos los soportes de sonido, ufff, están ya exhaustos, ¡también sería una buena idea para ellos! Qué precipitado que el hombre se vaya cuando apenas acaba de llegar, ¡si ni siquiera me ha mirado un momento! Aparte de mi agujero no ha visto mucho de mí este eterno turista espeleólogo. Y si hubiese reflexionado un poco más, tal vez hubiese podido decirme algo muy distinto de lo que realmente me ha dicho. Desagüe en el baño, el grifo del agua caliente en la cocina, también el calentador tiene algo, todos ellos tienen algo, también yo tengo algo que habría que omitir o conceder. Tengo un anhelo. Seguro que él lo podría arreglar todo, para algo es aficionado a las chapuzas. Pero no lo arregla. Antes tendría que transferirle la casa entera, después ya veríamos. Eso es demasiado pedir, ¿no les parece?, pero bueno, yo no tengo hijos ni los voy a tener. Estoy sola.

Bien, así que envolveré en un enigma el porqué a pesar de todo estoy contenta, sí, soy feliz si él está cerca de mí y me mete un solo dedo, con calma, para calmarme, para él solito pero por supuesto un poco también para mí, ¿no?, en el coño, como a un bebé el chupete, pero a él no habría que sacudirlo tanto, que se le caería la cabeza. Pero que él, apenas ha medio terminado la faena y yo vuelvo a querer más, mucho más, incluso estoy resuelta a bramar en serio otra vez, pero que él, como digo, con toda mi belleza, sobre la que hace un par de días se corrió sin siquiera mirar a quién o a qué le daba, bien, que él hoy, sin más, hace un instante estaba la mar de tierno, pero al momento… me eche por la puerta y por las escaleras, eso realmente no lo había visto yo jamás. Ese hombre tiene un buen par. No me lo puedo creer, tampoco había oído nunca nada parecido. No estaba yo preparada para esto. Mi rostro está desencajado y yo totalmente trastornada. Todas las piezas encajadas en su sitio dispuestas a abrazarlo y va y ahora esto. Ni siquiera una caída mortal. Sólo un desliz. Ahora ya está lejos. No, espero que ese monstruo, el maravilloso, todavía esté ahí, y me permita observarlo a través de la puerta con una menor, vamos, no me va a permitir ni siquiera eso, aunque precisamente eso me haría mucho daño. ¿Quiere ponerme más celosa aún? Esperemos por lo menos que mañana vuelva, mi corazón que es el tuyo, o seaaa, su corazón que es el mío, y que me deje lavar su camisa después de haber eyaculado sobre ella, esta vez para variar, (en principio parece que obstinadamente sólo evita correrse dentro de mí. Parece que en eso le bastó con ver mi permiso de conducir para darse cuenta de que a mí me gusta ser la conductora. Tengo que quitarme esa costumbre. Dice la amante que ha conocido a alguien fantástico. Y eso que con tanto gusto le cedería a él la dirección. Pero conducir conduzco yo, que para eso es mío el coche), y haber tenido que ponerse una camisa limpia, la del uniforme. Aunque todavía esté ahí, yo ya estoy esperando a mañana, pues volveremos a estar de nuevo completamente solos. Hablará conmigo de todo, con calma. Incluso un animal tiene más derechos, ¿no es cierto? Pero el animal no lleva bragas que quitarle, y eso no tiene ni la mitad de gracia. ¿Qué me queda de mí si nadie me releva de mí? Él tiene servicio. Con previsión, los gendarmes han organizado los relevos con antelación. Así que le toca al turno siguiente, que en colaboración con los motorizados tiene inmediatamente que hacerse cargo de los alrededores y soportar de todo. Ellos, por su parte, jamás muestran piedad con los vencidos.

¡Joder!, de repente mi gendarme está en la puerta, no me había dado ni cuenta. Ha abierto la puerta así, sin más. Ya está. Ahora, chicas, podéis volveros a poner la ropa. Así de rápido va. Algo parecido dice el gendarme, o lo piensa, porque no hace falta que lo diga. Miraré a vuestro lado, dice, a ver si hay algo allí, y miraré más allá de vosotras porque allí nunca encuentro nada. ¿Quiere alguien succionar mi lengua otra vez, hasta el fondo de la garganta, así como os gusta, aunque a mí me duele mucho? La lengua en realidad debería estar en vuestra garganta, allí mi pobre y ultrajada lengua estaría mejor que conmigo. Eso es lo que pensáis, ambas, ¿verdad? Qué alegría si por fin alguien me quitara los órganos, estoy ya harto de ellos. Pero vosotras queréis encima que me encargue de los vuestros, con lo que los tendré por partida doble. Me llegarán hasta la coronilla. El gendarme piensa: no me siento aliviado. Me siento abatido. Tengo la estúpida sensación de que en cualquier momento podría caer sobre mí el control intelectual, y luego suceder algo de lo que más tarde ya no pueda acordarme. Ese permanente donativo de orgasmos femeninos que tengo que haceros ¿no es también una acción canibalesca, vuestra con respecto a mí, mientras vosotras sencillamente os tumbáis y esperáis? ¿Por qué deseáis tanto pertenecer a un caballero, y por qué os sorprende el riesgo, sobre el que ninguna compañía aseguradora os ha alertado, de arder después como una cerilla? (¿Quién que lo haya llamado por su nombre lo había oído antes hablar de esa guisa? Este hombre calla las más de las veces, algunos creen que no sabe hablar siquiera, este putero que disfruta comiendo asado de cerdo. Pero ni el jersey que le ha tejido su Penélope le cabe. Destino, acaso no tienes otro hilo, y tampoco el color me gusta nada, pero la mujer piensa: ¡ahora ya sabe que he pensado en él!). No existe apenas un ser más grosero y brutal, pero cuando se emborracha, como siempre tenaz y tranquilamente, entonces se vuelve casi amable. Casi incluso da una impresión distinguida, pero también entonces sigue marcando su propio ritmo, golpeando, siempre en carne ajena, con su aplicada mano-batuta. Pero a veces, raras veces, le brota el habla de dentro, así como si nada, como ocurre con muchos de los que son especialmente taciturnos: una característica casi femenina del abandonarse, como si pudiesen producirse desencuentros entre sus obscenidades susurradas, arrojadas, si él no las libra a tiempo de la prisión de su cuerpo, para que ellas puedan convertirse en reincidentes y así de paso ganarse un poco de castigo.

Así que él abre la puerta. Abre la boca, y entre sus labios y los míos se producen de nuevo roces violentos, constata la mujer en el mismo instante en el que se producen, pero ya es demasiado tarde: me deposita en el suelo, se limpia superficialmente por abajo a sí mismo de sí mismo, y las gotas de sudor se le deslizan por la comisura de los labios y las sienes, mira, ahí vienen más gotas por la frente y las alas de la nariz. En realidad no necesita el miedo que a veces siente, pero aun así es éste quien siempre lo encuentra, así de fácil. Sólo a mí me contó una vez, ya muy bebido, que teme ser comido vivo por las mujeres. No le gusta besar, de lo cual yo he sacado mis propias conclusiones: tengo que protegerlo. En caso extremo, de sí mismo. ¡Qué lástima que tenga que decírselo expresamente! Por lo menos conmigo no necesitaría ningún miedo para excitarse, le dije, conmigo no le hace falta miedo ninguno. Yo, ahora que lo conozco, tampoco tengo miedo. Él se refiere a otra cosa. Es mejor que las mujeres lo teman. Es fantástico hasta qué punto está equivocado. ¿Cuántas personas existen que deseen que no quede nada de ellas? Creo que pocas. La mayoría desean que algo les sobreviva, aunque sea la despreocupación con la que se sientan al volante o sus logros en el arte, el empeño y la industria. Prefiero no decir nada del pudor, ya hay otros que hablan de él bastante alto. El pudor quiere, por favor, quedarse más, quiere escribir sobre sí mismo, todavía quiere contarnos algo. Esto es más bien raro. Su dueño, sin embargo, quiere levantarse ya de la mesa de la fonda, al fin y al cabo ya no queda nada de comer. Desea ir a buscar unas partes púdicas distintas a las mías. Ajá. Traduzco las palabras del gendarme a lenguaje civil: sólo hay que manosearos y lameros sin interrupción, dice. No podéis dejarlo a uno en paz. Para ello recurrís a todo, para ello os transformáis en mi instrumento. O bien os transformáis en otro instrumento cuando doy a entender que lo prefiero y que lo sé tocar mejor: en zumbidos de violín. También os enseñaré los sonidos de la flauta. ¡Qué! ¿A los strippers a los que habéis ido a ver con vuestras amigas, excepcionalmente sólo para señoras, ¡jijiji, jujuju!, les metéis en los slips billetes grandes que luego echaréis en falta? ¿Así que os habéis olvidado ya dos veces? ¿Cómo coño se llama ese grupo de strippers? The Noséqué. No, no The Kennedys. Y esos chillidos, siempre esos chillidos terribles cuando os juntáis unas cuantas, que yo en el fondo siempre interpreto como la expresión de la soledad más remota. Dónde si no podríais meter más ruido que en la nada, o no, más bien lo contrario. Mujeres. Vuestra debilidad es: vosotras no podéis, como yo, estar a solas con vosotras mismas. No me puedo imaginar otra razón por la que habríais de desear precisamente a alguien como yo. Y al momento volvéis a elevar esa especie de griterío que odio, y justo para llevar la contraria cuando nosotros, los hombres, queremos abandonaros. Porque creéis que no volveremos; griterío otra vez, griterío, sin embargo, esta vez, por suerte para mí, procede del otro extremo de vuestro cuerpo y por ello no puede desgarrar las pequeñas cavidades de mis oídos. Depende, de todos modos, del extremo de vosotras sobre el que me esté agachando en esos momentos.

El gendarme conoce la expresión tocar el instrumento gracias a la banda local de instrumentos de viento, que ensaya en el depósito de mangueras del parque de bomberos. Por eso tengo todo el derecho a usarla, de lo contrario habría acabado mal, de lo contrario habría tenido que recurrir a algo como manubrio y paja o como piedras y propio tejado. O tendría que haber escrito una guarrada, lo cual no hubiera hecho con agrado. Señor barón de Prinzhorn, del F, se lo prometo: las revistas de contactos continuamente juegan con esas palabras, que tienen otro significado del que les atribuyen, así que ¿por qué no lo dice directamente?, ¿por qué no empieza por decirnos lo que quiere, señor Prinzhorn? Apoderarse del país entero y darle por el culo, ¿no?, bueno, el destinatario de estas palabras es una especie de niño, afortunadamente un niño adulto, que no sabe lo grandes que son los sillares de construcción que ha arrancado de la cantera de juguete que le regalaron por su cumpleaños. Incluso el ensimismado puede decírselo al aislado, al desaparecido, y de nuevo el uno desoirá al otro. Podría continuar días y días callada bajo esta persona, piensa la mujer, aproximadamente lo mismo que duró originalmente su período de desarrollo defectuoso, que probablemente sentó sus bases en su infancia, como me indica un manual de psicología que me he comprado en la librería por 340 chelines austríacos y que he consultado luego en el metro, bueno, calculo que: va a durar tal vez hasta que cumpla setenta, las hormonas después se van dirigiendo hacia otro sitio, hacia la extinción o ni siquiera eso. Este hombre no conoce piedad, con nadie. Es, digámoslo así, un adepto a sí mismo que apenas tiene motivos para explotar de justa alegría, por ejemplo, con gritos de aliento del tipo: soy el maestro indiscutible de vuestros sensibles órganos, que aquí y ahora describiría como aceptables pero no como algo especial. Eso vale para las dos, Gerti y Gabi, y dispongo de muchas comparaciones posibles y de otras muchas posibilidades de las que no puedo echar mano. No conduce a nada, siempre acaba en el ataúd. Como mi mamá. Se acaba como objeto, más o menos así siento mi cuerpo, que en cualquier momento puede reventar bajo mí mismo si no me bajo rápidamente la bragueta. Por eso precisamente funciona tan bien. Porque sólo así lo domino, mi cuerpo es un digno adversario, incluso para mí mismo es: imprevisible. Me busco para él una sólida base antes de que ocurra algo atroz y la foto fija, que me he hecho yo mismo, se tuerza. Para no poder ser engullido por el vacío que me rodea. Siempre tengo que largarme, pero las propiedades, dado el caso, podrían retenerme. Son lo que mejor evita que me caiga a esta poza de serpientes, que se sacan a pozales y que van colgando por los bordes. Ése es el pozo con el que sueño tan a menudo. Ni idea de quién me ha enterrado ahí. Puesto que soy yo quien sueña con ellas (¿de verdad era yo mismo?), quizás las serpientes muertas encarnen un exceso de propiedades que ha sido confiscado. Pero el pozal tiene un agujero, todo el estiércol líquido chorrea por abajo y sólo quedan las serpientes y me señalan el paraíso, pero los árboles frutales pertinentes debo plantarlos yo mismo, a ser posible. O bien encontrar a alguien que ya tenga algunos: nunca se tienen bastantes propiedades, precisamente aspiramos a lo más difícil, es el sino de la humanidad, y por encima de todo querríamos librarnos del resto de la humanidad para arrebatarle todo lo que tenga. Bien, mujeres, nadie sabe jugar como yo encima de vosotras. Yo lo decido todo: cuándo, cómo y con qué frecuencia. Soy el mejor que jamás habéis tenido y jamás habrá ningún otro. Soy muy consciente de mis cualidades, siempre lo digo: soy un mago.

