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CUARTA MEDITACIÓN:

OBSERVACIÓN DE LOS PENSAMIENTOS

Hay personas que, en la medida en que avanzan en el camino meditativo, se preguntan: «¿Qué puedo hacer si paso la mayor parte de mi meditación sumido en mis pensamientos?». Ya sabemos que el deseo, la inquietud, la duda, el temor o la aversión emergen y acaban desapareciendo y que podemos postrarnos ante ellos y reconocerlos como parte de la meditación. De igual modo, el movimiento de la mente o, como yo lo denomino, la «fábrica de pensamientos», no deja de contarnos historias, esbozar planes, evocar recuerdos y elaborar fantasías. El objetivo de la meditación consiste simplemente en cobrar conciencia de los recuerdos y de los planes o de cualquier otro producto momentáneo generado por la fábrica de pensamientos. Hablando en términos generales, cuando cobramos conciencia de ello diciendo, por ejemplo, «planificar, planificar, planificar», no tarda en disolverse, momento en el cual podemos volver a prestar atención a la respiración.

A veces nos sorprendemos a nosotros mismos reviviendo algo que nos sucedió en el pasado. Cuenta una historia que en cierta ocasión el santo loco Mullah Nasrudin se dirigió a un banco a cobrar un cheque. Y, cuando le pidieron que se identificara, sacó un pequeño espejo del bolsillo y, viéndose en él, respondió: «¡Así es! ¡Éste soy yo! ¡Perfecto!». Esto se parece bastante a lo que, durante la meditación, hace la mente, es decir, recapitular el pasado, explicarnos su versión de lo ocurrido e imaginar lo que sucederá en el futuro. Al cabo de un rato, podemos sentirnos cansados de esas historias sobre el futuro y el pasado, pero la idea es no juzgarlas. Tratemos de darnos cuenta, en lugar de ello, de la irrealidad de esos relatos y de que cada uno de ellos es una historia que, por más que insistamos, por diversas razones, en contarnos a nosotros mismos, no es lo que está sucediendo en el presente. Entonces reconocemos la historia como un mero «recuerdo» o «plan» y volvemos a prestar atención a la respiración.

Poco importa, en última instancia, la frecuencia con que nos distraigamos o la duración de nuestros pensamientos, porque no es mucho el control que, al respecto, tenemos. Lo que realmente importa es el momento mágico en que despertamos y nos decimos: «¡Oh! ¡Estaba pensando!». Ése es el momento, independientemente de que nuestro despiste dure cinco segundos o cinco minutos, importante de verdad, porque nos brinda la oportunidad de seguir perdidos en nuestros pensamientos o volver al presente. El acto de retornar constituye un entrenamiento para despertar, es decir, para vivir más atentamente el presente.

¿Y qué decir de las historias que se repiten una y otra vez? Hay algunas que bien podrían ser calificadas como «los cuarenta principales» de la meditación. Estamos tranquilamente sentados cuando la grabadora empieza a insistir de forma machacona en la misma historia. Cuando, hablando en términos generales, un pensamiento se presenta una y otra vez, podemos nombrarlo como lo que es, como «plan, plan, plan» o como «recuerdo, recuerdo, recuerdo». Su insistencia en volver, sin embargo, suele ser un buen indicador de que debemos percibir y aceptar alguna cosa. Quizás se trate, si el pensamiento se empeña en volver, de una pérdida que debemos reconocer, de un amor que debe ser aceptado o de un pensamiento creativo que reclama ser reconocido y honrado.

También podemos experimentar lo que he denominado «ataques de creatividad», lo que significa que, cuando permanecemos quietamente sentados, afloran ciertos niveles profundos de comprensión o reflexión o cuestiones dormidas que quieren ser expresadas y entendidas. Y aunque, en ocasiones, podamos dedicar un poco de tiempo a esos pensamientos, no es un buen hábito, porque es muy fácil que nuestra mente se llene de ellos. Resulta más interesante dejar que la mente permanezca vacía o permitir que todo pase, incluidas esas poderosas comprensiones. Ya llegará el momento, cuando no meditemos, de ocuparnos de este tipo de comprensiones. Es natural que, en ocasiones, afloren mientras estamos meditando, pero, en lugar de concentrarnos en ellas, conviene recordar que nos hemos sentado con la intención de meditar. En tal caso, podemos decirnos que, cuando haya concluido la meditación, nos ocuparemos de estas cuestiones, pero que, por el momento, seguiremos con nuestra meditación.

Los pensamientos reflejan nuestra asociación con las cosas. El picor, el ruido de la lluvia o el dolor de rodilla son sensaciones directas de picor, sonido o dolor. Pero apenas advertimos el dolor, escuchamos el sonido de la lluvia o sentimos el picor, nos preguntamos respectivamente: «¿Cuánto durará», «¿Lloverá mañana?» o «No creo que aquí haya mosquitos. ¿Qué me habrá picado?». Así pues, primero aparece la sensación directa y a continuación emerge el pensamiento.

