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SÉPTIMA MEDITACIÓN:

LA COMIDA MEDITATIVA

Dedicamos mucho tiempo a la comida, comprando comida en los supermercados, cultivándola en nuestros huertos, almacenándola, troceándola, sazonándola, cocinándola, sirviéndola, comiéndola con nuestras amistades, tirando los restos y lavando finalmente los platos. La mayoría de la gente come dos, tres y hasta cuatro veces al día y casi todo el tiempo lo hace en la modalidad de piloto automático. Podemos incluso ir a un restaurante y disfrutar de una comida fabulosa en medio de una amena conversación, un buen vaso de vino y todo lo que comporta un menú de gourmet y sentirnos todavía, al finalizar la comida, hambrientos. ¿Cómo es posible? Porque el hecho es que solemos estar tan ocupados hablando, mirando a nuestro alrededor y divirtiéndonos que nunca nos damos la oportunidad de saborear la comida.

Pero comer, como cualquier otra actividad, puede convertirse en una forma de meditación. Y si, en este momento, no quieres levantarte a preparar una comida completa, puedes practicar con una cosa tan sencilla como un puñado de pasas.

Si quieres practicar formalmente la meditación mientras comes, debes empezar enlenteciendo todo el proceso. Coge el plato y ubícalo frente a ti. Hay personas a las que les gusta recitar una breve oración y bendecir los alimentos. Hay quienes utilizan una plegaria de agradecimiento por todo lo que implica tener un plato en la mesa. Podemos dar las gracias al sol, a la lluvia, a la gente que cultivó los alimentos, a la Madre Tierra y a todo lo que se nos ocurra. Podemos dar las gracias a los terremotos por enriquecer el suelo y a las abejas que contribuyeron a polinizar las verduras. Es un hecho que no podríamos vivir sin las abejas y que nuestra vida depende también de los terremotos. Toda la Tierra está interconectada.

Concluida la bendición, permanece sentado frente al plato sin hacer absolutamente nada durante sesenta segundos. Limítate a quedarte sentado en completo silencio. Quizás percibas entonces una sensación física de hambre. Mientras sientes hambre, mira la comida y cobra conciencia de que la mayoría del mundo se halla en constante estado de hambre y deseo. Quizás entonces constates, por vez primera, lo difícil que resulta quedarse sencillamente sentado, con esa sensación de hambre, durante un minuto.

Examina entretanto el modo en que tu cuerpo experimenta el hambre. ¿Tiene hambre tu vientre? ¿Tienen hambre tus ojos? ¿Está hambrienta tu lengua? ¿Cómo sientes el hambre? Puedes experimentarla y familiarizarte con ella. Pasados esos sesenta segundos, entenderás mucho mejor el hambre. También es posible que experimentes otros sentimientos, de los que asimismo conviene que seas consciente. Quizás detestes las pasas y, en consecuencia, aparezca el rechazo, en cuyo caso deberás designarlo simplemente como «rechazo» y experimentar ese sentimiento en este momento.

Empieza a comer lenta y atentamente cuando estés preparado, del mismo modo que lo haces cuando sigues la respiración o eres consciente de otras sensaciones corporales. Sostén, en primer lugar, en tu mano unas pasas y míralas realmente, tratando de no verlas como pasas, porque «pasas» no es más es un nombre. Trata, en su lugar, de percibir su forma individual, en todos sus detalles y colores.

Cobra conciencia, mientras observas las pasas, de toda su historia. Crecieron en una viña y se convirtieron en uvas. Cuando estuvieron maduras se vieron cosechadas y secadas al sol. Posteriormente fueron empaquetadas, distribuidas y compradas en la forma en que ahora estás a punto de comer. Esta consideración puede ayudarte a reconocer que formas parte de una red mayor que abarca la totalidad del planeta. Las pasas han crecido de la tierra y, al formar parte de tu cuerpo, se convertirán en energía, algo que te ayudará a seguir vivo.

Acaricia las pasas con los dedos, tratando de no sentirlas como «pasas», sino experimentando directamente todas las sensaciones que te proporcionen. ¿Son pegajosas? ¿Blandas? ¿Se desgarran cuando las aprietas entre los dedos? ¿Están frías, calientes o a una temperatura neutra?

Presta luego atención al interior de tu cuerpo. ¿Puedes sentir cómo salivas? ¿Te das cuenta del modo en que, cuando siente hambre, tu cuerpo empieza a salivar automáticamente, sin que tengas que hacer nada al respecto?