El gendarme tiene que entrar otra vez en Gabi, que a veces adolece de la abulia de un niño que ya lo tiene todo. Hoy, sin embargo, me desea a toda costa precisamente a mí, piensa el hombre. ¿Qué soy yo para ella? ¿Tal vez el gamberro con hoyuelos en sus carnes que ella constantemente desea morder? Si quiere también puede moverse ella solita debajo de mí. Incluso deseo mirar cómo lo hace. Bien. Ya se ha vuelto a terminar la cosa. La Gabi tiene que irse, su madre siempre la espera para la cena. Claroclaro. Está bien. Que ya se va, Gerti. Fíjate, ya está saliendo por la puerta y ni siquiera te dirige la mirada, pero luego, un poco más tarde, yo volveré a dirigirte mi campeón, el despreocupado, ya está poniendo morritos y silbándote una canción, aunque está agotadísimo, adiós. No temas, volverá a esperarte, pero ahora no, hoy ya no puede más. Sé comprensiva, por favor. Ya no soy tan joven. Bueno, vale, pues hoy. Más tarde. Lo juro. Quizás mucho más tarde. Problemas y riñas evita el chavalote, que, como pareces creer, yo mismo me dejé crecer expresamente para ti, problemas y riñas evita, pues, como un partido político al completo, eso me lo ha confiado antes, antes de escupirle como es debido a la Gabi, el muy pillo. Ajá. Por eso felicitas a la Gabi. ¿Que se largue? No seas mala. ¿Y a mí no me felicitas? ¡Y eso que me he pasado el rato trabajando! ¿Eso no cuenta? ¿Ya has recuperado la voz? ¿Y para eso la necesitabas? ¿Para gritarme con ella de ese modo? ¡Espera y verás! Enseguida vuelvo y te sacudo con el sacudidor de la alfombra. Tu voz la he puesto antes con la mía, me la habías cedido libremente, de todas formas yo no necesitaba la mía. Eso es. La voz ha estado conmigo, tú me la has dado, allá afuera no tenías por qué gritarle a ella de ese modo. ¿Cómo? ¿Que yo también he gemido? ¿Por qué tendría que haberlo hecho? Ya me tomo al pie de la letra lo de que ésta es tu casa, lo he oído ya por lo menos quinientas setenta veces ¡Que ya lo sé! La casa no tendría palabra alguna que decir aunque pudiese hablar. Más bien me daría a mí su palabra. Y sin armar tanto escándalo al hacerlo.

Bueno, si lo quieres ahora a toda costa, pues será que lo quieres, ¡qué le vamos a hacer! Aunque yo he dicho claramente más tarde, pero tú no escuchas, tú no quieres oír, tú quieres sentir: antes de darme por vencido, le volveré a pegar una buena fregada al piso. Tu sótano es lo único que no hemos probado todavía. La cripta de tu cueva, que has pregonado como tu tesoro más preciado. Moverse nunca es malo, por eso al fin y al cabo emprendí este viaje. A ti además te voy a enseñar paciencia, porque pronto te voy a volver a hacer esperar horas, días. Sólo porque casualmente me encontré a la Gabi de camino, tal vez ella me estaba espiando, ¡y yo qué le voy a hacer! Pues eso. De repente estaba otra vez al lado de mi coche, como caída del cielo, no la había oído llegar para nada, de golpe estaba ahí, como casi todas las mañanas, cuando hace como que se dirige a la parada de autobús y después se esfuma conmigo, y quería subirse al coche fuera como fuera. Yo también estaba allí. ¡Qué le voy a hacer! No era el momento indicado. No le tocaba a ella. ¡Qué culpa tengo yo! Ah sí, ya sé qué es lo que más te gusta. Mira lo que tengo entre los dedos, y está todo húmedo, dejando de lado un dolor que me sorprende que exista, pues ya no siento apenas nada cuando lo hago. Siempre me quedo estupefacto: eso tuyo de ahí abajo sigue rodeado de un bosquecillo muy espeso, como el de una jovencita. El bosquecillo es delicioso y excitante, aunque no para mí, pero tiene una ventaja. Ahí es donde me escondería si pudiese. Me imagino que ahí detrás se esconde algo oscuro, más grande, inquietante, un terreno en obras, un agujero mal tapiado por el que temo precipitarme. Cada vez que salgo de ahí dentro me alegro, después de haber dejado pasar ese agujero por encima de mis labios. Si no fuera por la casa…, que una y otra vez se cierra sobre mí, como dos piernas, y yo estoy a buen recaudo. Al final no ha valido la pena desnudarse. Te observo: antes ya estabas desnuda. Tú verás. ¿Por qué te arrancas del cuerpo la ropa en cuanto me ves? Es más, ¿pretendes degradarme con tus apelativos cariñosos? Sería mucho más fácil si por una vez permanecieras vestida. Ni caso. Tú misma tendrás que mantener abiertas las puertecitas de tu sexo si quieres que venga de visita. Tal vez más tarde vuelva a ti. Ahora no te miro a la cara, te miro un poco más abajo. Ahora te digo la verdad a medias: es por tu casa por lo que pago todo este precio, pero no subiría más. Quizás un poco sí. Conmigo no funciona lo del patinaje artístico, incluso siendo más imprudente que tú. No funciona. Soy demasiado rápido para ti, pues tengo que sobrevivir cada día al tráfico en las carreteras, que ya es rápido de por sí. También existiría sin mí. A menudo estoy en otra parte. Quiero alejarme de mí antes de estar realmente conmigo. ¡Cómo querría alejarme de ti! Pero no me atrevo a alejarme del todo. Aunque tu casa no puede salir corriendo detrás de mí. Eso sólo lo puedes hacer tú. Sólo cuando esté muerto van a dejar mis órganos de ser utilizados en vosotras las mujeres. Por fin estaréis tranquilas. Yo entonces también estaré tranquilo. Me da miedo que siempre tengáis que andar sobándome, precisamente cuando lo que yo deseo es vivir cómodamente en mí y disfrutarme. Sois a la vez perezosas y veloces. Mirar solamente ya no os basta desde que descubristeis vuestros cuerpos. Ahora queréis confiscar también los cuerpos de otros. Quién sabe quién os lo habrá metido en la cabeza. Sólo sois porque yo soy. Eso. Como si fueseis doctoras que juegan a los médicos conmigo, que me administran líquidos, pero que siempre me descuartizan, y a cambio me sacan una especie de alimento elemental que vosotras necesitáis para algo que mezclado en vuestros pucheros se cierne sobre mí. Me disuelvo en vuestras manos siguiendo vuestros deseos, o no, en realidad no lo deseáis, pues la próxima vez queréis tenerme a mano rápidamente, pero, creedme, eso mismo quiero yo. ¡Eso es lo que yo quiero! Quiero marcharme. Vosotras sólo queréis que os den marcha. ¡Yo realmente sólo quiero marcharme! Le tengo cierto apego a esta peligrosa situación en la que caigo una y otra vez: que vuestras manos me pellizquen, me acaricien y finalmente me descuarticen en pequeños trozos y después me recompongan de nuevo. Con eso crece inusualmente mi apetito en toda su magnitud y vuelve de inmediato a vosotras. Como si quisiera verme aniquilado. Desaparecer, ¡qué bello es deber desaparecer! Vosotras tan sólo gritáis: ¡aquí, otra vez aquí! ¡Presente! ¡Como mujer! ¡Presente como mujer que soy! ¡Este sitio está ocupado! ¡Por mí! ¡El vuestro por vosotras, hermanas! ¡El mío por mí! Mírate la barriga, Gerti2 ya no te la quitas con el footing, y eso que estaría bien correr los dos, así estaríamos juntos, aunque no tiene por qué. Mantendríamos una distancia prudencial. Tu figura tiene problemas de figura. Mírate a ti misma y tus caderas, no deberían llegar hasta ahí, deberían estar más cerca de ti, no estaría mal que por cada lado estuvieran unos cinco centímetros más cerca de ti. Venga, Gerti, ¿no quieres nada o quieres por lo menos el dedo, con el que en realidad tendrías de sobra? Puedes decirlo tranquilamente en voz alta. ¡Dímelo en voz alta y clara, si es que lo quieres! Silencio. Ahora hablo YO. Y hablo como mujer. Quiero poder decir algo alguna vez ya que tengo que estar escribiendo todo el rato, pues decir lo indecible forma parte de todo esto: de ese dejar caer la mirada y mojarse los labios y mover la melena con que nosotras las mujeres queremos decir algo a los hombres, siempre lo mismo, y ellos ya saben el qué. Ya están demasiado cansados para anticipar lo que queremos, y además conceder anticipos les resultaría demasiado caro. Nosotras las mujeres siempre queremos lo mismo. Y después volvemos a quererlo.