Cuando, durante la meditación, tratamos de identificar nuestros pensamientos, éstos no siempre emergen directamente en la conciencia, sino que lo hacen de forma muy lenta. Si somos pacientes y aguardamos, no tarda en aparecer un pensamiento que dice: «¡Por fin estoy realmente tranquilo!» o cualquier otra cosa, pretendiendo que no es, en realidad, un pensamiento. Entonces solemos pensar cosas tales como: «Ahora no he tenido tantos pensamientos, ¿no es cierto?». El problema es que tendemos a identificarnos tanto con los pensamientos que, en ocasiones, la meditación es la primera oportunidad con que contamos para cobrar conciencia de ese flujo interno continuo.

Al cabo de un tiempo, empezamos a darnos cuenta de cuál es nuestro estilo de pensamiento. Hay quienes utilizan muchas imágenes y muy pocas palabras. Otros se apoyan tanto en las imágenes como en las palabras, en ocasiones sincronizadas y, en otras, cumpliendo con funciones diferentes. No es de extrañar, por ejemplo, que las imágenes se refieran a recuerdos, sueños y otras cosas, mientras que las palabras se dedican a planificar. Hay personas, por último, que casi siempre piensan con palabras y rara vez utilizan las imágenes.

No sólo es posible, pues, cobrar conciencia de la respiración, de los sonidos y de las sensaciones corporales, sino también de ese flujo interno de imágenes, escenas y palabras que, para la inmensa mayoría de la gente, suelen pasar inadvertidas. Una de las principales comprensiones que nos proporciona la meditación es, sencillamente, el modo en que opera nuestra mente y las diferentes formas de relacionarnos con ella. Lo primero que debemos hacer es cobrar conciencia del tiempo que perdemos sumidos en nuestros pensamientos. Una posible reacción al respecto consiste en tomarlos en serio y creernos todos nuestros pensamientos y estados de ánimo. Pero esta actitud, hablando en términos generales, sólo genera más complicación y sufrimiento. Otra posibilidad es escuchar desde algún lugar de nuestro corazón ubicado más allá de la mente, un lugar espacioso, sabio y comprensivo, y responder, desde allí, a las situaciones, en lugar de vernos arrastrados por ellas.

Busca de nuevo, durante la cuarta sesión de meditación, una postura en la que puedas permanecer cómodamente sentado y con la espalda recta. Empieza dirigiendo tu atención a la respiración, utilizándola como centro de tu meditación. Préstale toda tu atención y trata de distinguir la inspiración, el espacio intermedio y la espiración. ¿Es la respiración corta o larga? ¿Es suave? Si, mientras prestas atención a la respiración, aparecen sensaciones físicas, sonidos o emociones intensas, deja a un lado la respiración y nómbralos, prestándoles el mismo tipo de atención consciente con que has aprendido a contemplar la respiración.

Durante esta meditación, incluiremos también el campo del pensamiento. Si durante la respiración aparecen pensamientos que puedan atraparte —ya sea en forma de una secuencia de imágenes o de palabras, o en forma de recuerdos o proyectos—, etiquétalos como «pensamientos». También puedes consignarlos como «planificación, planificación, planificación» o como «recuerdo, recuerdo, recuerdo».

Si se trata de pensamientos demasiado cargados o fuertes, pueden persistir a pesar de que los etiquetes como «pensamiento, pensamiento, pensamiento». En tal caso, puedes seguir nombrándolos amablemente —«recuerdo, recuerdo, recuerdo» o «planificación, planificación, planificación»— hasta que acaben disolviéndose, cosa que acabarán haciendo. Entonces puedes volver a la respiración. Simplemente sé consciente de lo que se presente sin tratar de cambiarlo, observándolo con una atención amable y cuidadosa.

Hay veces en que las personas se sienten confundidas con el proceso de etiquetado. Hay otras veces en que parece demasiado arduo nombrar todos nuestros sentimientos y pensamientos: «¿Eso era un proyecto o un recuerdo?», «¿Es esto tristeza o sufrimiento?». Utiliza, si esto te parece demasiado complejo, palabras muy sencillas. Déjalo a un lado o di simplemente «sentimiento, sentimiento, sentimiento» o «pensamiento, pensamiento, pensamiento». El proceso de etiquetado no es más que una herramienta que nos ayuda a cobrar conciencia de todo lo que ocurre. Puedes servirte de esta técnica, si te resulta útil o, en caso contrario, deja simplemente que tu conciencia abrace cualquier cosa que se presente.

En este punto de la práctica meditativa, nuestra conciencia se ha expandido, desde la respiración y la postura corporal, hasta llegar a abarcar las energías y sensaciones físicas que afloran en nuestro interior. También hemos aprendido a incluir los sonidos que emergen a nuestro alrededor, así como los pensamientos, imágenes e historias generadas por nuestra mente. De ese modo, abrimos la meditación a toda la música de la vida, a la danza de las energías que experimentamos mientras estamos sentados. Comenzamos utilizando la respiración como centro para sosegarnos y permanecer en paz y luego nos servimos de esa conciencia para aceptar amablemente todo lo que aparezca. Cualquier cosa que se presente puede acabar, de este modo, formando parte de nuestra meditación.