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SEXTA MEDITACIÓN:

MEDITACIÓN DEL AMOR ALTRUISTA

La meditación del amor altruista es una antigua práctica mediante la cual empezamos dirigiendo, de manera directa y consciente, la intención de nuestros corazones hacia nosotros, luego la orientamos hacia nuestros seres queridos y finalmente la expandimos hacia todos los seres del mundo.

En cierta ocasión, el Mahatma Gandhi dijo:

Creo en la unidad esencial de todos los seres y entiendo profundamente por ello que, si una persona avanza espiritualmente, el mundo entero progresa. Y si fracasa una persona, también lo hace, del mismo modo, la totalidad del mundo.

Desear, pues, el bien a los demás o enviarles oraciones y pensamientos de amor no es una actividad rutinaria o automática, sino una práctica basada en el efecto que nuestros pensamientos, sentimientos y acciones tienen sobre el mundo que nos rodea. Cada uno de nosotros participa en las diez mil alegrías y en las diez mil aflicciones de la vida. Y todos tenemos, por ello mismo, la tristeza necesaria para hacer llorar de pena a quien esté dispuesto a escucharnos y la suficiente belleza como para llenar de alegría a cualquiera. De ese modo, la práctica del amor altruista conecta nuestro corazón con todo lo que nos rodea.

Existe una historia real sobre dos niños que ilustra perfectamente la cualidad del amor altruista. Una niña de ocho años estaba gravemente enferma debido a una extraña enfermedad de la sangre. Por más que buscaron un donante compatible por todas partes, descubrieron que el único que podía salvarle la vida era su hermano pequeño de seis años. Y, cuando el médico y la madre preguntaron al niño si estaba dispuesto a donar su sangre para ayudar a su hermana, dijo a su madre, después de pensarlo dos o tres días: «Ahora estoy en condiciones de responder». Toda la familia acudió, llegado el momento, al hospital y el médico los colocó uno junto al otro para que pudiesen verse mientras extraían sangre del brazo del pequeño y la pasaban al debilitado cuerpo de su hermana. Y, cuando el niño se dio cuenta de que su hermana estaba recuperando la vida, formuló una pregunta al oído de su médico, para que su hermana no pudiese oírle. La pregunta fue: «¿Tardaré mucho en morirme, doctor?». Ignoraba que donar sangre no era donarla toda. Por ello había tardado tanto tiempo en decidirse a dar su consentimiento: ¡Había estado valorando si estaba dispuesto a morir por su hermana!

Ése es el fundamento de la meditación del amor altruista. Es posible que, al escuchar esa historia, recordemos ese lugar en nosotros que ha amado tan profundamente a otra persona que no hubiéramos dudado en entregar, por ella, nuestra propia vida.

Existe un estudio sobre los grupos de oración llevado a cabo, hace ya varios años, por el cirujano jefe del principal centro médico de San Francisco. Se establecieron dos grupos de doscientos cincuenta pacientes y, sin que nadie lo supiese, se eligió uno de ellos, aleatoriamente, para asignarle un grupo de oración que rezaba por su salud, cosa que no sucedía con el otro. El análisis estadístico de los resultados del estudio fue sorprendente. Los pacientes que contaban con un grupo que rezaba por ellos abandonaron el hospital una media de cinco días antes, padecieron menos infecciones y problemas pulmonares y se curaron más rápidamente que los miembros del otro grupo de diversas afecciones. Y, aunque los resultados acabaron publicándose en una revista científica, la mayoría de los médicos con los que he comentado el asunto no saben, sencillamente, cómo explicarlo. En el fondo, sin embargo, todos sabemos —tanto tú como yo— que lo que somos afecta más al mundo que ninguna otra cosa.

La meditación del amor altruista es, en esencia, un complemento de la meditación vipassana que hemos estado practicando. Puedes practicar la meditación del amor al comienzo de la sesión de meditación para relajarte o al final de la misma para expandir, durante tu meditación, el espíritu de la bondad. Si la práctica te resulta artificial o mecánica, puedes experimentar hasta encontrar las palabras o frases que mejor se adapten a ti. También hay quienes creen que esto no es para ellos, aunque ello no signifique que no quieran a los demás. Si ése es tu caso, sé lo suficientemente amoroso contigo mismo como para soltarlo todo y volver a prestar atención a la respiración o las sensaciones corporales.