Cierta mujer es, por maldad, por supuesto, dura al tomar y más despiadada aún al dar. No se le puede dar la espalda porque entonces se pone dura y lo arrastra a uno consigo. Y cuando eso no funciona, recurre a sus argumentos. Esta mujer, sin embargo, está y seguirá estando blanda y flexible. Se derrite. ¿O está dura para molestar a alguien? Su agua está poblada de organismos inferiores, e incluso tolera esas pequeñas tricomonas que le han llegado también vía gendarme. De su parte rarísimas veces llegan regalos. El doctor le ha recetado algo para tratarlas: pero su pareja también debe tratarse, señora. Se niega. No quiere ningún tratamiento, ya tiene un tratamiento oficial. No tiene síntomas. Señor Janisch, no debería usted jugar con algo así. Si lo hace, se lo irá usted pasando una y otra vez a su tropa entera de mujeres y después ellas a usted, si es que usted no lo tenía previamente, jajaja. El gendarme no siente nada. Debe de ser muy primitivo, ¿no? ¿Acaso siente algo? ¿Será necesario que se estrelle con la motocicleta? ¿Será necesario que se arranque la mandíbula inferior? La mujer le hace tomar en consideración que más adelante también podría ser perjudicial para él, que él ya está ahora infectado y que inevitablemente va a infectarla a ella otra vez una vez ella se haya tratado médicamente pero él no. ¡Venga, va! A mí nada me hace daño. Soy un animal. Además de sacarles lo tierno a las mujeres luego hay que arrancarles el resto. Esta mujer de aquí no sólo tiene abierta la puerta de par en par, sino que ha puesto además un poste indicador allí donde en realidad no hace falta ninguno, sobre todo cuando ella le mira a uno de esa manera como si tuviera la salvación eterna que sólo Dios promete, y ése tuvo que dejarse clavetear en serio para conseguirla; esa salvación, pues, la reconoció esta mujer en este hombre apenas hubo entrado él por la puerta de la calle. Así que se le ha tirado a los pies, no, no la puerta, ésa se le ha cerrado solita. A veces el gendarme mataría de pura rabia a esa mujer. Entonces ella saca a pasear orgullosa sus saltarines derechos (¡por supuesto sobre él!) por todo el pueblo. En aquel entonces, justo cuando la había acabado de conocer, la cosa fue así: estaba ella delante de él, como caída del cielo, en la calle, avergonzada, algo empapada de sudor porque llevaba prisa, y eso que era más bien el coche el que hacía toda la faena, delante de la puerta del conductor, preparada para, a partir de ese instante, devolverle a su mirada, la del gendarme, una cara dichosa, y no apartar la vista ni siquiera en momentos de máxima tensión, y con el rabillo del ojo desnudarlo por abajo, dejando al descubierto el cada vez más marcado rabo, para que él, bastándole una sola frase, te quiero, le saltase a las manos. El gendarme mientras tanto tuvo que esforzarse mucho durante todo el tiempo para no pegarle en la cara. El texto con el que la había cortejado lo llevaba escrito en sus pantalones de gendarme con letras algo majestuosas (el precio no lo llevaba. Consultar el precio en la tienda). Ahora él se lo tiene que procurar de nuevo cada día, a ser posible varias veces. Con ese órgano que tiene esa estupenda cara roja, algo sudada, y que a ella le gusta tanto que ya no lo suelta. Esa mujer ha ido madurando para el hombre hasta convertirse en toda una cooperativa de construcción de viviendas que procurará vivienda de por vida. En propiedad, sin embargo, sería mejor. A este respecto hace oídos sordos, pero aun así gira la cabeza hacia él. Le siguen las reformas de la propiedad, y a esto se le añade enseguida todo lo demás, sin pedirlo, ¿quiere muebles?, pues tome. ¿Me desea a mí como moqueta? Encantada. Ésa es la mejor oportunidad de tumbarse que jamás haya existido. Sólo conseguirá esta casa si con ella se queda además la alfombra y todo el mobiliario. De regalo. En caso contrario, lo perderá todo, y la calma reinará a su alrededor porque tendrá que pasar la noche al aire libre. No oirá nada hasta que lleguen los otros animales salvajes, pero ya será demasiado tarde. Sin fundamento alguno, este hombre teme algo a diario, y el banco además se lo recuerda también, dies irae. La sencillez de su comportamiento y su perseverancia probablemente hay que atribuirlas a las deudas con el banco. Que esa mujer tenga que chorrearle a uno por todos lados cuando se pone caliente… Que uno tenga que danzar al ritmo que esa exigente dama le marque… que al final acaba tomando lo que se le ofrece, no importa qué, aunque muchas veces le lleve la contraria y diga que quiere más. De ella se puede esperar mucho más todavía. Pero una vez puesta en marcha, ya es imposible pararla a tiempo, enseguida está ya hirviendo de amor y deseo por ese maravilloso hombre, qué detalle más bonito, ¿no les parece?

Así que mejor me quedo en casa y espero que mamá me prepare un gulasch, ¡pues no faltaba más! En casa puedo pedir que me hagan lo que yo quiera, pero a vosotras las mujeres, que queréis ser inflexibles y no perdonar nada, hay que leeros los deseos directamente en los ojos antes de no satisfacéroslos y de volveros a clavetear, hasta el día en que las tablas del ataúd le sepulten a uno. Jesucristo, en una situación bien parecida, como decíamos, fue expuesto en la cruz, en la galería Gólgota, ¿saben ustedes dónde está? Y eso que a vosotras las mujeres os conozco al dedillo, casi como Dios. Siempre lo mismo. Así que prefiero masturbarme, precisamente desde el miércoles. Desde ese día he vuelto a descubrir un método completamente nuevo durante mi insomnio diario de horas y horas. Confieso que a veces no puedo introduciros mi órgano por nada del mundo, es imposible. Todas las veces siento miedo ante esa operación, lo reconozco, a veces ese miedo es demasiado grande. Por mi profesión, tengo acceso a imágenes espeluznantes de personas aplastadas, como alternativa también quemadas, que anteriormente eran admiradas por alguien, me imagino yo, pero que ahora han tenido que renunciar, involuntariamente, a su forma. Creo que esas imágenes no me gustan sólo a mí secretamente, y cada mañana husmeo sin querer su apreciado y delicado rastro. Tal vez nos llegue algo hoy. En ese caso tendré un buen día. Lo que más me gustaría sería acariciar delicadamente la piel hecha trizas, los cuerpos triturados. Se lo juro, al final mi madre estaba tan enferma (le dijo el gendarme a la mujer que, enmarcada por la puerta de su coche, apareció hace dos semanas, a una mujer que al cabo de tres minutos ya deseaba ardientemente estar casada con él. Los cursos de idiomas se pueden aprobar, pero a ese hombre, sin embargo, como ella bien sabe, no conseguiría probarlo jamás. Sólo es un gendarme de pueblo, obviamente se sentirá halagado por su interés, etcétera etcétera, todo llamado por su nombre, etiquetado y archivado), tan enferma estaba mi madre, no se lo puede ni imaginar. Un par de semanas más tarde la mujer lo equipara a Dios y ella misma se pone enferma de amor, porque él no puede protegerla de sí misma. Se abraza a sí misma como un ahogado al agua. De nada sirve. Él la puede utilizar como quiera. Todo lo que hayan podido leer sobre órganos se encuentra reunido en estas víctimas del tráfico, aunque por desgracia no son las adecuadas, es decir, los órganos sí serían los adecuados, pero los lugares que ocupan son incorrectos. ¿Me los han tirado al asfalto precisamente para que me dé un banquete? Lo pregunto sólo por lo mucho que me gustan. Amasijo sangriento. El ser humano es basura. No obstante, el hombre se ha convertido en un ídolo para la mujer, no el hombre en general, sino sólo éste al que quiere. Es una forma de enaltecimiento, como el de la iglesia, de servidumbre en todos los campos, que si bien ella disfruta como si fuera un vino tinto añejo y bueno, cada vez resulta más peligrosa. ¿De dónde salen de repente los trozos de vidrio en la boca y en la mano? Algo así sólo funciona si una relación tiene que resistir los flujos y reflujos de la mar, por lo menos a lo largo de veinte años, para que uno pueda hacerse una idea del mar humano, cosa que Dios prohibió por principio. Sólo su imagen puede tener validez. Sólo él puede pronunciar la sentencia. Pero pasa el tiempo, irremisiblemente llega alguien distinto, y además hay otras muchas mujeres. Si la relación no resiste, entonces el que se ha entregado y abandonado del todo se hunde y deja de existir. O bien se inicia entonces una nueva relación, que dura hasta que uno muere. Pregunte a su médico o farmacéutico, o vuelva a leer el prospecto, pero esta vez con atención, no sea que solicite algo que ¡no le vaya a ir bien!

El gendarme, sin embargo, conoce otros cuerpos. Se los puede imaginar siempre, en el momento que quiera. De buena gana le vienen a la punta de la lengua. Habla como si él mismo ya se lo hubiese perdonado todo, pero ¿qué? Las mujeres no saben lo peligroso que es en realidad, y si lo supiesen se lanzarían con más ahínco aún contra las peñas poderosas y algo rollizas de su cuerpo, se arrojarían contra él hasta que su pequeño bote naufragase contra una resistencia que no habría visto, pues estaría enterrada muy hondo, debajo de la espuma de las mujeres. A este hombre todas querrían presentárselo a sus amigas, incluso a sus madres, incluso aunque éstas se hubiesen instalado en Mallorca o Bali o aunque ni siquiera las tuviesen ya. Pero el gendarme impide hacer cosas con ellas y otra gente, y sobre todo lo impide en el caso de esta mujer y de Gabi. En el caso de ambas. Son sus niñas problemáticas. Él es un gran misterioso. Pese a todo, siempre se van contentas, el gendarme consuela a sus clientas, después de que ellas, a menudo incluso los domingos por la tarde, mientras supuestamente él se encuentra en la reunión de alcohólicos organizada por los bomberos voluntarios, se le han subido a la mesa, limpitas y apetitosamente tiernas, calentitas, espolvoreadas de harina con su ropa interior y sin nada, las manos tapando los senos (qué raro que siempre hagan ese gesto, sólo lo hacen con el gendarme, involuntariamente, como si él pudiera verles algo. Si en realidad las conoce hasta lo más recóndito. Pero algo, en algún momento, parece haberles despertado desconfianza) y después han vuelto a bajar de la mesa de la cocina o del sofá. Y yo soy el que siempre se tiene que quedar quieto, no, no soy el alimento, dice el gendarme Jesucristo a sus adoradoras María y Marta y a sus pecadoras María Magdalena etc. y en general a su pueblo, encerrado como está en su cajita, rodeado por la corona aureolada (no, de repente no se llama Jörg, como se le conoce en este país sólo porque se le venera tanto). Yo soy siempre el que come, y aquí, tengan, he aquí mi cuerpo, tomad y comed también todas vosotras de él, ¿a qué viene tanta pasión? Ni idea. No veo nada especial en él. A esta mujer, que puede estar contenta de que me haya dignado a venir y de que le diga algo, aunque sólo sea para confiarme a ella completamente confiado, aunque ella no lo haga, le digo descaradamente: por ejemplo, la Gabi, ¿te has fijado bien en ella?, 16, camiseta y vaqueros y chaqueta con cuello smoking y botas negras de media caña, no le hace falta nada más para ser seductora. ¿Por qué siempre te pintarrajeas tan rojos los labios, Gerti? ¿Te parece bonito? A mí por ejemplo no me gusta. Esos harapos con los que te emperifollas para que no te miren bien por abajo, por Dios, no me molestan en absoluto. Pero tampoco te sirven de nada. De todas formas desaparecen, es lo primero que hacéis desparecer vosotras, y además deprisa, puesto que ya sabéis en qué orden os los habéis puesto. Sólo al comprar ropa nueva y zapatos sois más rápidas aún. Creo firmemente que la Gabi está colgada de mí, ¿no te parece, Gerti? Con lo buena que está, uno se la comería con envoltorio incluido. Mientras tanto tú espera en la escalera, Gerti, no lo digo por rabia, es más práctico así: lo mejor es que esperes en la escalera del sótano. Así te refrescas un poco. Te hará bien. Sísísí, la escalera te pertenece a ti también, lo sé. Pero ahí nadie te molestará, y como tú prefieres que no te molesten…

