CARLOS MISSIARIAN miró a Thomas Hunter.
El hombre yacía de espaldas, durmiendo en un revoltijo de sábanas, sin nada más puesto que unos calzoncillos bóxer. El sudor empapaba las sábanas. Sudor y sangre. ¿Sangre? Mucha sangre embadurnada sobre las sábanas, parte seca y parte aún húmeda.
¿Había sangrado el hombre en su sueño? Estaba sangrando en su sueño. ¿Muerto?
Carlos se acercó un poco más. No. El pecho de Hunter subía y bajaba con regularidad. Tenía cicatrices en el pecho y el abdomen que Carlos no lograba recordar, pero nada que sugiriera las balas que con toda seguridad él le había metido a este hombre en la última semana.
Llevó la pistola a la sien de Hunter y apretó el dedo sobre el gatillo.