Acerca las pasas a la boca cuando estés preparado, enlenteciendo el movimiento del brazo para sentir mejor todas las sensaciones implicadas en el acto de acercar la mano a la boca. Luego abre muy lentamente la boca, mientras sigues percibiendo las sensaciones y coloca las pasas en tu lengua, aunque sin empezar a masticarlas todavía. Examina antes cómo las sientes en la lengua, al tiempo que cierras la boca y vas bajando poco a poco el brazo. Cierra después los ojos y empieza a masticar saboreando las pasas y tragándotelas. Sigue atento después de habértelas tragado. ¿Puedes sentir cómo descienden, a través del esófago, hasta llegar al estómago? Abre los ojos, una vez que lo hayas percibido, muy lentamente.

Cuando comes manteniendo este tipo de atención plena, no sólo modificas tu relación con los alimentos y el acto de comer, sino que también puedes darte cuenta de que un poco puede significar mucho. Hasta unas modestas pasas te parecerán entonces mucho más que un puñado de pasas. De hecho, hay gente que llama a esta forma de comer «dieta vipassana». La única regla consiste en prestar plena atención a lo que comes.

Mucha gente advierte, en el caso concreto de las pasas, que su sabor no dura demasiado. Probablemente, las han masticado unos minutos y, como su sabor va desvaneciéndose, ya no te parecen tan sabrosas. Ésa es la razón por la que hay quienes toman unas cuantas pasas más. Las mastican y, antes de tragarlas, advierten que han perdido su sabor, por lo que se llevan a la boca unas cuantas más…

¿Por qué hacemos eso? Porque su sabor es dulce y agradable. ¿Y qué experimentamos a continuación? Deseo y apego. Queremos más antes incluso de haber tragado las que tenemos en la boca. Un simple puñado de pasas sirve para ilustrar todo el ciclo del que nos habla la psicología budista, es decir, que la vida es un conjunto de sensaciones en continuo cambio, unas placenteras, otras desagradables y otras neutras. Nuestra reacción inconsciente consiste en tratar de aferrarnos a las que nos gustan y de resistirnos a las que nos desagradan. De ese modo, sin embargo, siempre estamos en guerra contra la fugacidad básica de nuestra experiencia. En realidad, no hay tregua en el surgir y desvanecerse de las cosas.

Cuando practicas la atención mientras comes pasas, empiezas a aprender algo más profundo que el mero hábito del apego y el rechazo. Entonces no sólo te das cuenta de la dulzura, sino también de que ésta no se mantiene estable y acaba desapareciendo. Así pues, puedes cobrar conciencia de su desaparición y darte cuenta también de lo que acontece a continuación, lo que, dicho de otro modo, constituye la esencia de toda meditación.

Otro aspecto de la comida meditativa es que, cuando degustas una comida entera desde ese estado, puedes tratar de identificar las diferentes voces que te hablan mientras comes. La mayoría de la gente es capaz de identificar al menos media docena de voces. El primero en hablar quizás sea el estómago diciéndonos que ya tiene bastante. Pero la lengua puede agregar: «Está realmente bueno. Tomaré un poco más». Y los ojos, por su parte, pueden entonces decir: «¡Sí! Y todavía no hemos probado aquellos postres». Quizás escuchemos luego la voz de nuestra cabeza respondiendo: «No, será mejor que pares, ya estás ahíto». Tal vez, en ese momento, entre nuestra madre insistiendo en que no nos levantemos de la mesa hasta haber acabado con todo lo que nos ha servido. Todas esas voces podemos escuchar dándonos sus distintas opiniones sobre si hemos comido poco o demasiado.

Hay quienes hacen una comida meditativa una vez por semana o una vez al día. De ese modo, puedes convertir al simple hecho de comer una manzana en una meditación que dure un cuarto de hora. Y es mucha la gente que descubre que, cuando come ocasionalmente de este modo, mejora también su bienestar físico.

El objetivo de esta meditación consiste en cobrar conciencia de todas esas voces para distinguir cuáles son aquellas que habitualmente más escuchamos y aprender quizás a escuchar también otras. El arte de vivir sabiamente depende de nuestra atención y, aunque no estemos sentados en el cojín de meditación, siempre podemos aprender a prestar atención a nuestras experiencias. Y, como todos hacemos varias comidas al día, la práctica de la comida meditativa nos proporciona una excelente oportunidad de ser conscientes varias veces al día.