El amor no rompe barreras, como se suele decir, más bien las construye, para que las personas aprendan a esperar detrás y no estén siempre dando inútiles golpes a las rejas de hierro. Mi primer plato por supuesto eres tú, Gerti, siempre, siempre, no te preocupes, en tu casa y sólo en tu casa es donde la cubertería de plata y la lencería de mesa están tiradas por ahí y se aburren, tan solas. No nos gusta tener invitados. Y tu casa nos rodea con acogedor ademán sólo a ti y a mí, y también, si se quiere, a todas tus propiedades, ¡adelante!, una casa que no tiene guarda ni, por suerte, tampoco heredero. Por la presente solicito el puesto que esta casa saca a concurso. Se puede llamar a la puerta, ¿quién entra? Los cuerpos vagan en masa, a veces desearía abrirlos y estudiar a fondo lo que hay dentro. Pero entonces, en el último instante, me ayuda siempre Dios nuestro Señor, que me retiene, o no, según si está en casa o no (y a quien con ocasión de mi último momento preferiría no tener cerca, pese a todo, después de haber tenido que observar tantos últimos momentos en la carretera. O sea, en ese estado, medio quemado en un Honda Civic, preferiría no ser visto por nadie, ¡ni que fuese Dios mismo!), y lanza con toda su furia, p. ej., este Volkswagen Golf contra ese camión de ahí, en la foto a la izquierda. Sería interesante observar al microscopio la carne abierta, todas esas pequeñas bacterias monísimas pululando por ahí al cabo de tan poco tiempo. Llegado a un punto, está tan descompuesta que ya no puede hacerse más pequeña. Se corta en lonchas y se pone al microscopio. Uno va de viaje con los cuerpos, que sufren, lejos de todo, también de mí, una avería en el coche o el avión y tienen que comer seres humanos, si no hay nada más. Ésa es mi fantasía preferida. No, Gerti, tú no eres ningún obstáculo para ello, de ninguna de las maneras. No me voy a tener que cortar los dedos con tus bragas, las bragas misteriosamente siempre desaparecen antes. Prefiero morir a estar sin casa y protección. Quiero ser el guarda de todo, ésa es mi obligación, por eso escogí el oficio de gendarme. Entonces me froto con fuerza las manos, escupo en ellas diligentemente y una y otra vez me abro camino, como si fuera la primera vez, en ti, preferiblemente por la puerta de atrás, así no tengo que ponerte una toalla en la cara. Prefiero esa entrada, que en realidad es una salida, a pesar de que avanzar por ahí sea algo más costoso. Entonces pienso en otra cosa. Eso no lo puedes haber notado de ninguna de las maneras. ¿Por qué gritas ahora de ese modo si el sargento todavía no ha llegado para bramar sus órdenes? No importa. Por lo menos en ti no me puedo perder, pues tu casa, mi necesidad más perentoria, está siempre a nuestro alrededor y juega, probablemente de puro aburrimiento, con sus queridas escaleras retorcidas que tú has pulido con cera de abeja y están tan bonitas, sí, y las barandas también, estar ahí como un pasmarote es el pasatiempo de esta casa. De hecho, aparte de a ti no tiene a nadie a quien pertenecer. Hace tiempo ya que quitaste de en medio las marcas que el antiguo propietario había dejado, con el convencimiento de que ese camino no lo iba a recorrer ya nadie más. La casa antes era vieja, ahora es nueva. Un joyerito. Sólo desorientados por todas partes. Bueno. Ahí estoy yo ahora y te pongo una multa y me pongo al lado enseguida. Tranquilamente, porque así tú lo deseas, te esbozo el rabo bajo la bragueta, ¿lo ves? Es como una estatua, pero no de la Virgen, ¿no? Preferiría enseñárselo a otra persona. Estás encantadora, miento, a pesar de tu edad. Creo que eres orgullosa. Bueno, en cualquier caso, ahora ya no. No me grites así al oído, no me tienes que vender nada, igualmente voy a darte hasta que haya terminado, no importa lo que grites ni que lo hagas en un tono muy alto, y en el último momento lo saco, ni idea de por qué, el cucú bien sale del reloj y no sabe la hora que grita a lo largo de horas y horas, quiero decir, cada hora. También puedes retorcerte debajo de mí, mirarme a la cara tanto como puedas, aunque estés boca abajo, y puedes seguir gritando tanto como quieras. No, no va a venir nadie a quien hayas podido llamar. A lo sumo se extrañará alguien que pase por delante de tu casa y te conozca. No está invitado a estos esponsales, ni tampoco tus amigos y parientes, de los que esperemos que ya no quede ninguno, razón por la cual no han sido avisados. Me imagino que vengo solamente yo y me devoro a mí mismo en una especie de picadora de carne y me como. Sólo yo puedo existir, y también yo deseo desaparecer, pero siempre sólo en mí, no en ti, eso tenlo por seguro. A ti ya te conozco al dedillo. Aquí no quiero quedarme más tiempo que el imprescindible. Miras desde tu elevado marco financiero. Por cierto, me gustaría conservar ese marco. Ya he consultado en el registro de propiedad los acuerdos marco para ver si por casualidad fuese posible, sí, todo es tuyo, sin hipotecas, y así, por razones evidentes, voy a poder seguramente continuar hojeándote un poco. Qué interesante. Disfruto sólo lo que puedo ver porque no siento nada. Por ejemplo, tu nuevo papel pintado. Me gusta y tranquilamente puede quedarse, por lo menos se queda tranquilo. Afortunadamente no tengo que sentirlo, sólo verlo.

Por supuesto el hombre jamás habla en voz alta de estas cosas, él habla, como ya dijimos, muy poco, pero creo que piensa lo suyo, por lo bajo, ése es el mejor método de pensamiento, únicamente la televisión no lo ha captado todavía y nos coloca su sintonía al lado para que nosotros, siempre golosos, vayamos sirviéndonos un puñado más de nata a la realidad, y otro más y otro más antes de echarle un zarpazo enérgicamente. Ya nos arrepentiremos cuando nos sintamos mal. Vaya por Dios, así que el Kurt Janisch quiere perderse en sí mismo, no en el otro porque eso ¿le asustaría? No lo percibo todavía. A fin y al cabo, ¿querrá tal vez digerirse a sí mismo? Tal vez le gusta imaginárselo así. Tal vez piensa que de ese modo podrá ceder de sí mismo lo menos posible. ¿Por qué entonces se abalanza siempre encima de otras personas, que no pueden evitarlo? Así empiezan siempre los antropófagos. Primero quieren comerse a sí mismos y después acaban siempre siendo otros los que le dan el gusto al cuerpo. Y si los cuerpos están por ahí, por ejemplo, de excursión en la tele o el vídeo, entonces, si hace falta, empiezan por las almas mismas, y a tamaño natural. Y ya emana de esos cuerpos, a menudo por fuerza mayor, excremento y lluvia dorada, a veces por miedo a que algún día haya que pagar por ello en lugar de ser moneda de pago. Aquí tengo las cuentas exactas. El hombre, con todo lujo de detalles y sin que se le replique nada, dice: piénsateme como el más infeliz de los seres humanos y al mismo tiempo como el más feliz si es que tienes que retenerme aquí. Y cómo iba yo (sí señor, ¡yo!) a expresarlo sino con este par de tímidas frases con las que casi hubiese construido un diálogo entre nosotros, pero sólo casi. Podría haber construido puentes de concordia si antes no se me hubiese derramado todo el mortero. El banco no me concede ya ningún crédito más, al contrario, el banco quiere que le devuelva los antiguos créditos, y además de golpe. Este hombre, al igual que sus pensamientos, que no reposan lo suficiente para poderlos pensar hasta el final, tal vez por casualidad, tal vez de forma planificada, se librará más adelante de la prisión, pues no se le reconocerá como el que es. A todo esto, ha tomado el camino directo hacia la bancarrota personal. O tal vez no. Sólo yo lo sé todo porque lo he expuesto ex profeso en colores de acuarela, ¿no está diluido de forma insoportable?, como que lo digo yo. ¿O ha pasado exactamente así? Y además se lo digo a ustedes, aunque no nos conocemos en absoluto, con mi palabra, que endoso a su inseguridad, hacia la que los he conducido, como un carrito de la compra, y así este hombre ya puede, con la música de sus palabras, entablar relaciones conmigo, con nosotros, y ustedes pueden formular sus quejas de aburrimiento mientras leen esto, pero no a mí, por favor. En lo que a este problema respecta, no voy a estar yo ahí para echarles una mano. Tampoco a mí misma. No estoy en ningún sitio. Ya me gustaría a mí hacer otra cosa que pasarme el día leyendo.

A otras personas ya les estalla la risa. Pero aquí yace auténtica dinamita, en el dueño de un extenso macizo de músculos, al que primero habría que subirse. Quién puede hacerlo. Quién quiere hacerlo. Nadie sabe mucho de él. Sólo yo afirmo de momento que es material explosivo. Y, con todo su peligro, lo que este excursionista de riesgo coloca en el suelo del ser femenino es un simple palo, pero el palito se las trae. El hombre, en el fondo, no necesitaría esa varita mágica, se encuentra a gusto siempre y en todo lugar, y además encuentra el paso adecuado. Andar todavía puede él solo. Puede que se encienda la mecha, puede haber estallidos y que los escombros vuelen muchos metros por los aires, sólo tienen que preguntarle ustedes, aquí a la entrada de este lugar, al lago artificial, que ¡tampoco se ha hecho a sí mismo tal como es! Uno quiere estar tranquilo, quizás incluso se avergüenza de que a su alrededor se levanten espumeantes olas de un metro, los taludes subacuáticos, el pelo pubiano del lago, que ondea suavemente, se encrespa como un zapato afelpado lanzado a un peluche de lana; hay algo entre los dientes que uno tiene que sacarse con esfuerzo, sorbe el contenido denso de una mucosidad suave que tal vez está hecha de sustancias nutritivas, o tal vez no, pero en el fondo uno no quiere comer nada de eso, preferiría escupirlo, ¡que otros se alimenten de eso! Tiene lugar un sermón de la montaña. Son demasiados los que quieren comer y le arrebatan al hombre los fundamentos de la vida, y esta mujer o ésa debe devolvérselos: moriré por dentro si este hombre se va para no volver, como una región entera que ha tomado demasiados nitratos y fosfatos, piensa la mujer. Él puede hacer conmigo lo que quiera, pero no debería hacerlo. Esta carne, por ejemplo, está tan fría… ¡brrr!, es que ha estado sazonándose desnuda durante media hora en la escalera que va al sótano y casi ha tenido que invernar, ¡no exagere! El sol no acaba de poder penetrar en los muros de la casa, pero no, sólo a la mujer le ha parecido tan largo como el invierno, pero no ha sido más de media hora, eso como mucho. Quizás la Gabi también tenga el sueño de su vida, que sin embargo no consiste en hacerle valiosos regalos a un gendarme, sino más bien en recibir ella misma esos regalos. Cómprame esto, cómprame lo otro, así es con la Gabi constantemente. ¿De dónde voy a sacar yo para comprarle todo eso? Da igual. En cualquier caso, los jóvenes aún tienen flexibilidad, le saltan a uno a la boca apenas les ha quitado el envoltorio. Sus cuerpos se siguen confundiendo demasiado a menudo con los destinatarios, no leen el remitente ni la letra pequeña, no tienen ninguna experiencia y así empezamos otra vez con los llantos y berreos. Si apenas son unos críos, que nos quieren volver a ver y asimismo ir a la pastelería, ¡delante de todo el mundo!, ¡un sábado por la tarde! Absolutamente todos quieren eso. ¿Qué cara pondrá mamá, ambas mamás, qué cara pondrán los peluches que se han quedado en casa? Si lo supiésemos… Los días no cuentan. Las semanas no cuentan. Sus visitas espaciadas. El tiempo transcurre de otro modo para los jóvenes. Los mayores se ahorran todo eso porque no conduce a nada. A ahorrar han aprendido en tiempos más duros, y dónde están ahora. En ningún sitio. En tierra de nadie. No saben que los tiempos más duros acaban de empezar. Esta joven debería darse cuenta de que ese cuerpo lleva escrito otro destinatario, que en estos momentos se abalanza sobre ella como el lobo que finalmente ha encontrado una pierna de cordero en el frigorífico. Y el segundo cuerpo que vemos aquí también se siente atraído por el hombre, y desgraciadamente por el mismo, y desgraciadamente ese cuerpo tuvo que quedarse fuera. No se puede hacer nada. Por lo menos el cuerpo de ahí afuera no está atado. De ilusiones, soledad y aislamiento también se vive. Y además obtener inseguridad en uno mismo y sumisión, dicen nuestros expertos de sobremesa arrugando los morritos, y usted señora Senger, famosa asesora sobre cuestiones sexuales, también ¿verdá?, en su pequeña columna periodística, donde la han encerrado para mayor seguridad, para que a ser posible no nos lo diga además personalmente. Habrá entonces uno que se irá enseguida, nada más llegar, ¿y quién será? Correcto, Kurt Janisch. Qué horror para esas dos mujeres, ejemplares únicos cada una a su manera, tener que pasar por algo así. Y por ello tampoco pueden darnos ejemplo a nosotros. No dan nada. Tal vez tendrían mucho que darnos, pero no lo hacen, prefieren dárselo a otro. Pero tampoco quieren irse. La confusión que reina a menudo en seres muy jóvenes aún, que le miran a uno con ansia porque en el fondo prefieren tener el último videojuego o los últimos pantalones cortados por abajo, ¿se le puede llamar confusión en realidad? ¿No será más bien resolución? Estos jóvenes son inconscientes y ansiosos a la vez, pero suelen poner buena cara con la esperanza de conseguirlo antes. A este respecto yo no puedo decir nada, no sé qué hacen ni en qué momento. Como no sé lo que hacen ustedes en este preciso instante. Esa confusión de la juventud deriva a menudo del hecho, como se puede leer aquí y en todas partes, de que demasiadas familias han sido destruidas porque papá, o cada vez más frecuentemente mamá, se ha largado, y eso me cuenta exactamente el mismo periódico, aunque a través de otra figura, la imponente figura de un sacerdote llamado Paterno, a quien ya escuché ayer, pero ayer su voz decía una cosa muy distinta y su mano escribía una cosa muy distinta. Lo más divertido y agradable, sin embargo, al igual que lo más triste y horrible, suele resultar, por desgracia, la mayor estupidez, a pesar de que este periódico ya lo ha dicho de esa u otra forma. Por lo menos la otra forma de aquí no lo ha hecho. Esa ha dado a conocer una receta de bizcocho, mmmmm, ¡qué bueno ha salido otra vez! ¡Ay! Si esas enseñanzas para el cuaderno de enseñanzas de la escuela de la vida se me hubiesen ocurrido a mí antes que a la señora Gerti Senger y al padre August Paterno, ¡antes de haber abierto el nuevo periódico! Yo también habría podido escribir aquí esas enseñanzas. Así pues, estar están, sí, pero en otro sitio.