Éste es un ejercicio cuya práctica regular permite que la mayoría de las personas empiecen a desarrollar y cultivar de forma gradual en su corazón un sentimiento más fuerte de amor. Cuando plantas la semilla del amor altruista en el jardín de tu corazón y lo alimentas y nutres regularmente, empieza a expandirse y crecer.

Otro aspecto positivo de la meditación del amor altruista es que puedes llevarla a cabo en cualquier momento y en cualquier lugar. Puedes realizarla, por ejemplo, mientras caminas por la calle: «Que esta persona pueda ser feliz y pueda sentirse llena de amor». Muy pronto podrás experimentar lo mismo con todas las personas con las que te cruces mientras caminas o conduces. Y también puedes practicar mientras viajas en autobús o avión.

Una vez más, debes empezar buscando un lugar en el que puedas sentarte cómodamente. Cierra suavemente los párpados y deja que tu cuerpo y tu respiración se relajen. Dirige luego tu atención a la región del corazón. Trata de sentir el funcionamiento simultáneo de tu respiración y de tu corazón, como si pudieses inspirar y espirar con el corazón. Siente como si la respiración entrara y saliese desde el centro del corazón.

Tradicionalmente, la meditación del amor altruista empieza dirigiendo ese tipo de amor hacia uno mismo porque, si hay cosas que detestas o no aceptas de ti, será difícil que puedas llegar a amarlas en los demás.

El siguiente paso consiste en empezar a sentir compasión hacia tus problemas y padecimientos. Esto es algo que todo el mundo experimenta. Trata, pues, de abrazar tu sufrimiento con un corazón abierto, amoroso y compasivo.

Trata luego de cultivar el sentimiento que tenías en tu infancia y el modo en que los niños se granjean, naturalmente y sin tener que hacer nada para ganárselo, el afecto de quienes les rodean. Manteniendo esa imagen inocente de ti mismo, trata después de abrir tu corazón hasta que llegue a abarcar, en el mismo espíritu amoroso, todas tus experiencias físicas, todas tus sensaciones, todas tus emociones y todos tus pensamientos.

Piensa luego en alguna persona a la que ames, alguien por quien sientas naturalmente compasión. Sabes que esa persona sufre y lucha como tú y quieres ayudarle, quieres que se sienta llena de paz y amor. Pide que su corazón se abra y sea feliz.

Abre después un poco más tu corazón hasta llegar a incluir en él a otros seres queridos y desea que sean también felices y que su corazón permanezca abierto y se llene de paz y amor.

Abre todavía más tu corazón, lo suficiente como para incluir en él a todos tus amigos y a toda la gente que amas. Que puedan todos ser felices. Que puedan verse llenos de amor.

Trata de expandir más todavía tu corazón, lo bastante como para colmar la habitación hasta convertirla en un campo de amor, lo bastante como para albergar las diez mil alegrías y las diez mil aflicciones que forman parte de toda vida humana.

Siente ahora que tu corazón se expande en todas direcciones, hacia delante y hacia atrás, hacia la izquierda y hacia la derecha y hacia arriba y hacia abajo, hasta trascender los límites de la habitación en que te encuentras. Deja que tu corazón se ensanche hasta abarcar el vecindario, la ciudad, el país y el mundo entero, como si cubrieses la Tierra con sentimientos de amor. Imagina que abrazas el planeta, con todos los océanos, continentes y su gran diversidad de seres —como ballenas, peces, aves, insectos, árboles, junglas, desiertos, es decir, todo lo que forma parte de este mundo—, con los brazos y el corazón, hasta llegar a abarcar, con tu corazón amoroso y compasivo, la totalidad del planeta.

Permite, por último, que todos los seres se vean tocados por el corazón del amor, que todos los seres, los recién nacidos, los que disfrutan, los que se debaten en medio en la aflicción, los que mueren y los que se hallan en cualquier estado intermedio —es decir, todos los seres y todas las criaturas— se vean tocados, abiertos y curados por la fuerza del amor y la compasión. Pueda el poder de nuestro corazón, bondad y amor iluminar el mundo y liberar nuestras vidas y las de todos los seres vivos.