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QUINTA MEDITACIÓN:

LA MEDITACIÓN DEL PERDÓN

Además de las prácticas de atención plena a la respiración, al cuerpo, al corazón y a la mente, con las que ya hemos trabajado, existen dos prácticas complementarias, conocidas como la meditación del perdón y la meditación del amor altruista.

El perdón es una de las habilidades clave de la vida espiritual porque, cuando perdonamos a otra persona, podemos dejar atrás el pasado y comenzar una nueva vida. En ausencia de perdón, siempre estamos atrapados en el mismo círculo y a merced de la misma cantinela «quién hizo qué a quién».

En cierta ocasión, estaba, después del gran holocausto perpetrado por los jemeres rojos en Camboya, con uno de mis maestros en un campo de refugiados, en donde, pese a las advertencias de los jemeres, había acabado erigiendo un templo. Cuando llegó el día en que mi maestro tocó la campana para inaugurar el templo, veinticinco mil personas se congregaron, a pesar de las amenazas de muerte, en la explanada central. Y cuando se escucharon los antiguos cantos que, hasta el estallido de la revolución, habían ocupado un lugar fundamental en su vida espiritual, la gente rompió a llorar. Y, cuando llegó el momento de la enseñanza, mi maestro se limitó a recitar una simple frase en sánscrito y camboyano, procedente de la época del Buda, que dice: «El odio no acaba con el odio, sólo con el amor se cura». Aquellas personas, que tenían más razones que nadie para vengarse, por haber sido víctimas de uno de los sufrimientos más atroces que la historia ha podido contemplar, unieron también sus voces a ese canto. Entonces me di cuenta de que la verdad que alababan era mayor que su sufrimiento.

El perdón es una capacidad que todo ser humano alberga en su corazón. El perdón no consiste en olvidar lo que ocurrió. Cuando ofrecemos nuestro perdón, también podemos decir que lo que ocurrió estuvo mal, que jamás permitiremos que vuelva a suceder y que no dudaremos en entregar incluso nuestra vida para que nadie más tenga que pasar por una experiencia como ésa. El perdón es un acto que incluye, en nuestro corazón, a todo el mundo, incluidos quienes han actuado movidos por la ignorancia, la confusión o el sufrimiento más profundos. El perdón consiste también en dejar atrás el pasado sabiendo que, si algo estuvo mal, el único modo de seguir adelante es empezar de nuevo.

También es importante entender que la práctica del perdón es precisamente eso, una práctica, lo que significa que podemos intentarlo cincuenta, cien o más veces antes de desarrollar, en nuestro corazón, una verdadera sensación de perdón. Algunas fases del proceso pueden ir acompañadas de rabia e indignación, mientras que otras pueden comportar amargura y aflicción. A veces, durante este proceso nos damos cuenta, por primera vez en toda nuestra vida, de la ira con la que cargamos y de la profundidad de nuestro dolor. Y no podemos limitarnos a disfrazar ese dolor con perogrulladas espirituales sobre el perdón y el amor al prójimo.

El perdón expresa, en cierto modo, la decisión interna de no seguir cargando con el odio, porque nos hemos dado cuenta de que nos envenena. Se cuenta una historia sobre un exprisionero de la Guerra del Vietnam que, después de muchos años, se encontró con otro exprisionero y le preguntó:

—¿Has perdonado ya a tus carceleros?

—¡No, nunca lo haré! —le respondió el otro.

—¡Pero eso significa que todavía te tienen prisionero! ¿No te parece? —dijo entonces, mirándole fijamente.

Es importante entender que el perdón afecta más a la persona que lo ofrece.

Hay quienes entienden, al comienzo, que el perdón es algo artificial o poco natural. Eso está bien, si ésa es la forma en que lo vemos. En tal caso, podemos sencillamente practicar la meditación y mostrarnos receptivos a todo lo que ocurra. A veces, podemos experimentar incluso lo opuesto de la compasión como, por ejemplo, el odio, la frustración o el vacío. Y, si ésa es tu experiencia, deberás sostener ese tipo de sentimientos con amor altruista.

Hay un lugar en todos nosotros que anhela el amor, que aspira a sentirse seguro y que quiere tratar respetuosamente a los demás y a uno mismo. Pero a veces las viejas heridas y el sufrimiento permanecen ocultas bajo capas y capas de miedo y cinismo con que tratamos de protegernos del daño infligido.

Ponte cómodo, pues, una vez más, entorna suavemente los ojos y vuelve a la respiración, sensibilizando tu atención hasta que percibas el más leve movimiento de tu respiración.

Empieza pidiendo perdón por todos los modos en que puedas haber dañado o herido a alguien de pensamiento, palabra u obra. Esto es algo que, de forma deliberada o inconsciente, todos hemos hecho porque todos actuamos, en ocasiones, torpemente movidos por el miedo o el dolor. Permite, pues, que las imágenes de todas las formas en que has dañado o herido a otros acudan a tu mente y a tu corazón y pide perdón por ello.

Pide luego perdón por el modo en que, movido por el miedo, el dolor, la ignorancia, la negligencia y la deshonestidad, te has herido o dañado a ti mismo. Deja que las imágenes relacionadas con todos los modos en que te has herido o dañado a ti mismo afloren a tu conciencia y pide perdón por ello.

Permite, por último, que afloren en tu conciencia las heridas y aflicciones que otros te han infligido. Date cuenta de que, si otros te han hecho mal o te han herido, se debe a su dolor, su miedo y su confusión. Siente aquellas regiones de tu corazón en las que albergues resentimiento y abrázalos con la amabilidad y el perdón, observando si ha llegado ya el momento de abandonarlos. Luego expande el perdón, en la medida de tus posibilidades, a todos aquellos que te han herido o dañado —consciente o inconscientemente— de pensamiento, palabra u obra.