Una no cosecha más que palos en la vida y encima ¡aún quiere que le den de palizas! La descomposición normal con ayuda de oxígeno es a veces, en el caso de la chica joven, de la que ya hemos hablado, como en el caso de este lago, del que también hemos hablado ya, sencillamente imposible a veces. Respirar, por lo menos, debería poder hacerlo uno solo. ¿Pueden oír los estertores? ¿Ese extraño ruido? La Gabi tiene asma, diagnostico yo de forma tajante, pues ya he oído ese ruido en algún otro sitio y en una ocasión lo tuve yo también, la mitad de mi familia lo ha tenido ya, y la Gabi puede tener un ataque en cualquier momento como siga excitándose así. El hombre acaba de explicarle que a partir de mañana no la puede llevar al trabajo en coche porque su mujer lo ha descubierto todo. Mentira, porque a su mujer le daría lo mismo, ella tiene su jardín y sus manualidades y sus series familiares en la tele. Una mentira necesaria, pues a la otra mujer, a la Gerti, no le daría lo mismo si llegase a saberlo. ¡Pero si ya lo sabe, señor Janisch! Debería darle igual, sin embargo, porque tampoco iba a poder hacer nada. Cuando ella le habla del tema, él reacciona ofendido y afirma: un hombre lo necesita porque es distinto a una mujer. Él ya se lo ha pagado todo a ella por adelantado, con su sexo, que en el hombre no miente jamás. Con lo que a menudo no presta a su dueño ningún buen servicio, digo yo para mis adentros. La Gerti debe alegrarse y estarse tranquilita. Pagaría sus propios regalos, a precio multiplicado, me vuelvo a decir para mis adentros, por ejemplo este ramito de genciana temprana de un azul implacable que el hombre, a regañadientes, pues para qué tanta belleza si no se puede comprar nada a cambio, le ha cogido en la montaña. El ramito no tiene precio para la Gerti, pero aun así intentará soltar algo por él. Por su parte, la Gabi parece no querer soltarle los huevos, se lo digo a mamá, ni siquiera tengo dieciséis años: ¡él pasa! Es legal para la mujer, pero para un hombre con otro hombre no será legal hasta más adelante, así lo quiere la naturaleza y así lo quieren las leyes de los hombres, que se han apoyado en la naturaleza pero que se siguen sorprendiendo de que sean los hombres los que cedan y fracasen y no las leyes. A partir de mañana se acabó, Gabi, ¿entendido? Te vuelves a coger temprano el autobús o el tren. Estoy hasta las narices. Si ustedes me preguntan, se trata de una explicación demasiado torpe para una muchacha que de buena gana se deja llevar por el novio oficial a la discoteca del pueblo de al lado y una vez allí sencillamente desaparece. ¡La jodimos! Precisamente ahora que necesita oxígeno tan urgentemente. Por eso ha salido de casa. Según ella, el oxígeno estaba fuera, donde ella lo podía tomar.

¿Qué tiene que ver el padre, que ella ya no tiene, la madre está separada, con todo esto? Nada tiene que ver el padre con todo esto. Tan sólo que él, por supuesto, le prohibiría salir de casa. Ahí está la Gabi tirada por el suelo y moviendo la cabeza de un lado para otro e intentando expirar. Qué hago, está completamente ida y tampoco se la puede sujetar sin más a la alfombra para que no se excite y solamente inspire. ¡Vamos, Gerti, ayúdame por una vez! Bueno, Kurt, eso es pedir ya mucho de una. Tanta juventud, decididamente eso es ya demasiado, y el aire aquí dentro es además muy escaso para eso, creo, porque nada de eso puede descomponerse rápidamente con hongos y bacterias. Llévatela enseguida, a su casa, ¿¡me has oído!? Lo mismo pasa con la naturaleza: ella se encarga, previsora, de cultivar sus propios cuerpos dañinos, pero también ellos son hijos de la naturaleza y le ayudan con ahínco en su trabajo.

Con qué facilidad se puede tener un accidente, y entonces lo buscan a uno en calidad de gendarme, aunque en calidad de ser humano ya está presente, cuando se intenta sujetar de algún modo una cabeza como esa, que no para de dar latigazos, para que no acabe de caerse del todo. Se está sacudiendo de aquí para allá como una manguera hinchada y embravecida en el jardín, en algún lado debe de haber un agujero, se oyen unos sonidos guturales muy raros en la garganta, por encima de la clavícula. Todos esos aspavientos de la manguera. Y sólo porque nadie la sujeta. Quien no quiere escuchar, tiene que sentir. Cuando escuchan, los seres humanos se calman, para no perderse nada. En el amor, sueltan entonces lo que previamente retrataron y retuvieron de personas extrañas y que colocaron ex profeso para ellas en una tira de celuloide o algo así, algo magnético en cualquier caso, para crear esa eternidad que el deseo parece ser que desea. Otros prefieren el cambio. Eternidad. Eso piensa todo el mundo de una foto, sin embargo es fácilmente inflamable. Que uno mismo lo sea también… Quién lo diría. Lo enviamos todo de inmediato a la revista austriaca de contactos, la foto, la cinta, tal vez la cojan, tal vez sepan quiénes somos. Esperemos que no, pues somos los candidatos del F para el concejo municipal de Türnitz o Gloggnitz, de un sitio de ésos, vaya. ¡Lo que sufrirá esa gente cuando está sola, sin que nadie la acoja! Miradas extáticas, bocas sonrientes, poses excitadas que en realidad deberían haber sido excitantes, sí. No quiero ser arrogante, y tampoco tener la culpa de nada. Las mayores, como van ya a lo grande, por lo menos se están quietas y le abrazan a uno a lo sumo con desesperación, porque mucho más no van a poder sacar, con las pinzas de dos piernas, sí, el menda es el terrón de azúcar de en medio, el hombre en un caso extremo aún puede soportar algo así. Ha aprendido a trabajar. Es albañil en su tiempo libre, también carpintero y propietario de chalés. No importa lo que uno esté haciendo, siempre es posible pensar en otra cosa mientras tanto, dice él, lo mejor es pensar en lo bien que se quedará uno cuando acabe lo que tiene entre manos, y la puerta acabada de pintar, o acabada de decapar y recién pintada, se haya cerrado detrás de uno y uno mismo se encuentre: dentro, por fin dentro. Sí, eso le gustaría. Pues nadie en este mundo entiende que alguien se quiera encerrar tras de sí y tras el mundo, que ya no haya nadie, ni siquiera uno mismo. Y justamente para ello sin falta hace falta lo siguiente: casa y hogar propios. Donde no pueda entrar nadie. Sólo tú, Jesusito de mi vida, llevado a la cruz de forma muy poco llevadera, para que tampoco tú nos armaras ningún lío. Nada se puede recluir tan absolutamente como algo que le pertenezca a uno. Nadie se puede excluir tan absolutamente como otros seres humanos, sobre todo aquellos que creen que el matrimonio, esa prisión, es la prueba de amor más grande de un hombre hacia una mujer, y viceversa, eso es, entonces, ¿cuándo nos casamos, cuándo te vas a divorciar? Una cosa detrás de la otra, pero por favor, siguiendo el orden correcto. El matrimonio, así lo espera esta mujer, estabilizará nuestra relación, lo que ni siquiera conseguiría el sótano del lóbrego edificio del juzgado si llegase un terremoto de intensidad 7,9. Pero ante el juez lo primero es el poder ejecutivo. Esperemos que no venga el ejecutor. Aun cuando les suene macabro que en el fondo únicamente desee morir, pese a tener que ser altruista, resuelto y rápido en mis reacciones al regular tráfico en la carretera y estar a la altura de las modernas exigencias, POR Q. Pregunta el gendarme sin saber tampoco qué decir. ¿Por qué debería ser el amor de Gerti hacia Kurt Janisch algo distinto a la infeliz relación con cualquier otro? No tengo ni la más remota idea.

Bueno, ¿oyen ustedes ese estruendo inhumano o no lo oyen? En estos momentos se adueña del hogar entero, donde incluso un piano reposa y tiene que recibir tratamiento a diario para que no se ponga malo, este piano de cola de la vivienda de la ciudad, que aquí se esconde desesperado en un rincón y aun así casi ocupa la habitación entera, con todo, se le cae por los suelos el tono, incluso estando en reposo, pues el clima aquí es riguroso y sencillamente demasiado húmedo. Eso es lo que venderemos primero. La sala de estar: solícitamente se conservan y escuchan CDs y programas formativos, el universo entero, para entendernos, porque en este mundo nada permanece en secreto. Lo que oyen es un clamor bestial, el clamor de una pecadora inofensiva y sin amo que no sabe a quién conmover ni para qué amo debe pecar, y no tiene siquiera un sudario para restregarse los ojos. Tanta es la arena que le han echado dentro. Los ojos chorrean y chorrean. A pesar de todo, ella espera ya el próximo pecado para cometerlo con previsión antes de que lo haga otra. Vale la pena hacerlo por el hombre, aunque hasta ahora ha estado todo el tiempo ahí dentro con otra, con una mucho más joven. Hace rato que la mujer quería volver a consumirse bajo su látigo de carne, y él no estaba a su alcance. No está disponible en estos momentos. ¡Vuelva a intentarlo más tarde! ¡Qué decepción! No tiene sentido llamar a cualquier otro. Debería acudir personalmente aquél por quien se suspira. Pero el gendarme al que nos referimos acaba de llegar ahora, mucho más tarde, en realidad al día siguiente, cuando al día se le llama noche, tras haber dejado la casa de la quejumbrosa y lastimera mujer, que parece enroscarse en su propio culebrón, ha llegado, en medio del gran frío que en estos momentos tenemos fuera del congelador: a la orilla del lago.

