DATOS BIOGRÁFICOS DEL TÍO ALEJO FERNÁNDEZ

Nació el año 1890, en la Sierra de Cazorla, en el cortijo de «La Fresnedilla», a un paso de donde nace el río Aguamula, con sus aguas de cristal y sus truchas. Su padre fue ganadero a la manera antigua, sencilla y autárquica, y en la evocación que de él nos hace su hijo Alejo tiene el perfil humano de un patriarca sacado del Antiguo Testamento.

El Tío Alejo ha sido durante muchos años guarda de la Sociedad de Ganaderos de Santiago de la Espada, y, probablemente, ya no quedan hombres que conozcan tan bien como él aquella serranía áspera, sin pinos, desolada, de pastos muy dulces, rayando en los 2.000 metros de altitud, de inviernos enormemente crudos.

En aquellos años de las primeras décadas del siglo había infinidad de rebaños en la sierra: exactamente 293 ganaderos aprovechaban los pastos mancomunados del término, y el Tío Alejo llevaba en la cabeza los nombres de cada uno de ellos y la relación numérica de todos los rebaños y cabezas de ganado que pastaban en aquella inmensa demarcación. Nombres, fechas, cifras y denuncias, todo era verbal, y su palabra, fehaciente.

Un anciano que lo conoce desde su mocedad —el Tío Eusebio, molinero del río Aguamula—, que viene a ser más o menos de la quinta del Tío Alejo, dice de éste, ponderando su buena memoria:

—El Tío Alejo tiene un almanaque en la cabeza que pocos pueden llevar.

Ahora vive los años de su vejez en la casa número 3 de la calle del Río, en el poblado de Cotorríos, a la orilla del Guadalquivir. Se sienta a su puerta, fumando, y mira pasar el tiempo por el agua. Aunque esté muy viejo y achacoso se mantiene firme, vistiendo pulcramente su traje negro y camisa blanca. Tiene la voz profunda y el ademán grave y comedido y la distinción clásica de la gente antigua de la sierra. Todavía conserva los hombros anchos y las manos grandes, trasunto de la gran fortaleza física de una juventud ya muy lejana. Y, además, tiene el sentido de la ironía. Si uno le dice al saludarle:

—Tío Alejo, hoy está usted más derechete.

Contesta sonriendo:

—Es que yo estoy muy bien hecho, sólo que hace muchos años que me hicieron.

Todos los días, al atardecer, sale de su casa, apoyándose en su bastón, y sube trabajosamente hasta la plaza de Cotorríos a jugar su partida de cartas en el bar de Máximo, con la espalda vuelta al televisor.