El hombre ha tenido que conducir con dificultad, sobre piedras y a través de la maleza, un buen rato hasta allí. No había otra salida, se dice a sí mismo. De nuevo se siente plenamente amo y señor de la zona, pero de algún modo no le satisface. Que el agua devuelva su botín o lo guarde para sí no le importa lo más mínimo. Para empezar el agua recibirá el paquetito, empaquetado con gusto, todo sea dicho, el plástico tuvo el gendarme que ir a buscarlo a un cobertizo para herramientas apartado, en realidad hace unos días que lo llevaba en el maletero, ¿para qué? (pregunta acerca de la premeditación: ¿acaso lo puso ahí intencionadamente, por si lo necesitaba en algún momento?). Manos a la obra, cuanto antes empecemos, antes acabaremos. Esa agua podrá entonces mascarlo un poco o un poco más y ver si le gusta o no. Puede que abra el gaznate para poder respirar y que en ésas escupa sin querer el rollito humano con cubierta de plástico para volver a atraparlo después, o por supuesto puede que se guarde para sí el rollito de carne. ¿Es eso carne realmente? Todo el mundo se muestra muy cariñoso con la carne si es agradable y bonita en los lugares precisos, ¿tal vez incluso transparente?, por lo menos por razones transparentes en estos momentos se encuentra cubierta de tal modo que a pesar de todo continúa saliendo un trocito de un pedazo realmente grande que ha sido colocado justamente para ese fin. Para que se intuya lo que de todos modos cualquiera podría ver desde una distancia de cien metros. Aun así, para el hombre resulta más importante que de todo ello salga algo más. La carne es sólo el medio, el valor medio es dinero y el valor más alto es un terreno con casa. A tal efecto, el gendarme efectúa servicios que ha usurpado a la comunidad porque en lugar de tocar el pito, ha metido el pito, uno de mis chistes más sobados, ya lo sé, pero estoy satisfecha de haberlo encontrado, lo había estado buscando. Bueno bueno, ustedes ya lo conocen. Pero no se olviden: ustedes son, con todo, increíblemente pocos todavía en todo el mundo. El hombre todavía sería capaz de muchas más cosas que yo (o que a mí se me ocurran), para satisfacer ese deseo suyo de conseguir propiedades. Dos piernas se esparrancan, totalmente para él solito, así de sencillo, y una casa entera aparece a continuación en medio. Este hombre se ofrece a sí mismo como anticipo para la casa, pero en el mismo instante solicita su propia devolución, pues él mismo es lo único que tiene para invertir. Pero quizás se necesite más tarde para otra cosa muy distinta. En el país debe reinar la seguridad, por eso no deben quedar vacantes los pequeños puestos de la gendarmería existentes, cuya contribución a la seguridad ha sido y continúa siendo enorme.

Ahí tenemos otra vez el lago de los Alpes interiores, soberbio y artificial; siempre hace acto de presencia ante nosotros precisamente cuando no queremos. Pero esta vez aparece por una razón especial, a punto estábamos de perderlo de vista, pues está ya muy oscuro; la asistencia espiritual de la naturaleza y del paisaje no le ha procurado precisamente protección a su suelo, pero tampoco ella es responsable de lo que le ha ocurrido a esa agua. Tampoco es por la limpieza del aire o por la gestión de residuos, no, ¡un segundo! quizás por la gestión de residuos sí, pues en este preciso instante veo cómo introducen una especie de deshecho, o lo que sea, en las aguas, en cualquier caso alguien quiere deshacerse de algo. Nadie seguiría con la mirada durante tanto rato la simple basura, hasta llegar a las olas que casi imperceptiblemente se van alzando y rizando lentamente, el lago también puede hacer rodar un poco ese rollito de carne, jugar con él un rato, ya veremos si más tarde conseguimos abrir el envoltorio, seguro que sí. El hombre lo ha atado bien con cuerdas, con doble lazada, le ha colgado un peso que luego ha quitado, pues podría indicar el camino hasta él. ¡No creerá en serio que todo eso podrá actuar como medicación permanente contra la aparición del paquete! El agua puede con todo, sólo hay algo con lo que no puede: digerir todo lo que se vierte en ella. Cianuro de potasio de unas minas de oro en el Danubio, y en concreto procedente de un afluente suyo llamado Theiß. Una muerte colosal acaba de empezar y ustedes la presencian en vivo, ¡por lo menos ustedes están vivos aún! El veneno habla durante una hora y los peces tienen que pagar el pato cincuenta años enteritos, si es que no están muertos ya. ¿Y si dejamos encerrado un rato más ese paquete enrollado, ese rol de muerta que una representa aquí? El río no presenta turbulencia alguna con ella, y el lago es demasiado medroso como para empezar una pelea en toda regla con un cuerpo atado, completamente inmóvil.

Bien, ahora hasta el más tonto sabe lo que hay ahí dentro, pues desgraciadamente yo ya no me lo puede guardar por más tiempo. ¿Cómo se hace eso de decir algo sin decirlo? Mucho me temo que todo el mundo lo sabía todo todo el rato, desde que el mundo es mundo, aunque no todo por mí. Y en el libro austríaco de la alimentación no queda determinado lo que los seres humanos y sus aguas pueden comer. La carne, por supuesto, no cuenta, de lo contrario, Austria entera, que se alimenta de carne y alcohol, se declararía en huelga general junto con sus montañas y lagos. Este país siempre quiere que haya un poco más de algo, no importa de qué, en cualquier caso siempre más de lo que puede soportar. País antropófago. Y lo que más nos gusta somos nosotros mismos, si hay buena sintonía porque fuimos buenos, ésa es nuestra salsa, con la que pretendemos guisar a los otros también, hasta que estén bien calientes por nosotros. Tal vez también porque nadie les quiere cambiar el billete de mil para el taxi, ni siquiera el banco. Cuando el banco por una vez realmente tiene la obligación de hacer algo, entonces seguro que no lo hace, prefiere acosarnos con exigencias. Y lo que, en vez de eso, tienen que comer las aguas, lo pone aquí a continuación, por favor, léanlo enseguida, aunque seguramente no les interese de forma especial: por lo menos doscientos años de cultivo biológico, orgánico y ecológico de la tierra para poderse recuperar del propio veneno. Todo debe ser siempre sano. De modo que empiecen también ustedes de inmediato con una comida más sana. Al fin y al cabo he puesto en mi arte poética algunas señales luminosas, reflectores rojos y cintas adhesivas de colores para que ustedes, si no hay más remedio, oigan tintinear todas las campanillas casi hasta quedarse sordos. Qué coro más maravilloso será ése una vez haya dado yo la entrada. Y con la palabra carne ofrezco una indicación añadida, por supuesto superflua, en realidad no hubiese sido necesario decirlo (a más tardar cuando un objeto pesado se hunda en el agua, todo el mundo sabrá, a su pesar, a quién o a qué nos referimos), y ahora ya nada de eso es arte, realmente es una lástima.

La descarga de objetos empaquetados y corrompibles, sin embargo, no está libre de riesgo, como ustedes creen, si se dispone de un solo hombre para el trabajo. Me temo que en este lugar de la orilla siempre, y cada vez con más frecuencia, se producen vertidos ilegales, pues ya he visto varias veces camiones con las luces apagadas vertiendo su carga desde la ensenada de arriba, desde donde se llega mejor a la orilla, pero donde se les ve también con más facilidad. Pero que la gente vierta ahí la carga de sus propios pecados, eso no lo había visto nunca. Otro de mis chistes medio muertos, esperemos que el último, con los años parece que no se reanima a pesar de que lo despierto una y otra vez. Aquí no encontramos peces que deseen cursar una formación especial de tiburones para devorarle a la presa primero los ojos y después las partes blandas. No hará falta buscar desaparecidos durante mucho tiempo, pues pronto se sabrá y se verá en fotos que alguien había sido dado por desaparecido y desgraciadamente ya ha sido encontrado en un lamentable estado. Hubiese sido muchísimo mejor para esta muchacha encontrarse en medio del mar con veinte kilos de hormigón en el tobillo. Recientemente incluso un padre colgó a una criatura, a una niña, cinco kilos y la echó a un bello río, fresco y lozano, cuyos movimientos secundarios mecieron y golpearon de inmediato a la niña, aunque eso pronto le dio igual, con toda la espuma en los pulmones y en las vías respiratorias superiores y todo el hormigón atado a los pies. Mañana, la madre y el novio de una joven desaparecida van a estar convencidos desde el principio de que algo ha tenido que pasar. Dejarán que un fotógrafo amigo saque un par de copias de la última foto existente de la desaparecida e irán con la foto de casa en casa, a los comercios, a la fonda de delante de la parada del autobús y a la parada misma, y la enseñarán. Pararán a los coches en la calle y preguntarán si tal vez han visto a la desaparecida, una tal Gabriele Fluch. Al final aún les dará tiempo a colgar en los postes de la luz una especie de orden de búsqueda de la desaparecida a lo largo del trayecto que ésta acostumbraba a recorrer hasta el puesto de aprendiza en una empresa de construcción de la capital de la comarca, pero todavía no se habrá secado el adhesivo y ya se habrá encontrado, ni un solo día antes, el paquete en el lago. Todo eso sin éxito en la vida. En un día como otro cualquiera, la vida se ha alquilado una habitación más para hacer en calma algo que de lo contrario nunca hace.

Todo eso es en el fondo un mundo abarcable, uno puede llegar a ver tan lejos como se lo permita la vista, es decir, varía según las personas, y algunos tienen una visión de conjunto, sencillamente ven esos cuerpos como una masa porque no hay nada en ellos que pueda interesarles. Qué ampliamente despliega esta agua sus alas, qué generosamente se ha medido su espacio, con qué diligencia de abeja ha aumentado su biomasa y el detritus, a pesar de que su necesidad de oxígeno ha aumentado exponencialmente, durante todo el día no tiene nada que hacer, pues ha matado ya todo lo que había en ella. ¿No es una bella imagen para este ser humano de aquí, que se encuentra ante tiempos muy difíciles porque desea digerirse a sí mismo y desaparecer, y en lugar de eso tiene que estar siempre dándose caza y persiguiéndose para descubrir por fin cuáles de sus aficiones lo podrían mantener con vida un poco más? Las que seguro que no podrían hacerlo ya sabe cuáles son. Y como si hubiese que ponerle la guinda, aún se añade algo muerto a toda esa ausencia de vida de su rocalla viviente, una hijita de una casa bien del pueblo (con sólo la madre) o por lo menos eso me han dicho, pero no creo que sea cierto del todo, una presencia bella como una flor, y entonces va y se desploma ese salchichón humano en el agua, así de sencillo, sin ninguna de las gracias que según parece poseía en vida. Cuanto más tiempo observo esa cara, más convencida estoy: la desaparición de esa muchacha no es ningún problema, puesto que existe en gran cantidad de variadas formas. Se arreglaba del mismo modo que todas las demás, incluso buscaba en la tienda gruesas plataformas para las suelas de sus zapatos para que las piernas unidas a ellos pareciesen 10 cm más largas, y a partir de mañana ya, su cara, que deseaba irradiar su sonrisa desde las revistas, en lugar de eso va a pender de los postes, cientos de veces. Se mire hacia donde se mire, esa muchacha está tan presente que simultáneamente está y no está aquí, todo un tapiz de fotos se ha hecho con la muchacha, tantísimas veces aparece este pichoncito, como dice el poeta, aunque sea de forma distinta y extraña, ya nada cabe entre ella y sus fotos, que: ¡no la muestran a ella!, son todo fotos que antes la habían saludado con la cabeza, e inmediatamente fueron recortadas de una revistilla con las armas de una mujer, unas pequeñas tijeras. No, más bien se trata de armas que consisten en que ella (¡la más bella!) no las necesita, tampoco habría nada que ellas pudiesen hacer. Por eso no es necesario estar personalmente en las imágenes, una puede dejarse sustituir ahí por otras mujeres; yo lo he visto con mis propios ojos, esa nada, todas esas fotos como sacadas de la revista y de la otra revista, tuve tiempo de echar un vistazo ahí, en la revista, y con eso me bastó, y aprendí algo de eso. Adentro, al agua, siempre para adentro y luego no volver: adentro. Con una vez basta. La primera vez ya surte efecto, mientras que las fotos en realidad son siempre muy efectistas, cada vez que las miramos, menos cuando nosotros mismos salimos en ellas, por supuesto.

Si por él fuera, lo que el hombre haría sería adentrarse remando con el bote y, allí donde es hondo, más adentro aún, donde el lago se merienda las sombras de los árboles de la orilla escarpada, lanzaría al agua el paquete de la comilona, metido en su propio envoltorio de merienda. Pero no hay remos en el bote, y no queda bien ir dando vueltas por el pueblo con remos de repuesto, ¡qué mala impresión! La noche es muy suya, siempre lo hace todo sola, por eso nadie se ofrece por si le puede ayudar. La noche es la noche, ésa es su actitud. No se ve nada. No hay alumbrado público en el lago. No hay luz con el sexo, afortunadamente, porque no nos hemos lavado los pies para hacerlo, están todos negros por entre los dedos. Y el patín acuático tiene una llave, aunque no para ponerlo en marcha, si no sería un bote a motor, con un artículo de esas características no podemos dar servicio. El hombre no llega lo bastante lejos en el agua con su carne (la que él ha desgarrado). La muerte de su presa le ha causado tan pocas molestias como un cigarrillo que al final quema un poco los dedos y que uno apaga enseguida; vemos, no, por supuesto no vemos porque está oscuro, o sea que ustedes no tienen opción, deben creerme a mí, o sea, ustedes contemplan un abrazo como el que desde hace unos meses viene siendo habitual, en el coche, en los asientos delanteros, mientras un rabo dispuesto para la ocasión está ya ahí tieso e impaciente. Una mano se queda en el volante, una cabeza se pone debajo de una axila, se acurruca en esa cavidad húmeda e íntima, ¡ay, qué engañoso!, como si quisiera esconderse en un armario. Esa cabellera larga, colmada generosamente de consejos para el brillo sacados de la Marie Claire, una dosis del tamaño de una nuez ya basta, se desparrama por encima de un brazo, una masa viviente, como se suele decir, todo como siempre, de lo contrario nadie se hubiese tomado la molestia de preparar sus recuerdos al respecto para tenderlos después a secar en una pantalla o en un cartel publicitario donde todos los puedan ver, modelos para todo el mundo de cara a la próxima vez. Así ya lo podrá hacer uno mismo. No me lo puedo creer. Otra vez una de ésas que actúan siempre exactamente del mismo modo, incluso después de haber leído en varios consultorios lo que no se debe hacer en ningún caso, es preferible un corte de pelo aseado ¡a una melena descuidada y rebelde!, su peluquero se lo merece una vez al mes, bueno, una de ésas, desgraciadamente, lo va a hacer, no obstante, como de costumbre también, con la esperanza de verse reconocida como amante hábil, ansiosa, ilusionada. Pero hoy le cae bronca, que, en realidad, debería recibir el hombre: ¿acaso tiene él una nueva? No, padre, no, él no debe. Él no puede. A ella se le va a retirar la acción de la mano, pues la muchacha, Gabi se llama, entre lamentos, incriminaciones y ruegos, y un resignarse anticipadamente, sin persignarse previamente, lo que sería muy propio en caso de fallecimiento (aunque tal vez uno podría sacar algo más si lo dispusiese todo hábilmente y donase previamente el propio cadáver a la ciencia), abre una cremallera y saca un rabo, como tan menudo últimamente, desde hace semanas viene siendo así. En el una-y-otra-vez-pero-cada-vez-distinto se encuentra el quid de la cuestión. Alguien que se aburre con rapidez jamás va a triunfar con esto. Gracias, el gusto es mío, dice el miembro, o sea que ahora tengo que entregarme otra vez a manos extrañas, apenas sí he podido acostumbrarme a las anteriores, y también mi dueño está algo necesitado de costumbre, me atrevería a decir, ¡echen a correr ustedes con sólo verle de lejos! A mí nadie me escucha. Eso me resulta muy desagradable. Encontrarme me encuentran todos siempre, siente un pedazo de carne un poco digno de compasión junto con otras sensaciones más agradables, que empiezan ahora, tengan su entrada a mano e hinquen sus rodillas ante el portero, por favor, hínquenlas ahora, ¡ya! Los dedos tanteantes, a menudo torpes, de Gabi son infalibles, como si el rabo del gendarme tuviese una luz de faro, o una señal de aviso intermitente para poder apartarse de su camino a tiempo (ningún ser humano es una isla, él está por encima de todo, es un avión o por lo menos está dentro) y no agarrar enseguida sin antes haber hecho una pausa por lo menos y reflexionar, eso si es que la reflexión es deseable, y pensar en la gomita aislante. Y entonces, a ser posible, provocan ustedes un cortocircuito, bueno, ya saben ustedes dónde se encuentra el gendarme como en su casa, por si quieren llamarlo allí. Las mujeres. Cuando este hombre está en otra parte, enseguida desconfían, pues podría ser que el gendarme hubiese salido y no hubiese dejado ni un triste número. Por ejemplo esta casa, ante la que él se encuentra precisamente ahora, quiere tenerla a toda costa. Y si tuviese que luchar por ella con las torpes, y además demasiado sensibles, armas de la carne, ahí no hay nada que hacer. Carne. Esta casa pertenece a una mujer. Su fachada mira ya con escepticismo cuando el gendarme se acerca a ella. A esta casa poco le vamos a hacer el juego. Esta casa ya es lo hecho. En la casa hay una mercancía que quiere resplandecer con los párpados y presentarse con el brío de las pestañas de un toldo a rayas nuevo. La mujer que aquí vive se ha untado entera con algo, pero para conseguir a ese hombre no tendría por qué haberse molestado. Él no hace ningún caso a las cosas que no tienen valor, y no tiene que pedir paciencia jamás o localizar una calma hasta que alguien se suba hasta él, por su propia escalera, igualmente hecha de la mejor carne bien manida, que ya no ansia nada más que poder ser liberada del lugar donde se ha acreditado y marcharse de allí. Entonces yo sería, dice la carne con su propia voz, a la que escuchamos con agrado, y su dueño, a quien alguien también escuchará, entonces ambos, él y la carne, por fin serían uno consigo mismo y estarían: solos. También ellos.

De mí no debe nacer ninguna tumba, piensa el gendarme Kurt Janisch. Eso sería lo peor para mí. Ir a parar a un receptáculo pequeño. No. ¡Mejor a uno grande!

La muchacha, en cambio. Su cuerpo le pertenece todavía, en él pasa su tiempo como un pájaro cantor saltando de rama en rama, hasta que la empalan por abajo, pero para entonces hace tiempo ya que no tiene ningún control sobre sí misma ni sobre el palo. Pero por favor, ¿qué coño hace otra vez ahí?, seguro que ha chocado en algún sitio con los pitorros puntiagudos de sus pechos, que, por mí, puede conservar, y en los que puede reconocerse aún la manufactura del cercano hospital comarcal. El hombre ni siquiera puede cogerla de la mano para sus casi soñadores pero palpablemente dirigidos palpamientos, se le escurre siempre entre los dedos, y eso le molesta, aunque no demasiado. No sería, sin embargo, ningún mérito para él. Figurar como salvavidas de un niño pequeño o de un coche en la orilla, eso ya le gustaría más. Saltaría al oleaje sin pensárselo dos veces. Su miembro asiente cuando se lo aprieta, pero también por iniciativa propia. ¡Cuánto se ríe la muchacha cada vez que lo ve! Suplica expresamente por ese movimiento que él arranca de la implacable vida y de un cuerpo que no está dispuesto a escuchar súplicas. Las mujeres son lodo, y el lodo lo retiene todo. Barro. A uno se le puede escapar algo, un trineo, una carretilla, y antes de haber podido sacar el carro del cieno ya ha desaparecido ahí dentro. El lodo lo tiene. Sólo a veces, cuando hay temporal, las mujeres, derrumbándose por miedo ante las estancias obligadas en casa de sus familias, a las que deben estar dispuestas a abandonar en cualquier momento, sueltan algo voluntariamente. Por una vez el lodo tiene tiempo de extenderse de manera tranquila y paciente, quiero decir, prepotente. Entonces vienen las mujeres, un oleaje aparte, lo revuelven todo, sobre todo a sí mismas, pues se han enamorado muchísimo, y luego se pierden en su propio lodo porque su compañero se ha marchado de repente, sin motivo. ¡Qué! ¿Ya? ¿Tan pronto? ¡Eso tiene mala pinta! ¡No vislumbramos el motivo! ¿Vendrá tal vez la montaña más bien? Por ahora van cayendo sus piedras. Puede que ella misma tarde en llegar.

No sé, esta vez con la pequeña es distinto de lo normal, piensa el gendarme cuando la dicha con la que lo contempla de repente parece haberse extinguido. Bueno. Otro velo sobre las pupilas. Listos. Se acabó la calma del hombre. Acaba de echar a la mujer mayor, de la que espera algunas cosas, fuera de su propio salón precisamente por culpa de la muchacha. Apenas se la podía soportar, continuamente exigiendo más y más, sin saber siquiera todo lo que tiene acumulado. Ni siquiera sus cinco sentidos, hay uno que le falta siempre. Por una vez que haga el favor de lavarse ella misma la entrepierna, con sus propias manos, a ver si así se entera de lo que es. Pero tener que hacerlo ella misma, delante de él, sólo consigue ponerla más ávida de él, sobre todo porque él quiere ver cómo lo hace. Es una de las muchas variaciones en la escala que más tarde, con calma, ella aún quiere aprender. Ha apuntado, ávida de conocimientos, todas las variaciones en su carne. Incluso le da órdenes al hombre, pues lo ha estado esperando mucho tiempo. Ella tiene derecho. Él se lo va a quitar. Tiene un método para ello. Ahora le da grima. Él sabe: en cuanto abra las puertas de su tienda (aunque en realidad tendría que estar dirigiendo el tráfico), ella se abalanzará sobre él. Apenas ponga su motor en marcha, ella intentará calarlo de nuevo. Él cree que ella no desea otra cosa que sentir que es su predilecta. ¿Es que no oye la fecha de caducidad ya que no puede leerla? ¿Es que no oye al otro lado de la puerta los gemidos de una joven de ni siquiera dieciséis años? Bueno, es un tono bien distinto, ¿no? Tan fresco como una melodía popular, tan enérgico como el himno nacional, pero nadie se sabe la letra. Todos los tonos que la mujer mayor domina, el hombre los conoce hace ya mucho. Los puede leer en la cara roja, sudorosa, extasiada, dichosa que ella pone cada vez que lo ve. Y el tono que entona cuando está debajo de él es falso, él piensa que incluso está falsificado adrede. Es un gimoteo singular que empieza a transformarse casi en gemidos rutinarios apenas él la ha tocado. No lo hubiese creído de no haberlo oído con sus propios oídos. La mujer no tiene más fans que su casa. Una propietaria sin propiedades, eso es lo que es, una que cree habitar en el espacio de lo ficticio pero bello. Así es el amor. Los celos mueven trenes de mercancías enteros, ella me conmueve a mí también, pero lo que importa son las mercancías. Llévate ahora mismo a esa muñeca de mi casa, pero ya mismo, por favor. ¡Ay no! Perdona, no quería ser tan grosera, perdona, sobre todo no me dejes. No quería ordenarte nada que pudiese ser para ti terriblemente doloroso, pero más aún para mí. No dudo ni un solo momento de tu amor ni desconfío lo más mínimo, incluso cuando copulas con esa muchacha detrás de esa puerta en mi propiedad. Yo amo y sacrifico, y jamás me retiro, viendo que tú jamás podrías engañarme o explotarme. Vete ahora y ¡llévatela! Antes de que algo suceda.

Un lloriqueo como ése y uno parecido, oído a menudo, visto a menudo en el display, pero jamás releído, escuchado, contemplado, sale ahora a borbotones también del penacho de pelo chorreante que se coloca suavemente encima de un glande en cualquier caso amoratado ya. Nos encontramos otra vez en el coche, está parado, hay algo más preparado también, sólo la calefacción está en marcha. Más tarde el hombre tendrá que sacarse de entre los dientes mechones de ese penacho, como espinas de pescado, dientes que enseguida volverá, uno nunca sabe dónde tiene que estar primero, es como en las retenciones de retorno en la desembocadura de la carretera nacional en Mariazell los días laborables a las cinco, que volverá a necesitar, vamos, para simular besos que en realidad se habrían convertido en furibundos mordiscos tan sólo con que la lengua hubiese participado en ello. Pero ésa se escabulló a tiempo, hacia las paredes interiores de sus mejillas, para que no le pasase nada; le da grima ya antes incluso de haber abierto la boca para dejar entrar al ave migratoria acuática de ella, un ave de tantas, y con ella todos los colgajos y muñones de carne, todo, ¡toda la carne sacada (como aguada) de impenetrables ciénagas! Él tiene que obligarla, a la lengua: ¡venga!, ¡va! Ahora ya participa, más vale tarde que nunca, en nuestra clase de aerobic, después de haberse retirado a descansar brevemente tras la barrera dental. La lengua encajaría bien en los márgenes del lago, pero se trata de los fluidos que fluyen lentamente de una mujer, fluidos exprimidos con los amorosos dedos del amor. ¡Qué empastre! Mantengan, no obstante, preparados sus vasos, otra cosa no va a haber. Si ponen ese vaso a la luz, esa luz jamás va a refulgir y a salir. Porque no puede irse.

Nos encontramos ahora en un aparcamiento que no es tal. En realidad es, los seres habitantes del agua dulce lo pueden certificar en cualquier momento, casi una zona pantanosa, por todos sitios umbelas de hinojo espesas y llenas de savia, aunque sólo en verano, ahora todavía hay hierba fresca comenzando a proliferar y empantanarse, perezosa, indolente, vegetal, justo al lado, las zonas de invernada para pájaros, no importa cuáles. La vegetación aún no se ha hecho del todo al lugar, todo llegará. Tampoco Roma se hizo en un día, pero fue igualmente en un terreno pantanoso. Sólo tenemos que intentar no hundirnos con las ruedas y salir de aquí, pero chamarasca hay de sobra, se puede poner bajo los neumáticos si es necesario. Para que tengamos el roce y la serenidad necesarias para que una muchacha llamada Gabi, que en estos momentos está siendo muy mala también, pueda torcer el gesto y hacerle una mamada a este hombre. Eso lo domina ella como una mujer adulta, pero a sí misma no se domina. Eso, las mujeres, lo saben hacer todas: ser malas hasta que uno tiene que darles en su trasero empinado, venga, acércamelo, le susurra el hombre al oído, al menos antes la Gabi no ha muerto ahogada. Se ha recuperado. Un motivo más de alegría, pero sólo una alegría de muchas. De modo que ahora ha venido a parar aquí, a esta isla humana anclada en el lago, isla pantanosa, exactamente aquí, más tarde, así está acordado ya, él tendrá que abrirle otra vez la cara salada de ahí abajo y lamerla, antes ella no le va a dar tregua. Si lo hace, él se vuelve enseguida con la otra. Pero antes no hemos llegado hasta el objetivo, ella, la otra, nos ha impedido llegar hasta el final. Sólo hay ciénagas cuando se producen grandes precipitaciones, pero la Gabi continúa estando bien mojada, de qué, de eso. Bueno, déjame por lo menos llevar a la Gabi a su casa, por favor, le ha dicho además hace unos minutos el gendarme a la Gerti, déjame, sólo la llevo a su casa en un momento y después vuelvo aquí enseguida. La llevo y vuelvo lo más rápido posible, en un momento, bueno, diez minutos, un cuarto de hora tendrás que darme, y al final te daré algo a cambio. No, nada me retendrá en el camino, esta vez no, otras veces vale, hoy seguro que nada me retiene, te lo juro. Por hoy tengo incluso bastante. Lo sé: tú no. Este hombre desea tener bastante, sí, también de él mismo. No obstante, prefiere hacerlo consigo mismo, hecho que oculta a todas las personas cercanas a él, para él eso es la igualdad sobre la que descansa nuestra civilización: ¡a ser posible, no dejarse medir con otros! Reflexiona, condenado a enrollarse: con tantísimas mujeres, ¡y muchas totalmente solas!, pero sobre todo tiene dependencia de sí mismo y de sus sueños. Son todos sueños de cuerpos, y a veces incluso son mejores que los sueños de casas. Es un placer, finalmente seres humanos ante los ojos, y sin la concreta diferencia entre ellos y lo que tienen entre las piernas, eso no cuenta demasiado, en su opinión. Está harto de las mujeres, la propiedad nunca es demasiado, pero los cuerpos se le ponen encima y lo dominan. Tampoco ve a gente conocida ante sí, sino gentes sin casa en posiciones indeterminadas. ¡Qué bonito! Niños, chavalas o chavales, a todos les llega su turno igual que a los adultos. La edad de los niños no importa en absoluto, puede tratarse de una quinceañera, con casi dieciséis, como la Gabi, también pueden ser bebés, da igual los meses. Y todos se levantan sólo por él, ¡como soles!

¡¿Pero qué estoy haciendo yo aquí?!, eso es, describo una de las caras del autor del crimen (mientras tanto ustedes pueden tomar la otra. No he podido ocuparme debidamente de ella todavía), de la que ahora, en realidad, debería llegar la revancha, normalmente en forma de apretujones, pellizcos en los pezones y besos en algún lado, lo que se suele hacer, a ser posible a menudo, por favor, desgraciadamente me temo que a este hombre también le va lo de morder, en exceso, es lo que más le importa de todo, en eso lo podríais haber reconocido. Siempre pasa lo mismo con el deseo: la gente se deja llevar, pero cada cambio minúsculo les irrita enseguida y entonces quieren volverse para casa. Muchas cosas desvían sus proyectiles, incluso cuando el cambio fue marcado ex profeso en el libro de la vida, antes incluso de haberlo abierto: las víctimas creen, no obstante, que uno ya no las quiere si alguna vez hace algo distinto de lo habitual. ¿De quién lo habrán aprendido? Esta muchacha se encuentra ya preparada de rodillas en el coche, cuyo suelo está muy limpio, parece mentira, y sus vaqueros, por su parte, apenas están deshilachados, son de una marca de ultimísima moda. Precisamente por eso algún día la medicina forense sudará más sangre que la que analiza. Bueno, unos cuantos compases atrás: su compañera de baile, la del hombre, ahora mismo un tierno palpar casi furtivo, como si no supiese dónde se encuentra ese cuerpo, que por supuesto está ahí donde está siempre, en el asiento del acompañante, medio en el suelo, con la cabeza en su regazo, así de sencillo es el diálogo entre los cuerpos, todo el mundo lo entiende sin palabras, así, con la cabeza en el regazo del hombre: esta muchacha, una amante ya, una caminante de las praderas en la orilla, una perdida antes incluso de haberse podido encontrar a sí misma. El hombre, como siempre, ha abierto un poco las piernas y se ha girado un poco hacia ella, como ni siquiera Dios, el Creador, haría, por la sencilla razón de que él jamás se dejaría representar en una posición tal, al fin y al cabo él tiene derechos sobre su imagen, sólo que nadie se preocupa por ellos, tampoco su agente, el sacerdote, no, ése está más interesado en los chavalines, y el Jesús sencillamente le parece demasiado mayor ya (¿pero cómo podemos llegar a saber si ese Dios nuestro Señor es lo suficientemente hombre como para torturarnos?), oh, Dios, dónde se acaba esto. Ahora acabo de perderme yo misma, la primera frase es para ustedes. Por mí, pueden quedársela. A ver, otra vez en posición: el hombre, ¿vale?, hacia la mujer: girado hacia ella, empujando el paquete hacia adelante y la funda con la que el miembro está envuelto para que no explote constantemente, tal vez incluso en la propia cara, ésa se encuentra en la también esparrancada boca de una mujer, bueno, lo voy a decir por fin, a ver: una ligera presión, cómo voy a explicarlo, a ver, la arteria coronaria se ramifica en un determinado punto de la parte anterior del cuello, sí, ahí, en dos partes, y en medio hay un ganglio nervioso, y ¡ay, joder!, ahí no deben apretar ustedes jamás, quiero decir, en ambos ganglios a la vez, izquierda y derecha, porque, de hacerlo, ustedes u otros morirían instantáneamente a causa de ellos, no asusten al ejecutante por favor, enseguida estará a punto y apretará con sus poderosos dedos, acostumbrados a paletas de albañil, a cintas métricas, a pistolas láser, incluso a una pistola normal, por arriba, como por casualidad, en ese sentido también podría haberse tratado de un accidente si uno no hubiese tenido ni idea de la anatomía del cuello porque uno siempre se había ocupado más bien de otras partes de la anatomía femenina, allá donde es más húmeda e interesante (¡donde hay agua, hay vida!); pero ese punto el hombre lo conoce, él, que en general sabe más de cuerpos que de otra cosa, y que ha participado, en beneficio de su profesión, en todos los cursos obligatorios de primeros auxilios, a veces incluso de forma voluntaria, cursos que sobrepasan los primeros auxilios y son ya segundos auxilios, me refiero al punto situado en el tronco del cuello y también además al punto situado en el bosquecillo, que él conoce a la perfección, en el joven maíz que crece en el suelo casi pastoso prácticamente junto a la orilla, no allí donde la gente dice con agrado durante el día: ¿por qué no vamos a pasear un poco?, ese punto se encuentra en la profundidad del bosque oscuro y destructor de peinados, y el otro punto, el del cuerpo, ese artículo orgulloso que o bien se encuentra completamente gratis o bien es demasiado caro para gente como nosotros, cuando nos encontramos en la perfumería para por lo menos camuflarlo un poco, vaya, entonces, el cuerpo, él gusta de presentar sus mejores productos en el escaparate, lo que no significa que uno pueda meter ahí la mano sin más y llevárselos. Resumiendo: el susodicho punto, por consiguiente, se encuentra algo apartado, es fácilmente accesible, y el hombre dispone de dedos firmes que sin embargo no habrían hecho ninguna falta. También nosotros, ustedes y yo, lo hubiésemos logrado si hubiésemos sabido dónde y hubiésemos sabido cómo apretar el punto nervioso entre la ramificación de la carótida, enseguida sabré cómo se llama el punto, pero la doctora que me lo tiene que decir está de momento ocupada en otra cosa. Lo sabrán enseguida, tan pronto como yo me haya enterado de ello. Por el momento, en cualquier caso, ya saben ustedes dónde no manosear aunque no sepan qué denominación tiene. No les haría ningún mal que un especialista les mostrase el punto, para prevenir, para que ustedes lo eviten en un futuro. Pero no, otra vez no: hay un lugar en el que no debería ponerse la mano. Es como una puerta que uno no debe abrir, y ahora todos se vuelven locos por abrirla, ¿saben? Los seres humanos pueden mirarlo todo y tender la mano por todas partes sin entender nada, pero ahí: de verdad no, por favor. ¿Qué? ¿El hombre ha golpeado antes la cabeza de la muchacha contra el reposabrazos? No, no he visto que el hombre hubiese golpeado la cabeza de la muchacha contra el reposabrazos. Pero de todos modos yo soy siempre la última que se entera de todo. Hay algo en un camino profundo a través del bosque, en medio de Austria, que, sin heridas visibles, dulcemente, como por casualidad, se adormece, por ello los árboles se mantienen aún más erguidos, para destacar de forma provechosa entre los hombres y mostrar su dureza, lo que no todos nosotros somos capaces de hacer.

Y ahora se quita de en medio a la muchacha junto con su nombre y sus actos. Liquidada, empaquetada, arrebatada a la tierra y lanzada al agua donde acaba de llegar ahora. Sólo hay que abrir el depósito del agua y agitar la válvula de flotador, entonces vuelve a fluir y arrastra todo lo que habíamos previsto para el agua.